jueves, 4 de diciembre de 2025

La felicidad de Therese (Patricia Highmith)

 Una vez llegaron a un pueblecito

que les gustó y pasaron la noche allí, sin pijama ni cepillo de dientes, sin pasado ni

futuro, y la noche se convirtió en otra de aquellas islas en medio del tiempo,

suspendida en algún lugar del corazón de su memoria, absoluta e intacta. O quizá no

era más que felicidad, pensó Therese, una felicidad completa que debía de ser

bastante rara, tan rara que muy poca gente llegaba a conocerla. Pero si era sólo

felicidad, entonces había traspasado los límites ordinarios y se había convertido en

otra cosa, una especie de presión excesiva, de modo que el peso de una taza de café

en la mano, la rapidez de un gato cruzando el jardín, el choque silencioso de dos

nubes parecía casi más de lo que podía soportar. Y así como un mes atrás no había

comprendido el fenómeno de su felicidad repentina, ahora no comprendía su estado,

que parecía consecuencia de lo anterior. A menudo era más doloroso que agradable y

por eso temía tener un único y grave defecto. A veces se asustaba como si estuviera

andando con la espina dorsal rota. Si alguna vez sentía el Un pulso de decírselo a

Carol, las palabras se disolvían antes de empezar, por miedo y por su desconfianza

habitual hacia sus propias reacciones, la ansiedad de que esas no fueran como las de

los demás, y de que ni siquiera Carol pudiera comprenderlas.

Por las mañanas solían dar un paseo en coche hacia algún l

Carmencita vino a bancar en casa el post-operatorio




 

Estoy en modo extraterrestre


 

Aries en este diciembre


 

Practicando La casada infiel por tangos flamencos


 

"Las palabras se borraban con el hormigueante y maravilloso placer que se expandía en oleadas". Carol, de Patricia Highmith

 cuello. «Te quiero», quería oír Therese otra vez, pero las palabras se borraban con el

hormigueante y maravilloso placer que se expandía en oleadas desde los labios de

Carol hacia su nuca, sus hombros, que le recorrían súbitamente todo el cuerpo. Sus

brazos se cerraban alrededor de Carol y sólo tenía conciencia de Carol, de la mano de

Carol que se deslizaba sobre sus costillas, del pelo de Carol rozándole sus pechos

desnudos, y luego su cuerpo también pareció desvanecerse en ondas crecientes que

saltaban más y más allá, más allá de lo que el pensamiento podía seguir. Mientras,

miles de recuerdos de momentos y palabras, la primera vez que Carol la llamó

«querida», la segunda vez que fue a verla a la tienda, un millón de recuerdos de la

cara de Carol, su voz, momentos de enfado y de risa pasaron volando por su cerebro

como la estela de una cometa. Y en ese momento había una distancia y un espacio

azul pálido, un espacio creciente en el que ella echó a volar de repente como una

larga flecha. La flecha parecía cruzar con facilidad un abismo increíblemente

inmenso, parecía arquearse más y más arriba en el espacio y no detenerse. Luego se

dio cuenta de que aún estaba abrazada a Carol, de que temblaba violentamente y de

que la flecha era ella misma. Vio el claro pelo de Carol, su cabeza pegada a la suya. Y

no tuvo que preguntarse si aquello había ido bien, nadie tenía que decírselo, porque

no podía haber sido mejor o más perfecto. Estrechó a Carol aún más contra ella y

sintió sus labios contra los suyos, que sonreían. Se quedó echaba mirándola,

mirándole la cara sólo a unos centímetros de ella, los ojos grises serenos como nunca

los había visto, como si contuvieran todavía algo del espacio del que ella había

emergido. Y le pareció extraño que fuese aún la cara de Carol, sus pecas, las cejas

rubias y arqueadas que ella conocía, la boca tan serena como los ojos, como Therese

había visto tantas veces.

—Mi ángel —le dijo Carol—. Caída del cielo.

Therese levantó los ojos hacia las molduras de la habitación, que le parecieron

más brillantes, y el escritorio con la parte frontal abombada y los tiradores metálicos

de los cajones, y el espejo sin marco con el borde biselado, y las cortinas estampadas

con cenefas verdes que caían rectas junto a las ventanas, y dos edificios grises que

asomaban sobre el alféizar. Recordarla siempre cada detalle de aquella habitación.

—¿Qué ciudad es ésta? —preguntó.

Carol se echó a reír.

—¿Esta? Es Waterloo. —Cogió un cigarrillo—. No es tan horrible.

Sonriendo, Therese se incorporó sobre un codo. Carol le puso un cigarrillo en los

labios.

—Hay un par de Waterloos en cada estado —dijo Therese.


Fragmentos de amor entre Carol y Therese (Patricia Highmith)

 —¿Puedo dormir contigo? —le preguntó Therese.

—¿No has visto la cama?

Era una cama de matrimonio. Se sentaron en pijama, bebiendo leche y

compartiendo una naranja, porque Carol tenía demasiado sueño para acabársela.

Luego Therese dejó la leche en el suelo y miró a Carol, que ya se había dormido boca

abajo, con un brazo hacia arriba, como siempre se dormía. Therese apagó la luz.

Entonces Carol le deslizó el brazo alrededor del cuello y sus cuerpos se encontraron

como si todo estuviera preparado. La felicidad era como una hiedra verde que se

extendía por su piel, alargando delicados zarcillos, llevando flores a través de su

cuerpo. Therese tuvo una visión de una flor blanca, brillando como si la contemplara

en la oscuridad o a través del agua. Se preguntó por qué la gente hablaría del cielo.

—Duérmete —le dijo Carol.

Therese deseó no dormirse. Pero cuando notó otra vez la mano de Carol en su

hombro, supo que se había dormido. Amanecía. Los dedos de Carol se tensaron en su

pelo, Carol la besó en los labios y el placer la asaltó otra vez como si fuese una

continuación de aquel momento de la noche anterior, en que Carol le había rodeado el

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martes, 2 de diciembre de 2025

Esta ristra amarilla ¿se terminará de abrir en algún momento?




 

Acaban de llegar este bodoque y este pequeño, tan deseados los dos

 






Enero para Therese, enamorada como yo de Carol

 "Enero.

Aquel enero hubo de todo. Y hubo algo casi sólido, como una puerta. El frío

encerraba la ciudad en una cápsula gris. Enero era todos aquellos momentos, y

también era todo un año. Enero dejaba caer los momentos y los congelaba en su

memoria: la mujer que a la luz de una cerilla miraba ansiosamente los nombres

grabados en una puerta oscura, el hombre que garabateó un mensaje y se lo tendió a

su amigo antes de irse juntos por la acera, el hombre que corrió toda una manzana

para alcanzar por fin el autobús. Cualquier acto humano parecía desvelar algo

mágico. Enero era un mes de dos caras, campanilleando como los cascabeles de un

bufón, crujiendo como una capa de nieve, puro como los comienzos y sombrío como

un viejo, misteriosamente familiar y desconocido al mismo tiempo, como una palabra

que uno está a punto de definir, pero no puede.

Un joven llamado Red Malone y un carpintero calvo trabajaban con ella en el

decorado de Llovizna. El señor Donohue estaba muy contento de todo. Dijo que le

había pedido al señor Baltin que fuera a ver el trabajo de Therese. El señor Baltin era

un graduado de una academia rusa y había diseñado unos cuantos decorados para

teatro en Nueva York. Therese nunca había oído hablar de él. Intentó que el señor

Donohue le arreglase una cita con My ron Blanchard o Ivor Harkevy, pero el señor

Donohue no le prometió nada. Therese supuso que le era imposible."




Carol, Patricia Highmith

Una tarde apareció el señor Baltin. Era un hombre alto y encorvad

lunes, 1 de diciembre de 2025

Weeds: Primera temporada

 Weeds: Primera temporada: Dicen que esta serie de 8 temporada es de las míticas que empezaron geniales y se alargaron por demás. Yo no tenía ni idea y la caché sin referencias. Muy tradicional para mi gusto el planteo, los escenarios, les personajes típiques de clase media yanqui en la ama de casa de country, las escuelas y universidades yanquis, las calles con tráfico de mota cotidiana. A pesar de eso me da curiosidad lo que hace esta hermosa señora viuda con dos hijos varones sin padre. Me gusta la amiga con cáncer, marido infu, hija y madre conflictivas y conflictuadas. Sigo.

Buen lunes, buen diciembre, buen tramo final de 2025

 Nada me lo arruina. Me cuesta todavía decidirme por mí misma, no acusarme de todo ni de nada, animarme a decir y a sentir sin creer que daño a alguien con lo que digo y siento. Reparto ajenidades, me hago menos cargo, me cargo menos de culpa. Suena re pedorro tipo cartel de autoayuda pero es difícil y necesario.

Hola, Dic

 Diciembre: Tratando de no sufrir por costumbre, de brillar sin culpa y de dejarle a cada quien que se haga cargo de la parte de mierda que mi felicidad le activa.

Hoy ensayo de cante







 

Flores bajo la lluvia













 

Fotos de mis emprendimientos






 

sábado, 29 de noviembre de 2025

Enamorada de Carol y Therese

 "Therese había intentado hablarle de su trabajo en el Black Cat Theater. Eso era

algo, pensó, era lo único importante que podía contar de sí misma. Pero aquél no era

el momento. Le contestó despacio, intentando parecer tan distante como ella, aunque

notaba su propio embarazo al hablar.

—Supongo que es algo educacional. Aprendí a ser ladrona, mentirosa y poeta al

mismo tiempo. —Therese recostó la cabeza en el respaldo de la silla para que le

llegara la luz del sol. Le hubiera gustado decir que también había aprendido a amar.

Antes de Carol no había querido a nadie, ni siquiera a la hermana Alicia.

—¿Cómo te convertiste en poeta? —Carol la miró.

—Supongo que sintiendo demasiado las cosas —le contestó Therese muy

consciente.

—¿Y cómo te convertiste en ladrona? —Carol se chupó el pulgar y frunció el

ceño—. ¿No te apetece un poco de pudin de caramelo?

—No, gracias. Todavía no he robado, pero supongo que es fácil. Hay carteras por

todas partes. Sólo hay que cogerlas. A una le roban hasta la carne… —Therese se rió.

Una podía reírse de eso con Carol, una podía reírse de cualquier cosa con Carol.

Comieron pollo frío troceado, salsa de cangrejo, aceitunas verdes y crujiente apio

blanco. Pero después de la comida Carol la dejó y se fue al salón. Volvió con un vaso

de whisky y le añadió agua del grifo. Therese la observaba. Luego, durante un largo

momento, se miraron la una a la otra, Carol de pie en el umbral de la puerta y Therese

en la mesa, mirando por encima del hombro, sin comer.

—¿Conoces a mucha gente así, desde el otro lado del mostrador? ¿No te importa

hablar con cualquiera? —le preguntó Carol con calma.

—Claro que sí —sonrió Therese.

—¿Te vas a comer con el primero que pasa? —Los ojos de Carol centellearon—.

Podrías encontrarte con un secuestrador. —Le dio vueltas a la bebida en el vaso sin

hielo y luego se lo bebió. Sus finas pulseras de plata tintineaban contra el cristal—.

Bueno, dime, ¿has conocido a mucha gente así?

—No —dijo Therese.

—¿No muchos? ¿Sólo tres o cuatro?

—¿Como a ti? —Therese sostuvo firmemente su mirada.

Carol la miró fijamente a su vez, como si exigiera otra palabra, otra frase de

Therese. Luego dejó el vaso sobre la estufa y se dio la vuelta.

—¿Sabes tocar el piano?

—Un poco."

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Carol, de Patricia Highsmith

 "Otra vez le llegó a Therese el levemente dulce olor de su perfume, un olor que le

sugería una seda verde oscuro, que parecía propio de ella, como el aroma de una flor

especial. Therese se inclinó para acercarse más al olor, con la vista baja posada en su

vaso. Le hubiera gustado apartar la mesa y echarse en sus brazos, enterrar la nariz en

el pañuelo verde y oro que rodeaba su cuello. Una vez, sus manos se rozaron por el

dorso en la mesa y Therese sintió que aquella parte de su piel revivía y casi ardía.

Therese no comprendía lo que le estaba ocurriendo, pero era así. La miró, ella había

vuelto el rostro ligeramente, y otra vez tuvo la sensación de conocerla de algo. Y

también supo que no podía tomar en serio aquella sensación. Nunca había visto a

aquella mujer. Si la hubiera visto, ¿habría podido olvidarla? En el silencio, Therese

sintió que las dos esperaban a que la otra hablase, aunque el silencio aún no era

embarazoso. Llegaron sus platos. Era una humeante crema de espinacas con un huevo

encima, y olía a mantequilla.

—¿Cómo es que vives sola? —le preguntó la mujer, y antes de darse cuenta

Therese ya le había contado su vida.

Pero sin caer en aburridos detalles. En seis frases, como si le importase tan poco

como una historia que hubiera leído en alguna parte. ¿Y qué importaban los hechos

después de todo? ¿Qué importaba si su madre era francesa, inglesa o húngara, o si su

padre había sido un pintor irlandés o un abogado checo, si había tenido éxito o no, o

si su madre la había presentado al colegio de la Orden de Santa Margarita como una

criatura difícil y llorona, o como una niña de ocho años igualmente difícil y

melancólica? ¿Qué importaba si había sido feliz allí? Porque en ese momento era

feliz, su vida empezaba aquel día. No necesitaba padres ni pasado.

—¿Hay algo más aburrido que la historia del pasado? —dijo Therese sonriendo.

"

Con mi golcito al rescate de libros desamparados



































 

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...