Quién fue Selma Lagerlöf, la primera mujer que recibió el Premio Nobel de Literatura
La escritora sueca fue una activa militante por los derechos de las mujeres. En el camino para llegar al galardón, enfrentó una larga lucha contra los prejuicios de la época y se convirtió en una referente por la defensa de los derechos humanos y la igualdad
Hace 110 años, en marzo de 1909, la escritora sueca Selma Lagerlöf recibía en su casa la noticia de que la Academia Sueca había decidido otorgarle el premio mayor a una mujer. Tras años de reclamos y con cinco nominaciones en su haber Lagerlöf se convirtió en la primera mujer en la historia en recibir el Nobel de Literatura y la tercera en ser galardonada con un Nobel detrás de Marie Curie (Física, en 1901) y Bertha von Suttner (Nobel de la Paz, 1905).
¿Por qué tanto revuelo a la hora de decantarse por esta escritora? En primer lugar, por ser mujer. El director de la Academia Sueca en esa época –Carl David af Wirsén– opinaba que estos premios debían recompensar solo a hombres. Si a su género sumamos que Lagerlöf era una activista feminista y militante del movimiento sufragista sueco podemos imaginar a los académicos de principios del siglo pasado agarrándose la cabeza mientras se negaban a premiarla.
Selma Lagerlöf (1858/1940) nació en Mårbacka -ciudad cercana a la frontera con Noruega-, en una familia de clase acomodada que con los años perdería dinero y alcurnia. Decidida a trabajar, su única opción en la Suecia de finales del 1800 era ser maestra. La docencia y la escritura -vocación surgida en su infancia tras la lectura de la novela Oceola de Mayne Reid– fueron de la mano hasta que consiguió mantenerse económicamente a través de la literatura.
A la lectura iniciática de Reid, se fueron sumando antes de la adolescencia textos de Andersen, los hermanos Grimm, Alejandro Dumas (padre), Walter Scott, Shakespeare, Lord Byron y Goethe, entre otros. Con este recorrido literario a cuestas comenzó la construcción de sus propias historias.
La leyenda de Gösta Berling (1891, editado en castellano en 2004 por la editorial española Akal ), Jerusalén (1902, editado en castellano en 2005 por Ediciones B) y El maravilloso viaje de Nils Holgersson (1906, editado en castellano en 2006 también por Akal) fueron algunas de las obras que fueron tenidas en cuenta por la Academia Sueca al otorgarle el Nobel "en reconocimiento al elevado idealismo, la vívida imaginación y la percepción espiritual que caracterizan sus escritos".
En su discurso de agradecimiento al recibir el premio, Lagerlöf se declara una deudora de su padre y de todos aquellos que de una u otra manera -a través de la narración de leyendas, de las lecturas acercadas y las canciones entonadas en todos los espacios- la hicieron enamorarse de la literatura y la incitaron a narrar, con su propia y potente voz, aquellas historias a través de las cuales reflejó la vida cotidiana de sus vecinos y sus coterráneos, como así también la crónica de grandes hazañas convertidas en ficción. En este discurso – uno de los pocos que han cobrado fama y es citado frecuentemente-también agradece a la escritora Sophie Elkan -amiga y compañera de viajes y aventuras a quien dedica su novela Jerusalén-, a otros escritores a quienes ha leído a lo largo de su vida e incluso a sus lectores a quienes considera la razón final de su escritura.
En este discurso en Estocolmo, frente a los académicos que la premiaron y a los reyes suecos, Lagerlöf decide presentarse a sí misma y a su propia historia como ese personaje que todos en Suecia imaginan detrás de sus textos: una narradora humilde, dulce, que refleja en sus novelas la belleza y el esforzado espíritu sueco, con la sencillez necesaria para que todos -grandes y chicos- puedan conocer la grandeza de su país y su gente. Pero detrás de esa imagen idílica que la pinta como una cuentista dulce y emotiva, una tía solterona dispuesta a leer a sus sobrinos para que concilien el sueño, hay una mujer que tuvo que lidiar con numerosos y variados obstáculos para poder llevar adelante su profesión.
Su padre, ése a quien amorosamente dedica su discurso –"Camino a Estocolmo pensé en mi padre y sentí una honda pena de que haya muerto, y que no podría ir a contarle que he ganado el Premio Nobel. Sé que nadie más habría estado tan contento como él de recibir esta noticia"-, a quien agradece por poder estar en ese lugar recibiendo tamaña distinción era alcohólico y esta afición hacia la bebida terminó en la bancarrota de su familia. Este hombre a quien agradece el haberla guiado en su descubrimiento de la literatura se oponía tenaz y ferozmente a que Selma continuara con su educación. Esa solterona que justificaba su falta de pretendientes en una cojera que la aquejaba desde muy pequeña en realidad nunca había estado interesada en ninguno de aquellos hombres que la cortejaron. Ni en esos ni en ninguno. Sus largas, profundas y ocultas relaciones amorosas con algunas de las mujeres que la acompañaron a lo largo de su vida eran rechazadas por la sociedad sueca de su época.
Tras la bancarrota de su familia, la pérdida de la casa en la que había nacido y crecido -que logrará recuperar años más tarde gracias a las ganancias provenientes de sus libros- y la muerte de su padre, la autora se traslada a Landskrona, ciudad portuaria en la cual dictará clases y comenzará a relacionarse con mujeres del incipiente movimiento feminista sueco. Una de las más importantes amistades forjadas en esa época es Elise Malmros, una empleada bancaria preocupada por los problemas sociales y activista feminista, quien le mostrará una realidad llena de pobreza, alcoholismo, discriminación hacia la mujer e ignorancia.
Tras verse reflejada en algunas de estas desgracias la necesidad de hacer algo para enfrentarlas empieza a germinar en Selma. Por un lado, y en un futuro no muy lejano, estos serán temas recurrentes en sus textos. Por otro enfrentará con todas las herramientas a su alcance a quienes buscan perpetuar las diferencias de clase y género, defendiendo y apoyando a las víctimas tanto emocional como económicamente.
A partir de Malmros y teniendo a mano a una ciudad de la trascendencia cultural de Copenhague, Selma Lagerlöf amplía su círculo de conocidos y relaciones, trabando grandes amistades de mutua admiración con numerosas mujeres pertenecientes a distintas ramas del feminismo. En 1888 la baronesa Sophie Adlersparre -figura principal del movimiento feminista sueco- la invita a visitarla y en este encuentro la convence de desarrollar su obra en prosa. Con esta recomendación en mente termina de darle forma a los primeros capítulos de La saga de Gösta Berling y los envía a un concurso del destacado periódico cultural sueco Idun, el cual ganará.
El premio de este concurso y un subsidio por parte de la baronesa Adlersparre le permitirán dedicarse completamente a la literatura. También de la mano de dos reconocidas feministas danesas es que La saga de Gösta Berling, que había recibido un tímido recibimiento tras su publicación, logra salir a la luz. Ida Falbe-Hansen (traductora de su obra al danés) y Sophie Alberti (miembro de la Asociación Femenina de Lectoras) le aconsejan presentar su libro al destacado crítico literario Georges Brandes. Brandes queda maravillado con el trabajo de la sueca y publica una brillante y apasionada reseña en unos de los periódicos más importante de la época, dándole a Selma Lagerlöf el espaldarazo que necesitaba para que su obra fuera leída y, a partir de ese momento, admirada y reconocida. La vida de Selma comienza a tomar su forma definitiva: escritora, feminista y activista social y política.
Como decíamos algunos párrafos atrás, la obra de Lagerlöf habla sobre historias personales e individuales, son reflejos de la vida cotidiana, de aquellas existencias traspasadas por el sufrimiento. La lucha por sobrevivir y salir adelante es el objetivo fundamental de sus personajes. La autora sueca no era cultora de la hoy llamada literatura del yo, pero si fue una gran narradora de lo que ocurría a su alrededor y sobre estas realidades -incluyendo sus propias vivencias- construyó sus historias de ficción. Esas historias que fueron consideradas por el académico sueco Claes Annerstedt como un reflejo "peculiar y original del carácter y de las actitudes de sus personajes, en los cuales todos nosotros nos reconocemos".
Este reconocimiento hacia el otro, del sufrimiento y la necesidad de sus pares, la convirtió en esa activista que utilizó todos sus recursos para defender y apoyar a quienes la necesitaron, entre quienes se contaron numerosos intelectuales que lograron escapar de la persecución del nazismo gracias a sus esfuerzos. Entre aquellos que lograron salvar sus vidas gracias a la mediación de Selma Lagerlöf se encuentra la poeta alemana Nelly Sachs, quien consiguió huir de Berlín junto a su madre por medio de un salvoconducto que la sueca logró gestionar para ellas. Sachs sería merecedora del Nobel de Literatura en 1966 y el recuerdo y agradecimiento a Lagerlöf fue el punto central en su discurso de aceptación.
Lagerlöf fue una mujer llena de claroscuros, con una vida atravesada por la lucha en pos de los derechos de las mujeres y contra los totalitarismos. El 16 de marzo de 1940, agotada por el esfuerzo que le implicó organizar y dirigir la ayuda a los refugiados fineses en plena Guerra de Invierno contra Rusia, Selma Lagërlof murió en la casa familiar de Mårbacka a los 81 años, dejando tras de sí una obra literaria y un legado humanitario imprescindibles.
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