domingo, 10 de junio de 2012

Para hacer una mujer dormida necesito una tía con tus cojones

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“Todo es más fácil que suceda en el lenguaje”
07-06-2012 |

Gabriela Cabezón Cámara participó en una entrevista pública a cargo de Flavia Pitella.

Desgrabación: FP.




Flavia Pitella: Buenas noches a todos, bienvenidos al cuarto encuentro de “Hablemos de tu libro”. Hoy estamos con Gabriela Cabezón Cámara, periodista y escritora, estudió Letras en la UBA. Ha publicado relatos en diversas revistas literarias y en 2006 participó de la antología Una terraza propia. Actualmente trabaja para diversos medios gráficos de la Argentina. La virgen cabeza es su primera novela y es el libro sobre el que vamos a hablar hoy. Pero acaba de publicar su segunda novela, una nouvelle, Le viste la cara a Dios, que salió en formato electrónico, y sobre la cual me gustaría referirme. Comienzo con una pregunta que tiene tres opciones para que desarrolles como quieras: ¿la escritura surge como necesidad, como medio o como transformación?

Gabriela Cabezón Cámara: Las tres cosas. Por qué necesita uno escribir: qué sé yo. Probablemente esa necesidad es un medio para una transformación. Necesitás hacer algo en el mundo, una marquita chiquitita, lo que sea. Para un herrero podría ser el terminar bien una herradura. Por qué uno necesita escribir en vez de hacer herraduras, no sé.

¿Dedicarte a escribir tuvo que ver con el periodismo?

No: fui periodista mucho después. Y porque se hacía escribiendo; de hecho creo que en la tele me costaría muchísimo. Quería escribir, quería leer. Cuando era chiquita estaba todo el tiempo molestando a mi madre, preguntándole qué letra es esa, en ese cartel, cuál es esa… La tenía harta. Al final me enseñaron y me gustó. ¿Viste que cuando uno es chico le gusta aquello que le sale fácil y por lo que es festejado? A mí me salía bien escribir. Las maestras me querían, me ponían un diez y yo me quedaba contenta. Por otro lado me la pasaba leyendo. Era algo natural con respecto a otras cosas que no me salían como la educación física. Era eso: salía fácil y me daba mucho placer. También me daba mucho placer dibujar pero no me salía tan fácil.

O sea que hay mucho de placer en el origen. Digamos, una búsqueda de sentirte bien, de encontrarte.

Lo que se lee y lo que se pueda escribir después –pero en mi caso empezó con lo que leí– es tu mundo y de nadie más. Ahí no entra nadie, no te jode nadie. En general era mucho más interesante que lo que me rodeaba. Además leía literatura de aventuras del siglo XIX, que es mucho más interesante… Esos viajes en barco, esas proezas.

¿Cuál fue el libro de tu infancia que te rompió la cabeza?

Tom Sawyer, todos los de Sandokan. la Biblioteca Robin Hood, los de Stevenson, los de Swift, Jack London. Y también un poco de ideología progresista decimonónica, como Salgari o London.

¿Y cuando fuiste más grande?

Bueno, ahí estalla.

Elegime tres.

Dostoievski, Perlongher y Lamborghini. A los dos últimos les haría mucha gracia que alguien los pusiera con Dostoievski, pero bueno.

¿Y en este momento qué tenés en la mesa de luz?

Como treinta libros. Ahora el que más arriba tengo es el de Damián Selci, Canción de la desconfianza, que lo acabo de terminar. Me gustó mucho. Es una prosa súper inteligente, súper lúcida. El fin de semana estuve visitando a cierta gente y los miraba pensando si no serían los Esclarecidos. Ese es el último, pero tengo como cuarenta. Tengo algunos los leo todo el tiempo, como el de Jacopo della Voragine, que es tan gracioso ese libro que cada tanto vuelvo.

¿Te gusta más reírte o llorar con la literatura?

Es difícil que llore, por lo menos con los libros. Desde que era niña que muy difícilmente.

¿Sos lectora compulsiva?

Sí. Casi todo lo hago compulsivamente.

¿También escribir?

No.

¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Cómo sería un día de escritura de La Virgen Cabeza?

Diría que era un día excepcional, que había estado seguramente tres meses antes tratando de levantarme y escribir y no había podido, que me había levantado todos los días al mediodía. Y que tal vez si arrancaba bien, cada capítulo haya sido un día, dos, tres de inspiración hasta que después la perdía. Inspiración en el sentido de esa música que sentís cuando estás escribiendo y sentís que está bien, que te va llevando. Eso: cada tanto me sale que un día puedo. Ahora estoy tratando de ser más disciplinada. Hoy, por ejemplo, entrevisté a Aurora Venturini, fue muy interesante. Me dijo “nunca, jamás pasé un día sin escribir”. Aurora Venturini es otra clase de escritora.

¿Corregís mucho?

Corrijo poco. Como me cuesta tanto ponerme, para cuando me sale ya está, cae con cierta estructura.

Me gustaría meterme en la novela. La Virgen Cabeza, en muy resumidas cuentas, es la historia de una periodista que va en busca de una nota fantástica para ganarse un premio y se mete en una villa a entrevistar a una travesti que se llama Cleo. Cleo abandonó la prostitución porque ahora habla con la Virgen; se convierte en una especie de santidad villera. Y es una hermosa historia de amor entre ellas. Como lectora, se me ocurre que Cleo aparece transparente en tu proceso de escritura, lo mismo que Qüity, pero es no tan así la historia de amor. La historia de amor ¿nace temprano o la vas descubriendo más adelante, en el proceso de escritura?

Adelante, tenés razón. Un tiempo después de empezar. En realidad la primera narradora era una especie de Qüity pero mucho más paranoica. Era un mundo más de distopía en el que los Estados Nacionales habían caído y gobernaban las grandes corporaciones, en el que no había otra ley que la de la empresa. Un poco como el de ahora pero peor. Era una historia bastante paranoica y este personaje era una asesina. Cambió mucho. En algún momento, no sé por qué, apareció la voz de esta travesti contando la historia y esa voz y ese personaje me hicieron rever lo que estaba haciendo. Lo dejé y cambió radicalmente porque es un personaje amoroso que no tenía cabida en ese mundo tan paranoico. El mundo en el que ellas viven tampoco es un paraíso, es un mundo duro, pero el otro era una cosa espantosa. No me salió violento; me gustó, y entonces seguí con esto.

La violencia en la novela la encarnan siempre los periféricos a la historia, que, además, en general, son hombres. ¿Ahí hay una declaración de principios?

No, no es una declaración: en general son hombres porque en general los hombres tienen el poder. Supongo que nos dan cincuenta años más… Mirá Condoleezza Rice: somos tremendas hijas de puta, solo que en general son varones. Y en el caso de la esclavitud sexual, sí: son tipos. Es así. Por ahí en cincuenta años más es todo horrible y nosotras también hacemos lo mismo. Pero hasta ahora funciona así por motivos históricos muy concretos de concentración de poder.

La relación amorosa entre Qüity y Cleo es un giro de tuerca bastante interesante. En una entrevista vos decías que la lengua es un lugar donde existen todas las posibilidades de relaciones humanas. Eso queda claro en la novela, es una relación entre dos personas que se aman profundamente y que crean una familia y un lazo de unión bastante fuerte, a pesar de que la sociedad no las hubiese puesto nunca juntas ahí. Uno no sabe qué hacer.

Sí en un punto es más fácil que eso suceda en el lenguaje, porque todo es más fácil que suceda en el lenguaje que en la realidad. Pero hay historias así de queer. Y la historia de amor entre ellas se me ocurrió cuando pensé que debía morir ese niño que tenían medio adoptado sin ser pareja. Pensé que ante una muerte tan atroz y tan dolorosa como la de un nenito, y un nenito que vos estás criando, además, probablemente llevaría a saltar ciertas barreras. En la potencia de creación que tienen las dos, pensé: esto puede ser una historia de amor, en términos sentimentales y físicos.

Hay mucho de identidad social en la novela. Hay algunos personajes estereotipados y otros totalmente afuera del estereotipo. ¿Qué rol juega para vos la cuestión de la identidad en la escritura?

¿Sabés que no es algo en lo que piense mucho? Sí me doy cuenta de que después queda escrito.

Se agradece eso en una novela tan marcada socialmente porque uno espera los estereotipos y no están, pero sí están las identidades: la policía corrupta, el amor más allá de cualquier barrera, la cuestión de la pertenencia a un lugar…

Sí, hay un policía que es muy copado. Me parece que un trabajo decente de un escritor es tratar de no escribir con estereotipos, tratar de desarrollar un poquitito. Ponele un poco de onda. Si te vas a poner a crear un personaje lo tenés que pensar un poco. Y si vas a jugar con el estereotipo, tenés que jugar con los estereotipos como hace Selci, que inventa estereotipos y juega con eso. Pero eso ya es un desarrollo y una sofisticación… Uno puede coparse hoy y hacer un detective con pipa y piloto, pero tenés que buscarle una vuelta de tuerca. Los personajes tienen que estar desarrollados de manera que no respondan al estereotipo mediático, inclusive.

Claro, porque puesta la novela en una villa, con una marginalidad tan clara y tan bien descripta, lo que se agradece es precisamente que no sea solo la descripción de lo que uno mira en la televisión en esos programas sensacionalistas. Por ejemplo el lenguaje usado por los personajes no es un lenguaje “tumbero”, que no estaría mal, pero cosas como esas iluminan y engrandecen a los personajes.

Eso depende cómo se haga. Lo que hace Oyola en Chamamé, ¿viste que es re tumbero?, y es alta poesía. Yo no la tengo tan clara con el lenguaje tumbero como para hacer poesía.

¿Todo texto es autobiográfico?

En cierta medida sí.

¿Y qué hay de vos en Qüity?

¿Por qué no me preguntás qué hay de mí en Cleo?, te iba a contestar una guarangada. En Qüity hay ese gusto por lecturas clásicas, cierta cosa medio pelotuda en el sentido de un racionalismo muy estereotipado. Yo tengo esa cosa medio boluda, una mirada un poco estandarizada; todo el tiempo trato de salirme pero a veces me cuesta. El esfuerzo que se hace es decir: salgamos de acá, no es todo tan obvio, no lo sé antes de vivirlo, no lo sé antes de hablar con alguien. Esa tendencia a tener el mundo más o menos clasificado antes de entrar es algo que yo tengo. Diría que esas dos cosas. Y cierto grado de una especie de soledad.

¿Y un poco de cinismo?

Es parte de esa mirada que tiene todo calificado.

Nosotros no escuchamos lo que la virgen le dice a Cleo. Sabemos la interpretación o la respuesta que le da Cleo. Las preguntas, los cuestionamientos o las preguntas que le hace Cleo a la virgen son en respuesta a un texto ausente en la novela. ¿Vos la escuchabas o cómo lo construiste?

No, no la escuchaba. Estuve leyendo bastante a los místicos, a Santa Teresa, a San Juan, pero yo no escucho. Lo que le dice es lo que yo supongo a partir de todos los lugares comunes, como lo que le dice la virgen a esta persona que está en San Nicolás, o a los niños de Lourdes, cosas que fui leyendo. Y también los construí con cosas que yo me imaginé que podría decir, con las cosas básicas del catecismo.

¿Vos estuviste en contacto con gente que vive en lugares marginales o te metiste un poco para ver? Porque está muy bien descripto.

No. Yo viví en una relativa situación de relativa marginalidad unos cuantos años, no en el sentido de vivir en una villa, pero en otros, y con eso alcanza en un punto. Aparte es una experiencia muy cercana a todos nosotros, aunque nos parezca lejana. Vos conocés a personas que viven en villas, hablás con ellos, ves las villas. Hoy vine por la autopista Buenos Aires – La Plata, que está bordeada por toda una villa larga, y no es otro planeta, son lugares que ves y gente con la que hablás seguramente varias veces por día todos los días, salvo que no salgas. Un porcentaje muy importante del país vive en esas condiciones, no son tres gatos locos. Es algo muy cercano, en 2001 también se notaba. Veías a tipos haciendo cola en los comedores con traje y corbata, que evidentemente habían sido bancarios u oficinistas hasta hacía tres meses y estaban ahí. La distancia es chiquita.

Hay ciertos planteos que hacés con respecto al dolor, al sufrimiento, que se repiten de una manera muy particular en las dos novelas. Hay una escena muy parecida que es la del tiro de gracia. Qüity se encuentra con una chica que se está prendiendo fuego en medio de una autopista y decide pegarle un tiro en la cabeza para que pare de sufrir. La misma escena ocurre en Le viste la cara a Dios cuando La bella se encuentra con una compañera de prostíbulo que la han lastimado a tal punto, que a la chica le late el corazón pero es lo único que le queda. Le dan un arma y también le pega un tiro en la cabeza para calmar el dolor. Son dos escenas tremendas. Contanos un poco.

No sé por qué esa recurrencia. En un caso la decisión de dar el tiro de gracia es del personaje y en el segundo caso la obligan, ella tal vez preferiría no hacerlo. Como el personaje está en un trance místico, la ve llegar al cielo y sentarse a la diestra del Señor, y dice bueno, está mejor a la diestra del Señor que abajo de todos esos otros señores. Pero no sé, se ve que estoy a favor de la muerte digna. No, no sé. Hay algo con terminar el dolor que no podría explicar por qué. Algo que querré matar. Algo que preferiría que no sucediera. No sé por qué uno puede querer matar el dolor del otro cuando ya es tan insoportable. En general lo que uno hace todos los días es ignorarlo alevosamente, yo incluida. Lo atroz que acontece de una manera muy cotidiana. Hay algo con el dolor del otro que uno no sabe qué hacer.

Intervención del público: A mí me dio la impresión de que le corta el dolor al otro, pero por anticipado corta lo que puede ser su propio dolor. Por eso quizás mata su futuro. Esa fue mi interpretación.

Es en defensa propia. Tengo la misma impresión. No es algo que tenga pensado y sobre lo que pueda decir mucho, pero hay algo como de la defensa propia: hasta acá se llegó. También hay algo de lo sacrificial como instancia de pasaje a otra cosa. En los relatos míticos suele suceder que después de un sacrificio se pasa a otra pantalla o a otro estado. Hay una transformación en el personaje o en las circunstancias del personaje.

Sí, los dos personajes que ejecutan, en el sentido de que toman el arma y disparan, se transforman después de eso. Los vientres toman un lugar muy interesante en tus novelas. ¿Qué es lo que te pasa a vos con idea del vientre y de parir que está tan presente en tu obra?

Es algo que yo decidí no hacer hace muchos años y es algo importante en la vida de todos: como imagen, como imperativo, como deseo o como no deseo. En la vida de una mujer, por lo menos por cómo se han dado las cosas hasta ahora, es algo muy importante parir, no parir. Y la gestación como imagen de creación de cualquier cosa también es importante. La sensación de inminencia por elementos que se van juntando te da una imagen de vientre que ya va mucho más allá de la biología.

Lo que yo sentía cuando leía es que para estas mujeres es como un centro de poder.

Bueno, en el caso de una, que es una persona esclavizada en la red de trata, guardar en su interior, generar un espacio, aunque sea mínimo, de puro odio que le sirva para poder resistir y poder rebelarse, es el único poder que puede tener. Si entrega ese espacio de odio, ya está, ya fue, es una momia en manos del otro. Y en el caso de la otra, ¿qué poder?

De centralidad. Un estar parado en un lugar central de todo.

Es verdad, ahí ella está en un primer plano total. Aparte es como el nudo de la historia. Como Ulises en la isla queriendo volver a casa.

¿Qué te lleva a escribir un relato tan pornográfico como el de Le viste la cara a Dios?

Me llamó una amiga española, divina, que va a estar acá la semana que viene, se llama Cristina Fallarás, y me dijo: “mira, guapa, tenemos estas consignas para hacer estos libros, me gustaría que vos hicieras uno, yo quiero que vos hagas La bella durmiente”. Le contesté “¿por qué yo La bella durmiente?”. Y me dice “porque para hacer una mujer dormida y que eso tenga garra necesito una tía con tus cojones”. Ah, bueno. Está bien. Es muy persuasiva.

Es muy desgarrador por la crudeza de la verosimilitud del relato. No deja de ser ficción, pero parece una chica con una grabadora en esa situación.

Yo traté de imaginarme en esa situación. Tampoco era tan difícil porque habiendo leído todo lo que leímos sobre Auschwitz, sobre los secuestrados en la ESMA, habiendo leído a Pilar Calveyro en su libro Poder y desaparición –qué librazo–, suponés que además de que te tienen encerrado, además de que estás desaparecido, te garchan todo el puto día y te usan nada más que de carne, ni siquiera de fuente de información, nada, nada, nada. Me puse a imaginar y a tratar de sentir eso, y tiene que ser un horror.

Tengo unas ejercidio: te voy a decir unas palabras y me gustaría que me contestes con una sola palabra que se te ocurra.

Dale.

Sexualidad.

Paz.

Identidad.

Pasión.

Mujer.

Lindo.

Margen.

Grande.

Travestismo.

Yo.

Periferia.

Centro.

Poder.

Centro.

Hombre.

Blanco.

Negro.

Hombre.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/23174#more-23174

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