A propósito de El año del desierto
(Tomado de http://www.piedepagina.com/numero12/html/pedro_mairal.html )
Por Pedro Mairal
En el 2001 hubo una crisis en la Argentina, que para la gente de más de 45 años habrá sido una más, pero para mi generación fue la primera. De pronto ese modelo económico, esa ilusión de que nos acercábamos al primer mundo, se derrumbó, se cayó como un telón, y vimos que detrás estaba el basural, la tierra baldía. El Presidente huyó de la casa de gobierno en helicóptero. En diez días tuvimos cinco presidentes que fueron renunciando uno tras otro. Yo tenía mi dinero en el banco para comprarme una casa y los bancos quebraron y el dinero se esfumó en el aire. La explicación que se nos daba era que el dinero simplemente no existía más, o mejor dicho, nunca había existido, porque había pasado como en el juego de la silla: cuando se apaga la música y todos reclaman su silla, alguien se queda de pie. En el 2001 la musiquita funcional de los nuevos shoppings se cortó de golpe. Y ahí quedamos de pie muchos argentinos, sin entender bien qué había pasado, y con la licuadora comprada en cuotas bajo el brazo.
Quizá fue esa situación social, esa velocidad de cambio, esa revuelta, y la desaparición de mi casa y del proyecto de mi casa, lo que me llevó a imaginar un país que se iba borrando poco a poco. Pero no estoy seguro de que haya sido ese el detonante. También pudo haber sido la enfermedad progresiva de mi madre lo que me dictó la historia de esta intemperie que avanza. O quizá la posibilidad que se me presentaba en ese entonces de irme a vivir fuera del país. Como un miedo primario, inconciente, de que si me iba, si me exiliaba, la Argentina dejaría de existir (al menos para mí). No lo sé. Hablo de esto como se habla de un sueño cuando uno ya está despierto.
La cuestión es que una mañana me cayó la idea de la novela en la cabeza, me fulminó como un rayo. Quedé tumbado en la cama mientras el cerebro hacía todas estas conexiones sin parar, como si la historia, como un virus, me usara el cerebro para ramificarse y ampliarse. Me imaginé qué pasaría si toda la historia argentina retrocediera –en un solo año– hacia su fundación, si la ciudad fuera reduciéndose al tamaño del pueblo que alguna vez fue y luego fuera sólo un pastizal. Pensé en el personaje de una mujer que atraviesa el vendaval imparable del tiempo en rewind. La intemperie avanza borrando gradualmente la ciudad y las costumbres civilizadas, y mi personaje va entrando, poco a poco y con resignación, en la barbarie como si fuera todo parte de una misma crisis: primero pierde su trabajo de secretaria en una de esas torres financieras del centro, deambula, trabaja de enfermera, trabaja en limpieza, va perdiendo todos sus derechos (todos los derechos que ganó la mujer en el siglo xx), entra en la prostitución, comete un crimen, huye y parece perderse entre las nuevas tribus precolombinas y los malones. Quería mostrar la eterna crisis argentina pero potenciada hasta la destrucción total, hasta que sólo quedan el desierto y una voz para contar la historia.
Me llevó un año escribir la novela y otros dos años corregirla. Durante ese tiempo investigué y escribí todos los días. Investigaba la cronología del progreso, la inmigración y el crecimiento argentinos para hacer lo inverso en mi novela. Me metí en el pasado, pero terminé, sin proponérmelo, mostrando más el presente o incluso el futuro. Porque todos esos estados de deterioro se encuentran ahora presentes en la Argentina, por más de que hoy en día, a mediados del 2007, la situación social no esté tan convulsionada. Ahora mismo conviven los parches de primer mundo, amurallados y paranoicos, con la ruina casi medieval de los hospitales públicos, con la emigración de la clase media que se exilia al hemisferio norte en busca de oportunidades, con las villas miserias y los ranchos donde la gente vive en condiciones prehistóricas. Todo está presente ahora. Quizá yo no hice más que hacer pasar linealmente a un personaje a través de cuadros o situaciones cada vez menos civilizadas, pero que conviven hoy en día en la zona del Río de la Plata. Por supuesto que en la novela hay un correlato con la historia nacional, pero contada más desde la pesadilla de la historia y también desde mi confusión de mal estudiante, una historia con lagunas, mal aprendida, o en todo caso aprendida a mi manera, aprendida al revés.
(El año del desierto, Interzona, 2005)
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