Impureza
de Marcelo Cohen
Tomado de http://escupiendolasopa.blogspot.com/2008/04/impureza-de-marcelo-cohen-el-futuro.html
El futuro aterrizó abruptamente. Cayó como un gigantesco meteorito dejando una ciudad-cráter que ha levantado un muro hacia el pasado. De algún modo esa es la carta de presentación de Impureza (Norma, 2007), la última novela de Marcelo Cohen: Lamarta se luce como un mundo rebalsado, fosilizado, sin espíritu, en el que no cabe un alfiler de ilusión, y “la alianza entre tecnología y culto religioso” construye una imagen de plenitud somnífera.
Duermevela que se rasga sólo con canciones populares, melonches y meringüeles, que revelan un pasar violento y miserable.
Los únicos restos arqueológicos del mundo anterior son el ritmo y la poesía del tango, que llegan a Neuco, el protagonista de la historia, como oráculo de un mundo sepultado que se hace notar en vibraciones y movimientos incómodos. Las canciones que salen de una rockola olvidada en el último rincón de la gasolinera Gasomel, como ráfagas de aire fresco dentro de un automatismo agobiante, revalidan las tonalidades de la existencia que recorren la novela: el dolor, la memoria, la venganza, el arrepentimiento y la muerte.
En aquel futuro realista, yendo hacia el suburbio está Lafiera, con asentamientos de chapa, ranchos, baldíos, huelgas, hambre y marginación. Y aunque la tensión de un continuo punto terminal al borde del estallido abraza cada pormenor de la vida, todo sigue su marcha, siempre al filo.
Impureza es un libro que se abre a un futuro del cual nuestra actualidad podría ocupar tranquilamente la víspera. Es una exaltación de los malestares y signos más precisos de nuestro tiempo, sin acudir nunca al ridículo.
Tendencia de los noventas para aquí, la de representar la vida posmoderna desde el punto de partida del sin sentido. Cohen no se queda con la bizarría, sino que la elude y lleva un puñado de los elementos contemporáneos más perversos a la construcción de un devenir. No los rechaza ni cancela, los deja en su cauce, e intenta seguir su trayecto para contárnoslo.
Y en aquél futuro también existe una dictadura de la memoria que deposita un hallazgo de vanguardia: el desgaste y la destrucción del recuerdo a partir de la clonación y divulgación de iconografías, es sustituido por un tecnológico arte abstracto y conceptual. Verdey Maranzic, bailarina del pueblo y las alturas, posee un santuario póstumo, en el que no hay ni una sola foto suya. La tecnología la emula sin acudir a su retrato.
Pero por más que Verdey fuera una diosa rubia, se culpaba en vida de impureza, de una zozobra innata tatuada en la pigmentación de la piel. Y allí aparece la pregunta sobre los caminos posibles a la salida de la marginación: Abrán “Chita” Baienas lo consigue salvajemente mediante la música y fama; Neuco, lo logra al menos subjetivamente a partir del aprendizaje, el descubrimiento, y el pulcro cuidado de la intimidad. Pero Neuco está incompleto, porque a pesar de su amor por Verdey, a pesar de tenerla toda para él, prefiere no bailar, y en Impureza el baile se nos presenta como el contacto con todo lo que la vida tiene de pre-lingüística.
Aunque Neuco piensa y sabe que las palabras no alcanzan para describir sensaciones, Cohen hace estremecer las palabras en un órgano narrativo en el cual cada una de por sí pasa a ser demasiado pequeña para merecer reparo, y sin embargo la ausencia de cualquiera de ellas dentro de la totalidad que conforman, desmoronaría el continuo de sensaciones.
El autor conquista la emoción por dos flancos que se potencian: a través de subterráneas percepciones que parecen bucear dentro de la materia y los nervios, y a la vez, por el gustoso sonido de su prosa, por lo impalpable que sus signos descargan, por la música que se apropia del lector esté el libro abierto o en reposo. Es la experiencia de un vuelo narrativo admirable, que se ancla repentinamente en puteadas o lunfardo, como lianas que tironean el agua de las nubes para volver barro la tierra.
Son esos libros que corroboran que no hay distinción entre ficción y realidad, sino que la ficción es un elemento intrínseco de lo que llamamos realidad. Un libro que funda la necesidad de que nunca acabe, que inaugura un plano –al igual que Donde yo no estaba (Norma, 2006)- que jamás se cierra, y se engancha de forma involuntaria, como sueños o vivencias personales del lector, al “anzuelo de los detalles”, para regresar y concedernos visibilidad respecto de afecciones que la mayoría de las veces no alcanzamos a balbucear.
Patricio D. Suárez
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