A propósito de Le robé a los bosques, antología bilingüe de Emily Dickinson, traducción de María Eugenia Fernández, Gayheart ediciones, 2022.

El conurbano bonaerense no sería el primer paisaje que asociaríamos con la poeta norteamericana Emily Dickinson (1830-1886). Pero esta modesta introducción a las versiones que siguen propone, a modo de juego un ejercicio de la imaginación, situarnos en una pausa, un espacio-tiempo entre Amherst, Massachusetts, y José. C. Paz. ¿Qué es lo que lleva a una traductora contemporánea, habitante de un cordón más bien urbano, a dedicar su trabajo a las victorianas y, puntualmente, a ciertas poéticas de la naturaleza

Gayheart Ediciones es una editorial fundada desde una necesidad personal, escribe María Eugenia Fernández, editora y traductora. Es el trabajo desde la convicción el que nos acerca a lectores del corazón de nuestro país, que comparten inquietudes similares a las nuestras: la literatura y su relación histórica con la naturaleza.

En su catálogo podemos hallar a las hermanas Emily Jane, Charlotte y Anne Brontë,  a Christina Rossetti, a Elizabeth Barrett Browning y a Emily Dickinson, entre otras. Un puñado de autoras con la mirada (y el oído) apoyados, en gran medida, sobre el mundo natural. 

Pero, ¿qué significa esto? 

En las poetas victorianas, los páramos y la naturaleza están intrínsecamente ligados a la espiritualidad, o sea, al aspecto místico (me atrevo a decir, panteísta) de la naturaleza y los estados de ánimo que esta genera, más que a la precisión y los detalles. Así, su poesía reflejó los cambios en la fe y en las creencias dentro de la sociedad en que habitaron, a la vez que se empapó de otras corrientes de pensamiento como el trascendentalismo. 

En Emily Dickinson el interés por la botánica —esas largas caminatas en búsqueda de nuevos especímenes de flores silvestres para escribir y herborizar— se despertó desde muy temprano, prefiriendo la compañía de la naturaleza y sus confidentes a la de las personas. 

Según Eva Gallud, en vida Dickinson fue, quizás, más conocida como jardinera que como poeta. Muchos de sus poemas viajaban en cartas acompañados por alguna flor o llegaban de polizontes entre los ramos que enviaba, siendo además las flores un código a descifrar en el cuerpo del mensaje. Antes de escribir poemas Emily fue jardinera; luego, también. 

Dilucidar cuál poesía es más cercana a la naturaleza puede representar una discusión realmente bizantina. Tanto como los ribetes que toma la discusión por la poesía del centro y las periferias de una capital —sí, ese esquema anquilosado— y la presencia del mundo natural en cada uno de estos ecosistemas. Pero la verdad es que para engarzar como dos piedras en la misma joya, a la poeta y a la traductora de este libro, me permito pensar en jardines. A veces, frente a tanta impostación sobre la tierra, que roza con la mirada del latifundio, de la entomología o el turismo, un jardín es suficiente. 

El jardín es un espacio-tiempo. 

Dice Anne Carson —retomando a los griegos— que los poetas, los enamorados y los jardineros discutimos con el tiempo (todo el tiempo). De esta manera, Dickinson cultivó su parcela del Edén en la casa de su padre de la que luego no saldría. Por otro lado, Fernández recolecta autoras como flores mientras cuida de su huerta urbana. El herbario fue el primer libro de Dickinson. Podríamos pensar en un catálogo como en un herbario, donde los poemas de aquella época nunca perdieran su frescura ante los ojos de los lectores. 

Poemas que se muevan como semillas, como esporas, escapándose de los bordes de la ciudad. Regalando confidencias, conclusiones y secretos. 

Ediciones de trinchera. 

Una flor que Dickinson adoró por encima de las demás (por su esplendor insospechado) fueron las violetas. De hecho, una de las páginas más esmeradas de su herbario está dedicada a ellas, abrigando a ocho de sus especies. Las violetas -escribe- yacen ocultas en los campos, a veces imperceptibles a los caminantes. Que estas ediciones, sencillas (pero perennes como margaritas) aún tocadas por el rocío y por la tierra, no se marchitenQue se esparzan y fructifiquen en territorios inhóspitos e impensados, robando espacio como las ortigas, porque finalmente

para hacer una pradera es necesario un trébol y una abeja —

un trébol y una abeja.

Y un ensueño.

Bastará con el ensueño,

si abejas hay pocas.*

*Emily Dickinson, traducción de Eva Gallud.

Selección de poemas:

*
Le robé a Los bosques -
los confiados Bosques
los Árboles desprevenidos
tiraron sus capullos y musgos 
para complacer mi Fantasía.
Observé sus curiosas joyas -
Las tomé - las llevé lejos -
¿Qué diría el solemne abeto?
¿Qué dirá el roble?

*
La Fama es un raro refrigerio
en un plato cambiante
cuya mesa una vez
se dispone para el invitado
pero la Segunda vez no se sirve. 

Los cuervos inspeccionan las migajas
y con irónico graznido
siguen de largo y aletean rumbo
al maíz del granjero -
Los hombres lo consumen y fallecen. 

*
Existe otro cielo:
siempre sereno y hermoso,
y hay otra luz solar,
aunque la oscuridad esté allí,
no importen bosques difusos, Austin, 
no importen campos silenciosos -
Aquí hay un pequeño bosque,
cuya hoja es siempre verde;
aquí hay un jardín más luminoso;
en sus flores inmortales
oigo a la brillante abeja zumbar,
¡Por favor, mi hermano,
entra en mi jardín!

*
¡Yo soy Nadie! ¿Tú quién eres?
¿Eres - Nadie - también?
¡Entonces somos dos de nosotros!
¡No digas! ¡Podrían darse cuenta! - tú sabes

Cuán oscuro - ser - ¡Alguien!
¡Cuán público - como una Rana - 
Decir el nombre de alguien - durante todo Junio -
¡A una charca admiradora! 

*
Esta es mi carta al Mundo
que nunca me escribió - 
Las noticias simples que la Naturaleza dice - 
con dulce Majestuosidad. 

Su Mensaje se encuentra comprometido
por Manos que no puedo ver - 
Por amor a Ella - Dulce - un hombre de campo - 
juzgará con ternura - sobre mí. 

*
A veces con el corazón
muy pocas veces con el alma
más escaso, una vez, con el “quizás”
pocos - Aman del todo. 

María Eugenia Fernández (José C. Paz, Buenos Aires, 1985) Profesora en Letras. Especializada en Literatura Inglesa, en particular en el período victoriano. Poeta, editora y traductora. Escribió los libros de poemas: Principio (2017), El segundero veloz (2018), Construcción en la noche (2019), La inoculación de lo humano (2020), Quien hubiera sido amada (2021) y Las formas de tu cuerpo: Breviario de estética floral (2022).