Acostumbrándome a seguirlo. El olorcito de lo que se me canta. No es fácil: les aseguro. Hay que desfruncir el toor, dejar de pensar qué conviene y qué no, qué debo, qué puedo, qué está bien, qué quiere mi queride x, qué podría hacer mejor o qué pasaría si. Solamente dejarse llevar: del lavarse los dientes primero que tomar la pastiilita, o después, comerme una mandarina, una banana, un kiwi, las tres, poner la pava o ir primero a ver les perris y el fondo, chusmear a los albañiles y con los albañiles que revocan la pared del lado, retirar mi licencia de conductora paceña, comprar queso fresco donde sale más barato, servirme un vino, hacerme un mate, escribir dos párrafos en mi novela y dos en la monografía sobre realismo español, con testar mensajes, borrar conversaciones, comprar online en Mamá bruja, tachar en la agenda todo lo que pagué, hacer unas empanaditas de queso y huevo, hablar con las gatas, pelear con los perros, llevarle o reclamarle el cargador de mi celu a Rafael, crear un evento en feis para mi próximo taller, escuchar flamenco, canar flamenco, la guitarra por bulerías, dar una clase, tomar una calse, leer un capítulo de Puro fuego, dos poemas sueltos, los Cuadernos de Lanzarote, anotar ideas en todos los márgenes, pensar cosas malas de la gente que dice quereme pero no, bloguear, buscar precios de lavarropas, recibir al técnico, contarle a él y a los albañiles mis aventuras en esta casa, chusmear qué pasa en la vereda, baldear cuando se van los trabajadores aunque ellos limpiaron todo el material que va cayendo.
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