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viernes, 16 de mayo de 2025
Los árboles en lo visible e invisible
Junichiro Tanizaki: Buscado
Junichiro Tanizaki, el sutil maestro japonés que puso su mirada en escándalos y perversiones
Creador de inolvidables personajes femeninos, el autor de “Las hermanas Makioka” defendió las tradiciones y la cultura de su país en medio de un vertiginoso proceso de occidentalización
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Tal vez la espectacularidad de los Juegos Olímpicos de Tokio empañe el hecho de que un día como hoy, hace 135 años, nacía en un barrio tokiota uno de los más destacados escritores japoneses: Junichiro Tanizaki. Maestro de la literatura japonesa contemporánea, testigo y crítico de los cambios sociales en su país, el escritor también reflexionó sobre los usos literarios del idioma japonés moderno. En el ensayo “Sobre los defectos del estilo escrito moderno coloquial”, de 1929, calificó ese estilo como completamente artificial e “hijo de sangre mestiza” del japonés y los idiomas occidentales. Tanizaki sostenía que la occidentalización de su lengua materna asfixiaba la belleza del japonés; solo la consideraba útil en ciencias y filosofía. Para la literatura, defendía la rica tradición verbal que provenía de obras cumbre como La historia de Genji (que él mismo adaptó al japonés moderno), de Murasaki Shikibu, y El Libro de la Almohada, de Sei Shōnagon. Ambas tienen una fuerte impronta femenina, que Tanizaki conservó y adaptó a lo largo de su producción narrativa (ya no en cortes imperiales sino en ambientes sociales refinados), en libros como Las hermanas Makioka (que narra la vida de cuatro jóvenes hermanas en la década de 1920 en Osaka), Las doncellas y la polémica La llave, tres de sus grandes novelas.
Una obra bella que mira al pasado y al futuro
El editor, escritor y profesor Luis Chitarroni publicó hace décadas La historia secreta del señor de Musashi y Arrurruz. “Publicar a Tanizaki en Sudamericana fue menos importante que leerlo y escribir sobre él en Siluetas -observa Chitarroni-. Leerlo en unas traducciones de Seix Barral, que había publicado Cuentos crueles y Las hermanas Makioka, o en la edición de Penguin de Hay quien prefiere las ortigas, que hizo el segundo gran traductor al inglés de La historia de Genji. Escribir sobre él en los tempranos años 90 me llevó a una conclusión que hombre tan terco como yo hubiera tardado siglos en aprender: que las tensiones entre la historia cultural propia y las influencias de la literatura extranjera son los elementos dinámicos necesarios, aparte del estilo, para poner en movimiento, en términos de ‘universalidad’, una obra bella, compleja y extraordinaria”. Por La madre del capitán Shigemoto, que recrea un episodio de La historia de Genji, Tanizaki obtuvo en 1949 el Premio Imperial de Literatura; un año antes de su muerte, en 1964, fue elegido miembro honorario por la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.
“Igual que Henry James, al que se parece tanto, Tanizaki prefirió siempre los ambientes adinerados; dos de los motivos para esta preferencia los comparten -escribió César Aira en el número 2 de la revista Tokonoma, allá en 1994-. El primero es la concentración que permite en las cuestiones psicológicas, sin mezcla de intereses materiales. El segundo, más sutil, es que permite limitarse a una reducida cantidad de personajes sin perder realismo, en virtud de la autonomía de los ricos. Esta es la condición de la angustia tanto en el inglés como en el japonés; el universo se termina en los límites del pequeño grupo y no hay nadie más a quién recurrir; la combinatoria termina extenuando la posibilidad de nuevos episodios; para seguir adelante es necesario recurrir a la perversión sexual o a lo sobrenatural, y al fin solo queda la ‘perfección formal’ de la novela como consuelo”. En esta reseña de Manji (Arenas movedizas), Aira apunta un tercer motivo, privativo de Tanizaki. “Los ricos son prominentes en la sociedad, y están en la mira del escándalo”.

En sus novelas y cuentos, los personajes suelen entregarse a la inmoralidad, el adulterio y la impudicia por motivos ambivalentes. “Soy la clase de persona en cuyo corazón conviven la lujuria y la timidez”, reflexiona Ikuko, sensual coprotagonista de La llave, que se enamora del amigo de su hijo. En su última novela, Diario de un viejo loco, cuenta la historia del señor Utsugi, un anciano que se fascina (y dilapida fortuna y juicio) con la esposa de su hijo. En 1933, publicó un breve y radiante ensayo, El elogio de la sombra, que inspiró a artistas de todas las disciplinas. “Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias”, escribió.

“Por esa pasión absurda que sanciona como verdad los premios legados por un magnate dinamitero, el consenso general aprecia a Yukio Mishima y a Yasunari Kawabata, discípulo y maestro, como los dos grandes escritores japoneses del siglo XX -dice el escritor Daniel Guebel a LA NACION-. A ese dúo yo le sumo otro nombre y ahí armo la Santísima Trinidad: el de Junichiro Tanizaki, quien, al igual que los dos restantes lados de la figura geométrica, descubrió que la literatura de su país iba a prosperar combinando las lecciones ciertas del decadentismo europeo, que a su vez se había basado en japoneserías y chinoserías venerables, con los modos propios de una cultura milenaria y encerrada en el cultivo de su propia forma”. Para el autor de Un crimen japonés, Tanizaki es “un dios que mira al pasado y al futuro y en su fusión encuentra la seda con la que ajusta o bien ahorca o ciñe y nos revela las suaves gradaciones de una perversidad sutil, que suministra en piezas impecables, como un veneno que cae gota a gota y no nos deja ya ser los lectores que fuimos, que nos corrompe para siempre”.
Tanizaki en Osaka
Tanizaki nació veinte años después de Restauración Meiji, que implicó el fin del régimen del shogunato, abrió el camino a la modernización de Japón y convirtió a Tokio en la capital política y cultural de Japón. “Se mudó a Osaka después de que el Gran Terremoto de Kanto de 1923 destruyera su casa en Tokio -detalla el escritor y editor Miguel Sardegna-. Desde allá dedica varias páginas a alentar el florecimiento de una literatura local en su ensayo ‘Por el bien de la literatura de Kansai’. Osaka, Kioto y Kobe son las ciudades más importantes de Kansai. Dice Tanizaki: ‘Los escritores de Osaka deben levantarse con suficiente entusiasmo para conquistar Tokio’. Su literatura popularizó Osaka con novelas como Hay quien prefiere las ortigas (1929) y Arenas movedizas (1930). Aunque se valió del dialecto de Osaka, al no ser un escritor nativo, no pudo evitar presentar la ciudad desde la perspectiva de un extraño”.

La arenga de Tanizaki produjo consecuencias notables. “Fue gigante su aporte en la configuración de una nueva literatura -agrega Sardegna, autor de la novela Los años tristes de Kawabata-. Algunos años después, por primera vez desde que Osaka había perdido su lugar de privilegio en la configuración de la nación, un autor local captó el interés de los círculos literarios de Tokio: Sakunosuke Oda (1913-1947). Oda construye un Osaka prominente, que emerge en el discurso nacional, explorando el cambio de las relaciones de poder entre el orden local y nacional. Otro autor de Osaka que va a despertar el interés de Tokio es Rintarō Takeda (1904-1946)”. En la Argentina, la editorial También el Caracol publicó libros de cuentos de los dos escritores -El signo de los tiempos, de Oda, y La ópera japonesa de los tres centavos, de Takeda-, ambos impulsados por la prédica tanizakiana.
Lunes por la madrugada...
que sonríe cómplice de amor...