Nacida en Suiza, escribe su obra en italiano y es una de las autoras europeas más exquisitas y misteriosas. Ediciones UDP traduce dos libros claves para ingresar a su mundo.
Por Valeria Tentoni.
Seis líneas ocupa la entrada de Fleur Jaeggy en Wikipedia: casi un fantasma. Los pocos datos se repiten en las solapas de sus libros: nacida en Zúrich en 1940, tras completar sus estudios se fue a vivir a Italia. Primero Roma, después Milán, donde todavía escribe. Allí, en 1968, entró a trabajar en la editorial Adelphi. Allí también se casó con el escritor y editor florentino Roberto Calasso, fallecido en 2021.
A pesar de haber sido educada en lengua alemana, Jaeggy escribe sus obras en italiano. Autora de cuatro novelas y dos libros de cuentos, sus libros llevan títulos como El ángel de la guarda,Los hermosos años del castigo, Proleterka, El temor del cielo o Las estatuas de agua. Recibió distinciones como el Premio Bagutta, el Premio Viareggio, el Premio Donna Città di Roma y el Premio Vittorini, entre otros. Conoció a Ingeborg Bachmann y Thomas Bernhard, y bajo seudónimo colaboró con el músico Franco Battiato.
Poco se sabe de su vida privada y odia que le tomen fotos. Hija de madre argentina, le respondió al escritor y traductor Guillermo Piro que está deseosa de visitar estas tierras pero, cuando fue convocada a participar de festivales literarios en Buenos Aires, declinó la invitación una vez, dos veces. Quién sabe cuántas esta escritora “salvaje y brillante”, como la catalogó Susan Sontag. “Tengo muchas fotos de Buenos Aires y de hecho me considero yo también un poco argentina”, dijo.
Ahora, dos pequeños tomos reconcentrados y extraordinarios como todos los suyos, irrumpen en la breve lista de lecturas disponibles de Jaeggy en nuestra lengua, publicados por Ediciones UDP en su colección Vidas ajenas: Oda, seguido de Encuentro en el Bronx, y Vidas conjeturales.
En el prólogo al primero, Enrique Vila-Matas narra cómo se encuentra, en un homenaje a Walser, con la inaccesible y misteriosa Jaeggy, aparición que le provoca tanto pudor que apenas se permite mirarla: “Hice verdaderos esfuerzos para no cruzar una mirada con Jeaggy”, escribe el español. Es Walser, precisamente, el protagonista de Oda, una pieza breve y magistral, escrita de un modo inimitable, un estilo como un tesoro bajo llave. Le sigue una especie de crónica, cifrada en idéntica escala, que se ocupa de un encuentro con el neurólogo y escritor Oliver Sacks.
“Escribo a máquina con los guantes puestos, los dedos al aire”, anota allí Jaeggy, para quejarse del frío. “No creo que sea tampoco una cuestión de sentimientos. Los míos pueden ser muy fríos. Incluso deseando ardientemente el calor”, sigue en este tomo que cierra con dos entrevistas a la escritora esquiva, que jamás da entrevistas en Italia y sólo algunas veces a medios extranjeros. Una a cargo de Andrés Barba y otra a cargo de Guillermo Piro, con quienes comparte doble condición de escritora y traductora.
Vidas conjeturales, mientras tanto, es una serie de ensayos biográficos: sobre sus autores traducidos, Marcel Schwob y Thomas de Quincey, y el tercero sobre John Keats. Son retratos a la vez que homenajes aunque, en manos de Jaeggy, nada que se le parezca a un retrato, a un ensayo, a una biografía o a un homenaje. “Empiezo a escribir suprimiendo en mi cabeza el texto desde el primer minuto”, le explica a Barba. Y también: “Cuanto más pasa el tiempo, menos cosas sé, al menos sobre mí misma. Escribo libros y luego sé que hay que hacer entrevistas pero no sé qué responder cuando me preguntan”.
Unica Zürn, Un arsenal de secretos desvelados sin pudor
Tenía la creadora un inusual talento para escribir poemas anagramáticos. Este juego de combinaciones, de permutaciones de palabras, que llamó la atención del grupo surrealista, para ella era una herramienta visionaria. Vivía confeccionando rituales con fines dispares y recibiendo señales del más allá que interpretaba a su antojo. Las técnicas del surrealismo son perfectas para…
No recuerdo quién me recomendó leer El hombre jazmín, pero sí que me fascinó. Algunos años más tarde terminé dedicándome a las letras y la rescaté para impartir un taller sobre literatura, mujeres y locura. Volví a leerla y añadí Primavera sombríay El trapecio del destino y otros cuentos. Todas son obras de Unica Zürn (Berlín, 1916 – París, 1970), una escritora y artista alemana, conocida sobre todo por sus poemas y su dibujo automático, también por sus colaboraciones con el autor y fotógrafo surrealista Hans Bellmer, con quien mantuvo una relación turbadora.
El taller derivó en “otra cosa”, pero ese es otro tema. Me obsesioné con escritoras que habían pasado una temporada en un psiquiátrico, me encontré con historias de suicidios, dudé de todo y terminé agotada y sin saber si la locura existía o no. Aún así el taller literario se llevó a cabo en tres ocasiones, en las cuales observé cómo esta mujer alteraba a las personas que participaban en el mismo. Los libros de Unica son una confesión, un arsenal de secretos desvelados sin pudor. Son como quitarse la ropa, capa a capa, hasta mostrar lo más interno, lo que poca gente se atrevería a enseñar.
Tenía la creadora un inusual talento para escribir poemas anagramáticos. Este juego de combinaciones, de permutaciones de palabras, que llamó la atención del grupo surrealista, para ella era una herramienta visionaria. Vivía confeccionando rituales con fines dispares y recibiendo señales del más allá que interpretaba a su antojo. Las técnicas del surrealismo son perfectas para quien quiere sorprenderse constantemente, caso de Unica, quien diagnosticada de esquizofrenia, traspasaba la barrera de lo fantástico y lo real con una naturalidad que me atrapó al instante.
Su encuentro con Hans Bellmer facilitó su cambio de residencia a París, donde contó con el apoyo de grandes artistas vinculados al surrealismo como Max Ernst o Henri Michaux. Su creatividad no hubiera podido manifestarse con la misma libertad de haberse quedado en Alemania durante la castigada etapa de la posguerra. Toda su imaginación, su inventiva desbordada, llevaba consigo una pesada sombra, cada euforia iba seguida de caídas en forma de depresión que la llevaron a ingresar en varias ocasiones en un centro psiquiátrico. Aún así ella jamás hubiera elegido renunciar a su “locura”.
LAS TÉCNICAS DEL SURREALISMO SON PERFECTAS PARA QUIEN QUIERE SORPRENDERSE CONSTANTEMENTE, CASO DE UNICA ZÜRN, QUIEN DIAGNOSTICADA DE ESQUIZOFRENIA, TRASPASABA LA BARRERA DE LO FANTÁSTICO Y LO REAL CON UNA NATURALIDAD QUE ME ATRAPÓ.
Así nació El hombre jazmín, que considero su mejor libro, un testimonio de sus crisis desde su particular percepción alterada muchas veces, en mi opinión, por la cruda medicación con la que en aquella época se trataba. En él habla con total naturalidad de sus delirios convirtiéndolos incluso en algo cercano al realismo mágico.
“– Cuando yo era pequeña…- empieza a contar ella a la gorda y a la flaca- … yo tenía un libro lleno de ilustraciones que me gustaba mucho. Se titulaba Hans Maravillas. Había un gran dibujo del infierno, con muchos demonios y brujas. Era todo rojo. En medio del fuego había un bebé demonio muy pequeñito. Yo no podía soportar la idea de que un día tuviese que quemarse, y al fin, con unas tijeras, recorté al bebé rojo y lo saqué del dibujo del infierno. Lo puse en una cáscara de nuez como en una cuna, y lo tapé con sabanitas blancas. ¡Ah, qué contenta estaba! Fue la única vez en mi vida que he salvado a alguien. Varios días después, todas las noches oía crujir la butaca de crin que había en mi habitación. Yo estaba convencida de que en aquella butaca vivían dos ratoncitos que no tenían nada que comer y que, con aquel ruidito querían decir que, si nadie se acordaba de ellos, morirían de hambre. Todos los días, ella ponía en la butaca migas de pan y cortezas de queso. La tenía en un rincón y no dejaba sentarse a nadie, para que no aplastara a los ratones.
–Es posible que ya estuvieras loca de pequeña – dice la pelirroja – En realidad ¿por qué estás aquí?
–Oh- responde ella con aire misterioso – he oído a un gran poeta recitar una poesía dentro de mi vientre.”
Unica Zürn fotografiada por Man Ray.
Unica habla de una visión de su infancia que ella denomina “hombre jazmín” y que considera el desencadenante de sus crisis. Parece ser que se refiere a su relación imaginaria con Henri Michaux, que para ella representaba un amor romántico opuesto al que la unía a Hans Bellmer, quien la convirtió en una especie de musa erótica para sus creaciones.
UNICA HABLA DE UNA VISIÓN DE SU INFANCIA QUE DENOMINA “HOMBRE JAZMÍN” Y QUE CONSIDERA EL DESENCADENANTE DE SUS CRISIS. PARECE REFERIRSE A SU RELACIÓN IMAGINARIA CON HENRI MICHAUX, QUE REPRESENTABA UN AMOR ROMÁNTICO OPUESTO AL DE HANS BELLMER.
“A los seis años, una noche un sueño la lleva al otro lado del espejo alto, con un marco de caoba, que cuelga de la pared de su habitación. El espejo se convierte en una puerta abierta que ella cruza para salir a una larga avenida de álamos que conduce en línea recta a una casa pequeña. La puerta de la casa está abierta. Ella entra y se encuentra ante una escalera que sube al primer piso. No ve a nadie. Está delante de una mesa. En la mesa hay una tarjeta pequeña y blanca. Cuando toma la tarjeta para leer el nombre escrito en ella, se despierta. La impresión de este sueño es tan fuerte que se levanta y aparta el espejo hacia un lado. Detrás solo hay una pared. Ninguna puerta”.
En otra de sus obras, Primavera sombría, la autora nos muestra su infancia y el descubrimiento de la sexualidad. Abundan los elementos autobiográficos, con episodios donde el sexo se asocia al dolor mediante prácticas que rozan el masoquismo, algo inaudito si las leemos vinculadas a la niña protagonista. Aquí aparece de una manera completamente disociada la violación que sufre por parte de su hermano: “Ella siente un dolor punzante y nada más. Está avergonzada y defraudada. Su entrega al círculo de héroes que rodean su cama por la noche es lo bastante excitante y placentero como para permitirle renunciar a esta triste realidad que le depara su hermano”.
En la entrega vemos una madre ausente a quien aborrece. Ella detesta el cuerpo de su madre y alaba a un padre al que convierte en su primer amor. A los doce años dice enamorarse por primera vez de alguien que no es su padre y es aquí cuando aparece un episodio donde la niña se lanza por la ventana pareciendo vaticinar su horrible final.
EN «PRIMAVERA SOMBRÍA», LA AUTORA NOS MUESTRA SU INFANCIA Y EL DESCUBRIMIENTO DE LA SEXUALIDAD. ABUNDAN LOS ELEMENTOS AUTOBIOGRÁFICOS, CON EPISODIOS DONDE EL SEXO SE ASOCIA AL DOLOR MEDIANTE PRÁCTICAS QUE ROZAN EL MASOQUISMO, ALGO INAUDITO SI LAS LEEMOS VINCULADAS A LA NIÑA PROTAGONISTA.
“Se acabó, dice en voz baja, y , antes de que sus pies se separen del alféizar, ya se siente muerta. Cae de cabeza y se desnuca. Su cuerpecito queda extrañamente doblado sobre la hierba. El primero que la encuentra es el perro. El animal mete la cabeza entre las piernas de la niña y empieza a lamer. En vista de que no se mueve, se tiende a su lado llorando suavemente”.
Los dos libros a los que me he referido están escritos en tercera persona, como si ella misma deseara observarse desde fuera. Sigo repasando sus escritos y hago alguna pausa para seguir con mi mirada las líneas que conforman sus dibujos. Sueño con su cuaderno, me siento identificada con algunas de sus frases y eso me da frío. Me hubiera encantado conocerla y descubrir qué había tras ese rostro de aparente serenidad. Antes de suicidarse ella se preguntó si las crisis que sufría no serían una vía de escape para salir del aburrimiento.
“A veces, ella ve pasear por el jardín a una pequeña quinta columna de niños enfermos. Y, en la cantina, ve al gran solitario, el anciano de la cara magnífica, una cara que no es lo mismo que la depresión, porque con la melancolía se puede vivir. Por un sendero del parque pasa ella junto a un “abismo” del que surgen caras vueltas hacia arriba de una quinta columna especial, a la que conoce desde niña: estas “larvas”, estas caras embrionarias que habitan en la hondonada, parecen irresistiblemente atraídas por el sol, como si el sol pudiera salvar algo de esta gestación interrumpida.
Ella lo ha visto todo. Le dan el alta. Regresa a París. Se pone un abrigo blanco y con él pasea –al principio, sin darse cuenta- por una nueva depresión negra.
¡No! En esta última crisis no hubo nada que “mereciera” el precio de una nueva desesperanza. Sin poder dormir, comer ni trabajar, ella se encierra en la habitación del hotel.
Me siento como en una cárcel –dice a un psiquiatra.
Y él le responde: “Usted es su propia cárcel”.
Me siento como en un círculo- dice a otro psiquiatra.
Y éste contesta: “Yo no creo en los círculos”.
Pero el “círculo” y la “cárcel” desaparecen y ella puede trabajar otra vez, hasta el próximo “ping” –del otro lado-, hasta el próximo repique de martillo, que da los nueve o los seis golpes en un tejado, de un modo inquietante. Lo que importa es darse cuenta de que el “ping” se produce cuando una mujer desconocida e insignificante lava los platos y que los nueve martillazos son necesarios para que los albañiles partan una piedra…¿es esto una salvación?”
Unica Zürn y Hans Bellmer.
La primera vez que nuestra protagonista se enamora de un niño, este le pide un beso y ella no quiere dárselo porque si se lo diera se acabaría el juego. Unica quería vivir en eterna espera. Únicamente entendía la vida como deseo y eso la llevó a una constante insatisfacción y a un espantoso miedo a caer en la monotonía.
Unica Zürn puso fin a su vida lanzándose por una ventana en el apartamento de París que había compartido con Bellmer, durante un permiso de unos días que le dieron en el hospital psiquiátrico en donde estaba internada.
Libros citados:
El trapecio del destino y otros cuentos. Ed. Siruela, 2004
El hombre jazmín. Ed.Siruela, 2005
Primavera sombría Ed. Siruela, 2006.
Traducción de Ana María de la Fuente.
Por Cristina Serrano
Cristina Serrano es escritora, librera, coordina tertulias literarias y talleres de escritura, pasea, practica bikram, lee, se obsesiona con preguntas que desmenuza en su “cuaderno de divagaciones” y no cree que en la vida haya que dedicarse a una sola cosa.
Fundó “Un cuarto propio” en el año 2009, un homenaje a su amiga Virginia Woolf, que escribió uno de los libros que a ella le hubiera gustado haber escrito. Publicó “Septiembre” (2015) con la editorial Meninas Cartoneras y “Autofobia” (2019) con la editorial Huerga y Fierro. Muy pronto saldrá su tercer libro, creado con todo el amor que requieren las obras de arte y junto a un equipo de personas enormes, catorce cuentos con la intención de mostrar un maltrato invisible que normalizamos en los vínculos más cotidianos como la familia o la pareja.
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