jueves, 3 de enero de 2013

Hay en el corazón loco de la literatura una batalla invisible entre armas cortas y armas largas

Domingo, 22 de abril de 2012
"LOS TÍTULOS INFINITOS" (ABC CULTURAL, 21-4-12)


Por Manuel Vilas


Los títulos largos son peligrosos porque las bestias del olvido no tienen piedad. Y cuando la novela tiene éxito siempre acaba abreviada en su título. Abreviamos la gran novela de Cervantes llamándola “El Quijote”, cuando vino a este mundo con el nombre de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Lo mismo hacemos con “El Lazarillo”, que se titulaba “La vida de Lazarillo de Tormes: y de sus fortunas y adversidades”. La modernidad, en cambio, se hizo parca y económica. James Joyce tituló a su libro “Ulises”, con una sola palabra. Franz Kafka y su amigo Max Brod se estiraron un poco y le colocaron un artículo a la palabra esencial: “El castillo”. También fue lacónico Jorge Luis Borges con sus “Ficciones”, o, concediéndose la extensión del artículo, con “El Aleph”. Ya Gabriel García Márquez intuyó que la largura lírica en el título podía ser un acierto, y allí están su “El coronel no tiene quien le escriba”, o “Crónica de una muerte anunciada”, o “El amor en los tiempos del cólera”, títulos que invocaban el exotismo como virtud literaria, el exotismo del Tercer Mundo vendido en largos títulos exuberantes para el mercado occidental.
En las mesas de novedades de cualquier librería pueden leerse títulos larguísimos de novelas. Parece como si los autores y editores pensaran que la amplitud del título va a alargar la vida comercial del libro, títulos como tentáculos que se agarran a la mesa de novedades resistiéndose a ser devueltos a los distribuidores o ser confinados en las estanterías alfabéticas. Confieso que no me disgusta el celebérrimo título de Stieg Larsson, “Los hombres que no amaban a las mujeres”; es un buen título, porque lo normal es que los hombres amen a las mujeres; no amar a las mujeres es un misterio; si quieres resolver el misterio, lee la novela. Obviamente, yo no he leído la novela de Larsson. Para resolver estos misterios lo que yo hago es ver la película. Las películas, porque he visto las dos. Otro título largo y de éxito reciente es la novela de Jonas Jonasson titulada “El abuelo que saltó por la ventana y se marchó”. Es éste un título que sugiere la posibilidad de una ancianidad contestataria, una ancianidad alternativa y eso debe de vender seguro, pues todo el mundo quiere ser un anciano “cool”. Aun me acuerdo de aquella novela inocente titulada “El niño con el pijama de rayas”. La cursilería puede ser también mansedumbre ideológica.
Pero los títulos largos más conseguidos son los de Larsson: “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”, o “La reina en el palacio de las corrientes de aire”. Son títulos que invitan a pensar en una trascendencia humana detrás de esa selva de palabras: Usan la poesía, la usan como reclamo, sólo como reclamo. La ampliación del título en una novela suele jugar siempre con la sintaxis. Sí, la sintaxis, aquella vieja disciplina de los bachilleres españoles, que consistía en analizar oraciones. Un título puede calificarse de largo si contiene una oración subordinada, y especialmente si la subordinada es de relativo. ¿Alguien recuerda las oraciones subordinadas de relativo, también llamadas adjetivas? Son muy hermosas las oraciones subordinadas de relativo. Elvira Lindo utiliza una subordinada de relativo para titular su último libro “Lugares que no quiero compartir con nadie”. También lo hace Belinda Alexandra en su novela “La lavanda silvestre que iluminó París”. Los títulos con oraciones subordinadas de relativo buscan desafiar al lector con un acertijo, buscan también un énfasis sentimental, una cierta euforia del corazón. Kafka y Brod podrían haber titulado así: “El Castillo al que nunca irías de vacaciones con tu novia japonesa”. Yo debería haber titulado mi última novela de este modo: “Los inmortales de Central Park que desayunaban con las ardillas enamoradas”. Lo digo por el título de Katherine Pancol: “Las ardillas de Central Park están tristes los lunes”.
Charles Bukowski también hizo títulos largos, como “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco”. Este título me encanta. El título largo de carácter irónico o con ánimo de broma es otra posibilidad. “El curioso incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon también era una título irónico, o “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” de David Foster Wallace, con oración de relativo dentro del título. La literatura en español también tiene sus larguras: “Izas, rabizas, y colipoterras. Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón” de Camilo José Cela, “La princesa durmiente va a la escuela” de Gonzalo Torrente Ballester, “El disputado voto del señor Cayo” o “La sombra del ciprés es alargada” de Miguel Delibes, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, o “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos” de Rafael Alberti. O en libros más o menos recientes como “Mañana en la batalla piensa en mí” de Javier Marías, “El discutido testamento de Gastón de Puyparlier” de Javier Tomeo, “Historia abreviada de la literatura portátil” de Enrique Vila-Matas, “Proyecto para excavar una villa romana en el páramo” de Luis Antonio de Villena, “El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia” de Patricio Pron, “Perros que ladran en el sótano”, de Olga Merino, “El Hacedor (de Borges), remake” de Agustín Fernández Mallo, “Plano detallado del infierno” de Antonio Fontana, “Interior metafísico con galletas” de Alberto Santamaría, “El testamento de amor de Patricio Julve” de Antón Castro,, “Los pobres desgraciados hijos de perra” de Carlos Marzal, “La luz es más antigua que el amor” de Ricardo Menéndez Salmón, o “Un buen detective no se casa jamás” de Marta Sanz. Hay títulos que parecen engañosamente breves como “2666” de Roberto Bolaño. Son breves de escritura, pero infinitos en su oralidad: dos mil seiscientos sesenta y seis, nadie puede esperar a la llegada del último seis. Máxime cuando se trata de una cantidad de valor alegórico. Ese título de Bolaño necesita un recorte: “dos mil y pico”, o “dos y Satanás”. “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” de Fray Bartolomé de las Casas tal vez sea mi título largo favorito. Hay en el corazón loco de la literatura una batalla invisible entre armas cortas y armas largas. Los escritores venimos a este mundo a disparar. Nos es permitido elegir el arma: una dulce, traicionera y diminuta Derringer o una mortífera y gigantesca Magnum del 44. Elige, si puedes.


Tomado de http://manuelvilas.blogspot.com.ar/

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