viernes, 30 de noviembre de 2012

Noviembres

Todos los años me pasa lo mismo: me parece que nollego, que no puedo, que voy a reventar de cansancio, de miedo o de paranoia a mitad de noviembre.
Pero ya fuimos y volvimos de Azul, de Mardel, del cierre de trimestres. Ya termina noviembre y acá estamos: desintegradas pero reconfigurando...

La vaga de Salmoiraghi

Reflexión de 5to año (16-17 años de edad) cuando les digo que yo en clase explico temas y ponemos lecturas en común pero los cuentos y novelas hay que leerlos en casa:

"Esta escuela cada vez peor: El año pasado la prof. Marcela Vicente nos hacía leer en voz alta, el prf. De Rosa nos leía él y ahora usté no quiere hace nada."

Encadenarse

''El que se encadena a una alegría, destruye una vida libre; pero el que besa la alegría en su vuelo, vive el amanecer de la eternidad.''

William Blake

lunes, 26 de noviembre de 2012

Los vengadores












Iron Man siempre fue mi preferido, pero ahora se morfa la peli!!!! Lloré cuando ella no le atiende el celu. Dandi total: Le ofrece un trago a Locky.

Qué manera de reventar cosas!!! Pero me gustaron mucho las naves y los guerreros amigos de Locky: muy buen contraste entre los edificios de Manhattan y las caparazones tipo escamas y las naves que mueren como cocodrilos.

Después de Tony Stak mi favorito es Baner. Toda la peli pénsando quién es el actor que hace de Hulk: ¡Es el divino de Quisiera tener 30!!!!

Uno de los grandes hitos del gafapastismo

DIOS ES UNA CASA

Por Javier Calvo


Tengo por costumbre no escribir sobre los libros que traduzco, creo que por una razón comprensible: trabajo con muchos editores, todos magníficos, y no me gusta dar publicidad al trabajo de unos sobre el de otros. Sin embargo, he decidido hacer una excepción con La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (de próxima publicación en Alpha Decay/Pálido fuego), por varias razones. No solamente porque es un libro absolutamente extraño y fascinante, y además uno de los más divertidos de traducir que me he encontrado nunca. Principalmente quiero escribir unas líneas porque conozco la historia de este libro, el fanatismo de sus seguidores y su capacidad para generar controversia y hacer correr ríos de tinta en las redes. Conociendo también la escena literaria española, imagino que el libro dará que hablar, aunque sea en un contexto restringido, y me apetece adelantarme a cualquier posible debate con mis propias opiniones. En los doce años que hace que se publicó la primera edición en Estados Unidos, ha habido en nuestro país varios intentos de publicar esta obra (yo por lo menos tengo conocimiento directo de varios), frustrados por cuestiones diversas asociadas con adelantos, costes de producción y demás, y el anuncio de su publicación final a través de un consorcio de dos editoriales independientes despertó el año pasado cierta expectación entre los aficionados españoles a la literatura estadounidense. Estoy convencido de que la edición española no defraudará esa expectativa. Personalmente no me convence demasiado la dirección que Danielewski tomó después de La casa de hojas, pero es imposible no reconocer la originalidad y el interés de su obra de debut.
La casa de hojas es famosa por varias cosas. En primer lugar, por su uso complejo y profundo del formato del libro. De hecho, pese a que en muchos sentidos es una de las cimas del hipertexto literario, La casa de hojas me parece absolutamente inimaginable en formato electrónico. Es un libro irreductible al e-book. Sus múltiples cadenas y niveles de autorreferencialidad se apoyan firmemente en su condición de falso aparato de notas a una falsa disertación académica, con los distintos niveles de metatextualidad señalados con cambios de tipografía y color de la tinta. Por otro lado, los vínculos entre cadenas de apéndices al texto o notas al pie a menudo están rotos, de la misma manera que el texto está incompleto y constituye en todos los niveles el opuesto del formato académico que él mismo satiriza. Además de esto, La casa de hojas es famosa por ser de las pocas obras mainstream de los últimos tiempos que han empleado con éxito “texto liberado”, por usar la expresión de Marinetti, es decir, que no tiene una maqueta preestablecida sino que crea continuamente caligramas y dibujos con el texto. Por último, y esta es una de las peculiaridades de la novela de Danielewski que le han conferido una extraña e inquietante segunda vida en Internet, La casa de hojas está plagada de supuestas “claves secretas” dentro del texto, escondidas en forma de anagramas, acróstico y acertijos, que sus fans discuten acaloradamente en los foros que el propio autor, con gran astucia, ha ido abriendo en Internet a lo largo de los años. Todas estas razones han convertido La casa de hojas en el gran libro-objeto de la narrativa americana de las últimas décadas, en sus distintas ediciones (la primera edición americana, por ejemplo, no incluye una buena parte del material de los apéndices, mientras que existen ediciones expandidas y con distintos patrones de colores de tinta). El hecho de que esta condición de libro objeto se tenga que retener en las distintas ediciones traducidas a otras lenguas es en gran medida la clave de las dificultades y costos que plantea su traducción.


Existe –al menos en nuestro país– una percepción de la tradición en la que se sitúa La casa de hojas que me parece no exactamente errónea, pero sí incompleta. Muchos que la han leído la sitúan sin dudarlo en la tradición de Pynchon, Gaddis y Barth, que tiene en David Foster Wallace a su apóstol más reciente. Es obvio que hay algo de verdad en todo esto, y ciertamente La casa de hojas es uno de los grandes hitos del gafapastismo literario de la década pasada, junto con La broma infinita, Submundo o Stone Junction. Yo, sin embargo, debo de ser el único que ve la novela de Danielewski un poco al margen de esa tradición. En gran medida, cuando digo que La casa de hojas es una primera obra tremendamente original me estoy refiriendo a la dificultad de encontrarle una genealogía de progenitores literarios; es un libro que se parece muy poco a nada. La crítica ha señalado el parecido indudable, tanto argumental como conceptual, con Moby Dick (la obsesión de Navidson con su casa se compara explícitamente en el mismo texto con la de Ahab), además de su sección de extractos, su condición calidoscópica y su exceso de material. También está la comparación obvia con Pálido fuego, por el hecho de que ambos son una falsa edición anotada.
Yo añadiría como precedente a varios niveles Fascinación de Don Delillo. Y obviamente, aunque no salga en los manuales, El resplandor de Stephen King. En general, el propio libro consigue despistar bastante bien de su naturaleza obvia de novela de terror. No en vano, estamos hablando de una novela que consiste en la introducción y las notas que un loco escribe a una disertación académica que hace otro personaje ciego y desequilibrado sobre un documental que nadie encuentra y que probablemente no existe acerca de una familia que compra una casa encantada. La parte de la casa encantada queda un poco relegada a un segundo plano en las explicaciones de la novela, pero La casa de hojas es totalmente una novela de casa encantada. Su poder reside ahí. Su manejo del género, que adapta con tremenda pericia elementos del simbolismo y del expresionismo, desde Mallarmé, Rilke y Kafka hasta el propio Melville, le permite convertir la casa de Navidson en un vórtice poderosísimo de asociaciones simbólicas que deben mucho más al legado literario del fin de siglo y el primer modernismo que a la tradición postmoderna. Explotando esas asociaciones por medio de una técnica literaria basada en explicitar sus propias referencias, citas y patrones y explotarlas hasta un punto de sobresaturación, la casa se convierte en un nodo metafórico que escapa con éxito (gracias a esa misma saturación) de toda interpretación mecánica o fácil: representa la vida familiar, es cierto, y también representa la propia idea de casa en un sentido atávico, en tanto que polo de un binomio dentro/fuera cuyo trastorno es uno de los grandes ejes argumentales del libro.
Sin embargo, pese a que sus ramificaciones interiores y su oscuridad son representaciones de los fantasmas en el armario de la familia Navidson, del romance familiar freudiano y de los traumas de todos sus integrantes (la novela tiene una lectura psicoanalítica apasionante, que Danielewski deja esbozada), el autor consigue escaparse de esa esclerotización del sentido. La casa de Ash Tree Lane es todo y nada, es una ballena blanca capaz de asumir todos los significados y ninguno, un símbolo hermético y mallarmeano, una divinidad a la que se accede a través de la negación absoluta de todo, al modo místico, y una incapacidad para articular. Gran parte de ese éxito de representación, creo yo, viene de su descripción de la casa. De las partes “de género”, las que parecen una película de terror, los infinitos cambios de la casa, sus expansiones y sus ataques (yo pasé miedo auténtico la primera vez que leí el libro). La imaginería de terror de La casa de hojas es fresca y poderosa, y de las pocas que no han sido cooptadas y vulgarizadas por el cine, precisamente por su condición intrínsecamente textual y resistente a la traducción.
No sigo lo bastante la escena literaria como para calibrar la importancia relativa de un libro como La casa de hojas en el contexto americano o internacional de las dos últimas décadas. Hay quien la considera un hito narrativo de primera magnitud o hasta la obra de un genio. La dificultad de su publicación puede sin duda magnificar su leyenda. La leyenda existe, sin duda, y una parte de ella se puede achacar a las virtudes de la (auto) promoción. En España creo que puede despertar pasiones entre una parte del público de la misma manera en que las ha despertado en Estados Unidos, en Alemania o en Francia. De la misma manera, no hay duda de que habrá quien reaccione de forma escéptica y hasta defensiva, conociendo el panorama, y máxime teniendo en cuenta las idiosincrasias de sus editores de aquí. Pero para mí la novela tiene una magnitud y un poder irrefutables y hablo de poder de fascinación, en el sentido de no poder salir del libro y de su mundo, de que tu imaginación quede absolutamente atrapada por él, durante meses, y que después ya nunca se vaya del todo de tu cabeza. Como he dicho antes, no soy muy fan del Danielewski posterior, especialmente del de Only Revolutions, pero me quito el sombrero ante lo que hizo con su primera novela. La gran mayoría de lanzamientos editoriales se pierden en las mesas de novedades, y especialmente la narrativa traducida por editoriales pequeñas y colecciones literarias. Es por eso que escribo unas líneas para decir la mía y llamar en la medida de lo posible la atención de los lectores que puedan estar interesados en esta extraña obra.

Texto completo de la entrada anterior que bloguer no me deja editar (???)
Tomado de http://elblogdejaviercalvo.blogspot.com.ar/

Joan Didion: Los que sueñan el sueño dorado

14 octubre 2012
HISTORIA DE LA ANSIEDAD

Por Javier Calvo

Publiqué ayer en ABC este breve artículo sobre Los que sueñan el sueño dorado de Joan Didion. Aunque no hace justicia al libro, es mi breve aportación a la promoción de este libro fabuloso que he tenido la suerte de traducir.



La historia del “redescubrimiento” de Joan Didion por parte del público es bien conocida: en 2005 obtuvo el National Book Award por su libro El año del pensamiento mágico (publicado aquí por Global Rhythm Press), una escalofriante crónica de la muerte de su marido y colaborador durante cuatro décadas, escrita con un estilo alucinado, parco y caótico al mismo tiempo, obsesivo y aterradoramente gélido. Una obra a años luz del tipo de memorias que suelen figurar en las listas de los más vendidos. El éxito de este libro, escrito en su habitual amalgama de autobiografía neurótica con Nuevo Periodismo expresionista (por llamarlo de alguna manera), propició algo mucho más importante: el hecho de que toda su obra anterior de no ficción se reeditara en un solo volumen, We Tell Ourselves Stories In Order To Live (2006), del que ahora Mondadori publica en España una extensa y ambiciosa selección con el título Los que sueñan el sueño dorado.
Increíblemente oscura y extraña hasta el punto de desorientar, Didion se desmarca en mi opinión de otros cronistas de la desintegración de la sociedad americana por su manejo casi alquímico del malestar, su estilo provocativamente caótico y su desafío de las convenciones de un género –el Nuevo Periodismo– anti-convencional por definición. El fantasma del trastorno mental nunca abandona unas páginas que hurgan en el trastorno social y político, de forma a veces malvada y a veces simplemente aturdida, hasta que ambos trastornos terminan por identificarse. El humanismo deja paso a la ansiedad. Las piezas centrales de esta colosal antología –“Arrastrarse hacia Belén”, “El álbum blanco” o “Viajes sentimentales”– perduran en la mente como fantasmas. Más allá de su condición innegable de retablo terrible de una época, la que va de finales de los 60 a los oscuros 80, Los que sueñan el sueño dorado es una ventana a un corpus literario colosal, comparable en estatura y en tonalidades con las obras de John Cheever, Hunter S. Thompson, Joyce Carol Oates o Jerome Charyn.


Publicado por Javier Calvo en 03:18

Texto liberado: La casa de hojas de Mark Z. Danielewski

26 octubre 2012
DIOS ES UNA CASA

Por Javier Calvo


Tengo por costumbre no escribir sobre los libros que traduzco, creo que por una razón comprensible: trabajo con muchos editores, todos magníficos, y no me gusta dar publicidad al trabajo de unos sobre el de otros. Sin embargo, he decidido hacer una excepción con La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (de próxima publicación en Alpha Decay/Pálido fuego), por varias razones. No solamente porque es un libro absolutamente extraño y fascinante, y además uno de los más divertidos de traducir que me he encontrado nunca. Principalmente quiero escribir unas líneas porque conozco la historia de este libro, el fanatismo de sus seguidores y su capacidad para generar controversia y hacer correr ríos de tinta en las redes. Conociendo también la escena literaria española, imagino que el libro dará que hablar, aunque sea en un contexto restringido, y me apetece adelantarme a cualquier posible debate con mis propias opiniones. En los doce años que hace que se publicó la primera edición en Estados Unidos, ha habido en nuestro país varios intentos de publicar esta obra (yo por lo menos tengo conocimiento directo de varios), frustrados por cuestiones diversas asociadas con adelantos, costes de producción y demás, y el anuncio de su publicación final a través de un consorcio de dos editoriales independientes despertó el año pasado cierta expectación entre los aficionados españoles a la literatura estadounidense. Estoy convencido de que la edición española no defraudará esa expectativa. Personalmente no me convence demasiado la dirección que Danielewski tomó después de La casa de hojas, pero es imposible no reconocer la originalidad y el interés de su obra de debut.




La casa de hojas es famosa por varias cosas. En primer lugar, por su uso complejo y profundo del formato del libro. De hecho, pese a que en muchos sentidos es una de las cimas del hipertexto literario, La casa de hojas me parece absolutamente inimaginable en formato electrónico. Es un libro irreductible al e-book. Sus múltiples cadenas y niveles de autorreferencialidad se apoyan firmemente en su condición de falso aparato de notas a una falsa disertación académica, con los distintos niveles de metatextualidad señalados con cambios de tipografía y color de la tinta. Por otro lado, los vínculos entre cadenas de apéndices al texto o notas al pie a menudo están rotos, de la misma manera que el texto está incompleto y constituye en todos los niveles el opuesto del formato académico que él mismo satiriza. Además de esto, La casa de hojas es famosa por ser de las pocas obras mainstream de los últimos tiempos que han empleado con éxito “texto liberado”, por usar la expresión de Marinetti, es decir, que no tiene una maqueta preestablecida sino que crea continuamente caligramas y dibujos con el texto. Por último, y esta es una de las peculiaridades de la novela de Danielewski que le han conferido una extraña e inquietante segunda vida en Internet, La casa de hojas está plagada de supuestas “claves secretas” dentro del texto, escondidas en forma de anagramas, acróstico y acertijos, que sus fans discuten acaloradamente en los foros que el propio autor, con gran astucia, ha ido abriendo en Internet a lo largo de los años. Todas estas razones han convertido La casa de hojas en el gran libro-objeto de la narrativa americana de las últimas décadas, en sus distintas ediciones (la primera edición americana, por ejemplo, no incluye una buena parte del material de los apéndices, mientras que existen ediciones expandidas y con distintos patrones de colores de tinta). El hecho de que esta condición de libro objeto se tenga que retener en las distintas ediciones traducidas a otras lenguas es en gran medida la clave de las dificultades y costos que plantea su traducción.





Tomado de http://elblogdejaviercalvo.blogspot.com.ar/

Kiko Amat: El mejor, Cienfuegos



20 noviembre 2012
ERES EL MEJOR, KIKO

Eres el mejor, Cienfuegos.

Tal vez la forma más precisa y la más elogiosa de describir Eres el mejor, Cienfuegos, la cuarta novela de Kiko Amat, es asegurar que es una novela 100% Kiko Amat. Esto bastará para satisfacer la curiosidad apriorística de cualquiera que haya seguido su carrera, y es que posiblemente ningún otro escritor de esta ciudad y esta generación haya inventado un lenguaje y un mundo literarios tan personales como Amat. Para quienes no lo conozcan, baste decir que Kiko Amat viene a ser lo contrario de un escritor sin personalidad; en todo caso, se podría argumentar que tiene demasiada. Sus libros son excéntricos (como él, pero esto ya es otra cuestión), rebotados contra el mundo, neuróticos, acelerados, divertidos, repletos de música y de nostalgia, extrañamente tiernos y enfermizamente anglófilos [Nota: Kiko Amat es el único escritor en español que conozco cuya anglofilia supera a la mía. De hecho, su anglofilia supera a la mía por varios pueblos, y eso que yo llevo toda la vida convencido de que la cigüeña iba bebida la noche que me trajo al mundo y en vez de cruzar el Canal de la Mancha como debía, se fue hacia el sur por equivocación].
Por todo lo dicho en el párrafo anterior, me parece bastante ocioso describir qué clase de libro es Cienfuegos. En muchos sentidos, parece una síntesis de todo lo que había hecho el autor con anterioridad, aunque también una evolución. Su humor está muy emparentado con el de L’home intranquil y Mil violines, sus dos libros de no ficción anteriores, que casi parece que sirvieron de refinería para éste. Tiene mucho de sátira, aunque dudo que Kiko Amat sea capaz de escribir algo que no tenga elementos de este género, que borbotea en todas sus líneas; sátira de costumbres, a la inglesa, con esos detalles a lo Kingsley Amis o Jonathan Coe que de vez en cuando se marca Amat; sátira de la masculinidad contemporánea, con pasajes que pueden recordar a Kureishi o Hornby; sátira generacional, si uno quiere, dependiendo de lo poco o mucho que uno odie a su generación; tragicomedia, en esa acepción que le da Amat, y que parecer consistir en alternar la risa con esos momentos extrañamente tiernos que mencionaba antes; y hasta yo le veo algo de comedia romántica, aunque ciertamente disfuncional. Para entendernos, Eres el mejor, Cienfuegos sería un tipo de comedia romántica que Hugh Grant se negaría a rodar. Sería más bien la historia del rival chungo y pringao de Hugh Grant en una comedia romántica de Hugh Grant.


Compuesto como de costumbre a base de escenas gratamente cinemáticas, Cienfuegos tiene estructura de novela de iniciación, o por lo menos de lo que sería una novela de iniciación si la gente se iniciara en la vida con cuarenta años, lo cual, de hecho, es parte del “problema” que la novela retrata de forma burlona. Cienfuegos (a secas) es un periodista cuasi-cuarentón, que trabaja para el suplemento de tendencias de La nación (que se parece a El país pero tiene su sede en la Plaça Catalunya de Barcelona). Es acomodaticio, dócil y cobarde, una auténtica babosa humana y un perdedor. Su vida privada es el equivalente de su repulsiva vida profesional. Resulta que hubo un tiempo, menos de una década atrás, en que Cienfuegos iba para ganador: su primera (y única) novela, Mambo para gatos, lo convirtió en escritor revelación de su momento, que coincidió con el momento de conocer a Eloísa, una atractiva y lista diseñadora gráfica con quien inició una relación. Todo se torció, sin embargo, al cabo de unos años: la inspiración literaria se acabó y llegaron la amargura, el alcohol y las infidelidades (o, en los propios términos de la novela, a Cienfuegos lo poseyó un ser repulsivo llamado “el Podrido”). Eloísa tuvo un hijo, pero no lo pudo perdonar y se separaron, hundiendo a Cienfuegos en una miseria de la que ya no saldría, más que para volverse todavía más patético y deprimido, que es como lo encontramos al principio de la historia.
Ahora es 2011 y la Plaça Catalunya está ocupada por los manifestantes del 15-M, que en la novela se llama la Rabia. Cienfuegos ya ha descendido al escalafón más bajo del periodismo en La Nación, escribiendo loas acomodaticias a la porquería musical y artística que le mandan. Su jefe es Sasha, un niñato imbécil que se burla de él por ser viejo y estar gordo. Sus dos compañeros molones son el Remember, un viejo crítico musical, y Juana Bayo, una jovencita concienciada con piercings que le hace de Pepito Grillo (sin éxito, porque Cienfuegos solamente tiene ojos para su propia miseria). En sus ratos libres Cienfuegos cuida a su hijo y se dedica a rondar borracho el portal de la casa de su ex mujer. Cómo salir de ese purgatorio en que vive Cienfuegos y recomponer su vida es la epopeya cómica que se despliega en las 300 páginas de la novela. Por sus páginas circulan toda clase de agentes radicales, vasallos abyectos y jerifaltes malignos. Hay una hubris de tragedia griega en forma de lanzamiento beodo de zapato. Hay un dúo de ruidismo industrial sumido en la miseria okupa y asentado en el corazón de la contracultura de Gràcia (¿me lo estoy imaginando yo o son una especie de homenaje lumpen a Macromassa y los libros de Nubla/Jovani?). Hay apariciones estelares de héroes de antiguas novelas de Kiko Amat, hay robos genuinamente épicos de mobiliario urbano, hay atentados terroristas unipersonales a lo Christy Malry y hay una escena de entrada motorizada en una fiesta literaria que realmente me ha robado el corazón, tal vez porque, nuevamente, quizás me lo esté imaginando, pero yo la visualicé en cierto local del Carrer Iradier donde se celebra un popular evento literario anual de la editorial de Kiko Amat.


La epifanía de Cienfuegos –vital, profesional, política, emocional, etc– y su salida del purgatorio en la conclusión del libro no dejan de ser una manifestación de utopismo gamberro, si es que estas dos palabras pueden ir juntas. Son una manera de insultar al sistema con las herramientas de las que dispone el novelista: el humor, el cabreo, una dosis de provocación y eso que los ingleses llaman wit. Cualidades que Kiko Amat ha tenido siempre. Se trata de un final feliz en la medida en que la comedia termina siempre con una sonrisa, pero también es una patada en el culo a los Cienfuegos de este planeta, una divertida llamada a la resistencia y una soflama contra la podredumbre vital. Y aquí me gustaría recuperar lo que dije hace unos párrafos: dije que Cienfuegos era en gran medida una síntesis de la obra de Amat, pero también una evolución. Una evolución vital, más allá del mundo juvenil de sus primeros libros; también una evolución en su capacidad literaria para comentar la sociedad, que es siempre el material del satirista. A Kiko Amat, en suma, le pasa un poco lo contrario que al protagonista de su última novela: sumido en su purgatorio de abyección, Cienfuegos representa lo peor de nuestra generación; Amat, por lo menos en literatura, es seguramente lo mejor.

Publicado por Javier Calvo en 12:56 S

Tomado de http://elblogdejaviercalvo.blogspot.com.ar/

El toquido de Etgar Keret

:: Ficción ::
De repente un toquido en la puerta
22-11-2012 | Diego Rabasa, Etgar Keret


El segundo cuento que eligió Diego Rabasa para noviembre es el que le da título al libro De repente un toquido en la puerta del israelí Etgar Keret (Ed. Sexto Piso).

Así presenta el editor de Sexto Piso a Etgar Keret:

De Etgar Keret se pueden conseguir cuatro libros en español: Extrañando a Kissinger, Pizzería Kamikaze y otros relatos, Un hombre sin cabeza y De repente un toquido en la puerta. Para muchos (incluidos lectores extraordinarios como Salman Rushdie que ha dicho en repetidas ocasiones que es el escritor más talentoso que de su generación) es una de las voces más geniales y refrescantes de la literatura contemporánea. Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas con mucho éxito tanto en términos de crítica literaria como en ventas.

Lo suyo (lo del autor, claro está), es la minificción. Relatos breves y fulgurantes en los que hace gala de una imaginación desopilante. Recuerdo, así al vuelo, un cuento que trata sobre un pequeño poblado de la antigua URSS en el que había un hueco por el que una vez al año las almas que habitan el infierno podían salir del inframundo, o aquel que da título al libro Pizzería Kamikaze que trata acerca de un lugar al que van todas las personas que se suicidan (harto rockero de cepa por ahí). El relato que se presenta a continuación es el primero de su más reciente libro: De repente un toquido en la puerta. El autor ha dicho que considera que éste es su mejor libro. En el relato un hombre (presumiblemente el autor) se ve asediado por extraños que golpean la puerta de su casa y lo obligan –a punta de pistola, porque en su país el autor asegura que todo hay que hacerlo a punta de pistola– a contarles un cuento. Como todo gran narrador, Keret te habla de muchas cosas al mismo tiempo; muchas cosas que son tangenciales, complementarias a la trama o que incluso la trascienden. Se me ocurren varias con respecto a este relato pero creo que la magia de este autor radica precisamente en que logra inocular un significado diferente y único en la mente de cada uno de los lectores que se acercan a él. Así que me abstengo de comentar la mía para no estropear su lectura.


Por Etgar Keret.

—Cuéntame un cuento —me ordena el hombre con barba que está sentado en el sofá de mi sala.

Reconozco que la situación me resulta bastante incómoda, porque yo escribo cuentos, pero no soy un cuenta cuentos. Y además no lo hago por encargo. La última persona que me pidió que le contara un cuento fue mi hijo, hace un año. Inventé algo sobre un hada y un ratón de campo, ni siquiera recuerdo qué, sólo sé que a los dos minutos ya se había quedado dormido. Mientras que la situación de ahora es absolutamente distinta. Porque mi hijo no tiene barba. Ni pistola. Y porque mi hijo me pidió el cuento, mientras que la intención de este hombre es robármelo.

Procuro explicarle al barbudo que si enfunda la pistola será mucho mejor para él. Para los dos, en realidad. Porque es difícil que se te ocurra un cuento mientras te encañonan la cabeza con una pistola cargada. Pero el tipo insiste.

—En este país —explica—, cuando quieres algo, tienes que exigirlo por la fuerza.

Es un inmigrante judío recién llegado de Suecia. En Suecia la situación es completamente diferente. Allí, cuando se quiere algo, se pide educadamente y, por lo general, te lo dan. Pero en el asfixiante y enrarecido Medio Oriente, eso no es así. A uno le basta con pasar aquí una semana para entender cómo funcionan las cosas. O para ser más exactos, para entender cómo no funcionan. Los palestinos pidieron con muy buenos modales un Estado. ¿Se los dieron? ¡Pura mierda! Mientras que cuando pasaron a hacerse volar por los aires en autobuses cargados de niños, empezaron a escucharlos. Los colonos quisieron que se les enviara a alguien con quien dialogar. ¿Les enviaron a alguien? Otra mierda, eso es lo que les enviaron. Pero en cuanto se pusieron a repartir madrazos y a lanzarles aceite hirviendo a los guardias fronterizos, los estamentos empezaron a querer tomar contacto. Este país sólo entiende el lenguaje de la fuerza y no importa que se trate de un asunto de política, de economía o de un lugar de estacionamiento. Aquí sólo entendemos la fuerza.

Suecia, el lugar desde el que el barbudo ha inmigrado, es un país progresista y avanzado en no pocos campos. Porque Suecia no es sólo ABBA, IKEA y el Premio Nobel. Suecia es todo un mundo de cosas, y lo muchísimo que tienen lo han conseguido exclusivamente por las buenas. En Suecia, si se le hubiera ocurrido ir a casa de la vocalista de Ace of Base y tocar la puerta para pedirle que le cantara una canción, ella le habría preparado una taza de té, habría sacado la guitarra de debajo de la cama y se habría puesto a tocar. Y todo con una sonrisa. ¿Pero aquí? Si no trajera una pistola en la mano seguramente yo lo habría echado a patadas escaleras abajo.

—Mira… —le digo intentando que entre en razón.

—Nada de mira —exclama furioso el barbudo tomando el arma—, o el cuento o un balazo en la cabeza.

Así que comprendo que no tengo alternativa, que el tipo va completamente en serio.

—Hay dos personas sentadas en una habitación —empiezo—, cuando de repente alguien toca la puerta con los nudillos.

El barbudo se yergue. Por un momento creo que el cuento lo ha atrapado. Pero no. Está escuchando otra cosa. Y es que realmente hay alguien tocando la puerta con los nudillos.

—Abre —me dice—, y no intentes nada. Échalo de aquí lo más deprisa posible, porque si no esto va a acabar muy mal.

El joven de la puerta es un encuestador. Quiere hacerme unas cuantas preguntas. Muy cortas. Sobre la elevadísima humedad que hay aquí en verano y cómo ésta afecta a mi estado de ánimo. Le digo que no quiero que me haga la encuesta, pero él, de todos modos, se cuela.

—¿Quién es? —me pregunta, apuntando hacia el barbudo.

—Es mi sobrino, de Suecia —le miento—. Ha venido para enterrar aquí a su padre que ha muerto en un alud de nieve. En estos momentos estábamos mirando el testamento. ¿Serías, pues, tan amable de respetar nuestra intimidad yéndote ahora mismo?

—¡Vamos! —me dice el encuestador, dándome una palmadita en el hombro—, si son cuatro preguntitas de nada. Deja que este buen hombre se pueda ganar el pan. Me pagan por encuesta hecha.

Se desparrama en el sofá con su carpeta. El sueco se sienta a su lado. Yo sigo de pie, intentando parecer convincente.

—Te ruego que te vayas —le digo—, has llegado en mal momento.

—¿Cómo que en mal momento? ¿Porque no soy lo suficientemente blanco? Para los suecos veo que sí dispones de todo el tiempo del mundo, pero para este marroquí que, como soldado recién llegado del frente del Líbano, ha dejado allí la vida, para este don nadie, no tienes ni un triste minuto.

Intento explicarle que eso no es así, que simplemente se le ha ocurrido llegar en un momento delicado para el sueco y para mí. Pero el encuestador se acerca el cañón de su pistola a los labios indicándome que me calle la boca.

—Ya —me dice—, déjate de excusas. Siéntate ahí en el sillón y desembucha.

—¿Que desembuche qué? —le pregunto.

La verdad es que ahora sí estoy nervioso. El sueco también tiene una pistola y aquí se puede llegar a armar un verdadero enfrentamiento entre Oriente y Occidente o algo así, por la diferencia de mentalidad. O hasta quizá resulte que al sueco le dé por enloquecer porque quería el cuento para él solito.

—No intentes engañarme —me amenaza el encuestador—, tengo la mecha corta. Vamos, suelta ya de una vez un cuento.

—Eso —se le une el sueco, con una sorprendente complicidad mientras también me apunta con su arma y yo carraspeo para volver a empezar.

—Tres personas están sentadas en una habitación…

—Y nada de «de repente tocan la puerta con los nudillos» —me advierte el sueco.

El encuestador no entiende a qué se refiere, pero le sigue la corriente.

—Suéltalo ya —exclama—, y sin toquidos en la puerta. Cuéntanos otra cosa. Algo que nos sorprenda.

Callo un momento y tomo aire. Los dos tienen la mirada fijada en mí. ¿Por qué tendré que verme siempre en situaciones como éstas? A Amos Oz o a David Grossman nunca les pasaría algo así. De repente se oyen unos golpecitos en la puerta. La mirada de concentración de los dos se vuelve ahora amenazadora. Yo me encojo de hombros. No tengo nada que ver con eso, ni mi cuento tiene nada que ver con ese toquido en la puerta.

—Deshazte de él —me ordena el encuestador—, sea quien sea, dile que se largue.

Abro la puerta sólo una rendija. Es un repartidor que trae una pizza.

—¿Eres Keret? —me pregunta.

—Sí —le digo—, pero yo no he pedido ninguna pizza.

—Aquí dice Zamenhof 14—insiste, agitando una nota delante de mis narices y metiéndose a la casa.

—Lo dirá —le contesto—, pero yo no he pedido ninguna pizza.

—Una familiar —se empecina él—, mitad piña, mitad anchoas. Está pagada. Con tarjeta. Sólo tienes que darme la propina y me largo volando.

—¿Tú también has venido por el cuento? —le pregunta el sueco.

—¿Qué cuento? —se extraña el repartidor de pizza.

Pero se le nota que miente, porque es muy mal actor.

—Vamos, sácala —le espeta el encuestador—, saca la pistola de una vez.

—No tengo ninguna pistola —confiesa el repartidor, dejando asomar, sin embargo, de debajo de la caja de cartón, un largo cuchillo de carnicero—, pero lo haré picadillo si no se inventa enseguida una buena historia.

Ahora están los tres sentados en el sofá. El sueco a la derecha, a su lado el repartidor y a la izquierda el encuestador.

—Yo así no puedo —les digo—, no se me va a ocurrir ningún cuento si están ahí los tres con la tontería de las armas. Salgan un rato a dar una vuelta y cuando vuelvan veré si les tengo algo preparado.

—Lo que va a hacer el mierda éste es llamar a la policía —le dice el encuestador al sueco—. Cree que nos chupamos el dedo.

—Vamos, échate uno y nos vamos —me suplica el repartidor de pizza—, uno cortito. No seas tacaño, los tiempos que corren son muy malos, entre el desempleo, los atentados y los iraníes. La gente está sedienta de otra cosa. ¿Qué crees que nos ha traído hasta tu casa a unas personas normalitas como nosotros? La desesperación, hombre, la desesperación.

Yo asiento y vuelvo a empezar.

—Cuatro personas están sentadas en un sofá. Hace calor. Se aburren. El aire no funciona. Uno pide un cuento. Los demás le hacen coro…

—Eso no es un cuento —exclama irritado el encuestador—, eso es un informe de la situación, de lo que en este momento está pasando aquí. Precisamente de lo que estamos intentando escapar. No nos recicles la realidad como el camión de la basura. Dale a la imaginación hermano, inventa algo, vamos, lo más increíble posible.

Vuelvo a empezar.

—Un hombre está sentado en una habitación. Está solo. Es escritor. Quiere escribir un cuento. Ha pasado mucho tiempo desde que escribió su último cuento y siente una fuerte añoranza. Echa de menos la sensación de crear algo a partir de algo. Sí, algo a partir de algo. Porque eso de crear algo de la nada es para cuando de verdad se inventa algo. Y eso ni vale la pena ni es gran cosa. Mientras que crear algo a partir de algo quiere decir saber descubrir algo que ya existía todo el tiempo en ti y descubrirlo a través de algo que ha sucedido y que nunca antes había pasado. Finalmente, el hombre decide escribir sobre la situación. No sobre la situación política, ni tampoco sobre la situación social del país. Decide escribir un cuento sobre la situación humana, o mejor dicho, sobre la condición humana tal y como él la está experimentando en ese mismo momento. Pero no se le ocurre nada. Porque la situación humana, tal y como él la está viviendo en ese momento, según parece, no merece ningún cuento. Está a punto de renunciar a la idea cuando de repente…

—Ya te lo he advertido —me interrumpe el sueco—, nada de toquidos en la puerta.

—Es que tiene que ser así —me empeño yo—, sin que toquen la puerta no hay cuento.

—Déjalo —dice el repartidor de pizza suavemente—. Dale un poco de libertad. Si quiere que toquen la puerta, pues que la toquen. ¡Lo que sea, con tal de que nos cuente un cuento de una vez!



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/26262#more-26262

domingo, 25 de noviembre de 2012

Perlongher y sus efectos

Encuentros
Jornadas Néstor Perlongher: veinte años después

Encuentro organizado para reflexionar sobre el estado de la cultura a veinte años de la muerte de Néstor Perlongher, cuyas consignas y pensamiento crítico articulan muchos de los debates actuales y señalan la agenda política del presente. Participan Adrián Cangi, Jorge Panesi, Paula González Ceuninck, Cecilia Pavón, Ariel Schettini, entre otros.

27 y 28 de noviembre | 17 a 21 hs.

Sala Juan L. Ortiz


Poeta, intelectual y activista, Perlongher atravesó los años de las dictaduras en la Argentina y en el Brasil trabajando la subjetividad en el espacio urbano. Miembro clave del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina, se exilió posteriormente en el Brasil de la transición democrática, donde desarrolló sus estudios de antropología y participó en las luchas culturales por la liberación social y sexual, aspectos que en su pensamiento tenían una imbricación indisoluble. Desarrolló su obra poética potenciando las líneas del neobarroco latinoamericano en su versión local que denominó neobarroso, como una exploración política y erótica de la lengua. Esa misma intensidad aparece en sus ensayos y crónicas, a través de los cuales intervenía en debates sobre cultura, política y subjetividad en la Argentina de la posdictadura.

La organización de un evento de esta naturaleza focaliza en la actualidad de su pensamiento y toma en cuenta los efectos críticos que la vida y la obra de Perlongher tienen en el presente, tanto en el ámbito de los saberes como en el orden de lo sensible. Así, el encuentro se ordenará de acuerdo con los efectos filosóficos, epistemológicos, literarios y editoriales que produjo Perlongher en las prácticas de hoy. Para ello hemos convocado a especialistas y actores de cada área y de distintas generaciones con el objetivo de producir un espacio de reflexión interdisciplinario, vinculando esferas y agentes que operan por separado en cada ámbito cultural. Esperamos con ello no sólo enriquecer las lecturas posibles de la obra de Perlongher, sino también producir un análisis crítico del propio presente a la luz de aquellas consignas transformadoras formuladas en el pasado inmediato que se vuelven deudas pendientes del ahora.


Programa

Martes 27 de noviembre

17 a 18:30 hs. | Efectos filosóficos y epistemológicos
Horacio González
Adrián Cangi
Jorge Panesi

19 a 21 hs. | Efectos políticos
Paula González Ceuninck - Centro Cultural Néstor Perlongher (La Plata)
Mabel Bellucci
Marlene Wayar
Flavio Rapisardi
Agrupación Nacional Putos Peronistas


Miércoles 28 de noviembre

17 a 19 hs. | Efectos poéticos y editoriales
Cecilia Pavón
Washington Cucurto
Francisco Garamona
Gabriela Bejerman
Damián Ríos
Entrevista: Mario Cámara

19 a 21 hs. | Efectos literarios
Osvaldo Baigorria
Ariel Schettini
Roberto Echavarren
Tamara Kamenszain
Moderadoras: Cecilia Palmeiro y Paula Siganevich


Malla de señora

Estuve buscando algo decente con que meterme al mar (la microbikini podía perjudicar mi imagen académica). Encontré esta tankini que me pareció divina. Pero el primer día la tenía en el bolso y, como no encontré dónde cambiarme, terminé mojando vaquero, remera y todo lo demás. El segundo día llovió. El tercero a la mañana tomé, por fin, estas fotos con Silvana y ayuda de dos jovatos que pasaron. Pero a mediodía, cuando pudimos tomar más sol y mojarnos un poco más (después de ir al Congreso) ya no daba tener puesto tanto trapo debajo de la ropa así que terminé con parte de abajo combinada con corpiño adecuado.




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La exigencia de un mundo sagrado




« Es el estado de transgresión que gobierna al deseo, la exigencia de un mundo más profundo, más rico y prodigioso, en una palabra, la exigencia de un mundo sagrado. »

Georges Bataille, Lascaux o el nacimiento del arte

La sociedad sentada

18 julio 2010

Entrevista
David Le Breton: "Internet es el universo de la máscara"

Nos sentamos frente a la PC para interactuar en un mundo virtual en el que el cuerpo parece ser visto como un accesorio prescindible. Pero sin cuerpo perderíamos la sensorialidad del mundo, su sabor, reflexiona el sociólogo y antropólogo francés
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Identidad. "No hay una verdad sobre el ser, no hay una verdadera persona, sino innumerables versiones de la misma persona", dice Le Breton. Foto: Daniel Pessah

Belleza, delgadez, juventud, imagen. El cuerpo está en el centro de las preocupaciones de una sociedad que, paradójicamente, está sentada en el auto y en la oficina, frente a la computadora; de una sociedad que por momentos actúa como si el cuerpo fuera "un accesorio prescindible". El sociólogo y antropólogo francés David Le Breton ha estudiado esa relación de "amor-odio" durante más de dos décadas desde su cátedra en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Estrasburgo, y la ha plasmado en libros tales como Antropología del cuerpo y modernidad (1990), Adiós al cuerpo (1999), La sociología de cuerpo (2002) y El sabor del mundo (2007), entre otros títulos traducidos al español. Ahora la profundiza en Rostros, un ensayo de antropología que editaron en la Argentina Letra Viva y el Instituto de la Máscara (ver recuadro), donde el académico recibió a LN R durante su última visita a Buenos Aires. El rostro "nos deja desnudos frente a la mirada de los otros", reflexiona Le Breton; en la sociedad occidental "somos juzgados, reconocidos, amados o detestados" a partir de la apariencia. Como contracara, dice, Internet y las redes sociales plantean un universo de máscaras, donde las emociones se simplifican como los rostros en "emoticones" y "caritas felices", y las relaciones se deshumanizan.

-¿Qué nos dice sobre nuestra sociedad el papel que le asignamos al cuerpo?

*Para mí, el cuerpo está en el centro de las preocupaciones de innumerables occidentales. En los últimos años se desarrolló un mercado del cuerpo que alimenta una preocupación por la apariencia, la juventud, la seducción, la belleza, la delgadez... Y también el cuerpo está en el centro de las preocupaciones en términos de salud, por las actividades físicas y deportivas que muchos de nuestros contemporáneos practican para mantenerse en forma. Creo que el cuerpo se convirtió en un elemento importante de nuestras preocupaciones, en la medida en que es cada vez menos utilizado en el desarrollo de la vida cotidiana y de la vida profesional. Yo he hablado del tema de la "humanidad sentada", es decir que, para muchos de nuestros contemporáneos, el cuerpo en la actualidad no sirve para nada. Muchos de nuestros contemporáneos están sentados durante todo el día en el auto y en la oficina, y en los edificios urbanos vemos el auge de las escaleras mecánicas, que hacen que la gente se detenga, no se mueva; como si el cuerpo ya no sirviera. En ese contexto de subutilización del cuerpo nace el sentimiento de no sentirse bien en el propio pellejo. Esa subutilización del cuerpo provoca una fatiga nerviosa.

-El auge de los cosméticos, las dietas, los ejercicios y las cirugías para modificar la imagen presuponen un culto al cuerpo. Sin embargo, usted señala el advenimiento de una era en la que el cuerpo es visto como un accesorio prescindible...

-Hay un culto ambivalente del cuerpo: por un lado hay un odio por el cuerpo y por el otro una pasión por el cuerpo. Lo que usted menciona como el culto del cuerpo es la voluntad de modelar el cuerpo, de "trabajarlo". El cuerpo que no fue "trabajado" no resulta un cuerpo interesante. La sociedad convirtió el cuerpo en un accesorio, una suerte de materia prima con la que podemos construir un personaje. Por medio del fisicoculturismo, de las dietas, nos volvemos en cierto modo ingenieros de nuestro propio cuerpo. La gente que no trabaja su cuerpo es señalada como aquella que se deja estar, y es excluida. Tienen mala reputación. Como si fueran personas moralmente cuestionables porque no juegan el juego del marketing, de los cosméticos...

-Si el cuerpo es un accesorio, ¿a quién pertenece? ¿Cuál es entonces el verdadero ser?

-No hay una verdad sobre el ser, no hay una verdadera persona, sino innumerables versiones de la misma persona. Lo que nos transforma son los contextos, que fabrican lo que somos. Hay en nosotros miles y miles de personajes posibles que quizá no conoceremos nunca, porque sólo determinadas circunstancias podrían hacerlos aparecer. Somos una presencia humana. Para mí no existe el espíritu por un lado y el cuerpo por otro. La condición humana es una condición corporal. Hay una inteligencia del cuerpo así como hay una corporalidad del pensamiento.

-¿El rostro sería la máxima expresión de esto que nos pasa con el cuerpo? ¿Lo odiamos más porque se ve más?

-Los únicos lugares desnudos del cuerpo son las manos y el rostro. A partir de nuestro rostro somos juzgados, reconocidos, amados, detestados. Por nuestro rostro se nos asigna un sexo, una edad, se nos juzga como bellos o feos. El rostro es un lugar de alta vulnerabilidad en el vínculo social, porque nos deja desnudos frente a la mirada de los otros. Lo que detestamos sobre todo es el rostro de la vejez, el rostro de la enfermedad, el rostro de la desfiguración. Yo creo que ahí tenemos que librar batalla, para subrayar el hecho de que la dignidad y la equidad de los hombres y las mujeres es también la dignidad del rostro, ya sea el rostro de un niño o el de un anciano. Usted tiene razón cuando dice que a veces el rostro es el lugar del odio y, de manera particular, lo es del racismo. Podríamos calificar al racismo como la liquidación del rostro. Para el racista hay tipos, razas, etnias. Se habla de portación de rostro, la cara pasa a ser una prueba de culpabilidad. Para el racista, el otro no existe en su singularidad. Todos son iguales, según la típica expresión del racista.

-Detestamos en los otros esa uniformidad desde el racismo, y sin embargo nos uniformamos con cirugías estéticas, medidas, dietas...

-Sí, sobre todo en el caso de las mujeres. Es la cuestión de la tiranía de la apariencia, que se da con mucha más frecuencia en los Estados Unidos y aquí, en América latina, donde la mujer sólo vale por lo que es su cuerpo, está asignada a su cuerpo. El hombre rara vez es juzgado por su cuerpo, si bien el mercado se está ampliando para alcanzarlo en determinados cuidados estéticos. No obstante, la proporción aún es mayor entre las mujeres, que sobre todo en sociedades cultural y económicamente más pobres sólo ven la salvación a través de sus cuerpo, ven su cuerpo como el único medio para un ascenso social. Una estudiante colombiana que hizo su tesis conmigo trabajó sobre las cirugías estéticas en mujeres colombianas cuyo sueño era convertirse en amantes o esposas de los narcotraficantes, con la convicción de que para serlo debían tener una buena figura, pechos de determinada medida. Se operan buscando dinero y poder, aunque eso implique incluso prostituirse, para seguir operándose cuando lo obtienen. Sólo el cuerpo las puede salvar.

-Parece una paradoja que mientras llevamos una vida sedentaria en la que el cuerpo pareciera no importarnos, nos obsesionemos por la delgadez, la belleza y la juventud eterna... ¿O una cosa es consecuencia de la otra?

-Creo que esa preocupación por el cuerpo proviene del hecho de que nos sentimos cada vez menos dentro de nuestro cuerpo. El cuerpo plantea problemas y por eso no dejamos de hablar y de preocuparnos por él. Durante los años 60 y 70 no hablábamos del cuerpo, porque el cuerpo era una evidencia. Hoy nos plantea problemas; por eso tratamos de controlarlo y nos planteamos preguntas respecto de él. El mercado del cuerpo que floreció en los años 90 y 2000 multiplica esa obsesión por sentirse bien dentro del propio cuerpo: tener buenas medidas, el peso correcto, preocuparse por la salud, hacer footing. Las nuevas generaciones desarrollan actividades deportivas extremas, que son un síntoma del querer volver a encontrar la sensación de lo real. Las conductas de riesgo, el alcoholismo, los trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia, el exceso de velocidad en las rutas: todo es una búsqueda de la realidad, de encontrar límites físicos, de encontrar la sensación de lo real que nos está faltando.

-En ese sentido, pensando en esa necesidad de reencontrarse con lo real que se evidencia más en los jóvenes, ¿se puede vislumbrar un futuro positivo, de reencuentro con el cuerpo?

-Sí, hay una dimensión positiva y feliz de encuentro con el cuerpo. Un ejemplo es el auge del caminar. Yo escribí un libro que se llama Elogio de la caminata . Vemos en Europa y en los Estados Unidos cada vez más decenas de millones de personas que caminan, no desde el culto obsesivo del cuerpo, sino desde el reencuentro con el placer de existir. Es una manera de usar todos los recursos corporales, sensoriales: la persona que camina encuentra la plenitud del sentido de su existencia. Me gusta analizar la caminata como una forma de resistencia: es ponerse por encima de esa pesadez que concierne al cuerpo hoy.

-En El sabor del mundo , usted dice que "somos corporalmente", que no hay un vínculo con el mundo que no pase primero por los sentidos. Pensaba en el uso de Internet, y en cómo en cierto modo los sentidos tienden a desvanecerse en el mundo virtual, salvo por la vista, que se exalta... ¿eso tiene relación con la importancia que le damos a la imagen?

-Hay dos sentidos que se encuentran privilegiados en el mundo contemporáneo. Uno es la vista; estamos en una sociedad del look, de la imagen, del espectáculo; una sociedad donde todo tiene que estar a la vista, donde todo es visual. Otro sentido muy presente es el del oído: en particular por la importancia que ha cobrado la utilización permanente del teléfono celular, la importancia que aún tiene la televisión, la radio, pero también del ruido que nos rodea, del tránsito, de la ciudad. El tacto es un sentido olvidado en nuestras sociedades: en un principio no hay que tocar a los otros y cuando se hace es de una manera muy ritualizada.

-Con Internet, ni siquiera para el sexo el tacto es una condición necesaria...

-Claro, y la cibersexualidad es una prolongación de lo que pasa con la procreación asistida en laboratorios. Los niños se pueden producir sin intervención, sin sexualidad, sin cuerpo. Y hasta existe ese fantasma que se ha desarrollado en la mente de algunos científicos: que el cuerpo ya no es necesario para que se engendren chicos. Se podrían hacer chicos de una manera limpia, aséptica, sin cuerpos, sin mujeres. Estamos en un universo donde se plantea un cierto odio del cuerpo. Es un universo puritano, porque también está el odio del deseo. El universo de Internet es un universo autista.

-Internet ha incorporado en la vida cotidiana el uso de "emoticones", íconos que representan estados de ánimo a través de expresiones estereotipadas del rostro. Las "caritas felices", ¿no hablan de una simplificación de nuestra existencia, de relaciones más superficiales y menos comprometidas?

-Sí, porque en la medida en que el rostro vivo del otro ya no está presente, se lo transforma en figura en el sentido geométrico del término; es una suerte de simulacro que muestra una deshumanización. Y, al mismo tiempo, crece el simplismo en los intercambios que tienen lugar. Alguien que cuenta por Internet un chiste pone una cara sonriente como si el otro fuera tan estúpido que no pudiese reír solo.

-Las redes sociales, como Facebook o Twitter, en las que los internautas se relacionan a partir de un rostro y un nombre propio, ¿no representan un quiebre con respecto a lo que ocurría hasta hace unos años en Internet, cuando las relaciones virtuales se amparaban en el anonimato?

-Yo creo que Internet es el universo de la máscara, aun cuando esté presente una foto del rostro del otro, porque no es una presencia viva del otro. Y por eso podemos hacerle creer cualquier cosa. No sabemos bien a quién está representando esa foto. Se sabe que las nuevas generaciones suelen multiplicar sus seudónimos en las redes y en los sitios de chateo: van probando personajes para saber quiénes son. Se hacen pasar por mujeres, por gente mayor o más joven... Como dicen los norteamericanos, "en Internet nadie sabe que usted es un perro".

-¿Aun en las redes sociales con nombre y apellido? Porque en Facebook usted es David Le Breton, escribe con su nombre, con una cara, una foto que elige, pero que es suya...

-Pero, ¿es realmente mi foto o no lo es? Y finalmente, ¿soy yo? En Internet uno no es más que quien dice ser, uno se construye un personaje y es un relato que hace sobre sí mismo. Y eso tiene que ver con el universo de las máscaras. Hay una construcción ficticia del mundo. Cuando en Facebook una persona dice "tengo 300 amigos", eso basta para mostrar que hay un cierto ridículo allí, una degradación de la amistad, porque se clasifica como "amigos" a todos los que se inscribieron en su sitio, y por otra parte es gente a la que casi con seguridad no vamos a ver nunca.

-Hay fantasías, como las de la película Avatar , que juegan con la posibilidad de transmigrar de un cuerpo a otro para vivir otra vida. ¿Por qué eso nos fascina tanto?

-Creo que es una consecuencia de ese odio por el cuerpo. Es un odio absoluto, radical. El personaje de Avatar es un hombre discapacitado, pero cuando está en el universo virtual cumple proezas físicas extraordinarias. Lo que nos dice Avatar es que el cuerpo nos hace echar raíces sobre la muerte o sobre la enfermedad o la discapacidad. Habla de la fragilidad y de límites muy estrechos, mientras que en el universo de lo virtual no hay límites. En el universo de Avatar lo único que importa para nuestra esencia son aquellas informaciones que permanecen en nuestro cerebro: el cuerpo es percibido como algo molesto, como un obstáculo. Porque es el lugar del límite, del envejecimiento, de la fragilidad. Pero esa fragilidad, esa vulnerabilidad del cuerpo, el hecho de que el cuerpo nos limite, el hecho de que existan las enfermedades y la propia muerte, es la condición del sabor del mundo. El hecho de no ser inmortales nos hace vivir con fervor. Si perdemos nuestro cuerpo, está claro que perdemos toda la sensorialidad del mundo, todo el sabor del mundo... ¿Cuáles podrían ser las sensaciones del hombre virtual? Ninguna. Sería un universo de pura racionalidad, de un puritanismo absoluto; es el universo de la información. Y la información no tiene sabor, ni tacto, ni deseo, ni nada. Sería un universo sin humanidad.


Por Mercedes Funes
mfunes@lanacion.com.ar


Tomado de http://www.lanacion.com.ar/1285826-david-le-breton-internet-es-el-universo-de-la-mascara

jueves, 22 de noviembre de 2012

La poesía se propaga

Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes.


Vicente Huidobro

sábado, 17 de noviembre de 2012

Consecuencias domésticas del clasismo

El amo y el sirviente

por Pedro Mairal

A la mañana me siento en el living y apoyo la taza de café al lado de la taza sucia de ayer. Y de pronto me veo repetido, desfasado, facetado en fotogramas, el fantasma del que fui cada día de la semana apoyando la taza el lunes, apoyando la taza el martes, y el miércoles, etc. Es decir todos mis etcéteras como una serpiente que me sigue, un multiplicado reflejo de ascensor, una coreografía de mí mismo, mi estela semanal.

No logro equilibrarme en la soledad de mi casa: o soy el amo o soy el sirviente. Cuando soy el amo voy ensuciando platos, cubiertos, vasos, y ahí quedan, y la ropa se apila en la silla, y los papeles van formando una parva, los libros que fui hojeando estos días para preparar clases llegan hasta la cocina, los cables de los distintos adaptadores y cargadores se van haciendo un nudo negro... Qué lindo ser el amo, qué gran displicencia indigna, ser un déspota caprichoso que va barajando el orden y despeina la casa y vuelca el frasco de monedas en la mesa para sacar un clip de papel y así lo deja.

Cuando soy el sirviente voy levantando el caos del señorito. Repaso su semana, la voy como leyendo, acá su vaso de vitamina C dominical, acá su clase de Saer del jueves, acá el bol de cereales del miércoles del hijo, acá las cuentas impagas, acá el recibo que buscó durante días. El sirviente es mucho más sabio que el amo, más digno, más alto y despejado. Nada de jogging, ni pijama, ni crocs impresentables. El sirviente es un mayordomo inglés que respeta hasta el orden alfabético de la biblioteca y guarda en carpetas las facturas, y dobla la ropa del hijo con amor. Qué lindo cuando finalmente logro ser el sirviente y la casa queda planchada, espaciosa, nueva.

Por qué me costará tanto invocarlo más seguido, y tenerlo más cerca para aplacar el aluvión del amo. Quisiera ser amo y sirviente al mismo tiempo, poder mezclarlos, volverlos simultáneos hasta que no se sepa quién hace qué, hasta que el amo le traiga un té al sirviente que estaba cansado y leyendo una novela.


Perfil, 17 de agosto de 2012


No me tercerice la mascota


Perros al alba

Pedro Mairal

De lunes a sábado me despiertan 7.30 los perros que el paseador deja atados en un poste a mitad de cuadra. Mientras busca más perros por los departamentos, los deja ladrando sus ladridos metafísicos que suben hasta mi ventana como una jauría atrapada en un cañadón. Las fachadas de los edificios hacen de megáfono, el ruido sube. Son casi veinte perros preguntándole cosas al cielo, en toda la escala, desde el guau profundo de un labrador hasta el aullido finito de un caniche toy. ¿Qué dicen, a quién invocan, llaman a sus dueños, liberan tensión, se declaran listos para algo, se contestan a sí mismos, afirman su yo canino en cada grito?

Si uno solo empieza, ése desata el coro, y cada uno empieza a probar la acústica de la cuadra, les gusta estudiar el espacio a los perros, fijarse dónde pega su ladrido, dónde rebota, dónde se pierde. Estoy seguro. Tiene algo de radar su vozarrón. García Lorca muestra muy bien los ladridos lejanos en lugares abiertos cuando, en su Romancero, un gitano y una casada infiel van al río de noche, furtivos, a amarse sin ser vistos, y a lo lejos se oye “un horizonte de perros”. Saer, en su novela La grande, desglosa el recuerdo de los cinco sentidos en su pueblo y al llegar a las sensaciones auditivas habla de los ladridos en el espacio negro descomponiendo una multiplicidad de planos diferentes, una geometría de ladridos que rebotan en patios cuadrados, en tapiales largos, en tinglados de chapa. Los ladridos son el espacio.

Muy lindo y muy literario todo. Pero quiero dormir media hora más hasta las ocho sin que las tres cabezas del can Cerbero me ladren en la puerta del infierno. ¿Qué hacer? ¿Bajar con un bate de baseball a hablar con el paseador? ¿Bajar en son de paz? ¿Llamarlo? ¿Agremiarme con los vecinos para hacerle un reclamo colectivo? ¿Distribuir su teléfono en un papelito buchón por todos los pisos? ¿Soltarle una mañana la jauría y dejarle un cartel mafioso en el poste? ¿Hacerme el San Francisco de Asís y hermanarme con los hermanos perros hasta anularlos por aceptación?

Qué detestable esa actitud de tercerizar el tema mascota. Los dueños que no se hacen cargo de sus perros deberían ser atados todos juntos a un poste. Qué manera de joder al prójimo. Yo convivo con una gata hace dos meses. A la tarde, cuando el sol entra por la ventana, ella se sienta derecha, egipcia y luminosa, adora a un dios antiguo, brinda tributo, se acicala. Yo la miro y escribo. No molestamos a nadie.

Perfil, 20 de octubre de 2012

El narcótigo ideológico del relato

Fin K

Por Jorge Fontevecchia

10/11/12 - 11:01

Fin K

50% DEL VOTO K fue de clase media y es no peronista.




Algo muy grande pasó en la Argentina el jueves, y no fue la elección del presidente de China. El 8N corporizó lo que ya venían mostrando las encuestas: que Cristina Kirchner perdió en el último año una parte significativa de la clase media que la votó en octubre pasado, y que sin el apoyo de ese sector de la sociedad el Gobierno no sólo no puede aspirar a una re-reelección, sino que cualquier candidato kirchnerista, incluida la propia Presidenta, perdería hoy un ballottage.

El gráfico que acompaña esta columna fue publicado en la edición de ayer de PERFIL, dentro de una columna de Artemio López –director de Equis, la consultora de investigación social más cercana al kirchnerismo– con otro fin. Pero una segunda lectura de ese gráfico permite comprender el futuro de la política argentina. La mitad del 54% de los votos que la Presidenta obtuvo en octubre de 2011 es no peronista: 8% provino de kirchneristas no peronistas, y 42% de personas que no son ni peronistas ni kirchneristas, independientes que se sumaron coyunturalmente, los que en conjunto Equis denomina “agregado volátil”.

Esto demuestra que Cristina Kirchner no sólo no podría ganar una elección sin el apoyo de la clase media, sino que tampoco podría triunfar sin la clase media ningún candidato peronista (por eso Scioli calló sobre el 8N), aun si se juntaran todas las líneas del PJ. Esto coincide con los cálculos del asesor electoral del PRO, Jaime Durán Barba, quien sostiene que en sus encuestas siempre le aparece que los peronistas –o sea, personas que votan por el peronismo en cualquier circunstancia– son sólo el 25% del total de la población. La mitad del 54% de Cristina Kirchner en octubre pasado da 27%.

Esto que Néstor Kirchner tuvo tan claro al construir la transversalidad, ¿puede ignorarlo su sucesora? Claro que no, por eso desde estas columnas se viene conjeturando que Cristina Kirchner no trabaja para la re-reelección sino para la historia, ya que su “ir por todo” no es útil electoralmente, o por lo menos es muy riesgoso porque fortalece el vínculo con el núcleo duro de sus votantes, que igual los tendría (redundancia), y aleja al agregado volátil sin el cual el modelo K finaliza en 2015.

El peronismo es un hacedor de clase media: Perón en los 50, Menem en los primeros años de los 90, al recuperar a los caídos de la hiperinflación de los 80, y el kirchnerismo, que redujo la clase baja del 22% en 2004 al 14% en 2011, aumentando la clase media en igual proporción. Pero quizás el modelo K, como la convertibilidad de Menem, encontró su punto de obsolescencia y ahora, para darles a unos, no le quede más alternativa que sacarles a otros (hasta 2011 mejoraron también las clases media, media alta y alta). Antes del 8N, Cristina Kirchner dijo: “La clase media muchas veces no entiende y cree que separándose de los laburantes, de los morochos, le va a ir mejor”. Y ya después del 8N, el Cuervo Larroque sostuvo: “Quienes más se quejan no son los que menos tienen, sino los que la están pasando bastante bien”.

Hasta 2011, con el modelo K habían ganado casi todos los sectores sociales, y ahora, para que los más necesitados no pierdan, los del medio deben perder. Esto tiene múltiples consecuencias: por un lado, la propia bronca de quienes ven amenazado su nivel de vida; y por otro, la creciente indignación que produce la fortuna de la Presidenta y el enriquecimiento de sus colaboradores, algo tolerado mientras la economía de todos mejoraba.

En el 8N, un manifestante expresó: “Los Kirchner justificaron que se habían dedicado a hacer dinero en sus comienzos porque la política requería recursos, pero ahora que ya llegaron a la presidencia, la fortuna que aumentan ya es para ellos. Nos quitan la plata a los que trabajamos para dársela a los que no trabajan, ¿por qué no da primero la de ella?”.

Aquí surge el segundo factor de agotamiento del modelo K, no ya el económico sino el social. Antes de la crisis de 2001 los políticos del PJ sabían que la clase media estaba en contra de que se les dieran subsidios sistemáticos a personas que no trabajaran. La proliferación de la pobreza en 2002 generalizó un sentimiento de solidaridad que produjo culpa en aquel que no estuviera dispuesto a resignar parte de lo que le sobrara. Doce años después de aquella crisis y una década después del mayor crecimiento acumulado de la historia, la relación entre solidaridad y culpa naturalmente se ha modificado. No tomar nota de ello sería un gran error para cualquier político.

Por ejemplo, los jubilados que marcharon el 8N pidiendo el 82% móvil (aunque movilizados por la Uatre) representan a muchos más que sienten que ya no es tan justo que ellos sigan cobrando menos de lo que les corresponde mientras el Gobierno utiliza los fondos de la Anses para pagar jubilaciones a quienes no aportaron o para otros fines menos directos.

La sábana corta: mientras todo crecía, el plan felicidad era un bálsamo frente a todas las demandas. La continua inflación encogió la sábana, y ya no cubre a todos de la misma manera.

El crecimiento del producto bruto para el próximo año prevé ser moderado, lo que indica que el kirchnerismo no volverá a tener años de “tasas chinas” quizá durante todo lo que resta de su mandato. De ser así, se podrá comprobar lo que dijo la Presidenta tras el 8N acerca de que los dirigentes se ven en los momentos de dificultades, porque le esperan muchas.

Paralelamente, no tiene opción; el Gobierno no podría responder a las demandas del 8N sin al mismo tiempo destruir su identidad. Fue tan enfático en su relato, que impide cualquier margen de flexibilidad. Hoy –no era así antes de 2008–, si tratara de reseducir a la clase media que se aleja espantada, terminaría perdiendo la otra mitad de sus votantes, que integran el núcleo duro de su apoyo.

Les queda Scioli. Siempre y cuando Sergio Massa no se decida a armar una lista del PJ no K para las elecciones legislativas de 2013 en la provincia de Buenos Aires y, de ganar, no modifique todo el mapa político actual. Pero, aun si fuera Scioli el heredero de 2015, el modelo kirchnerista igual pasaría a retiro.

El narcótico ideológico del relato ya no produce el mismo efecto. El duelo ya cumplió dos años. Le quedan algunos días de gloria (¿el 7D?), pero cada vez serán menos.