lunes, 12 de noviembre de 2012

El narcótigo ideológico del relato

Fin K

Por Jorge Fontevecchia

10/11/12 - 11:01

Fin K

50% DEL VOTO K fue de clase media y es no peronista.




Algo muy grande pasó en la Argentina el jueves, y no fue la elección del presidente de China. El 8N corporizó lo que ya venían mostrando las encuestas: que Cristina Kirchner perdió en el último año una parte significativa de la clase media que la votó en octubre pasado, y que sin el apoyo de ese sector de la sociedad el Gobierno no sólo no puede aspirar a una re-reelección, sino que cualquier candidato kirchnerista, incluida la propia Presidenta, perdería hoy un ballottage.

El gráfico que acompaña esta columna fue publicado en la edición de ayer de PERFIL, dentro de una columna de Artemio López –director de Equis, la consultora de investigación social más cercana al kirchnerismo– con otro fin. Pero una segunda lectura de ese gráfico permite comprender el futuro de la política argentina. La mitad del 54% de los votos que la Presidenta obtuvo en octubre de 2011 es no peronista: 8% provino de kirchneristas no peronistas, y 42% de personas que no son ni peronistas ni kirchneristas, independientes que se sumaron coyunturalmente, los que en conjunto Equis denomina “agregado volátil”.

Esto demuestra que Cristina Kirchner no sólo no podría ganar una elección sin el apoyo de la clase media, sino que tampoco podría triunfar sin la clase media ningún candidato peronista (por eso Scioli calló sobre el 8N), aun si se juntaran todas las líneas del PJ. Esto coincide con los cálculos del asesor electoral del PRO, Jaime Durán Barba, quien sostiene que en sus encuestas siempre le aparece que los peronistas –o sea, personas que votan por el peronismo en cualquier circunstancia– son sólo el 25% del total de la población. La mitad del 54% de Cristina Kirchner en octubre pasado da 27%.

Esto que Néstor Kirchner tuvo tan claro al construir la transversalidad, ¿puede ignorarlo su sucesora? Claro que no, por eso desde estas columnas se viene conjeturando que Cristina Kirchner no trabaja para la re-reelección sino para la historia, ya que su “ir por todo” no es útil electoralmente, o por lo menos es muy riesgoso porque fortalece el vínculo con el núcleo duro de sus votantes, que igual los tendría (redundancia), y aleja al agregado volátil sin el cual el modelo K finaliza en 2015.

El peronismo es un hacedor de clase media: Perón en los 50, Menem en los primeros años de los 90, al recuperar a los caídos de la hiperinflación de los 80, y el kirchnerismo, que redujo la clase baja del 22% en 2004 al 14% en 2011, aumentando la clase media en igual proporción. Pero quizás el modelo K, como la convertibilidad de Menem, encontró su punto de obsolescencia y ahora, para darles a unos, no le quede más alternativa que sacarles a otros (hasta 2011 mejoraron también las clases media, media alta y alta). Antes del 8N, Cristina Kirchner dijo: “La clase media muchas veces no entiende y cree que separándose de los laburantes, de los morochos, le va a ir mejor”. Y ya después del 8N, el Cuervo Larroque sostuvo: “Quienes más se quejan no son los que menos tienen, sino los que la están pasando bastante bien”.

Hasta 2011, con el modelo K habían ganado casi todos los sectores sociales, y ahora, para que los más necesitados no pierdan, los del medio deben perder. Esto tiene múltiples consecuencias: por un lado, la propia bronca de quienes ven amenazado su nivel de vida; y por otro, la creciente indignación que produce la fortuna de la Presidenta y el enriquecimiento de sus colaboradores, algo tolerado mientras la economía de todos mejoraba.

En el 8N, un manifestante expresó: “Los Kirchner justificaron que se habían dedicado a hacer dinero en sus comienzos porque la política requería recursos, pero ahora que ya llegaron a la presidencia, la fortuna que aumentan ya es para ellos. Nos quitan la plata a los que trabajamos para dársela a los que no trabajan, ¿por qué no da primero la de ella?”.

Aquí surge el segundo factor de agotamiento del modelo K, no ya el económico sino el social. Antes de la crisis de 2001 los políticos del PJ sabían que la clase media estaba en contra de que se les dieran subsidios sistemáticos a personas que no trabajaran. La proliferación de la pobreza en 2002 generalizó un sentimiento de solidaridad que produjo culpa en aquel que no estuviera dispuesto a resignar parte de lo que le sobrara. Doce años después de aquella crisis y una década después del mayor crecimiento acumulado de la historia, la relación entre solidaridad y culpa naturalmente se ha modificado. No tomar nota de ello sería un gran error para cualquier político.

Por ejemplo, los jubilados que marcharon el 8N pidiendo el 82% móvil (aunque movilizados por la Uatre) representan a muchos más que sienten que ya no es tan justo que ellos sigan cobrando menos de lo que les corresponde mientras el Gobierno utiliza los fondos de la Anses para pagar jubilaciones a quienes no aportaron o para otros fines menos directos.

La sábana corta: mientras todo crecía, el plan felicidad era un bálsamo frente a todas las demandas. La continua inflación encogió la sábana, y ya no cubre a todos de la misma manera.

El crecimiento del producto bruto para el próximo año prevé ser moderado, lo que indica que el kirchnerismo no volverá a tener años de “tasas chinas” quizá durante todo lo que resta de su mandato. De ser así, se podrá comprobar lo que dijo la Presidenta tras el 8N acerca de que los dirigentes se ven en los momentos de dificultades, porque le esperan muchas.

Paralelamente, no tiene opción; el Gobierno no podría responder a las demandas del 8N sin al mismo tiempo destruir su identidad. Fue tan enfático en su relato, que impide cualquier margen de flexibilidad. Hoy –no era así antes de 2008–, si tratara de reseducir a la clase media que se aleja espantada, terminaría perdiendo la otra mitad de sus votantes, que integran el núcleo duro de su apoyo.

Les queda Scioli. Siempre y cuando Sergio Massa no se decida a armar una lista del PJ no K para las elecciones legislativas de 2013 en la provincia de Buenos Aires y, de ganar, no modifique todo el mapa político actual. Pero, aun si fuera Scioli el heredero de 2015, el modelo kirchnerista igual pasaría a retiro.

El narcótico ideológico del relato ya no produce el mismo efecto. El duelo ya cumplió dos años. Le quedan algunos días de gloria (¿el 7D?), pero cada vez serán menos.

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