miércoles, 13 de septiembre de 2023

Ser mujer y estar presente

 

Oswaldo Estrada: “Si las mujeres escritoras no reciben el mismo trato que los hombres, más difícil aun es la situación de las escritoras negras e indígenas”

Entrevista por CHRISTIAN ELGUERA

El encuentro con Oswaldo Estrada se dio con retrasos. En 2017 fui invitado a reseñar el último libro que había editado entonces: Senderos de violencia. En medio de clases y pendientes, encontré un tiempo para leer los artículos del volumen. Al final, la revista que iba a publicar la reseña nunca lo hizo y no volví a saber más del asunto. Me había quedado igual con las ganas. Como parte de mis columnas en Noticias SER publiqué el texto con algunos añadidos que pudieran ahondar en el recorrido del libro, un periplo por contextos centroamericanos, chilenos, argentinos y peruanos donde la violencia ha perdurado inacabable.  Aprecié mucho el trabajo de Oswaldo en este volumen, especialmente porque su artículo trataba sobre literatura peruana, a saber: la representación de la violencia política en Bioy de Diego Trelles y El cerco de Lima de Óscar Colchado. Hago la acotación de mi sorpresa, porque Oswaldo ha forjado su carrera como mexicanista, con investigaciones sesudas que van desde Sor Juana Inés de la Cruz al Subcomandante Marcos. Sin embargo, la raíz de esta lectura no era casual. Sus orígenes están en Perú y este hecho ha de marcar sus trabajos académicos. La migración, que experimentó desde su salida de Lima a USA en 1991, definirá además sus mundos literarios.

Pasaron algunos años y me animé a escribirle a Oswaldo. La idea era invitarlo a participar del proyecto de entrevistas que venimos forjando con la Red Literaria desde el año pasado. La amabilidad de sus respuestas vino en compañía con una gran atención por los detalles del proceso. A través de videollamadas, mensajes, consultas breves, Oswaldo no veía la entrevista como un detalle aleatorio a su carrera, sino como un gesto de cariño y compromiso. Lo sentí como una forma de reconectarse con Perú y sus lectores. A esto se sumó un gran cuidado en las ediciones del proceso. No en vano ha editado la revista Romances Notes por cinco años (2014-2018) y actualmente es editor de Hispanófila (2019). Como siempre sucede en el trasiego de las entrevistas, el tiempo es un tema delicado. Especialmente si las preguntas son largas e intentan desmenuzar años de trabajo. A pesar de organizar el evento Transient Bodies and Gender Politics in 21st Century Mexico el pasado octubre en UNC Chapel Hill, escribir cartas de recomendación y artículos pendientes, Oswaldo tuvo la generosidad de responder prontamente. Lo hizo además con gran cuidado, sopesando la densidad de cada frase, franqueando el debate, afinando la polémica.

Su primer libro, La imaginación novelesca. Bernal Díaz entre géneros y épocas se publicó en 2009. Desde entonces podrían destacarse signos recurrentes en sus investigaciones. Como los escritores, los críticos de literatura también tienen búsquedas, “demonios felices” que no dejan de hablarnos. Allí está esa línea constante por entender las continuidades de las violencias coloniales en nuestras sociedades latinoamericanas contemporáneas; el talante del intelectual que gesta sus resistencias desde los mundos literarios. Considero, no obstante, que uno de los pilares del trabajo académico de Oswaldo ha sido su interés por la lucha de las mujeres escritoras. Su libro, Ser mujer y estar presente (2014), es un esfuerzo detallado por hacernos entender los conflictos, jerarquías de género, violencias simbólicas frente a los cuales diversas generaciones de escritoras mexicanas han tenido que estar en guardia. Desde Rosario Castellanos hasta Cristina Rivera Garza, por ejemplo, estas mujeres han tratado desde sus producciones literarias de construir un espacio propio, confrontando una tradición patriarcal en el campo letrado mexicano. Como advierte Oswaldo en la entrevista, esta violencia colonial se acentúa aún más en el caso de las escritoras indígenas y negras.

Las preguntas de Ser mujer y estar presente cobran un mayor vigor en Troubled Memories: Iconic Mexican Women and the Traps of Representation (2018). El libro nos invita a preguntarnos, ¿en qué medida los iconos femeninos mexicanos pueden expresarse por sí mismos?, ¿cómo una mujer se convierte en un icono representado por otros? Figuras como La Malinche, Sor Juana Inés de la Cruz o Frida Kahlo, se han vuelto símbolos de nacionalidad o personajes literarios de consumo. En otras palabras, como advierte Oswaldo, ellas han sido reducidas o violentadas por las trampas de la representación. En este sentido, esta publicación llega en medio de un contexto álgido en Latinoamérica. Su propuesta resulta de importancia capital en esta hora de luchar por una voz propia de las mujeres, ante una ola brutal de feminicidios —especialmente en Perú— donde los cuerpos femeninos se convierten en espectáculos de sangre o desechos. La virtud de este libro no solo radica en el talento académico, sino, sobre todo, en su modo de interpelación en un contexto de urgencias y debates de género.

En los últimos años, con un tono perplejo y desgarrado, Oswaldo ha ingresado a las lides literarias. Encuentra en la migración un tema que conoce y profundiza, grave, sin falsía. Se pone en la piel de una migrante peruana atrapada en el “sueño americano”. Un rumor de personajes desolados llena sus páginas; inquietos no encuentran su “ser” por ningún lado. Se encaraman en un intento por tranquilidad, pero terminan engañados, escapando, entre sosiegos aparentes. Como diría el poeta Cabral de Melo Neto, “a morte para eles / foi coisa rotineira”. Me refiero aquí, principalmente, a los cuentos “El otro mar” (Hostos Review, 2019), “Volver a la tierra” (Aurora Boreal, 2019) y “Assisted Living” (en la antología Cuentos de ida y vuelta, 2019). Oswaldo ha ido labrando así su primer cuentario, acertadamente titulado Luces de emergencia (Ediciones Valparaíso, 2019). Vivir bajo la sensación de la emergencia define la personalidad de estos personajes. Pero, asimismo, hay una búsqueda por lo emergente. Se advierte así una necesidad por salir de esos estados de inconexión y frustración. Decía Arguedas que había escrito “La agonía de Rasu Ñiti” “un poco como despidiéndome del mundo”. Juzgo ahora que Luces de emergencia se perfila, más bien, como un libro muy de despertar y muy instintivo, capaz de una mirada sincera y penetrante para comprender e, incluso, mimetizarse con esas vidas a la zaga.

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Oswaldo Estrada, escritor y profesor en UNC Chapel Hill

Christian Elguera: Tu primer libro, que fue tu tesis de doctorado en UC Davis, versó sobre la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo. En este trabajo, publicado en el 2009, se aprecia una preocupación que va a acompañarte a lo largo de tus investigaciones, a saber, las relaciones entre historia y ficción: ¿trató Bernal Díaz del Castillo de novelar los procesos históricos como una respuesta a otros cronistas que lo precedieron? ¿Tuvo algún interés político este proceso de ficcionalización o fue, más bien, la expresión de una estética renacentista, de una habilidad novelesca?

Oswaldo Estrada: Siempre me ha gustado mucho la historia, desde niño. Y sobre todo la historia colonial. En el Perú, donde viví hasta los catorce años, leí y releí varios volúmenes de la Historia General del Perú, de Rubén Vargas Ugarte. No me imaginaba en aquel entonces que terminaría dedicándome al estudio de la historia, de la literatura, o de las narrativas del presente que dialogan con la historia. Pero me fascinaba leer sobre la conquista y la colonización, sobre la época del virreinato. Sobre un período tan distante y a la vez tan cerca de nosotros. Palpable en nuestros monumentos históricos, en nuestras visitas escolares a la Inquisición de Lima, a la Catedral, a las Catacumbas de San Francisco. O al Convento de Santo Domingo donde vi a los nueve o diez años, con una mezcla de horror y fascinación, los cráneos de San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima.

En la Universidad de California, en Davis, donde estudié la carrera, la maestría y el doctorado, me interesaron mucho las crónicas de la conquista de México, pero también la manera en que éstas habían logrado ingresar al presente en una serie de cuentos, novelas, poemas y obras de teatro del siglo XX y principios del XXI.

Me interesó en particular la figura de Bernal Díaz del Castillo porque escribe una obra que se sale de los marcos historiográficos del momento de la conquista. Bernal Díaz fue un soldado raso que acompañó a Hernán Cortés en la conquista de México. No había pasado por la universidad, como su propio capitán, o como otros “afamados coronistas”. Por eso se llama a sí mismo “idiota sin letras”, aunque es evidente que ha leído mucho y que tiene un don para contar lo que ha vivido. Se vale de su experiencia en el campo de batalla para compensar su falta de estudios. Si para otros letrados, como Hernán Cortés o Francisco López de Gómara, la historia es o debe ser la historia de un gran hombre, para Bernal Díaz la historia es un todo comunitario.

En ningún momento Bernal Díaz trata de “novelar” lo que ha vivido, ni mucho menos intenta escribir “literatura”. Siente la necesidad humanista, sin embargo, de darnos una historia de la conquista mucho más cercana a la verdad que la que han contado otros cronistas oficiales. Para convencernos de que su historia es “verdadera”, incluye detalles que no incluyen los otros, y que vistos desde el presente nos parecen “novelescos.” Porque al volver al pasado, y aun queriendo contar la verdad y solo la verdad, Bernal Díaz edita, aumenta, quita, pone e inventa. Su manuscrito está lleno de caracterización, humor, dilemas completamente humanos, suspenso. Hay en él un manejo magistral del tiempo y el espacio. Aunque Bernal cuenta una historia que ya ha pasado y que muchos ya conocen, deja que sus lectores la vayan descubriendo paso a paso. Instala dudas en su narración. Nos sorprende. Con los amores de Hernán Cortés y la posibilidad de que asesinara a su primera mujer; creándole un pasado “cristiano” a la Malinche; o retratando las lágrimas de los caciques indígenas que lloran por sus dioses vencidos. Lo curioso de Bernal Díaz es que escribe para ser recompensado por su participación en la Conquista de México, pero la “relación” que llega a nuestras manos es mucho más que un documento legal. Estas y otras cosas estudio en La imaginación novelesca. Bernal Díaz entre géneros y épocas.

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La imaginación novelesca. Madrid-Frankfurt am Main: Iberoamericana-Vervuert, 2009

CE: Tu trabajo sobre Bernal Díaz del Castillo me ha hecho pensar en quién tiene la autoridad para narrar, para nombrar y estipular las historias del Nuevo Mundo. La pluma de Bernal impone un poder sobre otras narrativas, no solo las cartas de relación de Cortés, sino sobre los mundos indígenas de la época. Al respecto, y considerando el contexto de Bernal, ¿cuáles pueden ser los límites de ficcionalizar otredades? ¿Cuál es la responsabilidad del intelectual —cronista en este caso— para no tergiversar, distorsionar o subalternizar otras culturas? Sobre esto último, pienso en las representaciones del indio Melchorejo, de Moctezuma y la Malinche en la Historia verdadera.

OE: Bernal no intenta ficcionalizar en ningún momento. Eso es lo mejor de su escritura. Él quiere redactar una “historia verdadera”, fidedigna. Y para vender esa idea la llena de detalles que sólo él conoce. O inventa. Dice que todo lo que cuenta es cierto, pero sabemos que no es así. En la época del Renacimiento, la historia sirve para contar hechos reales, verídicos, y la poesía es el género que sirve para la invención. Bernal no encaja con soltura en ninguno de los dos géneros. Y se vale de todo lo que tiene al alcance. De las historias que ha leído, de los cuentos y leyendas que ha escuchado, de lo vivido en los campos de batalla, de las experiencias de los conquistadores y el pensamiento de los vencidos. Cierto es que dota de humanidad a una serie de personajes indígenas, al Cacique Gordo de Cempoala, a doña Marina (La Malinche), a Cuauhtémoc. Retrata también varios procesos de transculturación, como el de Gonzalo Guerrero (que a lo mejor nunca existió) o el de Jerónimo de Aguilar. Pero su punto de vista, como español, es limitado, por supuesto. Doña Marina es ultra cristiana. Y los discursos que pone en boca de Moctezuma reflejan su cultura europea, sus conocimientos bíblicos. No puede hacerlo de otro modo. Bernal Díaz encaja, como ya lo han señalado varios estudiosos del período colonial, lo nuevo dentro de un marco conocido.

CE: Considerando que tu primera obra fue sobre el periodo colonial, advierto que tu interés no se reduce a un periodo histórico específico, sino que has intentado comprender las continuidades coloniales dentro de los contextos contemporáneos. Al respecto, podemos mencionar tus análisis sobre el exotismo de las representaciones sobre Frida Kahlo en Troubled Memories (2018) o sobre la violencia racial en Bioy de Diego Trellez en Senderos de violencia (2016). Así las cosas, ¿cuáles son para ti las principales perduraciones o permanencias coloniales dentro de México y Perú, países que han sido ejes en tus investigaciones? ¿Cómo combatir esa colonización desde las canteras literarias?

OE: El pasado colonial se observa en todas partes. No sólo en los monumentos y edificios de aquella época que en la actualidad siguen en pie en México y en el Perú, sino en las costumbres, en las tradiciones, en los modos de vida de hoy. Nuestra colonialidad se observa en la manera en que una gran parte de la población sigue privilegiando lo blanco y lo europeo (o lo “americano”) por encima de lo indígena, lo negro, lo mestizo. Enciendes la televisión y casi siempre los presentadores son blancos, se pintan el pelo para parecer más rubios, se ponen lentes de contacto verdes y azules. Cuando aparece un personaje indígena o negro en una serie, en una película o una telenovela, está en la cocina, sirviendo, en el jardín, realizando trabajos manuales. Es terrible. En el Perú todos cholean a todos y el mayor insulto es llamar indio a alguien. Algo muy parecido pasa en México, a pesar de que los mexicanos tuvieron una revolución a principios del siglo XX. Sin ir muy lejos, mira lo que dice la gente de la oaxaqueña Yalitza Aparicio, nominada al Ariel, al Oscar, como Mejor Actriz por su actuación en la película Roma de Alfonso Cuarón. Sergio Goyri la llama “pinche india” en un video que se ha vuelto viral. Su comentario refleja no sólo su opinión sino la de muchos como él. La discriminación, la desigualdad de género, el peso de la culpa y la religión son el producto directo de la colonización española de más de trescientos años.

Una buena parte de la literatura de hoy pone en tela de juicio estos procesos hegemónicos, el determinismo histórico, la otredad, el trauma y la violencia que nos rodea. Y encontramos de vez en cuando la formación de identidades disidentes, un intento por escribir otras historias, a través de puntos de vista que antes no se hubieran tomado en cuenta. Lo difícil, claro, es que te salga bien. Trabajar con la historia es meterte en camisa de once varas. Y para crear mundos posibles, que tengan sentido dentro de una ficción, hay que ficcionalizar con conocimiento de causa.

En Troubled Memories analizo esto. Hay ficciones contemporáneas sobre la conquista o la colonia o sobre la época de la independencia que intentan a toda costa reivindicar una figura femenina. Lo cual es loable. Pero el resultado final no siempre es bueno. No es verosímil, por ejemplo, que una mujer iletrada como La Malinche, escriba la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (escrita en realidad por Bernal Díaz del Castillo) tal como sucede en La verdadera historia de Malinche (2010) de Fanny Del Río. O que Sor Juana Inés de la Cruz, la gran intelectual de la Nueva España, aparezca al frente de una lucha feminista en su contexto colonial, que envenene a sus confesores y un largo etcétera de incoherencias como se aprecia en Los indecibles pecados de Sor Juana (2002) de Kyra Galván. Varias de estas ficciones (La venganza de Sor Juana de Mónica Zagal o  El beso de la virreina de José Luis Gómez, por ejemplo), están mucho más preocupadas en saber si Sor Juana era lesbiana, si tenía amores con una o dos de sus virreinas, si cocinaba bien (porque escribió “Si Aristóteles hubiera guisado mucho más hubiera escrito”), que en explorar su intelecto – la verdadera razón por la que ha llegado a nuestros días–.

En el caso de la historia peruana, también observamos patrones similares con respecto a la representación del pasado colonial. Algo de esto he analizado en un estudio sobre la Perricholi hace unos años. Y aún más problemática es la rearticulación de un pasado tan cercano a nuestro presente, como el de los años de la violencia. Las malas representaciones tienden a dividir el mundo en dos bandos: de un lado los buenos y del otro los malos. Pero nada es así. Y sólo en los mejores casos, la literatura peruana logra internarnos en la mentalidad de un senderista, en los miedos de un soldado del ejército. Para palpar no sólo la violencia subjetiva sino más bien la violencia simbólica, aquella que se esconde entre los pliegues de la normalidad y es responsable de ciertos comportamientos.

 

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Colonial Itineraries of Contemporary Mexico. Tucson: The University of Arizona Press, 2014

CE: En Ser mujer y estar presente (2014) trazas una genealogía de las escritoras mexicanas. Afirmas así que ellas trazan “una comunidad intelectual de base y apoyo con generaciones presentes y anteriores. Por eso hay que estudiarlas no como un grupo independiente de su pasado literario sino ubicarlas en una línea continua y ondulada” (27). Resaltando la expresión “comunidad intelectual de base y apoyo”, quería preguntarte sobre las diferentes formas de violencia que estas escritoras tuvieron que resistir. ¿Cuáles consideras son los principales conflictos que aún ahora las escritoras en México tienen que afrontar? ¿Cuáles han sido sus principales formas de defensa? Por ejemplo, sobre Rosario Castellanos hablas de una estrategia del silencio que se ha mantenido también en otras escritoras.

OE: En este libro analizo a nueve escritoras nacidas a lo largo del siglo XX. La primera es Nelly Campobello, nacida en 1900, y la última es Guadalupe Nettel, nacida en 1973. En este recorrido estudio también a Elena Poniatowska, Rosario Castellanos, y a otras escritoras como Carmen Boullosa, Cristina Rivera Garza, Rosa Beltrán, entre otras. De alguna u otra manera, todas ellas han tenido que escribir en un mundo hecho por y para los hombres. Campobello es la única escritora de la Revolución Mexicana que escribe en defensa de Pancho Villa y el villismo en un momento en el que está mal visto hacerlo. Margo Glantz, otra de las escritoras que abordo en este libro, dedica gran parte de su obra a reconstruir el cuerpo de la mujer, el cuerpo femenino, un cuerpo, explica ella en diversos trabajos, censurado por el patriarcado, siempre sujeto a las exigencias de otros, al deseo de los hombres, etc. En toda su obra, Cristina Rivera Garza realiza distintas transgresiones de género, rebelándose contra las definiciones maniqueas de la femineidad y la masculinidad, probando que nuestra identidad de género varía constantemente, de acuerdo con ciertas circunstancias, gustos y preferencias. Y Rosa Beltrán decide escribir la historia mexicana desde la perspectiva de las mujeres, siempre olvidadas al margen del quehacer histórico. Todas ellas a través de sus letras han luchado de una u otra manera para establecerse como intelectuales en un medio machista, defendiendo su oficio.

Claro que la situación de las mujeres es hoy mucho mejor que hace cien años. Claro que mucho hemos avanzado en términos de igualdad de género en México, en el Perú, en muchas partes de América Latina, gracias al feminismo y a otros movimientos. Pero todavía hoy hacemos distinciones entre las escritoras y los escritores, entre la literatura escrita por mujeres y la literatura a secas. Cristina Rivera Garza ha escrito sobre esto. Cuenta que una vez recibió un premio importante en su país, con un diploma de honor, unas flores y cero centavos. Seguramente, señala en una entrevista, porque los que otorgan estos premios han de pensar “que tenemos quién nos mantenga” y que una placa de honor es más que suficiente para una mujer. No exagera en absoluto. Esta es una realidad.

Contra estas y otras injusticias han tenido que rebelarse muchas de las mujeres que analizo en este libro. Ellas, como en su momento Rosario Castellanos, nuestra gran feminista del siglo XX, han reconstruido una serie de perfiles femeninos, han rescatado un conjunto heterogéneo de voces silenciadas que nos obligan a repensar el mundo injusto en el que vivimos. Observa los libros que casi siempre se recomiendan en la sección de novedades editoriales o en las encuestas de los cincuenta o cien libros más influyentes de cierto período. La gran mayoría de esas listas está llena de hombres y las mujeres brillan por su ausencia. Como si no existieran. Como si lo que produjeran fuera literatura menor. Tú que estás en el mundo académico, observa a quiénes citan la gran mayoría de académicos en congresos, artículos, notas y reseñas y verás que tengo razón. Como si los hombres fueran los únicos portadores del conocimiento. Los únicos capaces de teorizar.  Si no fuera por la labor constante y sostenida de académicas feministas, como las del Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán, en México, por ejemplo, muchas de las escritoras del siglo XX ni siquiera aparecerían en estudios crítico-literarios de hoy. ¿Contra qué se rebelan las escritoras de la actualidad? Contra todo esto. Y la mejor forma de hacerlo es luchando contra esta desigualdad en cada ensayo, en cada letra.

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Ser mujer y estar presente. México: UNAM, 2014.

CE: Ahora, en uno de los capítulos de este libro analizas el libro Cartucho de Nellie Camponello, publicado en 1931. Consideras que esta autora “cuestiona de la forma más sutil y sugerente las bases jerárquicas del patriarcado” (40), si bien de una manera intermitente o ambigua. Ahora, aquí pienso en el tema de la representación letrada. ¿Hasta qué punto, en Cartucho, Campobello pudo sentir o entender las resistencias de aquellas mujeres que no pertenecían a su círculo literario durante el periodo de la Revolución Mexicana? Esto puede cotejarse también en Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos. Si bien en esta novela ella logra descubrir y afirmar su voz de mujer intelectual, ¿no lo hace a costa de “silenciar”, tergiversar las prácticas culturales del mundo tzotzil?

OE: Nelly Campobello es distinta al resto de las mujeres de este libro. Ella vive durante la época bélica de la Revolución Mexicana y en su libro, Cartucho, escrito desde la perspectiva de una niña, tienen mucho más protagonismo los hombres y no las mujeres. Pero las mujeres están ahí. Como madres. Como esposas. Lloran a sus hombres cuando caen en el campo de batalla. Los curan cuando están heridos. Son abusadas por los soldados y contienen las lágrimas. A veces se rebelan. Esconden a sus hijas jóvenes para que no las violen, llevan a sus hijos a cuestas. Todas ellas nos hacen pensar en el lugar subordinado de la mujer, en el destino fatal de una mujer en la época de la revolución, condenada a la desgracia o a un final mítico, como Nacha Ceniceros, coronela de la revolución.

El caso de Rosario Castellanos es muy distinto. Ella, a diferencia de Campobello, se rebela abiertamente contra el lugar subordinado de la mujer. Sus ensayos se rebelan contra la misoginia, contra el ninguneo hacia la mujer, el determinismo, la discriminación de género. Yo no creo que Castellanos silencie las prácticas culturales del mundo tzotzil, como dices. Ella escribe sobre el mundo indígena desde el único espacio en que puede hacerlo: su propio mundo. Esto es algo que observamos constantemente incluso en las mejores obras indigenistas o neoindigenistas. Porque, aunque un escritor como Rosario Castellanos o José María Arguedas haga todo lo posible por retratar a conciencia el mundo indígena, por ponerse en los zapatos del otro, ya sea con información de primera mano, o creando un lenguaje literario para retratar con efectividad ese mundo, su visión no es la de los indígenas. No puede serlo. Lo mejor que hace Rosario Castellanos, como en el Perú Arguedas o Manuel Scorza, por ejemplo, es mostrar literariamente cuáles son las armas que se han utilizado para oprimir a los indígenas. Aunque lo mejor, en definitiva, sería que un indígena pudiera hacerlo.

CE: Refiriéndose al suicidio de Rosario Castellanos, Elena Poniatowska ha escrito: “Siempre he pensado que a Rosario la matamos (…) como matamos a todas las mujeres que pretenden hacer algo”. Pero ¿quiénes son exactamente estas mujeres? ¿ese pretender “hacer algo” se restringe a escribir literatura? ¿No se trata de una visión demasiado universal? ¿En medio de esta tradición de Sor Juana Inés de la Cruz, de Campobello, de Castellanos, dentro del campo literario que ellas legitiman, las mujeres indígenas o negras pueden hablar por sí mismas en México? Al respecto, considero que tu trabajo sobre las soldaderas en Troubled Memories (2018) es fundamental para tratar de entender estas otras narrativas y feminidades, ya no solo letradas u oficiales. ¿Por qué decidiste incluir el capítulo sobre las soldaderas en medio de tu análisis sobre íconos literarios femeninos?

OE: No sabemos cómo murió Rosario Castellanos. Lo del suicidio es una hipótesis entre muchas otras. Cuando Elena Poniatowska dice eso, que “a Rosario la matamos… como matamos a todas las mujeres que pretenden hacer algo”, se refiere a los efectos letales del patriarcado que rutinariamente le cancela las oportunidades a una mujer escritora. La vida no fue fácil para una mujer tan pública como Rosario Castellanos, como no lo es para muchas escritoras del presente. Mira lo que le ha sucedido a la periodista Carmen Aristegui. Poniatowska habla de Castellanos y también de Campobello, a quien secuestraron por varios años y enterraron en una tumba con otros cuerpos sin que nadie hiciera nada por ella. Piensa en las escritoras que son recordadas no por sus propios méritos sino por ser las esposas de algún escritor famoso. En las que son ninguneadas por la crítica. O en las que son atacadas, como Rosamaría Roffiel, por publicar una novela lésbica, la primera en México, en 1989. Lo que dice Poniatowska es totalmente cierto.

Si las mujeres escritoras no reciben el mismo trato que los hombres, más difícil aun es la situación de las escritoras negras e indígenas. Ha habido en México y en otras partes de América Latina, un gran esfuerzo en las comunidades minoritarias por legitimar otros saberes, otras literaturas, las oralituras, y una serie de producciones culturales contrahegemónicas, pero hasta hoy las mujeres que pertenecen a las minorías étnicas en gran medida siguen ocupando un espacio subordinado. Esto es lamentable, pero desde sus propias trincheras las mujeres siguen luchando por conseguir un espacio en el mundo literario. Ahí tienes el caso de las poetas zapotecas Natalia Toledo e Irma Pineda Santiago o la poeta maya Briceida Cuevas Cob.

Gracias por lo que dices con respecto a mi trabajo sobre las soldaderas de la Revolución Mexicana. Decidí escribir este capítulo debido a la falta de novelas dedicadas a las soldaderas. Al acercarse el centenario de la Revolución Mexicana, comenzaron a aparecer en México muchas novelas de diverso calibre literario sobre los hombres de la revolución, como Pancho Villa, Emiliano Zapata, Felipe Ángeles y muchos más. Pero las soldaderas en todas estas novelas sólo aparecen de pasada, siempre de forma comunitaria, en las notas de un corrido revolucionario, como La Adelita o La Valentina, pero casi nunca desempeñando un papel estelar, aunque bien sabemos que las mujeres no sólo acompañaron a sus hombres llevando la casa a cuestas, sino que muchas de ellas pelearon en los campos de batalla y algunas hasta llegaron a ser coronelas y estuvieron al mando de las tropas. Con la investigación histórica de Ana Macías y Elizabeth Salas fui buscándolas en una y otra ficción contemporánea, o en alguna obra de teatro, en una biografía reciente, comprobando una y otra vez que solo las mujeres, como Elena Poniatowska, Mónica Lavín, Estela Leñero y Gabriela Cano le otorgan a las soldaderas el lugar central que les corresponde.

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Troubled Memories. New York: SUNY Press, 2018

CE: En Troubled Memories expresas la idea de “trampas de la representación”. Considerando que toda representación puede reducir o manipular información, ¿cuáles son los riesgos de hablar sobre la Malinche o Sor Juana Inés de la Cruz desde ansiedades culturales contemporáneas? En un segmento de este libro mencionas: “Si Malinche aparece como protagonista de un drama neoliberal en las novelas discutidas en el capítulo anterior, Sor Juana revela su interioridad en numerosos trabajos contemporáneos, donde se comporta como la principal actriz de su propia telenovela” (64). Lo que podría entenderse como una manera de liberación al representar a ambas mujeres como cuerpos sexualizados o transgresivos, resulta entonces otra trampa. ¿En qué medida el neoliberalismo y su ansiedad por consumir otredades estructura, organiza estas representaciones?

OE: Lo que trato de mostrar en este libro es que muchas de estas ficciones contemporáneas que giran en torno a un personaje histórico reconocible caen en la trampa de lo que vende hoy: el sentimentalismo, la exploración de la sexualidad, revelar los detalles íntimos, turbios de un personaje histórico, sin un verdadero desarrollo emocional, tridimensional, sin una contextualización apropiada, encajando a la fuerza agendas contemporáneas que en realidad poco o nada tienen que ver con la vida de un personaje como La Malinche o Sor Juana.

Muchas de estas obras que intentan seducirnos desde la portada, con una Malinche sensual o una Sor Juana voluptuosa. Están confeccionadas para vender rápido. Para que la gente las compre y sienta que puede participar de ciertas conversaciones con un mínimo esfuerzo intelectual. Muchas de ellas venden más por sus títulos sensacionalistas que por su contenido o valor literario. Y pocas serán releídas por futuras generaciones, por haber sido construidas siguiendo la receta de los bestsellers. Aun así, la presencia de estos íconos culturales en la literatura demuestra su centralidad en un presente que todavía necesita que una mujer indígena cargue el peso de la conquista; que un prodigio como Sor Juana ponga en tela de juicio nuestra colonialidad; que una mujer como Leona Vicario sea la madre de la patria; que una Adelita siga a su Juan para construir un mundo mejor; o que la diferencia, discapacidad y otredad de Frida Kahlo sirvan para promover historias actuales de empoderamiento, desde distintos terrenos políticos, culturales.

CE: El tenor de la pregunta anterior me lleva ahora a preguntarte sobre la antología que preparaste con Pablo Brescia en el 2018, McCrack: McOndo, el Crack y los destinos de la literatura latinoamericana. En ambos grupos se evidenció un interés estético-ideológico por forjar una literatura cosmopolita y postmoderna. ¿Cómo entender este cosmopolitismo a luz de procesos de migración, de sujetos fronterizos, de contextos transhemisféricos? ¿Es el actual destino de la producción literaria latinoamericana ese “entre-lugar” globalizado del que hablaba Bhabha? ¿Qué modelos consideras pueden problematizar, oponerse o desafiar ese rostro cosmopolita qué viene imponiéndose en los últimos años?

OE: Este volumen colectivo busca analizar, con una visión amplia, el estado de la literatura latinoamericana al cumplirse veinte años de la publicación del libro McOndo, editado por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, y del surgimiento de un movimiento literario en México, el Crack, formado por Pedro Ángel Palou, Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Eloy Urroz y Ricardo Chávez Castañeda. Si la literatura latinoamericana de finales de los noventa se muestra, al menos en apariencia, apolítica, distante del realismo mágico y mucho más cosmopolita, la literatura actual, incluso aquella producida por los autores del Crack y los que fueron incluidos en McOndo confirman que la globalización no cancela lo local, que la literatura latinoamericana de hoy toma en cuenta una serie de cruces migratorios, identidades híbridas, diversos procesos de transculturación. Una parte significativa de la literatura latinoamericana, como sabes, se produce en los Estados Unidos y muchas veces bajo el amparo de la academia estadounidense. Latinoamérica se escribe también desde Europa. Y desde frentes múltiples en los que habría que incluir, claro está, la literatura indígena, negra, mestiza. Por esta ruta va también otro libro que acabo de editar con Eva Valero Juan, Literatura y globalización. Latinoamérica en el nuevo milenio (2019).

CE: En un ensayo sobre la narrativa del subcomandante Marcos, utilizas la categoría de intelectual propuesta por Said para entender la toma de posición de este guerrillero. Dialogando con este teórico, y recordando el modelo de intelectual analizado por Rama en la ciudad letrada, ¿el subcomandante Marcos sigue siendo un letrado dentro de una “nación imaginada”? ¿hasta qué punto sus escritos y cartas nos permiten replantear y, acaso superar, la noción latinoamericana de intelectual?

OE: El Subcomandante Marcos es un personaje muy particular. No es indígena y sin embargo habla por los zapatistas, se convierte en vocero de sus causas, de su larga lucha. Considero, sí, tomando en cuenta los postulados de Edward Said, que es un intelectual orgánico que utiliza su voz para dársela a los que no la tienen… y desde esa postura intelectual le dice verdades al poder, se enfrenta a él. En el trabajo que mencionas estudio sus cuentos, los cuentos del Viejo Antonio, porque considero que éstos pasarán a la historia tanto por su valor estético como por su potencial subversivo. Marcos es un letrado, claro está, pero pone su intelectualidad al servicio de los zapatistas. Su voz es también la de ellos. E intenta escribir desde su punto de vista, siempre en diálogo con las políticas neoliberales de finales del siglo XX y principios del XXI. Y sí, su intelectualidad contrahegemónica nos hace pensar en otros intelectuales orgánicos de América Latina que se salen de los marcos tradicionales de la intelectualidad para luchar con su voz, con su activismo, con sus posturas de género. Pienso, por ejemplo, en el trabajo feminista de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, cuyas canciones, actuaciones, discursos y declaraciones sobre la desigualdad de género o la corrupción del gobierno mexicano son indispensables para crear conciencia, para problematizar el presente, para cuestionar el orden patriarcal.

CE: Haciendo un giro en la conversación, quisiera ahora que hablemos sobre tu reciente trabajo literario. Decir “reciente” es solo una referencia, pues como me comentaste siempre has escrito desde tus años de estudiante. En este este sentido, ¿cómo has podido conectar tu labor de investigador con la de escritor? ¿se ha tratado de una relación fluida o, en ocasiones, una faceta se ha impuesto sobre la otra?

OE; Gracias por la pregunta. He escrito siempre, Christian. Lo que pasa es que por mucho tiempo dejé mis ficciones a un lado. Tal vez por eso que tú intuyes. Por la presión de la academia. Por dedicarme más a la investigación. O por no haber encontrado, cuando era más joven, una voz verdaderamente mía. A eso súmale que salí del Perú a los catorce años y mi prioridad fue aprender el inglés, integrarme a mi nuevo mundo, trabajar como loco para salir adelante. En la secundaria, en la universidad, y luego como profesor de literatura latinoamericana. Hace un par de años decidí que debía retomar mis relatos, pulirlos, enviarlos a una revista y a otra y otra más… y el resto es historia. He tenido la suerte de que mis cuentos hayan sido bien recibidos en diversas revistas y antologías del Perú, de Estados Unidos, de Europa; que me hayan invitado en México, en Estados Unidos para hablar de mi creación. Y ahora está por salir en España mi libro Luces de emergencia, una colección de once cuentos.

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Luces de emergencia. Valparaíso Ediciones, 2019

CE: En cuentos como “El último zarpazo” o “El juicio final” se puede observar una tendencia por personajes dislocados, que viven momentos de crisis o paradojas. ¿Cuáles son los contextos o las experiencias que van determinando este modo de ser de tus personajes?

OE: Uno siempre escribe desde lo que es, desde lo que ha vivido. En varios de mis cuentos hay esto que tú observas. El estar con un pie aquí y un pie allá. Aunque soy peruano por los cuatro lados (aun habiendo nacido en los Estados Unidos por cosas del destino), he vivido de primera mano la experiencia de los inmigrantes que llegan a este país y deben reinventarse desde cero. En mis cuentos hay añoranza y nostalgia por lo que quedó atrás, pero también el deseo de pertenecer, las ganas de encajar. Y hay momentos de crisis, distorsiones de la realidad, violencia de diversa índole, distintos estados de otredad. No todos los cuentos que he escrito se narran desde la perspectiva del inmigrante. Pero sí es algo que trabajo constantemente. El viaje, el cruce de fronteras, la liminalidad, la muerte, la enfermedad.

CE: En el cuento “Assisted Living”, incluido en la antología Cuentos de ida y vuelta (2019), preparada por Luis Hernán Castañeda y Carlos Villacorta, es la migración el elemento que configura las angustias de la protagonista. Esto también se observa en tu cuento “El otro mar”. Considerando tu propia historia, ¿en qué medida tu migración del Perú a los Estados Unidos ha influenciado en tu narrativa? ¿cómo representar los mundos migrantes desde la literatura teniendo en cuenta las actuales políticas norteamericanas?

OE: Creo que mi experiencia como inmigrante ha marcado para siempre mi escritura. Me es natural como escritor ponerme en el lugar de un hombre, de una mujer, de un niño que viaja del Perú, de Centroamérica, de México a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. Porque yo he vivido esto. O porque he conocido a mucha gente así. Los dilemas del inmigrante sin duda están presentes en estos dos cuentos que mencionas y también su afán de construirse una familia alternativa, un pequeño espacio en el país de adopción que se parezca a todo lo que dejó atrás. Escribo en español precisamente por eso. No solo porque es mi lengua materna. Sino porque a través de ella, vuelvo a mi calle y a mi casa, a mi lugar en la mesa. Sobre todo, ahora que 58 millones de latinos y latinoamericanos sufrimos en los Estados Unidos los efectos de la intolerancia racial y el miedo al otro. Porque nuestro aspecto físico, nuestra lengua y nuestras costumbres no encajan dentro del plan diabólico de que “América” sea “great again.”

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