sábado, 29 de abril de 2023

Ser salvaje para siempre

 

Soy una maldita salvaje. An Antane Kapesh

© José Mailhot

Introducción, selección y traducción del francés por Sophie M. Lavoie

Traducción del texto bilingüe (innu-francés): Kapesh, An Antane. Eukeuan nin matashi-manitu innushkueu/Je suis une maudite sauvagesse. Traducción y prefacio de Naomi Fontaine. (Montréal, Canadá: Mémoire d’Encrier, 2019). Primera publicación en 1976.

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An Antane Kapesh (1926-2004) fue una escritora y activista innu de Québec, madre de 9 hijos y la primera mujer innu en publicar un libro. Vivió los primeros treinta años de su vida de manera tradicional en el bosque hasta la creación de la reserva de Maliotenam, cerca de Sept-Iles, Québec, en 1953. Fue durante más de diez años lideresa de la comunidad indígena de Matimekosh, cerca de Schefferville, Québec, quinientos kilómetros al norte de Maliotenam. Nunca estudió en las instituciones de los Blancos y aprendió a escribir la lengua innu en los años setenta. El primer libro que publicó en innu y en francés, Soy una maldita salvaje, salió en 1976 y denuncia el colonialismo en su territorio con un lenguaje profundamente oral. ¿Qué has hecho con mi país? se publicó también en las dos lenguas en 1979 y narra, a través de una fábula, el proceso de desposesión de los Innu. La autora participó en la dramatización de su texto unos años después.

Los textos de Kapesh, que sólo salieron en inglés casi cincuenta años después de su primera publicación, son fundamentales para entender los orígenes del trabajo descolonizador hecho por los Indígenas, y para paliar a las falsas creencias populares que los pueblos originarios nunca denunciaron explícitamente el maltrato que les fue impuesto por los sucesivos gobiernos canadienses. Además, Kapesh, como la primera voz escrita de la mujer innu, es inspiradora para las recientes generaciones de escritoras innu imprescindibles como Joséphine Bacon, Natasha Kanapé Fontaine y Naomi Fontaine.

Soy una maldita salvaje

Prólogo

En mi libro, no hay palabras de Blancos. Cuando decidí escribir para defenderme y defender la cultura de mis hijos, primero lo pensé mucho, porque sabía que escribir no formaba parte de mi cultura. No me gustaba la idea de ir a la ciudad a causa de este libro que estaba pensando firmar. Después de pensarlo bien y de haber tomado la decisión que yo, una mujer Indígena, iba a escribir, eso es lo que entendí: toda persona que sueña con llevar algo a cabo encontrará dificultades pero, a pesar de eso, nunca debe rendirse. Pese a todo, deberá perseguir su idea con tenacidad. No habrá nada para incitarla a rendirse, hasta que la persona se encuentre sola. Ya no tendrá amigos pero no es eso lo que deberá desalentarla. Ahora más que nunca, tendrá que lograr hacer lo que había pensado hacer.

Schefferville, Québec, septiembre de 1975

I. La llegada del Blanco a nuestro territorio

Cuando el Blanco quiso explotar y destruir nuestro territorio, no le pidió permiso a nadie, no les preguntó a los pueblos originarios si estaban de acuerdo. Cuando el Blanco quiso explotar y destruir nuestro territorio, a los pueblos originarios, no les hizo firmar ningún documento que decía que aceptaban que él explotara y destruyera todo el territorio para que él solo pudiera ganarse la vida para siempre en el territorio. Cuando el Blanco quiso que los pueblos originarios vivieran como los Blancos, no les pidió su opinión y no les hizo firmar nada que les hiciera aceptar renunciar a su cultura para el resto de sus días.

Cuando el Blanco tuvo la idea de explotar y destruir todo nuestro territorio, vino a vivir con nosotros humildemente. Después de llegar a nuestra tierra, nos tomó para enseñarnos su propia manera de vivir, nos dio todas las cosas de su cultura y nos abasteció todos los servicios de los Blancos: casas, escuela, dispensario. Si el Blanco nos enseñó su cultura y si nos dio muchas cosas diferentes -como la miseria de dinero que da una vez al mes a cada familia, las casas y los servicios diferentes que nos provee- es que quiso hacer que nosotros, los pueblos originarios, nos asentáramos en un lugar para no molestarlo mientras él explotaba y destruía nuestro territorio. Mientras tanto, el Blanco quiso destruir nuestra cultura originaria y nuestra lengua originaria simultáneamente. Después de llegar a nuestras tierras, cuando nos tomó para enseñarnos su estilo de vida, el Blanco también se llevó a nuestros hijos para darles la educación de los Blancos, sólo para estropearlos y sólo para hacer que ellos perdieran su cultura y su lengua originaria, como lo hizo con todos los pueblos originarios de América. (…)

El Blanco no habló de eso con el Indígena. Lo que no nos dijo es que quería destruir nuestra cultura a nuestras espaldas, quería destruir nuestra lengua y robarnos nuestro territorio a nuestras espaldas.

Al día de hoy, es él el que hace las leyes en nuestro territorio y, a nosotros los pueblos originarios, nos hace seguir sus reglamentos como lo hacen los demás Blancos. Al Blanco le agradecemos sus leyes y sus reglamentos pero no nos son útiles en ningún sentido, porque nosotros, los que somos pueblos originarios, no entendemos las leyes de los Blancos de todos modos. Que el Blanco se quede con sus leyes y sus reglamentos y que le sean útiles a él, porque es de su cultura que se trata. Eso es lo que creo. Si, en nuestra época, el Indígena hiciera la ley que los Blancos deberían seguir, quizás no entenderían nada y quizás no podrían ajustarse a ella. También, en el territorio originario, sólo el Indígena tenía derecho a hacer leyes y hacerlas respetar por los Blancos para que los recién llegados supieran todas las cosas; que se queden ellos tranquilos después de llegar a encontrarse con los pueblos originarios en sus territorios; que tengan cuidado de no hacerle daño a los pueblos originarios; que sepan bien manejar las armas para no tirar donde sea; que no jugueteen con los animales originarios para no desgastar la comida de los pueblos originarios que proviene de esos animales. Eso es la ley que el Indígena le hubiera pedido al Blanco que respetara cuando llegó al territorio originario.

Si el Blanco no entendió nada de estas leyes y reglamentos originarios y si no pudo conformarse con ellos, hubiera vuelto a su propio país, donde hay leyes y reglamentos de los Blancos. Si el Blanco no entendió la ley originaria y si no pudo respetarla, tampoco hubiera podido evitar ser acosado por los Indígenas. Nosotros, por ejemplo, estamos muy acosados por los Blancos porque quieren ser los dueños de nuestro territorio, cueste lo que cueste. Pero ya estamos hartos de ser gobernados por los Blancos desde hace años. Estamos hartos de ser, desde hace años, maltratados por ellos y estamos hartos de que nos falten al respeto desde hace años. 

Si el Blanco vino a nuestras tierras, es únicamente para encontrar forma de ganarse la vida. Después de haberla encontrado en el territorio originario, el Blanco tendría que haberlo dejado en paz, no hubiera tenido que intentar gobernar ni intentar enseñarles todo. Hubiera tenido que decirse: “Cuando llegué al territorio originario, los Indígenas se gobernaban ellos mismos y eran autosuficientes.” Es lo que el Blanco hubiera podido observar cuando los vio por primera vez. Si el Blanco hubiera conservado su propia cultura, nosotros también hubiéramos conservado la nuestra y no habría tantos conflictos hoy en día entre los Blancos y los Indígenas.

El Blanco siempre ha pensado: “soy el único inteligente aquí.” Ya sabemos que el Blanco va a la universidad y que tiene diplomas. El Indígena, que el sistema escolar blanco categoriza en la clase pre-cero, tiene también un diploma, pero el suyo nunca ha necesitado exhibirlo y nunca le ha sido útil. Cuando todavía vivía en el bosque interior, se daba cuenta de los saberes, los tenía en él y los usaba. Cuando el Blanco vino a verlo en su territorio, el Indígena guardó su diploma porque, viendo al Blanco por primera vez, pensó: “Probablemente es más inteligente que yo.” Es por eso que guardó su diploma. Después de la llegada del Blanco, empezó a observarlo a escondidas para ver cómo iba a portarse con él. Quería ver si el Blanco iba a hacerle daño y si iba a faltarle al respeto en sus propios territorios. Después de vigilarlo un tiempo, el Indígena sabe, hoy, que el Blanco piensa que no es inteligente.

El Blanco probablemente nunca supo que el indígena tenía un diploma; cuando fue a buscarlo en su territorio, el Indígena se lo escondió. Pero hoy, no le da vergüenza enseñarle al Blanco que él también tiene diploma de Indígena, y no le da vergüenza hacérselo valer. El indígena, por su lado, no tiene certificado que colgar en la pared certificando que es diplomado: es en su cabeza que se encuentra su diploma. (…)

Epílogo

Soy una maldita Salvaje. Estoy orgullosa cuando, todavía hoy, me dicen Salvaje. Cuando escucho al Blanco pronunciar esta palabra, entiendo que él me dice y me vuelve a decir que soy una Indígena de verdad y que yo fui la primera en vivir en el bosque. Es decir, todo lo que vive en el bosque corresponde a la mejor vida. ¡Qué el Blanco me trate de Salvaje para siempre!

Sobre la traductora

Sophie M. Lavoie es profesora del departamento de cultura y estudios mediáticos de la Universidad de Nuevo Brunswick en Fredericton, Canadá (territorio nunca rendido de los Wolastoqiyik, o malecitas). Enseña clases de lengua, literatura, cine y cultura. Ha publicado artículos académicos sobre literatura de mujeres centroamericanas y latinocanadienses, entre otros temas, en francés, inglés y en español en varias revistas. Fue cotraductora con Hugh Hazelton de El laberinto vertical de la poeta argentina Nela Rio hacia el inglés, del libro de poesía Nous sommes les reveurs de la poeta mi’kmaq Rita Joe hacia el francés y de Un parcours bispirituel, la traducción al francés de la autobiografía de Ma-Nee Chacaby, una indígena biespiritual cree y ojibwe que salió en 2019. Forma parte del consejo editorial de la revista Candela Review.


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