domingo, 8 de enero de 2017

Una buena aventura

Tuvimos una buena aventura ayer bajo la lluvia: caminar del brazo desde Maipú y Chubut hasta la estación, escurrir su remera y mi pollera bajo un alero, enterarnos que los remises tenían hora y media de demora, llamar a su amigo por mi celu mocho y que no tuviera la camioneta para buscarnos, que el 163 se fuera justo que él se fue a averiguar lo de los remises y yo lo mirara irse lentamente y pensara que él estaría resolviendo otra cosa y por eso no corría a pararlo, tener que esperar el próximo con unos puchos salvados del aguacero por mi riñonera, decir qué frío y que él me ofreciera su remera igual de mojada que la mía pero no se le ocurriera abrazarme para que yo me diera el gusto de rajarlo, subir al bondi y sonreirle yo al chofer y hacerle comentarios sobre el chofer desandando tantas historias de sus celos en la calle, pedir bajar en la esquina de mi calle y negarme a ir a la suya a cambiarme y agarrar un paraguas, caminar cuatro cuadras más con las sandalias y los anteojos en la mano haciéndome la cieguita y la paralítica para que él me guiara.
Bueno, son sus débiles pruebas de amor y yo debería recibirlas y no sentirme obligada a dar nada a cambio ni a hacer nada ni a pensar ni teorizar nada. Ni siquiera debería escribir esto para hacer como si nada hubiera pasado.

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