jueves, 29 de septiembre de 2016

El dolor de la felicidad

Cuando una es madre (tan fervorosa y concientemente como yo lo he sido) se abre en dos, en tres, en cuatro, en miles de partes, como brazos que se desgajan y ramifican para cubrir y dar espacio, para crecer con les hijes y multiplicar sus modos de comprender y acompañar.
Cómo duele replegarse luego, dejar de ocupar los lugares en que una ya no es necesaria, no hacer pucheros cuando los gajos ya no son gajos sino seres que ya ni al pie del tronco crecen sino que han volado como semillas de fresno. Si ni siquiera puedo hablar de esto sin metáforas pedorramente posesivas y egocéntricas. Perdón, la apertura maternal necesita tiempo para hacerse tronco firme, presente pero cerrado y sin reclamos reproductivos.

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