lunes, 27 de abril de 2015

Quiero volverme cualquier arbolito en las veredas

SONIA SCARABELLI
Ayer le escuché leer "El arte de silbar" ( me acuerdo de estos versos: "recuerdo haber sentido/ la soledad de ser una mujer como quien se marcha hacia el exilio" y "de la vida no se huye") y la escuché leer "Otra belleza" y "Afilada". Hoy vuelvo a oir su voz (que ayer casi me molestaba) al releer yo sola estos poemas.





El arte de silbar


Silbo y al rato un eco se desprende
y como si llegara alto, va y se queda
flotando en el aire.
Silbar no es de mujeres pero él
nos enseñaba a todos por igual,
mis hermanos y yo: silbar, nadar, pescar.
Después crecimos y recuerdo haber sentido
la soledad de ser una mujer
como quien marcha hacia el exilio.
Sobre todo del padre,
que en el sueño de anoche
se aparece de pronto en una ruta solitaria:
diferente y el mismo como siempre,
a la luz de los faros de un coche, dice:
hija, de la vida no se huye.




El río



Cruzaste el río del olvido, pero
¿te olvidé yo?, ¿me olvidaste?
No, nos vamos sacando esas cáscaras,
esas corazas como de rinocerontes,
las caras que teníamos que poner,
las cosas que teníamos que decir,
y abajo quedan los animales blandos,
hablando en un idioma que es tan nuevo
que me parece que lo aprendo en un sueño
o me lo encuentro por ahí.




Tranquilidad de hablar



Hablo con la tranquilidad
de los que no tienen que ser oídos,
de esos a los que nadie tiene que escuchar.
Ahora mismo soy como el pajarito
al que no le acierta ninguna piedra,
el pez al que no lo pescan, feliz en el agua.
Las palabras me arropan este rato
que lo paso hablando con vos
y no siento nada de frío
y no me asusta ni un poquito la oscuridad.
Mirá cómo ya todo lo que decimos
se hace de la sombra,
y nadie nos escucha ni a vos ni a mí,
y hablamos muy tranquilos
como si conociéramos la lengua de los pájaros.
Mirá cómo lo que decimos la perfuma a la noche,
igual que si las palabras se abrieran como flores,
como si nuestro idioma fuera una flor rarísima,
de esas que se abren
aunque no haya luz.



El dibujo



Papá querido, hay cosas
que no se dicen pero a veces
sí que hacemos nuestra pequeña lista
de la desolación, nuestra pequeña lista
de la alegría,
y las colgamos de la pared como al dibujo
de las vidas que quisimos y tuvimos
y de las vidas que no quisimos y tuvimos,
y entonces todo lo que en el corazón sangra y sonríe
brilla sereno por un instante
con esa claridad de las cosas exteriores,
con esa gracia distinta, liviana
que tiene siempre lo que está afuera.



Otra belleza


Mamá, yo ahora tengo otra edad
y me encuentro una belleza distinta,
algo que no viene ni de la noche ni del día,
una manera de ser del cuerpo que se cae:
la carne se va despidiendo de los huesos
(eso que todavía no se nota),
se ablanda y mete un miedo
parecido a la verdad.
A lo mejor es algo a lo que nadie
llamaría belleza, una cosa
que ya no hay, que viene
de todo lo que se cansa y se desgasta,
pero cuando la miro para adentro
¡qué oscuridad más serena
la que me encuentro!
Y a veces, qué ganas de reírme
por ir dejando atrás esa forma del tiempo,
qué ganas de reírme y de bailar
como una muchacha.



Irse



Mirá, papá, a veces quiero irme
intensamente de unas cosas
para estar en otras.
Quiero salir de abajo de los techos,
y sobre todo
quiero olvidarme de las cosas que se pueden
comprar y vender.
Quiero volverme
cualquier arbolito en las veredas
o perdido al costado de la ruta,
uno de esos perros sueltos, un pajarito
de los que se paran en los cables,
de los que se esconden entre las hojas.
Esas cosas en las que nadie se fija,
que nadie va a mirarlas
pensando en comprarselás:
un yuyal, un reflejo en el agua
del zanjón profundo que vimos ayer.
Un puñadito de cosas
que también las encuentro en el campo
cuando voy,
en la parte de atrás del pueblo,
y que bien miradas, fijate,
nunca son muchas.



Afilada



No estoy lejos, estoy cerca,
pero me afilo
como un palito en la intemperie
y no me ven.
Desaparezco en la intemperie.
No me ve la tormenta
que se revuelca furiosa,
no me ve el rayo, no me acierta.
Soy un palito seco,
una ramita casi nada,
pero el sol me toca,
me lleva el agua flotando suave
y yo me hago lugar donde no hay lugar:
me voy con vos a ese mundo invisible,
y después volvemos en todas las cosas,
lo más tranquilos.




Sonia Scarabelli (Rosario, 1968) publicó los libros de poemas La memoria del árbol (2000), Celebración de lo invisible (2003) y Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras (2008). En 2009 publicó la crónica La orilla más lejana. Los poemas aquí incluidos pertenecen al libro en preparación El arte de silbar.>>

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