domingo, 26 de abril de 2015

Hoy voy a verla en el ciclo Carne Argentina

:: ENTREVISTAS ::

“Me interesa explorar los límites de lo real”

24-04-2015 | 
Entrevistamos a la escritora boliviana Liliana Colanzi por La ola (Editorial Montacerdos), libro en el que reúne siete historias sobre “cosas terribles y maravillosas”, enhebradas por la posibilidad de lo sobrenatural.
Por Valeria Tentoni. Foto Lourdes Plata.
Liliana Colanzi
Colanzi nació en 1981 en Santa Cruz de la Sierra, en lo que era conocido como las llanuras del Grigotá, bautizado así por el pueblo de los Chané. Ese lugar conserva una larga prehistoria de éxodo y resistencia, dos movimientos que también pueden advertirse en los relatos de La ola: sus historias parecen estirarse hacia fuera y hacia dentro de Bolivia a la vez. Allí, reza la contratapa del ejemplar, “conviven lo rural con lo urbano, lo indígena con lo mestizo, la abundancia con la miseria, lo sobrenatural con lo profano”.
De su primer libro de cuentos, Vacaciones permanentes (Editorial El Ciervo, 2010), hay algunas piezas que podemos encontrar en éste. El que le dio nombre al libro, por ejemplo: la historia de una chica y un embarazo no deseado. Los relatos de La ola retienen una profunda carga ominosa, distribuida con suspenso. Se les han referido, en varias oportunidades, como relatos góticos: “De chica me gustaban mucho las hermanas Brontë y los cuentos de R.L. Stevenson, pero las historias tenebrosas que más me gusta ficcionalizar son las que me llegaron de la boca de mi nana, que contaba cosas terribles y maravillosas. Las historias del campo son verdaderamente góticas”, explica, y agrega: “No me ubico en ninguna tradición en particular, pero me interesa explorar los límites de lo real y hacerlo desde una literatura más cercana a la de género, desde la sensibilidad más supersticiosa, desde los materiales más berretas, como lo hizo Philip K. Dick”.
Terribles y maravillosas: así son, en efecto, las cosas que ocurren en las historias que ahora escribe ella. “Una vez, cuando era niña, vi matar a un chancho. Era verano. Las moscas se lanzaban contra los cristales”: con una escena así nos recibe en el libro, en el arranque de “Alfredito”. Es la historia del velorio de un niño. Los personajes de La ola rezan, hacen la señal de la cruz, conservan la fe en Dios, pierden el temor a dios, acuerdan pactos de silencio, huyen como animales espantados. Tienen pena de sí mismos pero están desesperados por mantenerse con vida, aunque eso signifique surfear la oscura marea de los desperdicios ajenos.
Colanzi se graduó como Comunicadora Social y vive en Estados Unidos, donde cursa un doctorado de literatura comparada en la Universidad de Cornell. De visita en Buenos Aires se topó con los libros de la autora de Enero y la fascinación fue, claro, automática. Y es que en sus búsquedas también se observa cierta desolación fantástica, el pulso de lo arcano, la proximidad de la desgracia. En su cuenta de Twitter tipeó: “La editorial que funde se llamará Mataco psicótico y será un homenaje a Sara Gallardo”.
a
—¿Cómo está siendo tu experiencia en Argentina? ¿Con qué lecturas nuevas te encontraste?
Me encanta Argentina, me la imaginaba diferente, y lo que encontré acá me ha gustado muchísimo en todos sentidos. Vine por la tesis de doctorado, en la que estoy estudiando la obra de Rafael Pinedo, El Eternauta, de Oesterheld, yLos cuerpos del verano, de Martín Felipe Castagnet. Me encontré con muchísimas editoriales independientes con proyectos ambiciosos y notables de rescate de autores olvidados, de traducción de autores extranjeros y de promoción de autores nuevos. Uno de los libros que más me ha impresionado ha sido la novela Eisejuaz, de Sara Gallardo, que trata sobre un indio mataco que escucha voces y que sigue el llamado de Dios.
—¿Cómo fue el armado de este volumen de Montacerdos, tu último libro?
Hay tres cuentos de Vacaciones Permanentes. Tenía algunos cuentos de un próximo volumen, y entre todos decidimos cuáles formarían parte de La ola. Los editores tenían en mente el tema de la familia como elemento de cohesión, pero en mi cabeza yo veía cuentos que dialogaban con experiencias límite, con cierto desorden de los sentidos.
—La familia es un sistema de valores y creencias, de seguridades, digamos, que tu libro está constantemente minando. ¿Es la ficción que se destruye con tus ficciones?
El lazo familiar es extrañísimo: estás atado por vínculos de parentesco a personas que, de no haber nacido en tu familia, probablemente nunca habrían pertenecido a tu grupo de amigos, y que hasta habrían sido tus enemigos. Eso me deja un poco perpleja. Al mismo tiempo, el discurso de una familia sobre sí misma es muy diferente a lo que sucede en la práctica (la madre que dice “quiero a todos mis hijos por igual”, por ejemplo), pero el poder del discurso es tan fuerte que sirve para negar la realidad. Todo esto me interesa escarbarlo desde la ficción.
—“La ola”, el relato que da nombre al libro entero, tiene muchos puntos de conexión con lo que conocemos de tu biografía como estudiante en el extranjero. ¿Recodás cómo fue el proceso de escritura?
Copio algo que ya escribí sobre “La Ola”: “No sabía qué iba a pasar en el cuento, quiénes iban a ser los personajes, pero sí tenía claro que quería contar la oscuridad para después contar la luz. Entonces llegaron dos pedidos: un cuento para una antología sobre el fin del mundo y otro para un dossier sobre Chile y sus fronteras. Estaba muy enferma y no tenía fuerzas para escribir dos cuentos distintos, así que fusioné la historia de “La Ola” con la de la cholita en el desierto: oscuridad + luz. Los suicidios de estudiantes, la nieve intensa, la enfermedad mental, son parte de mis primeros meses en Cornell. Rosa Damiana Cuajira existe: su verdadera historia (la de una indígena adolescente tocada por la gracia) me la contó una noche húmeda de verano un taxista que me llevaba del aeropuerto a casa, mientras yo me esforzaba por tomar notas en mi libreta en la oscuridad del taxi. El señor incluso me dio la fecha exacta del fin del mundo, que ya olvidé pero que debió haber sucedido en algún momento del 2012. En la Ola están el desamparo cósmico y la gracia. Está la enfermedad de mi papá, el insomnio, algunas imágenes que me mostraron ciertas plantas psicotrópicas”.
—¿Qué hace que algo te atraiga como para querer contarlo?
Aunque hay temas que me obsesionan en distintas épocas, al momento de escribir no me sirve para nada pensar en temas. Me muevo a partir de una imagen en la que se cifra algo que me interesa, aunque en ese momento no sepa bien qué es. De esa imagen se van desgajando los personajes. La trama es lo último en lo que pienso, nunca sé cómo va a terminar una historia ni por dónde me va a llevar. Sigo un camino muy intuitivo, casi nunca una historia termina con el final que le quería dar originalmente.
—¿Y qué tiene que tener un libro para que te quedes a leerlo?
Me gustan los proyectos ambiciosos, aunque se escondan en formatos chiquitos o descomunales.
—“Cada tanto vuelvo a leer a autores que me siguen hablando y de los que continúo aprendiendo: Denis Johnson, Natalia Ginzburg,HemingwayJunot DíazBolaño”. ¿Mantendrías esa lista hoy, cinco años después de emitirla?
—Releo con frecuencia Hijo de Jesús para aprender cómo Denis Johnson consigue la belleza desolada pero también la vitalidad furiosa de su escritura.Hijo de Jesús es un libro perfecto al que no le sobra nada, y sin embargo el relato es muchas veces fragmentario, deshilvanado, intervenido por imágenes. Y siempre recuerdo algo que dijo Natalia Ginzburg con respecto a su cuento “El camino que va a la ciudad”: lo escribió pensando en la cara de su madre, que al escuchar una historia larga y aburrida comentaba molesta “qué tostón”. Yo también escribo pensando en dónde puede estar lo verdadero, editando las frases o escenas que están de relleno, que son un “tostón”. Me gusta esa lista de hace cinco años, pero obviamente me han influido otras cosas desde entonces.
—¿Cuál fue la lección de literatura más violenta y útil que recibiste al momento?
—Tirar un cuento a la basura después de pelear con él durante cinco años fue la experiencia más liberadora. Soltar algo que no funciona. Dejar ir.
—¿En qué estás trabajando ahora?
En una historia sobre la fe.



tomado del blog de Eterna Cadencia

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