sábado, 28 de febrero de 2015

Medio kilo de piedad

Dice en feis Mariano Saba
24 min · 
No tengo paciencia con la gente que elige la panadería para descargar sus ansias de sociabilidad matutina, de morosa conversación simpática. Ante el coloquio del panadero con el nerd sudado devenido en atleta de fin de semana, mi natural parquedad se debate entre la exasperación y la fascinación del oído por pescar. Cualquier cosa, pero pescar algo que compense el flagelo de estar ahí clavado, esperando que se corte la amena charla donde el cliente siempre tiene la razón por apotegma conocido y solamente por eso. “¿Y tenés algún pan como… como crocante por fuera y esponjoso -sic- por dentro?”. “Claro”, le contesta el panadero y le enumera todas las clases de pan que existen (muchas) antes de excluir a la figaza, único caso contrario. La falta de síntesis asoma como una tormenta a punto de romper. “Y este pancito casero es ideal para brusquetas”, añade. ¿Con qué necesidad? No lo sé. ¿Será que el panadero disfruta también de este ritual? Debe ser. La sugerencia desata en el cliente una curiosidad infinita que se revela en la forma ávida con que frota los auriculares entre sus dedos hambrientos. “¿Qué es eso?”. “¿Brusquetas?”, se sorprende con sonrisa y media el panadero, “¡brusquetas!”… Y arranca con una larguísima explicación de la compleja y nunca bien ponderada artesanía en el arte de la cocción de tostadas con añadidos encima… “Cortás rodajas de pan para disponerlas en una fuente con aceite y arriba podés agregar quesito” -el diminutivo me golpea en la mandíbula- “tomate, alguna aceitunita…”. “Ah, es buena esa”, dice el atleta barrial especulando con subir las calorías recién perdidas y saboreando el manjar como si nunca hubiera escuchado de él. “Aceitunita, es buena”… Pienso que debería penarse con multa el abuso de diminutivo y cuando estoy en eso, el panadero afirma: “Seeeee… aceitunita”. Antes de despedirse, un señor llama por celular al panadero y eso suspende la gozosa conversación con el iniciado degustador de tostadas. Al parecer la llamada es de otro señor que tras cinco minutos deja en claro que hoy no pasará a buscar sus acostumbradas “diez” marineras. Sí. Diez. El panadero le agradece la deferencia. Cuelga, le cobra al deslumbrado maratonista y éste, en plena salida escénica, le pregunta cómo aconseja cortar el pan para cultivar el arte aprendido: “Cortalo en tiras finas”, le dice el buen panadero. “Bárbaro, me voy a hacer las muschetas”, arroja desde el dintel el futuro chef especializado en el arte de los tostones. “¿Qué va a llevar?”, me pregunta finalmente a mí el maestro artesano y yo pienso por un segundo en pedirle medio kilo de piedad.

Momento teórico

Anoche con mi señor, luego de ravioles con salsa roja y salsa blanca que hizo él mientras yo daba indicaciones pero le salió muy picante, tuvimos una larga charla teórica, sin motivos personales anecdóticos coyunturales (no me acuerdo cómo empezó) si descartamos su frase "me tenés la cabeza así con el feminismo y el machismo", donde intentamos definir y ejemplificar qué es ser hombre, macho, mujer, hembra, pareja y otros temas afines.
Lo mejor de todo fueron sus miradas de sorpresa, de hacer fuerza para entender, su dejarme claro que sus celos no son, según él, por machismo sino por boludismo y mi confianza en él es por mayor apertura mental.
La nena, mala onda, abrió la puerta del cuarto en la mitad y tiró un "a ver si bajamos la voz". Y eso que estábamos charlando sin discutir. ¿Habrá sido mucho vino entre los dos y el picante?

viernes, 27 de febrero de 2015

No me interesan las "personas comunes", entre otras razones porque no existen

LIBROS 20/08/2010 15:19

El mundo como espejo


La nueva generación de escritores cordobeses que cada vez pisa más firme en la escena nacional, tiene un rasgo en común: una fuerte relación con el realismo. Una entrevista con los principales autores en esta tendencia.


Por Emanuel Rodríguez1



No es fácil recordar cuándo sucedió algo parecido: en un mismo año, tres libros de autores cordobeses lograron críticas excelentes dentro y fuera de la provincia y consolidaron, si no una generación, por lo menos una manera de escribir fuertemente vinculada a los escenarios locales y a un modo realista de aproximación a la anécdota. Se trata de El asesino de chanchos (Tamarisco), de Luciano Lamberti, Nivel Medio (Raíz de dos), de Sergio Gaiteri y La hora de los monos (Emecé), de Federico Falco, libros que se suman a las obras anteriores de cada autor para formar un corpus extraordinario: lo que hace cinco años era promesa y novedad, hoy tiene la contundencia de una realidad.
¿Una realidad realista? Más allá del juego de palabras, la escena contemporánea en Córdoba, con estos tres cordobeses (uno del sur, Falco, otro del norte, Lamberti, y otro de la capital, Gaiteri) se refuerza con obras de escritores que si bien no son cordobeses, escriben y publican en esta ciudad, y también lo hacen dentro de lo que de modo generoso podemos llamar realismo: uno del sur, el neuquino Diego Vigna, y otro del norte, el salteño Fabio Martínez. Vigna publicó en 2009 el sorprendente Hadrones (Recovecos), y Martínez acaba de publicar Despiértenme cuando sea de noche (Nudista).
Quizá sea apresurado hablar de “una generación realista”, lo cierto es que los puntos en común no son pocos. Y, en última instancia, si esta idea al menos sirve para hablar de buenos libros, ya es algo.
La Voz del Interior entrevistó a estos cinco autores: no todos se sienten cómodos con la etiqueta “realista”, y no todos entienden al realismo de la misma manera. Sin embargo avanzan en una misma dirección: quieren contar historias que suceden en este mundo y en este tiempo.



–¿Te considerás un escritor realista?

–(Diego Vigna) La respuesta a esto es afirmativa pero me gustaría decirlo en otros términos, capaz que deteniéndome en las motivaciones que me llevan a escribir más que en los rótulos. No me convence mucho la posibilidad de llamarme “realista” por el término en sí: me suena un poco pretencioso (algo así como un destino, un lugar alcanzado) ponerle ese nombre al proceso que me lleva a escribir, algo que ni siquiera entiendo. Pero más allá del rótulo, la respuesta es sí: escribo siempre anclado en lo que creo la realidad porque considero que todo remite directa o indirectamente a lo que es, lo concreto de estar vivo, la experiencia propia, compartida, anónima. Eso es lo que le da cuerpo a las cosas, me hace crecer o decrecer, me pone feliz o no.

–(Fabio Martínez) Si, totalmente. Por el momento no me sale otra cosa.

–¿Qué escritores realistas citarían como modelos para tu formación literaria?

–(Sergio Gaiteri) Un libro, Dublineses, de Joyce, y muchos autores: Chejov, O’Connors, Singer, Roth, Salinger, Cheever, Carver, Ford, etc.

–(Luciano Lamberti) Saer habla de una experiencia radical de lectura: un día, a los dieciocho, se sienta a leer "Mientras agonizo" de Faulkner y cuando levanta la vista con el libro leído el mundo ya ha cambiado para siempre. Los autores a los que siempre se vuelve son los capaces de generar esa transformación en la mirada, sobre todo en la adolescencia, que es donde somos más permeables al cambio. En mi caso, las lecturas tempranas de Horacio Quiroga, Ray Bradbury o el mismo Saer son decisivas. Aunque uno tiene que que merecerse sus influencias, lo que no siempre es fácil.

–(Federico Falco) Si hablamos estrictamente del realismo como un movimiento estético del siglo XIX, tal vez los únicos escritores realistas que me interesaron y de alguna manera me influyeron fueron Tolstoi y Chejov (aunque Chejov está en el límite de lo que se podría considerar un escritor realista). Ahora, si hablamos de escritores que cuentan historias que transcurren en mundos más o menos parecidos al real, pero sin la intención de representarlos fielmente, tendría que sumar a Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, John Cheever, Faulkner, Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Raymond Carver, Richard Ford, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Juan Carlos Onetti, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto y seguramente varios más.

–¿Qué características de esas literaturas te parecen importantes?

–(Gaiteri) Que se hunden en la confusíón de su presente inmediato sin atarse a un género, una tradición, una moda, es decir elementos estéticos que suelen funcionar como salvatajes para el autor frente a la sensación de hundimiento que genera la mencionada situación de confusión.

–(Lamberti) Hay toda una línea de la literatura argentina que me interesa mucho y trabaja con la violencia como metáfora: desde el "Matadero" de Echeverría o el "Facundo" de Quiroga hasta "Los pichiciegos", de Fogwill y ciertas escenas inolvidables de Saer (como el sacrificio ritual del cordero en "El limonero real"). De otras lecturas iniciáticas (como Stephen King, que leí cuando era muy chico y fue el equivalente a un martillazo en la cabeza) rescato la capacidad imaginativa, la voluntad de contar buenas historias y de involucrar sentimentalmente al lector sin preocuparse demasiado por las reflexiones que esas historias puedan deparar. La tarea del escritor es contar, de los temas se ocupan los lectores.

–(Falco) Una determinada manera de mirar el mundo y una determinada manera de representarlo. La capacidad que tienen esos autores de establecer una voz propia, clara, personal y, al mismo tiempo, redefinir con elementos mínimos los que usualmente se considera una buena historia. Creo que todos ellos innovaron, en mayor o menor medida, lo que se consideraba como literatura realista a fines del siglo XIX o principios del siglo XX.

–¿A qué atribuirías el hecho de que mucho de los escritores más representativos del presente cordobés escriban dentro de los márgenes del realismo?

–(Gaiteri) Hipótesis: algunos nos dimos cuenta de que no era una obligación ni una necesidad referirse a temas políticos expresos: los ‘70, el peronismo, la “pobreza” (vista generalmente desde los parámetros de clase del propio autor, que por lo general no es pobre ni entiende a un pobre), etc., para referirse a la realidad. Que por el contrario, lo real, fugaz y complejo, está en lo cercano, en la intimidad de los sujetos, en las relaciones afectivas, familiares, mucho más que en los discursos de los libros de historia, de sociología o en la agenda de temas del periodismo.

–(Falco) Antes de responder habría que considerar qué se considera “realismo”. Si pensamos en el realismo como un movimiento estético propio del siglo XIX, marcado por la confianza plena en el lenguaje y la idea de que un autor es capaz, mediante el lenguaje, de reproducir la realidad, yo no creo que nadie sea ya tan ingenuo como para sostenerse realista. Las creencias del realismo son propias de la modernidad y la modernidad, con sus valores, hace tiempo que se ha puesto en crisis y que se ha visto superada.
Ahora, si tomamos lo “realista” como la mera oposición a lo “fantástico” o lo “maravilloso”, o como una literatura que se pregunta cómo representar lo real, es cierto que en Córdoba, al igual que en el resto de Argentina, predomina ese tipo de escritura.
En el caso particular de Córdoba, a mediados de los noventa, se da la aparición de un grupo de gente que escribe y coordina (o coordinó) talleres literarios y que claramente dejaron sus huellas en el campo de la narrativa. Pienso, sobre todo, en María Teresa Andruetto, Lilia Lardone y Perla Suez.
Las tres producen en paralelo tanto para grandes como para chicos y creo que no deja de ser sintomático que en varios de sus cuentos o novelas infantiles aparecen elementos fantásticos, maravillosos o provenientes del cuento folklórico tradicional, pero que a la hora de escribir “para grandes” la mayoría de sus historias transcurren en mundos similares al mundo real.
Pienso en Lengua Madre de María Teresa Andruetto, en La pasajera de Perla Suez, en Esa Chica de Lilia Lardone. Todas son narraciones que, de alguna manera, le dan voz a personajes que en su momento no la tuvieron, ya fuera por motivos políticos, familiares, o laborales. En ese sentido, en algún punto son novelas de reparación. Novelas que vuelven a contar una historia ya conocida en el mundo del relato, pero desde el punto de vista -o incluso desde la propia voz- de un personaje antes obligado a callar.
En los tres casos, en mayor o menor medida, aparecen las marcas de la dictadura y sus llamados al silencio, al no hablar. Tal vez estas novelas, y las influencias que estas autoras tienen sobre los jóvenes narradores, en algún punto no sean más que repercusiones de la dictadura.
Visto desde este lugar, tal vez se podría pensar que, en cierto momento, ante ciertas situaciones, después de tanto tiempo de silencio, se impuso la idea de que ya no había lugar para otra cosa que no fuera el realismo. A lo mejor por eso se relegó la invención de mundos nuevos a aquellos textos dirigidos a los niños y, para el público adulto, se escribió intentando iluminar, desde la literatura, los aspectos más oscuros de nuestras realidades cotidianas.
Lo que habría que preguntarse ahora es si, para la gente de mi edad, o para la gente más joven todavía, esa sigue siendo una opción. En lo personal, la historia de la que tengo recuerdo y la que me marca como escritor no llega tan atrás. En mí tienen mucho más peso las problemáticas de los años noventa que las de los setenta. Tal vez por eso, por haber crecido y haberme formado en los noventa, confío mucho menos en la literatura y no siento que tenga ningún tipo de poder sobre el mundo de lo real. Y eso me lleva a escribir desde otro lugar.
En este punto pienso en Félix Bruzzone (o en Albertina Carri, desde el cine). Los dos, a pesar de que en sus historias personales los setenta han dejado marcas terribles, logran articular otra mirada, crear desde su propia visión personal, visión que a su vez cuestiona el lenguaje que utilizan, la existencia de una verdad única, la posibilidad de fijar una determinada experiencia.

–(Lamberti) El hecho de que dos escritoras tan importantes como María Teresa Andruetto y Lilia Lardone hayan impulsado en sus talleres la lectura de autores de la línea realista norteamericana (como Flannery O Connor o Raymond Carver) o italiana (Natalia Ginzburg, Cesare Pavese) generó un suelo fértil para el desarrollo de una literatura de ese tipo. García Márquez veía en Macondo un reflejo del condado inventado por Faulkner, del sur norteamericano. Si uno lee a Richard Ford o a Tobías Woolf en un viaje al interior de Córdoba puede sentirse "en casa": los paisajes llanos, la postergación política y cierta rigidez de las costumbres se asemejan, incluso en las ilustraciones clásicas de Hooper que suelen ilustrar los climas generados por esos autores.

–(Martínez) Creo que Lilia Lardone puede ser una de las culpables, ja. Creo que desde su taller, ella impulsó mucho el realismo, y en cierto momento tuvo mucha influencia en escritores jóvenes. También el libro de Falco 00 sentó como una base para muchos. Fue como un faro a seguir, me parece. Y creo que actualmente el máximo exponente de este género es Sergio Gaiteri, que desde su capacidad y desde su generosidad es muy influyente y marca un camino a seguir. Sin embargo, creo que en Córdoba también se están haciendo cosas fuera del realismo y que están muy bien.

–(Vigna) No lo sé. No creo que sea una situación extraordinaria, porque nunca se dejó de escribir dentro de los márgenes del realismo. No creo que haya habido una explosión nunca antes vista. Y además creo que “lo cordobés” no tiene que ver con el realismo: lo único que tiene que ver con el realismo es la realidad misma, las experiencias de las personas en su convivencia con otras personas y con la naturaleza, más allá del lugar en el que vivan. Los escritores representativos son los que, al final, saben darles rienda a los personajes, los que problematizan modos de ser, modos de pensar, los que incomodan y muestran cosas latentes detrás de lo cotidiano. En eso puede haber sido importante el peso de la narrativa norteamericana, como una ola de grandísimos textos que dejaron huellas. Pero se gasta más energía en los cálculos sobre la “representatividad” del presente cordobés, y en la búsqueda de ocupar un lugar determinado, cuanto antes, en el presente literario, que en lo más lindo de la escritura: las discusiones sobre por qué escribir de un modo o de otro, las convicciones que llevan a eso.

–¿Se puede hablar de una “generación realista” cordobesa?

–(Gaiteri) No sé cuantos individuos hace a una generación, pero estimo que sí.

–(Lamberti) No lo sé. Se puede hablar de una generación que está escribiendo y probablemente lo siga haciendo por muchos años más, pero cada apuesta es distinta. Es una pregunta problemática que también puede invertirse: ¿Qué sería lo "no realista"? ¿La ciencia ficción, el fantástico? El realismo, como dice Gaiteri, es un método de observación, una ética y una filosofía que no deja de ser positivista. A mí me gusta escribir más desde el borde, tratando de acceder en lo que escribo a algo parecido a Dios, o como se quiera llamar a esa intuición. No me interesan las "personas comunes", entre otras razones porque no existen.

–(Falco) En principio, me parece que no se puede hablar de una generación. O, por lo menos, tengo la sensación de que esas no son etiquetas que me correspondan a mí, como escritor, poner. Tal vez el periodismo o la crítica puedan plantear –y defender, si fuera necesario- la existencia de una generación realista. En todo caso, me parece que etiquetar ahora es apresurado.
Habría que esperar que pasen un par de décadas para mirar en perspectiva, ver qué queda, cómo continuó la historia de cada uno. Personalmente, no pienso mi obra desde el realismo, ni me siento identificado con esa etiqueta. Me considero todavía joven y seguramente voy a volver a cambiar varias veces más, de lo contrario todo sería muy aburrido y predecible. Así que uno nunca sabe, a lo mejor dentro de un tiempo escribo ciencia ficción, o a lo mejor, dentro de un tiempo, diga: ¿para qué seguir peléandome con la etiqueta si a esto no hay vuelta que darle, esto es realismo?
En todo caso, no creo que convenga encasillar a nadie, en este momento, bajo ninguna categoría. Hacerlo no conlleva ninguna ventaja, sino sólo una pérdida de libertad. Por ahí la crítica necesita etiquetar a los escritores para quedarse tranquila, para armar sus esquemas y encontrar causas y consecuencias. Pero a cualquier artista, a la hora de crear, lo peor que le puede pasar es caer preso de ciertos postulados estéticos y no permitirse el riesgo de lo nuevo.
Así que no, ojalá que no exista una generación realista cordobesa.

–¿Qué características del realismo te parecen importantes a la hora de escribir?

–(Vigna) Spinetta tiene una canción que se llama La sed verdadera. En una oportunidad, antes de tocarla en vivo, presentó la canción e hizo una explicación breve sobre el título. Dijo: “se supone que es la única insaciable, y a la vez la única posible de ser saciada”. Esa explicación sirve para dar cuenta de la realidad como sostén de lo que escribo. Nada se sale de la realidad, y al mismo tiempo eso la vuelve inalcanzable. Y si uno siente que llega, encima no la puede abarcar. La realidad es el principio y el final de las cosas, y es así también en la literatura. Escribo para tratar de dar sentido a las cosas que no entiendo y por eso, a la hora de escribir, trato ante todo de que lo escrito sea verosímil. El pacto de verosimilitud es para mí el rasgo elemental de lo que llaman realismo. Si no creo en lo que leo o escribo, pierde densidad y valor. Uno puede jugar con la referencialidad, tratando de engañar a alguien con los nombres de las calles, ciertas coordenadas precisas, detalles y demás, pero si la voz y las acciones de los personajes no son creíbles, y no involucran al lector, entonces no tiene sentido ni valor lo escrito. Si eso funciona, y además se implican referencias espaciales o documentales, mejor todavía. Pero esto sucede hasta en escritores que, desde el absurdo o el ridículo, también remiten a la realidad, despistando a todos. Eso es para mí lo elemental: creer en lo que se lee, que se meta adentro. La pericia del escritor debería trabajar para hacer creíble lo que se narra, y en eso, indefectiblemente, tiene que remitir o tener en cuenta a la realidad.

–(Martínez) Creo que algo muy importante es la verosimilitud de lo que escribís. Tal vez resulte un poco contradictorio, pero no todo lo real es creíble, y el lector necesita creer lo que lee. Otra cosa importante es la sensibilidad del autor. Creo que observar y narrar detalles que otros no pueden ver, es una gran virtud de un escritor. La historia también es muy importante, a pesar de que se afirma que todo ya está contado y lo que importa es la forma. Pero para mí la forma se amolda a lo que intento contar, si es que pienso en la forma. Personalmente no me gustan los cuentos en dónde no sucede nada, y todo es muy cotidiano. Algo tiene que pasar, o por lo menos algo se debe romper como para que sea digno de ser contado. Situar el realismo dentro de un contexto espacio temporal, a mí personalmente me ayuda a que todo se desenvuelva de una manera más natural, y que la historia sea creíble. Y lo último que se me puede ocurrir es la tensión, sin embargo creo que la tensión supera ampliamente el realismo.

–¿Para qué sirve el realismo?

–(Gaiteri) Para recordar que ni uno mismo ni nadie es el centro de nada.

–(Lamberti) Para entretener y para emocionarse. Algunos pretenderán cambiar algo o siquiera mostrar algo con su obra, ciertas situaciones de injusticia o desigualdad. Yo no me creo tan importante.

–(Falco) No sé para qué sirve, sino para qué sirvió. Y aquí retomo la idea del realismo como un movimiento estético totalmente superado. En el siglo XIX, el realismo sirvió para denunciar las penurias por las que pasaban las clases bajas; para mostrar el aburrimiento y la decadencia moral de la burguesía; para tranquilizar a los pensadores modernos y hacerles creer que así como mediante los adelantos tecnológicos podían dominar el mundo, podían también, mediante el lenguaje, reproducirlo. Sirvió también para hacerle creer a los autores que eran seres superiores, que podían ver más que el resto y señalar con el dedo las fallas de la sociedad.
En la primera mitad del siglo XX, sobre todo en Rusia, el realismo se convirtió en la única corriente estética aceptada. Se volvió una política de Estado y, como tal, perdió sus posibilidades de denuncia para volverse mera propaganda.

–¿Cuál es la tarea principal de un escritor realista?

–(Lamberti) Pintar su entorno con la mayor honestidad posible. Para eso tiene que sacarse de encima a la literatura, en el mal sentido de la palabra, que siempre es nociva. La honestidad es uno de los puntos más difíciles de alcanzar para alguien que empieza a escribir.

–(Gaiteri) Ya que es imposible sacarse de encima los “atavismos”, los prejuicios, los preconceptos, las propias miserias - en tanto esto nos constituye como sujetos- por lo menos intentar que no se impongan “del todo” sobre lo que se ha seleccionado para contar.

–(Falco) No sé. No me considero a mí mismo un escritor realista, sino un escritor que sabe que no puede representar el mundo real y trabaja desde esa imposibilidad. El realismo como estética me atrae y me incomoda al mismo tiempo. Por eso me interesa contar historias que transcurren en mundos más o menos reconocibles, parecidos al nuestro, pero me obligo a introducir elementos que hagan ruido, que dejen entrever que ese “real” no es una verdad sino una construcción. Esa es una de mis “tareas” principales, si es que existe tal cosa como una tarea.
Para postular un mundo pretendidamente real y no cuestionar ni un segundo el recorte realizado ya están los diarios, los noticieros televisivos, ciertos programas de investigación periodística.

–¿Dónde encuentra los temas un escritor realista?

–(Gaiteri) Estando en el mundo. En lo inmediato. Sentándose en la última fila del colectivo o en la mesa menos iluminada de un bar con la atención alerta.

–(Falco) Stendhal decía que una novela debía ser como una caminata sosteniendo un espejo. Todo lo que se reflejara en el espejo pasaba a ser parte de la novela. Claro que Stendhal pensaba que el lenguaje literario podría reproducir lo real tan bien como lo hace un espejo. Y quizás no se planteaba que, al fin y al cabo, cualquier cosa que se refleje en un espejo es una imagen, y por lo tanto una copia de lo real, no la realidad misma. Supongo que hoy ya no se puede escribir sin tener en cuenta esas dos problemáticas. Tratar de representar hoy la realidad es constatar una imposibilidad, entrar en una zona de crisis. Lo bueno es que, por contraste, toda imposibilidad reenvía a cientos de posibilidades. Por lo que esa zona de crisis también es una zona muy fructífera. Volviendo a la pregunta, el tema sería lo de menos, lo importante sería la forma de representarlo.

–(Lamberti) En las historias familiares, en las historias del pueblo, en los policiales (o "sucesos") del diario, en las propias historias.

–¿Qué importancia tiene la ironía en el universo de recursos estilísticos de un escritor realista?

–(Gaiteri) Ninguna. La ironía supone una superioridad moral o intelectual del autor por sobre los personajes que a mí no me gusta ejercer.

–(Falco) Como decía más arriba, los escritores realistas del siglo XIX no desconfiaban, por lo tanto, no había espacio para la ironía en su obra. Sin embargo, si pensamos en las formas de representación de la realidad que aparecen desde mediados del siglo XX, la ironía, la entrelínea, el humor, lo procesual o lo conceptual aparecen muy a menudo. Creo que son maneras de llamar la atención sobre la imposibilidad de esa representación. Maneras de generar distancia y pensamiento crítico en el lector y también recursos formales que enriquecen a la literatura. Tal vez la ironía sea el más frío, o el más cínico de todos esos recursos. Y también el más trillado.

–(Lamberti) La ironía es un lastre que la literatura arrastra de los '90, sobre todo de autores como César Aira. El presupuesto de la ironía es: yo soy mejor que aquello de lo que me río. Siempre genera una distancia nociva con el objeto narrado y con el lector. El humor es un procedimiento distinto: más compasivo, más humano. Hay que dejar de ser irónicos, como dice Natale.

Saer por Lamberti

El sacrificio del cordero

Con este texto Lamberti inaugura In the flesh, una serie de artículos sobre carne y literatura.
Por Luciano Lamberti.
juan josé saer
Foto de Sophie Bassouls
Cuando era chico íbamos al campo a visitar a una familia amiga de mis viejos, y había una escena que se repetía en todos los viajes. Al atardecer buscaban uno de los chivos jóvenes del corral, lo ataban del cuello y lo llevaban hasta un árbol, en el patio, ahí lo colgaban bocabajo y le cortaban la garganta con un cuchillo. El lamento del animal, que lloraba durante el proceso, se volvía un ruido líquido, burbujeante. Después lo abrían en canal, le tiraban las tripas calientes a los perros, lo despejellejaban y lo cocinaban sobre brasas en el piso de tierra. Era un trabajo de hombres: las mujeres esperaban adentro de la casa (a mamá la escena le daba impresión, aunque después comía con buen apetito).
Yo era un niño, pero tenía la impresión de estar viendo algo significativo, no sabía qué, y no lo entendí hasta mucho después, cuando leí El limonero real, de Juan José Saer.

En Saer la comida es importante y al leerlo uno asiste a muchas: pescados cubiertos de papel de diario y cocidos a las brasas, asados con diálogos filosóficos, salamines cortados sobre una tabla y dispuestos con cuidado geométrico. Pero ninguna es para mí tan vívida como la cena de Año Nuevo descripta en esa novela.
Durante su lectura, algo empieza a murmurar alrededor. Puede olerse la carne recién cocida, oírse los cubiertos que se depositan sobre el plato o los vasos entrechocándose. Saer es un gran amante de materialidades, de texturas, de percepciones, y cualquier cosa enfocada por el lente de su cámara obsesiva adquiere, después de ser trabajada por él, una especie de halo sagrado. Esa cena en medio del campo, sobre un tablón, con insectos golpeando los focos colgados de los árboles, zooms hacia los dientes que desgarran la carne y la grasa que brilla en las bocas de los que comen, comienza después de un rato a volverse inquietante, casi pornográfica.
Épica de 24 horas, a la manera del Ulises de Joyce, El limonero real cuenta la historia de un día en la vida Wenceslao y su esposa, dos campesinos santafesinos pobres que viven a la orilla del río. La simpleza de la trama le sirve a Saer para narrarla de modo fragmentario, como si registrara los restos de una explosión, en escenas encabezadas todas por el mismo comienzo (“amanece, y ya está con los ojos abiertos”).
El centro de esa explosión, que lleva a desintegrar la consciencia de su protagonista en las páginas finales, es la muerte del hijo de Wenceslao, albañil en la ciudad que se cayó de un andamio. Su muerte es la causante de que la madre viva encerrada en la casa, sin ver a nadie, y de que meses después (según se nos informa en uno de los flashforwards) Wenceslao se eche al abandono y ya no corte el pasto ni trabaje. El dolor por la muerte del hijo los paraliza. Wenceslao piensa en él obsesivamente a lo largo de la novela, realizando siempre la misma acción, como en un holograma proyectado en el aire: el chico cruza el patio, vestido con un “pantaloncito descolorido”, toma el sendero de arena y al rato lo oye zambullirse en el río.
Después viene la cena de Año Nuevo y Saer se toma el tiempo para describirla. En una sola larguísima frase, digna de su ídolo Faulkner, muestra no sólo las etapas de preparación del cordero, los ingredientes de las ensaladas y la apariencia de un sifón de soda, sino el futuro de los huesos, devorados por la tierra y vueltos a escupir:
(…) objetos ya irreconocibles que quedarán semienterrados y ocultos por los yuyos en diferentes puntos del campo durante un tiempo incalculable, indefinido, en el que arados, lluvias, excavaciones, cataclismos, la palpitación de la tierra que se mueve contínua bajo la apariencia del reposo, los paserarán del interior a la superficie, de la superficie al interior, cada vez más despedazados, más irreconocibles, hechos fragmentos, pulverizados, flotando impalpables en el aire o petrificados en la tierra (…)
(Etcétera, etcétera. Entre paréntesis: qué insoportable, ¿no? ¿Cómo puede escribir una frase así?)
Bueno, hay un momento en la lectura de esa escena, después de páginas y páginas, en el que el cordero sacrificado se convierte en el hijo muerto. Lo entendí una tarde, tirado en la cama de una pensión de estudiantes cuando cursaba mis primeros años de Letras: el cordero es el hijo, el cordero es el hijo. Entendí también la escena del chivo de mi infancia, como si hubiera tenido que leer eso para saberlo.
La muerte de un animal en ese pobre rancho santafesino crece hasta volverse un ritual, un sacrificio. El chico muerto, el cordero sacrificado para Año Nuevo: la naturaleza es un gran monstruo devorador que necesita de los inocentes huesitos para seguir reproduciéndose a sí mísma.

In the flesh

Ayer vi dos capítulos de la segunda temporada. Traté de entender entre pascualina, lentejas, vino tinto y señorhinchandolaspelotas. Mucho no logré. Me acordé que Link la nombraba en clase:


sábado, 13 de abril de 2013
Masa Encefálica Crítica

Por Daniel Link para Perfil

Harto de la realidad (inundaciones, reforma judicial, tasas de interés bancarias, declaraciones impositivas, salario familiar, bicicleteadas, metrobuses y peatonalización del microcentro, la muerte de la Thatcher, el misterio de Tinelli, los secretos de Boudou) me refugio en una miniserie nueva, más sombría que nada de lo que haya visto hasta ahora, pero que interroga con una radicalidad desconocida la cualidad de lo viviente. Y la presento hoy, un día 13 del año 13, dejándome arrastrar por las delicias de la superstición.
In the Flesh*, producida y emitida por la BBC3, fue imaginada por Dominic Mitchell, quien cuenta el proceso de escritura en el blog asociado al sitio del show.
La premisa es la siguiente: hay zombies, pero éstos son considerados por el Estado como enfermos que sufren de PDS (“Partially Deceased Syndrome”, Síndrome de Parcialmente Muerto). Sometidos a un tratamiento de rehabilitación y debidamente medicalizados (una inyección diaria en la base del cráneo) son reintegrados (con un set de maquillaje y lentes de contacto de colores que a medias disimulan su condición) a la sociedad, a la familia, al mundo, donde se enfrentarán con el odio de los otros y donde circula también un llamamiento zombie clandestino a la no medicalización.
El protagonista de la serie es Kieren Walker, afectado por el síndrome y vuelto a su casa en un remoto pueblo rural de la Inglaterra profunda.
Lo que se sospecha desde el comienzo se verifica casi de inmediato: Kieren es gay y se suicidó cuando el amor de su vida se topó con la muerte en una de esas guerras imperialistas de Medio Oriente (qué más querés: puto, suicida, muerto-vivo, su ruta). No se explica el origen del síndrome, que aparentemente no sobreviene por contagio (mordedura), y que sostiene a los que deberían haber muerto en ese umbral indiscernible donde la chispa de vida es apenas una emoción inducida por un medicamento.
Más allá de la trama, el argumento es sombrío porque precisamente subraya el modo en que el Estado interviene en relación con la posibilidad de vida (o de muerte), condicionando incluso aquello que se opone a su soberanía por principio. Kieren quiere morir de amor como un joven Werther pero el Estado se lo impide, devolviéndole la memoria que el PDS había borrado de su cerebro arrasado por la enfermedad y el hambre caníbal.
Quise escapar de la realidad pero me doy cuenta de que no llegué muy lejos: me encuentro de nuevo con el Estado y su regulación de lo viviente (inundaciones), el ejercicio demente del poder (integración) y, sobre todo, la Masa (encefálica) Crítica.

*Ah sí, Pink Floyd...

Etiquetas: Diario de un televidente Publicado por Daniel Link a las 1:00 p. m. 3 comentarios

El sentido de la vida es estar echada

La vida es estar echada en una alfombra un poco cochina antes que mijita la lave, en un monitor de los viejitos con colita, en el hueco que forman dos colchones de una plaza unidos con amor.

Resiste mi feminismo

¿Soy un asco de falocentrismo, cuerpo colonizado, mujer heteronormada por la mierda del patriarcado cuya sexualidad ha sido sometida a la reproducción del modelo?: él dice LAMADREDEMISHIJOS y a mí se me caen los calzones.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Tetazo

Dice en feis Virginia Cano ha compartido una publicación.
1 hora · Editado · 
En la mano, en la boca, en tus ojos, en tus fantasías, en el espejo, en la cicatriz de su ausencia, en el deseo de su presencia, en el sabor de su leche, en la sal que transpiran, bajo las mantas, en los sillones, en los puentes, en los caminos, sobre el pasto, sobre la alfombra, en esta red social y en todas, hay tetas y las mostramos.
Este 7 de marzo, una vez más, celebramos el día de la visibilidad lésbica con el dolor que comporta el recuerdo del fusilamiento de La Pepa Gaitán a manos del padre de su novia y con la alegría de nuestra memoria orgullosa que se resiste al disciplinamiento y normalización de nuestros cuerpos, deseos y vidas. Por eso convocamos a todxs a postear una foto de su/s teta/s en este muro de FB y en sus propios muros o fotos de perfil. De paradas, acostadas, sentadas, caídas, gastadas, temidas, añoradas, llenas de tiempo, hinchadas de juventud, peludas, pálidas, morenas, negras, lampiñas, de cerca, de lejos, de a una, dos o tres, propias, ajenas, anónimas, diminutas, enormes, caídas, fuera de los corpiños, doloridas, jocosas, siliconadas, agrietadas, estriadas, bronceadas, marcadas, con o sin pezones, trans o cis, gordas, paraditas, acróbatas o sendentarias, musculosas, tatuadas, pintadas, mojadas, a color o en blanco y negro: todas las tetas serán bienvenidas, celebradas y orgullosamente mostradas.
Un mar de tetas amorosas, eróticas, poderosas, indisciplinadas, insurrectas en homenaje a La Pepa, que siempre se reconoció en masculino desafiando la masculinidad hegemónica y heterosexista, abriendo una disidencia subversiva en un mundo lesbofóbico, transfóbico, clasista, racistas, cisexista y misógino. Para la memoria de La Pepa, que gozaba con las tetas, las celebramos a todas.
La propuesta es simple: subí la foto que quieras de tu/s teta/s a Facebook, el día 7 de marzo, tanto en esta página del evento como en tu muro, para celebrar a las siempre tan censuradas y disciplinadas tetas, así como a todos esos modos insurrectos, abyectos e indisciplinados de vivir nuestros cuerpos.
Organizan:
Marta Dillon
Virginia Cano
Noe Gall
Punto Eme

Poesía en Tucumán

II Encuentro Nacional de Poética, Poesía y Escrituras del Yo
28, 29 y 30 de mayo de 2015
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional de ‪#‎Tucumán‬
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El Seminario Libre de Poesía “Juan Rodolfo Wilcock”, el Proyecto de Investigación Sujetos, subjetividades, representaciones y escrituras íntimas en textos de literatura argentina (CIUNT) y la Coordinación de Relaciones Internacionales de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, tienen previsto organizar en forma conjunta, del 28 al 30 de mayo de 2015, el II Encuentro Nacional de Poética, Poesía y Escrituras del Yo con el propósito de reunir a especialistas (críticos, poetas y traductores), dedicados a los estudios sobre estas temáticas. El encuentro tendrá lugar en el Centro Cultural Eugenio F. Virla de la UNT, en San Miguel de Tucumán.
Áreas temáticas
Poesía
1. La crítica de poesía en Argentina y Latinoamérica
2. Poesía, sujeto y subjetividad
3. Poesía y traducción
4. Las poéticas tradicionales y las poéticas alternativas en la actual poesía argentina, latinoamericana y de otras latitudes
5. Desde el punto de vista sociológico y los estudios culturales: poesía y política, poesía y regiones, poesía y poder, poesía y sociedad
6. Poesía y género sexual
7. Poesía y extraterritorialidad
8. Intersecciones
Escrituras del yo (autobiografía, diario, memorias, relato de viajes, ficciones autobiográficas, cartas, entre otras alternativas)
1. Crítica, teoría e historiografía acerca de las escrituras del yo en Argentina y Latinoamérica
2. Escrituras del yo, sujeto, subjetividad
3. Tiempo, espacio, memoria, experiencia, identidad en escrituras íntimas
4. Escrituras del yo: otros enfoques
5. Cartas y diarios: yo, tú, el mundo, la intimidad
6. Escrituras del yo y género sexual
7. Escribir sobre el yo: problemáticas, rasgos y perspectivas surgidos en las últimas décadas
MODALIDADES DE PARTICIPACIÓN
Conferencias
Mesas panel
Se aceptan sugerencias, en la medida en que se disponga de espacio y tiempo, sobre homenajes a autores, obras, presentaciones de proyectos editoriales, libros y revistas.
Lectura de poemas
Las mesas de lectura están previstas para que cada uno de los poetas invitados lea una breve selección de sus poemas. Las intervenciones, salvo indicaciones más precisas, no podrán exceder los diez minutos.
Curso de extensión
Por la temática específica que lo caracteriza, el encuentro, para los asistentes, tendrá la validez de un curso de extensión de 20 horas.
Hasta ahora han confirmado su presencia:
Alberto Giordano, Jorge Monteleone, Silvio Mattoni, Anahí Mallol, Omar Chauvié Judith Podlubne, Cecilia Pacella, entre otros escritores y críticos.
Categorías de participación
- Conferencistas y panelistas invitados
- Lecturas de poemas (por invitación)
- Expositores
- Asistentes
Aranceles:
Expositores: $ 400
Asistentes: $ 200
NOTA: En la próxima circular brindaremos más información sobre las modalidades para efectuar el pago, otras especificaciones sobre los demás participantes (poetas y críticos convocados a exponer trabajos o conferencias y a leer poesía, alojamiento, etc.).
Quienes deseen recibir carta de invitación para gestionar pasajes y viáticos o tramitar licencias pueden solicitarlas a los organizadores.
Presentación de ponencias:
Debido a la especificidad y brevedad del encuentro, la presentación de ponencias podrá concretarse una vez que los resúmenes hayan sido aceptados por el comité científico. De ello se irá informando a medida que los mismos sean recibidos. La lectura de poemas se limitará a quienes sean especialmente convocados por la comisión organizadora.
Enviar hasta el 30 de abril un resumen indicando el título, nombre del expositor/a, lugar de trabajo y área temática de la ponencia por correo electrónico a los coordinadores: Victoria Cohen Imach vcoheni@arnet.com.ar; Guillermo Siles sileseg@hotmail.com, como archivo adjunto, en formato Word.
Los trabajos no podrán exceder las ocho carillas para su exposición (incluyendo notas y bibliografía) en papel tamaño A 4, a doble espacio, Times New Roman 12 y con márgenes de 2 cm.
Las notas deberán consignarse numeradas a pie de página y las referencias bibliográficas al final del texto. Cada participante dispondrá de un máximo de quince minutos para exponer. La versión para la publicación podrá ser de mayor extensión.
Publicación:
Los coordinadores del encuentro han previsto reunir los trabajos presentados en un volumen por tal motivo se solicita a los participantes, una vez concluido el encuentro, enviar por e-mail la versión completa y definitiva del texto.
|Comité Organizador|
Victoria Cohen Imach y Guillermo Siles (Coordinación General)
Soledad Martínez Zuccardi (Secretaria General)

Baño con esponja

Mi señor me enjabona con Dove y dice que la esponja sale toda negra. Qué atrevido.

Como de postal

No estoy ejercitándome adecuadamente en el dar lástima: mi gente cree que puedo seguir haciéndolo todo sola.


Con marido feo y panzón cualquiera es recatada, ahora con uno lindo como el mío, ¿quién se aguanta la tentación?


Mi señor me llevó a Coto. Primera vez en la vida que elegimos juntos el aceite, la mayonesa, las aceitunas, los pikles. Fuimos una de esas parejas de postal que me causaban envidia antes, je.


En la rampa del super: ¿Me atajás abajo o me empujás de arriba?


Puso un poco de mala cara para meter la silla en el baúl y dejarlo abierto, pero no dijo nada y me dejó hacer mi capricho.

Eramos caballos ciegos

Elena Annibali - Se va a llevar todo, dijo mi madre





Madre

Mi madre, la Esquiva, la Lejana,
la perra blanca con sus tetas de leche,
con sus dulces venas azules agigantándose en la noche de la fiebre,
trepando las paredes para chupar mis sombras,
con su hermoso pico rosa, con todos sus brazos.
Mi madre tiene saudade de las ciudades que ha dejado atrás,
de donde le viene el cabello negro, suoi occhi de guerra.
Viene levantándose desde el poniente,
una Galatea de las esferas, que rueda sobre el mundo,
que lo impregna brevemente de sus perfumes,
y desde entonces, nada existe, sino su raza mezcla de bestia e inglés,
nada, sino sus cacerolas trashumantes, sus estropajos,
las vendas con nuestras sangres que guarda como sudarios.
¿Será ella, ese violento olor a almizcle que anuncia la mañana?
¿Dónde se anuncia su heredad en mi cuerpo?
Y a partir de la pregunta, aparecen las cicatrices, las alas,
la sal bajo la lengua, ese como a olor a humo y a calandria,
y todo el resto, todo, como una triste Barataria de sueños. 


Del libro Las madres remotas; Ed. Cartografías; 2007




tabaco mariposa

aprendí a fumar con rubén
enrrollando tabaco mariposa en papel
de seda

lo hacíamos de noche
sentados en un escalón de la casilla
mientras a nuestros pies
sus lánguidos perros soñaban
con la sangre dulce de las liebres
en el monte cercano

a veces todo era oscuridad, salvo
su cara
iluminada brevemente por el fuego
como un animal
por los relámpagos

el día que se fue del pueblo
me dejó su radio
y los jabones partidos
que yo usaba pasándomelos
despacio
por el cuerpo 

con la última espuma disuelta en el agua
se fue, también, la memoria
y el deseo de él
una cosa fragante
y sutil
como los eucaliptos
cuando los moja la niebla


del libro tabaco mariposa; Ed. Caballo negro; 2009




la creciente

esa noche llegó la creciente y trajo
muebles viejos, mugre
de los canales vecinos
botellas
víboras

se va a llevar todo, dijo
mi madre
y me imaginé los huesitos de enzo
flotando en la corriente, al lado
de los canteros de verdura
me imaginé su ropa última
roída por las polillas y la fiebre
sus uñas crecidas
las hebritas de pelo rubio
entre los alambres del portón

entonces me apuré a encender el sol
de noche en la cocina
a tapar la puerta con las bolsas de arena
esperando que la muerte no pasara
que siguiera el curso del agua
hacia el naciente
donde las tierras son bajas
y crece el aleppo
y la enredadera azul

(de tabaco mariposa)



lo mismo digo agua que palabra

frente a la casa, antes que construyeran
los edificios ostentosos
las oficinas asépticas de la calle Belgrano
los negocios de chucherías
hubo un baldío
y en el centro
un malacate

íbamos con mauro lesjtch
algunas siestas, a jugar
que éramos caballos ciegos
y dábamos vueltas alrededor
del pozo seco

mauro es un hombre ahora
ha hecho dinero, hijos,
sólo persisten en él
los ojos oscuros
con pestañas de muñeca

yo sigo atada
al hábito de esas tardes
caminando el círculo del pozo
jugando al animal ciego

ahora
la sed es real

(de tabaco mariposa)



en el pavimento

en el pavimento queda
por la tarde
la sangre seca
de las perras en celo

algunos
las agarran del cuello y las hacen morir:
no soportan la libido gloriosa
que alborota los machos
los mechones de pelo en las puertas de alambre
el olor rijoso del orín
en los carteles de las tiendas

las perras son dóciles al entrar
en las bolsas de nylon
obedecen y se pliegan al tamaño
enarcan los huesos
se acomodan a la muerte
al silencio

conozco esa mansedumbre de haberla ejercido

basta tocar la marca roja en el cuello
para evocar soga y dueño
pero yo mordí la mano
y ahora tengo esta libertad
grande
en que me asfixio

(de tabaco mariposa)



razones de gravedad

cuando el viento es de agosto y pega
como ahora
en la cara
y se levantan remolinos de hojas
de papeles manchados con grasa
pienso en vos

no hay nada romántico en eso
es más simple:
tengo la cabeza sucia
con tus ojos, tengo
los oídos llenos
del coltrane viejo que usamos
esa tarde, ¿o fue
un mingus?

por eso voy por la ruta y escucho
cuando el chofer le dice a otro
que le gusta el viento porque levanta
la pollerita de las pendejas
y veo, en el río,
el caballo flaco arrastrando
un carro de arena
y todo
me lleva a vos

pero no pienses en el amor
lo mismo corre el agua sucia
hacia la cloaca
y es sólo un efecto
de la gravedad
(de tabaco mariposa)




1-

Es la siesta. Tengo, sobre mi corazón,
el libro de Ishiguro Never let me go.
En la penumbra de la pieza, flota la mariposa gris que de noche
roe la ropa y hace el mismo ruido que los muertos hacen
cuando escarban los muros.
La veo golpearse contra el vidrio; su cuerpo es un solo ojo
hacia donde ella cree está la salvación. Y entonces digo
Señor, no me des la esperanza, la fe.
Señor, no permitas que me queme en la luz aparente
de los faroles a gas. He aprendido a caminar en la sombra,
a encontrar mi ropa, allí, el vaso de agua. He aprendido
a no tropezar con los muebles.
No me hagas pensar ahora, Señor, en el fuego.



2-

el aire, de noche, es una lástima,
no alcanza para todos

alguien debe postergar su sueño, alguien
debe levantarse y, en el medio de la noche,
tocar la dorada serpiente del corazón

ella va a despertar
entornará los soles de sus ojos
dará su pan, su veneno

la flor del cuerpo abrirá, entonces,
como una mañana
pero no será la mañana:
será su turbia claridad
el simulacro



3-

acá creciste, me dijeron, y pienso
en cómo algo que no fuera solidario con la muerte y su eficacia
pudo crecer aquí

sin embargo, en este centro hubo una mesa
donde derramamos los jugos del hambre

al costado, la pieza de la costura y el juego

al fondo, el baño
con una alberca donde, en invierno,
la piel enrojecía por el frío

hubo, una vez, un gran viento,
me explican

vendrá por mí, también,
vendrá y yo guardaré mi corazón en un puño:

hasta ahí llegará su voracidad
y más allá, aún


4-

que fue un empujón del diablo
dijeron

que fue la roca
y el mar, de un azul abundoso

que una virgen castísima me confió
un secreto y una duda

con una brasa en cada mano
yo caí, fue
por mis razones

(del libro Quince- Antología de Poetas Mujeres de Córdoba)




te dio miedo la ahorcada en la pieza?
te dio miedo la grieta en la bañera?
la falta
de luz
en la casa?

alguna vez contaste a tus muertos que cuando pasan
a tu lado
dejan un perfume a rosa y podredumbre?

te corriste de la vereda de la loca
empuñando, no sé
tus razones
tu lógica
tus bienes a resguardo del tiempo?

yo sé que abajo de mi rostro, un rostro
muere

que su cáscara, sus simetrías, dejan paso
a un desaliño de huesos
y flores

y que algo más alto, más oscuro, llega por mí
y no es el ángel

Inédito, 2011



la primera vez que la casa tembló, esperábamos
al hijo no nato durmiendo en una cama alta

era amaneciendo, una luz rojiza
como de muerte, alumbraba
mi cara, mis piernas hinchadas

en el pueblo ocurrió un remezón
al que siguió otro
y otro más, intenso,
mas no como el primero
por el cual crujió la poca cristalería

la segunda
yo pensé por primera vez en mi padre, perdido
para siempre en la muerte, con su traje nuevo
y en cómo me decía que la inminencia de los terremotos es predicha
antes por las ovejas
las vacas
las aves de corral

esa vez tintineó mi anillo nupcial en la taza

nuestro hijo ya estaba en este mundo
y respiraba bien, aun en el vaivén antinatural
de la cuna

la última vez, ya estábamos en la ruta:
los tres

desde allí  vimos a una mujer hermosa
andar como un perro tras el rastro del auto
y luego revisar tras las cortinas
oler el aire
buscándonos
buscándonos.

(Inédito)


Elena Anníbali (Oncativo, Córdoba, 1978). Estudió Licenciatura en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Tiene publicados los libros de poesía Las madres remotas (2007) y tabaco mariposa (2009).


Ilustración: Josefina Wolf


Como una niña vieja - Verónica Pérez Arango

Me invitaron a comentar estos poemas de Elena Anníbali justo unas semanas después de que un amigo me leyera por teléfono “tabaco mariposa”, esos versos iniciáticos que hablan de una mujer que aprende a fumar, y del recuerdo amoroso que se escurre por la bañadera. Me acuerdo de que después de escuchar el poema, me quedé extasiada y agradecida: no conocía a la autora, pero su voz era la muestra de un universo que tenía que descubrir. Días más tarde y como por arte de magia, Malón Malón me regala la posibilidad de tirar de la punta del ovillo de estos textos maravillosos que no me canso de leer.       
Un pueblo y un paisaje cordobeses, apenas esbozados a través del lenguaje, son los escenarios que elige Anníbali en estos poemas, para develar lo siniestro que nace en vez de permanecer oculto.Un mundo tétrico se desenrolla como una alfombra de dibujos extraños en la casa familiar. No hay distinciones entre lo sórdido y lo luminoso: coexisten sin contradecirse porque Anníbali conjuga esas voces como las dos caras de la misma moneda. Así, la enfermedad y la locura son motivos que se repiten en su poesía al mismo tiempo quel o hacen la vitalidad y la luz de la naturaleza, con sus desbordes, sus excesos, su ritmo imparable. Fiebres, ropas, cuerpos roídos, sangre, asfixia, ahorcados. Pero también enredaderas azules y aleppo y liebres y perros y relámpagos y crecidas y terremotos y vientos y eucaliptos.
Si lo dicho esconde siempre algo velado, en Anníbali lo tenebroso sale a la luz a medida que los versos avanzan.La noche se despliega con sus animales en muchos de los versos, poblados de desdoblamientos e imágenes monstruosas. En medio de lo cotidiano, en convivencia con lo conocido, crece algo del orden de lo ominoso que invade y permanece. Sin embargo, la voz en estos poemas acepta el reto de la muerte, que es mirada de frente: su presencia no es ajena sino que por momentos se personifica y es capaz de pasar con voracidad por la puerta de la cocina. Así, la pérdida -ya sea de los seres queridos, la inocencia o las cosas materiales-, es hablada por alguien que acepta el fin de los ciclos vitales e incorpora la muerte a la vida, como lo hace el sabio que no pide ni juzga nada, sólo contempla.


                                                                                          Verónica Pérez Arango, julio de 2013


A mí, que me puse en la boca el vientre oscuro de la cigarra

ELENA ANNÍBALI

10 años después

Elogio del silencio
Escribir la primera palabra será como empezar a no ser, como
engendrar o como morir, los dos extremos
que son una y la misma embriaguez, pavorosos principios,
triunfos, catástrofes, glorias.

De “Cristóbal Colón inventa el Nuevo Mundo”,
poema que pertenece al libro Los días de tu vida, año 1977, Eliseo Diego.
Invocación primera
 
Como montar este caballo tierno a toda velocidad por la autopista.
Como abrir la boca, encima de este caballo tierno y tragar insectos.
Así, el silencio.
Así la virgen del mutismo absoluto.
Envuelta en velos. Castísima. Sin pecado concebida,
y enormes, sus piernas, que abrazan al potro, y lo conducen,
ebrio de uvas negras hacia alguna eternidad,
hacia alguna apertura en el cielo,
que nuestros tristes, nuestros nublados ojos, no ven.
Silente, la virgen. Frente nacarada, ancho pecho
para que no anide la serpiente, y resbale, lúbrica,
hacia la tierra,
hacia la rama retorcida y reseca.
No exhala, no gime, no discurre,
tu oscura y alta garganta de contessa.
No hablarás, mia virgine poderosísima,
donna descalza,
mujer posmoderna y floral. Tus plegarias,
apenas este trote vacío y elemental,
este fascinante silencio al cual, devotamente, me entrego.

Invocación segunda
 
Signora dei capelli d’oro, ¿qué cáncer de garganta te consume?
Se cimbra, en ese hueco, un grito,
como en un columpio estéril.
Es la palabra para el hombre, Prometea,
sombra que robaste al dios tu pedazo de razón,
eidolon que migras por la autopista.
Mi Lady Godiva, mi Señora, tu pelo de orquídea y de nido
se estremece bajo el sol de las tres.
Yo te persigo en pos de la palabra.
Pan no, ni hijos, ni gorjeos.
Una palabra, dame.Una palabra.

Invocación tercera
 
Considera nuestras hambres de sonido, fémina etrusca.
Tú, apparizione, lanzada a la tierra, mírame:
a mí, que me puse en la boca el vientre oscuro de la cigarra,
que vertí en mi cabeza la verde conciencia del sapo en la charca,
yo que estuve esperándote, Madre, en medio de augurios
que algunas antenas emitían tristes,
como destellos.
He cruzado el campo para verte pasar, montando, iluminada,
he cruzado, herida de soledad y espanto,
para verte, Regina, con tu aura de neones.
No sé si tu patria es la Jerusalem o el Infierno,
pero traes un fuego aparte,
y mis huesos exhalan un olor a hongo y humedades,
porque se cumple en mí lo de todo mortal:
el deseo, la furia, la nostalgia, el desencanto.
Por eso abrázame como a una niña cautiva,
y dame la palabra que abra el mundo,
como un damasco pletórico en su edad,
como las negras rosas, a la hora de los crepúsculos.

La madre
 
Ah, tú, con tus caderas de nigromanta bamboleándose por toda América,
tú con tus hierbajos, tus verdolagas, tus sopas fragantes de ahuyentar lechuzas,
tú con tus ojos de caída helicoidal en la muerte,
fascinante en la maleza,
fascinante como una pantera, como una perra en trance de parir,
¿qué haces aquí? ¿qué quieres?
En mi ventana hay cruces rojas, y astros de sal cruzados por si acaso,
y estrellas de siete puntas.
Hay, también, mastines, negros mastines flacos, enormes,
para morderte toda si te acercas. Si te acercas, te colgarán
de tus collares de jade. Si te acercas, te destrozarán
mis bestias húmedas de rocío,
mis mansas bestias de roer huesos y calaveras.
No quieras llegar a mi ventana, bruja,
no quieras embeberme como un espantapájaros con tus ungüentos,
con tus infusiones cálidas hechas para sudar el diablo y deslenguarse,
¿no ves que de mi puerta he colgado rojos trapos, y flores rojas para ahuyentarte?
¿no notas el suelo barrido y asperjado con ruda y malvón hervidos y machacados?
Tú vienes a hacerme hablar,
a darme la lengua de las matriarcas,
a ponerme unos ojos nuevos para alumbrar todo lo lejano,
allí, donde se cuece lo verdadero tras de las apariencias.
Hembra de América,
tú que quieres ser mi madre,
que me esperas en la sombra, con tus artificios
y tus nalgas alzadas con trapos y perfumes,
vete de aquí, porque no te he llamado,
porque quiero romperme sola, en mi casa sola,
como un puñado de huesos de pájaros,
quiero romperme y hacerme música que se eleve pronta
y se pierda de una vez para siempre.

Estudio sobre el signo, basado en Charles Peirce
“...el sueño difiere de la realidad sólo por ciertas marcas, por su oscuridad y carácter fragmentario”.
(Obra lógico-semiótica;
 pag. 41; Ed. Taurus)
Llegada a la casa-Avistaje de uno o dos animales
Está sobre la heladera.
Es una mancha negra, con dos puntos brillantes y verdes.
Esa mancha encarna la gatidad, sin ser aún en un gato.
La gatidad absoluta o ideal antes de la mueca del dios que la formule.
Alguna clase de gatidad superior,
un fuego de artificio,
alcohol ardiendo en una hendidura de la noche,
una hermosa ferocidad gimiendo por las ratas,
clavándome algunas uñas en un pecho,
una imagen de París,
una suavidad moldeada en el infierno.
Nota: que la primeridad, según Peirce, es el modo de ser de aquello que es tal como es positivamente, y sin referencia a ninguna otra cosa. Vendría a comprenderse como la posibilidad o sensación de su existencia, un sentimiento.

Acercamiento-Visión
Lila.
La veo merodear casi sexualmente sobre la alacena.
Tiene el aire luciferino de quien muerde y traga sangre y nervios.
Tiene el alma angostada por la saciedad del hambre,
se lo noto en el latir caliente y animal.
Se mueve entre mis piernas con una cadencia cercana a Bach,
y la caricia, el certificado de que existo.
Nota: que la segundidad es el modo de ser de aquello que es tal como es con respecto a una segunda cosa pero con exclusión de toda tercera cosa. Se comprende que es la instancia del choque con el mundo, que define al sujeto por oposición a lo otro. Sujeto frente al objeto.

Cocinar es un arte-Actividad
Aún no encenderé la luz.
Me basta la lumbre náufraga del cigarrillo para verla brillar y gemir.
Entretanto, saco las flores amarillas de calabaza,
las dispongo sobre una fuente junto a las zanahorias y los alcauciles.
Esta escena deberá ser de una ceguera inusitada,
y me guío por el perfume y el silencio.
La tomo de una de sus suavidades: el cuello.
De un solo tajo la parto al medio mientras una parte me muerde la mano,
y yo grito y ella ya no puede.
El agua hierve con especias, sal y hojas de laurel.
Dejo caer allí sus dos puntas,
ambas hermosas y ya de una mortalidad visible y casi triste.
Me siento a la mesa. Sirvo el vino.
Me desnudo.
Pienso que cocinar es un arte.
Nota: que la terceridad es el modo de ser de aquello que es tal como es, al relacionar una segunda cosa con una tercera cosa entre sí. Pertenece al orden del pensamiento y la representación.

La imagen
“Plinio el Viejo, un historiador que murió en el 79 d. C. cerca de Pompeya, víctima de la erupción del Vesubio, en su célebre Naturalis Historia narró la leyenda de la joven mujer de Corinto que, presa del amor por un hombre que debía alejarse de la ciudad, trazó sobre la pared el contorno de su sombra, utilizando la luz de una vela y un trozo de arcilla seca. Quería conservar el recuerdo de su apariencia”.
(Lunes)
Busco —le dijo— la tinta de mariposas negras.
Al fondo de la habitación, sobre un banco de piedra,
había, derramado, el ángel ambarino de la luz,
un pañuelo azul para la frente amplia de Leda,
y un vaso de agua, porque el verano era grave.
De lejos, se escuchaba cómo se alimentaban los cuervos
en los trigales,
un rumor a Apocalipsis,
como si la eternidad se hubiera roto en alguna parte,
y sangrara...

(Martes)
Busco —le dijo a la segunda noche—
el fino pincel de pelo de caballo.
Era muy dulce la visión de los relámpagos
alumbrando a Dzhaidar.
Se podían contar los latidos en el pecho,
y el murciélago blanco de un pensamiento viejo,
(quizá el recuerdo de una mujer bajando al río)
a través de la piel traslúcida.
Leda lo lavaba, con una esponja y agua tibia,
y respiraba, en las axilas del hombre mojado,
un aroma a jazmín y madera de sándalo,
que recordaría muchos años después.

(Miércoles)
Al amanecer, sobre las quintas,
el movimiento de los heliotropos
y una lluvia de peces vivos y brillantes
auguraban el escándalo de la destrucción.
Sentada frente a la pared,
arremangado el vestido, mojado el pecho de lágrimas,
Leda paseaba los dedos sucios de arcilla y carbón
por el contorno de la sombra.
La luz temblaba, y Dzhaidar.
Nacía la imagen desde el fondo de la vida,
como de la muerte, doliente y efímera,
como siempre, de mujer y de hombre,
para habitar este mundo,
de carnadura de diablos y transparencias.

Elipsis
Mi padre sembró a mi madre, y la noche era como magia de cuervos:
algunos rezaban en el campo, entre las verduras,
arrodillados, con vestidos azules, y tocados de novia.
Algunas viejas secas, sostenían el rosario.
Mi madre, que soñaba con sembrar tomates, se abría de piernas,
y emulaba, en los ojos, los guiños de los pájaros,
piaba, maldecía, se frotaba contra mi padre,
como contra un vidrio resplandeciente y fresco.
Y todo eso pasó en una noche.
A mis diez años, me sentaron en una silla a observar los corderos,
sus sacrificios graves, de donde sacábamos la carne de comer,
morada y mística, en comuniones vibrantes y olorosas.
Luego las habas, los duraznos llamados corazón de buey,
y el sudor terrestre de las axilas de los peones,
sus oscuridades de pomelo, agrios y sexuados,
sobre los caballos.
No me brotó la adolescencia líricamente.
Me aterrorizó la sangre,
los pechos escapándose de la sutilidad de las blusas,
los muslos apretados contra las faldas, y contra los hombres,
las poses de amar y olvidar,
el rito floral y húmedo de la masturbación
y muchas casas para ausentarse hasta ser mujer,
de pie, sola ante y con el mundo.
A los 27 me llaman los muertos desde abajo,
y yo no respondo, me enfermo de realidad,
quiero ser lo cotidiano, el pozo de aguas sucias,
los chicos de la calle con el corazón a media asta,
la miseria de Dock Sud, el hambre de los perros,
quiero ser Buenos Aires, con su inmensidad,
con sus pangramas de piernas y de brazos,
quiero ser ese hombre último que recuerdo de ayer,
el Chevrolet rojo apretando dos ojos azules en la distancia,
para enseñarme el don de la espera y la fatiga.

La isla, o de la palabra como laberinto
“Una vez que habíamos recogido madera de resaca, hecho un fuego
y colgado nuestro caldero como un firmamento,
la isla se quebró por debajo de nosotros como una ola”.
(The disappearing island,
 Seamus Heaney)
Escenario I
Es posible que jamás encontremos la salida:
Ariadna era frágil y murió hace mucho tiempo,
antes de los satélites y de la pasión de Cristo.
Había dejado un camino de migas de pan,
su cabello, de un rojo violento y occidental,
la leve huella que acabó donde empezaba el Minotauro.

Escenario II
Mirábamos al Sur, a veces,
donde Lesbia creía ver naves, peces brillantes,
y otras formas grotescas del espejismo.
Un pájaro enorme de hierro.
Instrumentos para contar el tiempo inasible.
Animales, lenguas y frutas que el oráculo no lograba descifrar.
—Es éste sol, Lesbia, y el mar tan infinito y azul—.
Volvíamos a casa, entonces,
a podar las vides que se enroscaban, vivas, en los templos,
como las víboras que, en el Nilo, hacen gemir a las mujeres.

Escenario III
Sentados aquí, mirando esta lluvia,
jugamos a los pájaros ciegos
y nos anduvimos el cuerpo con las manos.
El vino parece más dulce,
Y Hestia preside el fuego.
¿Qué hay de vestal en ti, Lesbia,
que se aclara tu frente al invocarla?
¿En qué otra vida paseaste los negros ojos
por estas habitaciones consumidas por el tiempo?

Escenario IV
El cielo se ha llenado de presagios.
Aquí abajo, las flores maduran en violentos amaneceres,
y nos llegan noticias de un Odiseo atado a su mástil,
ciego y sediento.
Bajo la negra nave, cruzan sirenas,
un submarino alemán,
y algunos sueños, en donde todo tiene lugar.

Polifonía (notas sobre un naufragio)
—Este animal con ojos de Madonna...
—Esta criatura que se acerca a mí con su cuerpo encendido
como un relámpago...
—Esta oscura premonición de la muerte..
—Este color sumergido en esta zona ausente de mi conciencia,
della follia che non mi hanno conosciuto...
—Esa ventana hacia tus ojos donde habita la bruja...
—Esta luna que vuela en las profundas aguas del Hemisferio Boreal...
—Esta última contemplación antes de la oscuridad...
—Esa bestia de carne de agua, que no sabe del mono
ni del hombre...
—Ce cadeau que les putas de l’América et de la France, hubieran
amado más que el perfume...
—Esa sensación de que el diablo sonríe a mis espaldas...
—Este impresionismo vital y torpe...
—Este pez...

Sobre la biografía como género
Alguien más escribirá tu memoria.
Alguien que entienda que no tuvo márgenes, tu vida,
ni astillas para encender los fuegos del olvido, y los eclipses.
Abrevará en tu historia como un ciego en una casa
llena de muebles y de recuerdos ajenos, tanteando,
especulando con el tacto, manoseándolo todo,
abriendo la espesura de los recuerdos,
como quien parte una ciruela negra,
y encuentra, en su médula,
el crisol dulce de su pulpa transparente y acuosa.
Pero esa constelación de códigos perdidos
no serás tú. Será el fantasma, el gólem construido
a partir de tus pedazos, de la dispersión de tus sílabas y actos,
a partir del fragmento que afirma y niega tu unidad,
como si la imagen de lo que fuiste nos llegara
desde la visión fulgurante y triste de los espejos rotos.
No serás tú. Serás otro. Y surgirás desde el fondo de la noche
como desde el tiempo, como una isla,
con tu nombre,  tus señas,
con las criaturas de fantasía que urdieron tus sueños.
Pero habrá un detalle, un signo que te niegue,
que te acerque un poco más al silencio en que te hundes,
y te habrás perdido para siempre,
en esas zonas últimas de soledad y naufragios.

La fotografía
La foto es sepia. Tú apareces de pie,
a un costado de la mesa larga donde quedaron
las migas, los licores agrios, la marca del vino
sobre los manteles, los perfumes de siempre,
la aspereza del lino.
Eras joven y tal vez ibas a ser hermoso,
estirado hacia arriba como el silencio del campo,
como esas horas donde los muertos zumban bajo tierra
y siembran hogueras y rastros invisibles en nuestras casas.
Algo ocurrió, después: el derrumbe de las cosas
en que creíamos, de las habitaciones en que dormimos,
mientras nos crecían las uñas y los ángeles. No advertíamos
esa primera desfiguración de la realidad, ni, acaso,
ese fantasma concupiscente que te mordía la mano
para tomar tu lugar, para borrarte del mundo
como se borran las marcas de agua en los retratos.
Luego sentimos nostalgia de ti. Pero era tarde,
y tus signos habían sido cambiados. Alguien más
comía en tu plato, habitaba tus camisas, usaba
tus temblores para anunciar la hora del crepúsculo.
Lo vimos repetido en tu espejo.
Lo vimos por toda la casa, disperso en cada objeto.
Lo vimos acumularse en nuestros recuerdos.
Por eso volvimos a la fotografía, desde donde él sonreía,
con la sonrisa cambiada, pero tuya, pero ajena.
Eras tú, eran tus huellas, tus latidos,
y era él, que comenzaba a ser tu muerte.

El tiempo (o el verbo encarnado)
Esto es el tiempo: una piedra arrojada desde la altura
de Dios o de los hombres,
circular, pulida por el camino de fuego y aire que atraviesa,
ese espacio vacío en que —dicen—,
se desarrolla la falacia de la eternidad.
Cae sobre el agua y abre el círculo de nuestra vida.
Todo cabe allí:
las máscaras desiguales que nos protegen o evidencian
—como en un absurdo teatro de luces y sombras—
el número de los días en que fuimos felices,
cada uno de los ásperos amaneceres en que negamos los sueños,
la vidriosa transparencia de los animales que acariciamos,
la rara inocencia que no pudo pervivir en nosotros.
La piedra cae. Y cuando el círculo alcanza
su máxima definición, desaparece,
y las ondas no son ya más que un eco triste
disperso entre otros círculos, de otras vidas,
que no son las nuestras. Ese roce sutil,
ese leve toque de agua será el encuentro
entre dos cuerpos,
ese pedazo de amor, rabioso y breve,
hurtado a la muerte.

Anticipaciones I
Hablemos, por ejemplo, de la muerte,
de la rota iridiscencia de sus vestidos,
de la indiferencia con que asienta sobre nosotros sus manos,
y una mañana, a pesar del patio que está quieto y sin novedad,
a pesar de que la ciudad sigue tragando obreros
como en un festín impiadoso,
se te aparece ella y te dice: “vamos, muérete, que a eso viniste”.
Entonces tú, que has aprendido las mañas de la bestia,
le dices que no, que por papeles eres joven,
que no has alcanzado la edad en que aparecen las canas,
ni que conoces, por decir lo primero, Sumatra.
Y te defiendes del hueco que empieza a abrirse en la tierra,
ese, que al fin será tuyo, sin tasas ni hipotecas,
y te defiendes de las más lozanas flores
los epitafios grotescos, repetidos, impersonales.
Ella sigue ahí, tranquila, limándose las uñas,
bebiendo tu café, fumando con impostada o natural soberbia
dejando que te agotes, que le hables,
que le digas lo de siempre, la injusticia, el tiempo,
que considere todo lo que aún no hiciste,
las mareas que no acabaron de lamer tus tobillos,
esos crepúsculos entre naranjos del Tucumán que nunca viste,
los hombres que no probaste...
Al fin se va, se levanta con esa elegancia de matrona raída,
y crees que la has convencido, cuando consideras tu vida,
y tomando la soga que sin querer, ella ha dejado sobre la mesa,
la pones en tu cuello y te lanzas al vacío, impiadosamente,
poniendo, en el salto, esa última mirada de esperanza,
esperando la mano amorosa que no habrá de salvarte.

Acerca de la inutilidad de una palabra
Tú crees que la muerte te sucede solamente una vez.
Que hay un signo o dos que la anticipan,
pero no.
Hay una cifra finita de actos que nos acercan al final:
cuando cruzas una ciudad silenciosa en el taxi amarillo
a las 2:30 de la mañana,
y tienes tiempo de pensar en tu cuerpo que pesa y duele por el cansancio,
y recorres con la mano la humedad de los vidrios,
la textura rota de las calles que se pierden en alguna forma de misterio.
Cuando tomas tu café, presuroso,
y lees en el diario el desastre cotidiano,
como si la guerra, la locura y el hambre fueran cosas
que sólo le pasan a otros.
Cuando amas, o crees que amas, y elaboras el complicado discurso
que te proveerá de un animal tibio en tu cama, en tu mesa,
en los sueños que otros te negaron.
Cuando decides por el vestido rojo, o el vestido negro,
cuando doblas la esquina,
o te ves en el espejo, en que algo, una mueca,
te salva del espanto otra hora más.
Cuando, distraído, eliges un kilo de manzanas,
una fecha para mudarte, la mudanza misma,
hasta el simple acto de levantar una lámpara e iluminar un cuarto,
Todo es una marcha lenta e inexorable hacia tu muerte.
¿Para qué, entonces, necesitas la palabra suicidio?

Disolución de la realidad
Fantasmales 1
Todos los días,
atrás de un árbol oscuro y deliciosamente profundo,
los fantasmales esperan.
Empiezan a crecer de noche,
tras el cierre de transmisión de los partidos de fútbol,
después de los micros religiosos,
mientras Marilyn Monroe gira incansablemente
en las sucias estaciones de trenes,
y alguien comenta, como soñando:
—Yo conozco esa tristeza, de algún lado...
A los fantasmales los hiere el perfume violento de las amapolas.
Es que a veces, ellos son viejos como catedrales,
y necesitan la amabilísima luz de los vitreaux,
las lámparas apenas insinuadas en los ojos de las muchachas vírgenes,
o la fosforescencia tenue de las luciérnagas.
Yo vi sus ojos clarividentes
una noche de lluvia,
dolorosos y enormes como l’Inferno, de Dante.
Es imposible que salgan de esta ciudad.
Primero,
porque la ciudad es un laberinto de rutas y espejos
nacida de un remoto sueño de Escher.
Segundo,
porque los fantasmales casi no tienen deseos.
Tercero,
porque son felices en esa zona perdida,
entre la Plaza de las revelaciones,
y las plantaciones de rosas.
Ellos abren todas las ventanas, aún en invierno,
porque el alma, a veces, no les cabe en los hoteles.
Los fantasmales suelen ampararse
bajo la mirada amarilla de los perros callejeros.
Los aman por dóciles,
por hambrientos,
porque arden en la noche,
pero sobre todo,
por las heridas de los autos de las avenidas furiosas.
Ambos reconocen en el otro,
a un hermano de la tibieza,
y, cándidos, serenos,
duermen abrazados, en los portales,
hasta que se encienden las manzanas,
y nace un crepúsculo de entre las piernas de una mujer hermosa.

Fantasmales 2
Esta habitación, triste como un lieder de Schubert,
se ha llenado de sombras.
Se pasean como tigres viejos,
mordiendo el desorden de las sábanas,
hacia cuya suavidad se derrama el tenue resplandor de la lámpara,
y el color grave y efímero de las caléndulas.
Mueren de amor y de miedo, a las tres,
cuando pasa Juan con el caballo negro,
y se les eriza el sexo por la música acompasada de los cascos.
Entonces, se los ve abrirse de piernas,
para contemplar la emigración de cuervos,
las translúcidas mariposas nocturnas,
y ese perfume como a rosa, que precede a los entierros.
Así son cuando aman:
la boca se les vuelve de pan y azúcar,
y si los frotas suavemente,
exhalan un inconfundible olor de ángel y cerezas.
Desaparecen trémulos, desnudos,
con la sexta campanada que anuncia el alba,
dejándonos con un ansia tal de volar,
que buscamos el edificio más alto y gris,
para despertarnos muertos y solos, contra el asfalto.

Fantasmales 3
Eidolon, una vez bajabas entre incendios y desnudeces.
Había, en ti, algo de máquina y de tigre.
Tu traje, de ojos y alas de calandria,
provocaba, en mi patio, una exasperación de viento Norte
y luego de abrevar en los aljibes,
me viste y me hablaste,
y yo corrí a mecerme en tus piernas,
como en un columpio suspendido en el abismo.
Las horas de caricias se hicieron inmensas.
El tiempo se ahuecaba en su lengua,
donde yo comulgaba sal y ostias,
un sabor de laurel y paraísos,
o de bestias dormidas.
Suicídame, Dios.
Soy un pájaro y me han vaciado el ojo izquierdo.
He perdido, como los desamados,
la visión de la mitad del mundo,
y mi vuelo es circular e infinito,
como tu juego de dados,
sobre la cabeza de los corderos.
¿Qué eternidad me has dado, Eidolon?
Se abrió, ante mí, una habitación edénica,
de flores secas y papeles viejos.
Era infinito el espacio, e infinitos los espejos
que la reproducían.
Empecé a desandar la tristeza,
sin ganas, casi sin esperanza.

Fantasmales 4
Todo lo aduraznado.
Todo siempre del vuelo hablábame. De sus angelosidades que le tremaban,
que le resbalaban, como un vaso sobre las ancas de las yeguas.
Algo santo, ¿no?, algo levitativo le ocurría en las mañanas,
porque de pronto, era un zeppelín que soltaba cuerdas
—encordada, solía dormirse, con todas sus extremidades
de austronauta, a salvo—
Desde siempre, le vi la mariposidad saltándole por los ojos,
por las antenas de resolana
(de felpa)
(de polvo de oro)
por donde se dispersaba el viento,
vibrando, como en un arpa.
Temblaba, al alzarse las cortinas de luz,
el aro anaranjado, álbico, que doraba serpientes
y músculos de codornices. Algo, no sé bien qué,
se le encendía gravemente adentro,
algo, una fogacidad volcánica.
Luego, entonces, comenzaban a volársele
los pollerines almidonados, las trenzas,
los tazones de beber agua-mate, el pabilo,
y entre tantos ojos azorados, volaba,
en direcciones equívocas, un poco hacia arriba,
como una perfecta bruja, madura de oscuridades.