viernes, 27 de febrero de 2015

No me interesan las "personas comunes", entre otras razones porque no existen

LIBROS 20/08/2010 15:19

El mundo como espejo


La nueva generación de escritores cordobeses que cada vez pisa más firme en la escena nacional, tiene un rasgo en común: una fuerte relación con el realismo. Una entrevista con los principales autores en esta tendencia.


Por Emanuel Rodríguez1



No es fácil recordar cuándo sucedió algo parecido: en un mismo año, tres libros de autores cordobeses lograron críticas excelentes dentro y fuera de la provincia y consolidaron, si no una generación, por lo menos una manera de escribir fuertemente vinculada a los escenarios locales y a un modo realista de aproximación a la anécdota. Se trata de El asesino de chanchos (Tamarisco), de Luciano Lamberti, Nivel Medio (Raíz de dos), de Sergio Gaiteri y La hora de los monos (Emecé), de Federico Falco, libros que se suman a las obras anteriores de cada autor para formar un corpus extraordinario: lo que hace cinco años era promesa y novedad, hoy tiene la contundencia de una realidad.
¿Una realidad realista? Más allá del juego de palabras, la escena contemporánea en Córdoba, con estos tres cordobeses (uno del sur, Falco, otro del norte, Lamberti, y otro de la capital, Gaiteri) se refuerza con obras de escritores que si bien no son cordobeses, escriben y publican en esta ciudad, y también lo hacen dentro de lo que de modo generoso podemos llamar realismo: uno del sur, el neuquino Diego Vigna, y otro del norte, el salteño Fabio Martínez. Vigna publicó en 2009 el sorprendente Hadrones (Recovecos), y Martínez acaba de publicar Despiértenme cuando sea de noche (Nudista).
Quizá sea apresurado hablar de “una generación realista”, lo cierto es que los puntos en común no son pocos. Y, en última instancia, si esta idea al menos sirve para hablar de buenos libros, ya es algo.
La Voz del Interior entrevistó a estos cinco autores: no todos se sienten cómodos con la etiqueta “realista”, y no todos entienden al realismo de la misma manera. Sin embargo avanzan en una misma dirección: quieren contar historias que suceden en este mundo y en este tiempo.



–¿Te considerás un escritor realista?

–(Diego Vigna) La respuesta a esto es afirmativa pero me gustaría decirlo en otros términos, capaz que deteniéndome en las motivaciones que me llevan a escribir más que en los rótulos. No me convence mucho la posibilidad de llamarme “realista” por el término en sí: me suena un poco pretencioso (algo así como un destino, un lugar alcanzado) ponerle ese nombre al proceso que me lleva a escribir, algo que ni siquiera entiendo. Pero más allá del rótulo, la respuesta es sí: escribo siempre anclado en lo que creo la realidad porque considero que todo remite directa o indirectamente a lo que es, lo concreto de estar vivo, la experiencia propia, compartida, anónima. Eso es lo que le da cuerpo a las cosas, me hace crecer o decrecer, me pone feliz o no.

–(Fabio Martínez) Si, totalmente. Por el momento no me sale otra cosa.

–¿Qué escritores realistas citarían como modelos para tu formación literaria?

–(Sergio Gaiteri) Un libro, Dublineses, de Joyce, y muchos autores: Chejov, O’Connors, Singer, Roth, Salinger, Cheever, Carver, Ford, etc.

–(Luciano Lamberti) Saer habla de una experiencia radical de lectura: un día, a los dieciocho, se sienta a leer "Mientras agonizo" de Faulkner y cuando levanta la vista con el libro leído el mundo ya ha cambiado para siempre. Los autores a los que siempre se vuelve son los capaces de generar esa transformación en la mirada, sobre todo en la adolescencia, que es donde somos más permeables al cambio. En mi caso, las lecturas tempranas de Horacio Quiroga, Ray Bradbury o el mismo Saer son decisivas. Aunque uno tiene que que merecerse sus influencias, lo que no siempre es fácil.

–(Federico Falco) Si hablamos estrictamente del realismo como un movimiento estético del siglo XIX, tal vez los únicos escritores realistas que me interesaron y de alguna manera me influyeron fueron Tolstoi y Chejov (aunque Chejov está en el límite de lo que se podría considerar un escritor realista). Ahora, si hablamos de escritores que cuentan historias que transcurren en mundos más o menos parecidos al real, pero sin la intención de representarlos fielmente, tendría que sumar a Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, John Cheever, Faulkner, Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Raymond Carver, Richard Ford, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Juan Carlos Onetti, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto y seguramente varios más.

–¿Qué características de esas literaturas te parecen importantes?

–(Gaiteri) Que se hunden en la confusíón de su presente inmediato sin atarse a un género, una tradición, una moda, es decir elementos estéticos que suelen funcionar como salvatajes para el autor frente a la sensación de hundimiento que genera la mencionada situación de confusión.

–(Lamberti) Hay toda una línea de la literatura argentina que me interesa mucho y trabaja con la violencia como metáfora: desde el "Matadero" de Echeverría o el "Facundo" de Quiroga hasta "Los pichiciegos", de Fogwill y ciertas escenas inolvidables de Saer (como el sacrificio ritual del cordero en "El limonero real"). De otras lecturas iniciáticas (como Stephen King, que leí cuando era muy chico y fue el equivalente a un martillazo en la cabeza) rescato la capacidad imaginativa, la voluntad de contar buenas historias y de involucrar sentimentalmente al lector sin preocuparse demasiado por las reflexiones que esas historias puedan deparar. La tarea del escritor es contar, de los temas se ocupan los lectores.

–(Falco) Una determinada manera de mirar el mundo y una determinada manera de representarlo. La capacidad que tienen esos autores de establecer una voz propia, clara, personal y, al mismo tiempo, redefinir con elementos mínimos los que usualmente se considera una buena historia. Creo que todos ellos innovaron, en mayor o menor medida, lo que se consideraba como literatura realista a fines del siglo XIX o principios del siglo XX.

–¿A qué atribuirías el hecho de que mucho de los escritores más representativos del presente cordobés escriban dentro de los márgenes del realismo?

–(Gaiteri) Hipótesis: algunos nos dimos cuenta de que no era una obligación ni una necesidad referirse a temas políticos expresos: los ‘70, el peronismo, la “pobreza” (vista generalmente desde los parámetros de clase del propio autor, que por lo general no es pobre ni entiende a un pobre), etc., para referirse a la realidad. Que por el contrario, lo real, fugaz y complejo, está en lo cercano, en la intimidad de los sujetos, en las relaciones afectivas, familiares, mucho más que en los discursos de los libros de historia, de sociología o en la agenda de temas del periodismo.

–(Falco) Antes de responder habría que considerar qué se considera “realismo”. Si pensamos en el realismo como un movimiento estético propio del siglo XIX, marcado por la confianza plena en el lenguaje y la idea de que un autor es capaz, mediante el lenguaje, de reproducir la realidad, yo no creo que nadie sea ya tan ingenuo como para sostenerse realista. Las creencias del realismo son propias de la modernidad y la modernidad, con sus valores, hace tiempo que se ha puesto en crisis y que se ha visto superada.
Ahora, si tomamos lo “realista” como la mera oposición a lo “fantástico” o lo “maravilloso”, o como una literatura que se pregunta cómo representar lo real, es cierto que en Córdoba, al igual que en el resto de Argentina, predomina ese tipo de escritura.
En el caso particular de Córdoba, a mediados de los noventa, se da la aparición de un grupo de gente que escribe y coordina (o coordinó) talleres literarios y que claramente dejaron sus huellas en el campo de la narrativa. Pienso, sobre todo, en María Teresa Andruetto, Lilia Lardone y Perla Suez.
Las tres producen en paralelo tanto para grandes como para chicos y creo que no deja de ser sintomático que en varios de sus cuentos o novelas infantiles aparecen elementos fantásticos, maravillosos o provenientes del cuento folklórico tradicional, pero que a la hora de escribir “para grandes” la mayoría de sus historias transcurren en mundos similares al mundo real.
Pienso en Lengua Madre de María Teresa Andruetto, en La pasajera de Perla Suez, en Esa Chica de Lilia Lardone. Todas son narraciones que, de alguna manera, le dan voz a personajes que en su momento no la tuvieron, ya fuera por motivos políticos, familiares, o laborales. En ese sentido, en algún punto son novelas de reparación. Novelas que vuelven a contar una historia ya conocida en el mundo del relato, pero desde el punto de vista -o incluso desde la propia voz- de un personaje antes obligado a callar.
En los tres casos, en mayor o menor medida, aparecen las marcas de la dictadura y sus llamados al silencio, al no hablar. Tal vez estas novelas, y las influencias que estas autoras tienen sobre los jóvenes narradores, en algún punto no sean más que repercusiones de la dictadura.
Visto desde este lugar, tal vez se podría pensar que, en cierto momento, ante ciertas situaciones, después de tanto tiempo de silencio, se impuso la idea de que ya no había lugar para otra cosa que no fuera el realismo. A lo mejor por eso se relegó la invención de mundos nuevos a aquellos textos dirigidos a los niños y, para el público adulto, se escribió intentando iluminar, desde la literatura, los aspectos más oscuros de nuestras realidades cotidianas.
Lo que habría que preguntarse ahora es si, para la gente de mi edad, o para la gente más joven todavía, esa sigue siendo una opción. En lo personal, la historia de la que tengo recuerdo y la que me marca como escritor no llega tan atrás. En mí tienen mucho más peso las problemáticas de los años noventa que las de los setenta. Tal vez por eso, por haber crecido y haberme formado en los noventa, confío mucho menos en la literatura y no siento que tenga ningún tipo de poder sobre el mundo de lo real. Y eso me lleva a escribir desde otro lugar.
En este punto pienso en Félix Bruzzone (o en Albertina Carri, desde el cine). Los dos, a pesar de que en sus historias personales los setenta han dejado marcas terribles, logran articular otra mirada, crear desde su propia visión personal, visión que a su vez cuestiona el lenguaje que utilizan, la existencia de una verdad única, la posibilidad de fijar una determinada experiencia.

–(Lamberti) El hecho de que dos escritoras tan importantes como María Teresa Andruetto y Lilia Lardone hayan impulsado en sus talleres la lectura de autores de la línea realista norteamericana (como Flannery O Connor o Raymond Carver) o italiana (Natalia Ginzburg, Cesare Pavese) generó un suelo fértil para el desarrollo de una literatura de ese tipo. García Márquez veía en Macondo un reflejo del condado inventado por Faulkner, del sur norteamericano. Si uno lee a Richard Ford o a Tobías Woolf en un viaje al interior de Córdoba puede sentirse "en casa": los paisajes llanos, la postergación política y cierta rigidez de las costumbres se asemejan, incluso en las ilustraciones clásicas de Hooper que suelen ilustrar los climas generados por esos autores.

–(Martínez) Creo que Lilia Lardone puede ser una de las culpables, ja. Creo que desde su taller, ella impulsó mucho el realismo, y en cierto momento tuvo mucha influencia en escritores jóvenes. También el libro de Falco 00 sentó como una base para muchos. Fue como un faro a seguir, me parece. Y creo que actualmente el máximo exponente de este género es Sergio Gaiteri, que desde su capacidad y desde su generosidad es muy influyente y marca un camino a seguir. Sin embargo, creo que en Córdoba también se están haciendo cosas fuera del realismo y que están muy bien.

–(Vigna) No lo sé. No creo que sea una situación extraordinaria, porque nunca se dejó de escribir dentro de los márgenes del realismo. No creo que haya habido una explosión nunca antes vista. Y además creo que “lo cordobés” no tiene que ver con el realismo: lo único que tiene que ver con el realismo es la realidad misma, las experiencias de las personas en su convivencia con otras personas y con la naturaleza, más allá del lugar en el que vivan. Los escritores representativos son los que, al final, saben darles rienda a los personajes, los que problematizan modos de ser, modos de pensar, los que incomodan y muestran cosas latentes detrás de lo cotidiano. En eso puede haber sido importante el peso de la narrativa norteamericana, como una ola de grandísimos textos que dejaron huellas. Pero se gasta más energía en los cálculos sobre la “representatividad” del presente cordobés, y en la búsqueda de ocupar un lugar determinado, cuanto antes, en el presente literario, que en lo más lindo de la escritura: las discusiones sobre por qué escribir de un modo o de otro, las convicciones que llevan a eso.

–¿Se puede hablar de una “generación realista” cordobesa?

–(Gaiteri) No sé cuantos individuos hace a una generación, pero estimo que sí.

–(Lamberti) No lo sé. Se puede hablar de una generación que está escribiendo y probablemente lo siga haciendo por muchos años más, pero cada apuesta es distinta. Es una pregunta problemática que también puede invertirse: ¿Qué sería lo "no realista"? ¿La ciencia ficción, el fantástico? El realismo, como dice Gaiteri, es un método de observación, una ética y una filosofía que no deja de ser positivista. A mí me gusta escribir más desde el borde, tratando de acceder en lo que escribo a algo parecido a Dios, o como se quiera llamar a esa intuición. No me interesan las "personas comunes", entre otras razones porque no existen.

–(Falco) En principio, me parece que no se puede hablar de una generación. O, por lo menos, tengo la sensación de que esas no son etiquetas que me correspondan a mí, como escritor, poner. Tal vez el periodismo o la crítica puedan plantear –y defender, si fuera necesario- la existencia de una generación realista. En todo caso, me parece que etiquetar ahora es apresurado.
Habría que esperar que pasen un par de décadas para mirar en perspectiva, ver qué queda, cómo continuó la historia de cada uno. Personalmente, no pienso mi obra desde el realismo, ni me siento identificado con esa etiqueta. Me considero todavía joven y seguramente voy a volver a cambiar varias veces más, de lo contrario todo sería muy aburrido y predecible. Así que uno nunca sabe, a lo mejor dentro de un tiempo escribo ciencia ficción, o a lo mejor, dentro de un tiempo, diga: ¿para qué seguir peléandome con la etiqueta si a esto no hay vuelta que darle, esto es realismo?
En todo caso, no creo que convenga encasillar a nadie, en este momento, bajo ninguna categoría. Hacerlo no conlleva ninguna ventaja, sino sólo una pérdida de libertad. Por ahí la crítica necesita etiquetar a los escritores para quedarse tranquila, para armar sus esquemas y encontrar causas y consecuencias. Pero a cualquier artista, a la hora de crear, lo peor que le puede pasar es caer preso de ciertos postulados estéticos y no permitirse el riesgo de lo nuevo.
Así que no, ojalá que no exista una generación realista cordobesa.

–¿Qué características del realismo te parecen importantes a la hora de escribir?

–(Vigna) Spinetta tiene una canción que se llama La sed verdadera. En una oportunidad, antes de tocarla en vivo, presentó la canción e hizo una explicación breve sobre el título. Dijo: “se supone que es la única insaciable, y a la vez la única posible de ser saciada”. Esa explicación sirve para dar cuenta de la realidad como sostén de lo que escribo. Nada se sale de la realidad, y al mismo tiempo eso la vuelve inalcanzable. Y si uno siente que llega, encima no la puede abarcar. La realidad es el principio y el final de las cosas, y es así también en la literatura. Escribo para tratar de dar sentido a las cosas que no entiendo y por eso, a la hora de escribir, trato ante todo de que lo escrito sea verosímil. El pacto de verosimilitud es para mí el rasgo elemental de lo que llaman realismo. Si no creo en lo que leo o escribo, pierde densidad y valor. Uno puede jugar con la referencialidad, tratando de engañar a alguien con los nombres de las calles, ciertas coordenadas precisas, detalles y demás, pero si la voz y las acciones de los personajes no son creíbles, y no involucran al lector, entonces no tiene sentido ni valor lo escrito. Si eso funciona, y además se implican referencias espaciales o documentales, mejor todavía. Pero esto sucede hasta en escritores que, desde el absurdo o el ridículo, también remiten a la realidad, despistando a todos. Eso es para mí lo elemental: creer en lo que se lee, que se meta adentro. La pericia del escritor debería trabajar para hacer creíble lo que se narra, y en eso, indefectiblemente, tiene que remitir o tener en cuenta a la realidad.

–(Martínez) Creo que algo muy importante es la verosimilitud de lo que escribís. Tal vez resulte un poco contradictorio, pero no todo lo real es creíble, y el lector necesita creer lo que lee. Otra cosa importante es la sensibilidad del autor. Creo que observar y narrar detalles que otros no pueden ver, es una gran virtud de un escritor. La historia también es muy importante, a pesar de que se afirma que todo ya está contado y lo que importa es la forma. Pero para mí la forma se amolda a lo que intento contar, si es que pienso en la forma. Personalmente no me gustan los cuentos en dónde no sucede nada, y todo es muy cotidiano. Algo tiene que pasar, o por lo menos algo se debe romper como para que sea digno de ser contado. Situar el realismo dentro de un contexto espacio temporal, a mí personalmente me ayuda a que todo se desenvuelva de una manera más natural, y que la historia sea creíble. Y lo último que se me puede ocurrir es la tensión, sin embargo creo que la tensión supera ampliamente el realismo.

–¿Para qué sirve el realismo?

–(Gaiteri) Para recordar que ni uno mismo ni nadie es el centro de nada.

–(Lamberti) Para entretener y para emocionarse. Algunos pretenderán cambiar algo o siquiera mostrar algo con su obra, ciertas situaciones de injusticia o desigualdad. Yo no me creo tan importante.

–(Falco) No sé para qué sirve, sino para qué sirvió. Y aquí retomo la idea del realismo como un movimiento estético totalmente superado. En el siglo XIX, el realismo sirvió para denunciar las penurias por las que pasaban las clases bajas; para mostrar el aburrimiento y la decadencia moral de la burguesía; para tranquilizar a los pensadores modernos y hacerles creer que así como mediante los adelantos tecnológicos podían dominar el mundo, podían también, mediante el lenguaje, reproducirlo. Sirvió también para hacerle creer a los autores que eran seres superiores, que podían ver más que el resto y señalar con el dedo las fallas de la sociedad.
En la primera mitad del siglo XX, sobre todo en Rusia, el realismo se convirtió en la única corriente estética aceptada. Se volvió una política de Estado y, como tal, perdió sus posibilidades de denuncia para volverse mera propaganda.

–¿Cuál es la tarea principal de un escritor realista?

–(Lamberti) Pintar su entorno con la mayor honestidad posible. Para eso tiene que sacarse de encima a la literatura, en el mal sentido de la palabra, que siempre es nociva. La honestidad es uno de los puntos más difíciles de alcanzar para alguien que empieza a escribir.

–(Gaiteri) Ya que es imposible sacarse de encima los “atavismos”, los prejuicios, los preconceptos, las propias miserias - en tanto esto nos constituye como sujetos- por lo menos intentar que no se impongan “del todo” sobre lo que se ha seleccionado para contar.

–(Falco) No sé. No me considero a mí mismo un escritor realista, sino un escritor que sabe que no puede representar el mundo real y trabaja desde esa imposibilidad. El realismo como estética me atrae y me incomoda al mismo tiempo. Por eso me interesa contar historias que transcurren en mundos más o menos reconocibles, parecidos al nuestro, pero me obligo a introducir elementos que hagan ruido, que dejen entrever que ese “real” no es una verdad sino una construcción. Esa es una de mis “tareas” principales, si es que existe tal cosa como una tarea.
Para postular un mundo pretendidamente real y no cuestionar ni un segundo el recorte realizado ya están los diarios, los noticieros televisivos, ciertos programas de investigación periodística.

–¿Dónde encuentra los temas un escritor realista?

–(Gaiteri) Estando en el mundo. En lo inmediato. Sentándose en la última fila del colectivo o en la mesa menos iluminada de un bar con la atención alerta.

–(Falco) Stendhal decía que una novela debía ser como una caminata sosteniendo un espejo. Todo lo que se reflejara en el espejo pasaba a ser parte de la novela. Claro que Stendhal pensaba que el lenguaje literario podría reproducir lo real tan bien como lo hace un espejo. Y quizás no se planteaba que, al fin y al cabo, cualquier cosa que se refleje en un espejo es una imagen, y por lo tanto una copia de lo real, no la realidad misma. Supongo que hoy ya no se puede escribir sin tener en cuenta esas dos problemáticas. Tratar de representar hoy la realidad es constatar una imposibilidad, entrar en una zona de crisis. Lo bueno es que, por contraste, toda imposibilidad reenvía a cientos de posibilidades. Por lo que esa zona de crisis también es una zona muy fructífera. Volviendo a la pregunta, el tema sería lo de menos, lo importante sería la forma de representarlo.

–(Lamberti) En las historias familiares, en las historias del pueblo, en los policiales (o "sucesos") del diario, en las propias historias.

–¿Qué importancia tiene la ironía en el universo de recursos estilísticos de un escritor realista?

–(Gaiteri) Ninguna. La ironía supone una superioridad moral o intelectual del autor por sobre los personajes que a mí no me gusta ejercer.

–(Falco) Como decía más arriba, los escritores realistas del siglo XIX no desconfiaban, por lo tanto, no había espacio para la ironía en su obra. Sin embargo, si pensamos en las formas de representación de la realidad que aparecen desde mediados del siglo XX, la ironía, la entrelínea, el humor, lo procesual o lo conceptual aparecen muy a menudo. Creo que son maneras de llamar la atención sobre la imposibilidad de esa representación. Maneras de generar distancia y pensamiento crítico en el lector y también recursos formales que enriquecen a la literatura. Tal vez la ironía sea el más frío, o el más cínico de todos esos recursos. Y también el más trillado.

–(Lamberti) La ironía es un lastre que la literatura arrastra de los '90, sobre todo de autores como César Aira. El presupuesto de la ironía es: yo soy mejor que aquello de lo que me río. Siempre genera una distancia nociva con el objeto narrado y con el lector. El humor es un procedimiento distinto: más compasivo, más humano. Hay que dejar de ser irónicos, como dice Natale.

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