miércoles, 22 de octubre de 2014

Mis ojos olvidan lo que ven como si ahora miraran hacia adentro y encontraran tus dedos

Esteros del Iberá


Paula Jiménez España





Flotan islas de hojas,
el bote se desliza en los canales
y su madera toca
las pieles escamadas de los yacarés.
Abajo está el peligro, arriba
las plácidas cigüeñas paradas en los palos
miran el cielo opaco
lo contemplan hasta perderse en él
y pasan los carpinchos y se paran
en sus lomos
las hermosas sultanas con su plumaje azul,
su collar colorado, vestidas para una fiesta.
Arriba está lo calmo, lo suave, lo perfecto
y el agua se desliza mansamente
por generosos caminos naturales,
pero de pronto el viento
podría empujar los grandes camalotes y vallar
con su soplo la salida. No pensamos en eso,
tampoco en las pirañas ni en las rayas
que nadan cerca nuestro,
a unos pocos centímetros.
No solemos pensar
en riesgos como estos.
Es tan bello el paisaje y sin embargo
el rozar de tu mano
captura mi atención, reduciéndola al punto
que mis ojos olvidan lo que ven
como si ahora
miraran hacia adentro y encontraran tus dedos,
tus anillos, tus vigorosas manos en mi espalda.
Abajo está el peligro
pero nadie lo nota. No es otra la estrategia
de los oportunistas, de estos viejos reptiles
que conocen el hambre de memoria
como el único mapa de la vida.
Uno asoma su rostro, la redondez
del ojo nos espía a un costado y él
abre su boca inmensa y al cerrarla
cruje como una rama una piraña
que muere entre sus dientes.
Arriba está lo bello y continúa inmutable
como si ni siquiera
la muerte lo afectara o lo impecable fuera
el modo en que la muerte
se incorpora a la vida, así, sin sobresaltos.
No puedo imaginar ciertos finales,
la manera en que las cosas se aniquilan
y pasan a formar parte del tiempo,
de todo ese pasado que nos trajo hasta acá.
El bote va internándose entre islas inmensas
el conductor se baja y hunde
sus botas en la alfombra flotante de hojas vivas,
rebosantes de verde a punto de estallar
y nos señala una perfecta flor rosada
y dice que es la flor de los amantes.
Tira la embarcación hacia delante
con un soga. Detrás de él el cielo se despeja
y es cruzado por pájaros naranjas
que aletean sobre nuestras cabezas.
Arriba sigue
su curso la belleza y abajo la cadena
de bocas impiadosas comiéndose una a otra
también se continúa.
Estamos en el medio, no elegimos
mirar pero olvidamos
la rueda que nos lleva, no sabemos adonde
la holgura del peligro y del amor
que nos hace tan frágiles.

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