Hace 24 años, cuando tuve a mi primer hijo, pensaba que nunca lo iba a mandar al jardín para que nadie me lo corrompiera con sus usos y abusos del poder y la disciplina (dicen que yo tenía 21 años y era anarquista). Ahora, tras tantos intentos (fallidos y de los otros) por encontrar lo bueno del sistema educativo (o al menos de los que estamos ahí adentro), mi hijo menor quiere largar todo a la mierda en su último año de secundario. Yo no voy a tirar la primera piedra.
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