Periodismo sin opción
Por Javier en General
En Barranquilla desagua al mar Caribe el poderoso Magdalena. Hace cinco siglos lo remontaban incautos los españoles, en busca del oro; sólo les condujo a la demasiada realidad.
En la capital de la costa caribe colombiana fundaron entusiastas caballeros liberales El Heraldo un 28 de octubre de 1933. Enrique A. de la Rosa, Alberto Pumarejo, Juan B. Fernández y otros lo fundaron en una casona de la calle Ancha, hoy Paseo Bolívar. Imprimían en una vieja prensa del Diario del Comercio, que compraron para la ocasión. Le pusieron ese nombre, El Heraldo, tras convocar un concurso popular y llevarse el gato al agua la joven Alicia Pacheco Hoyos, de la que no puedo dar más detalles, aunque me encantaría.
En 2008 llegué ojoplático a Barranquilla, a El Heraldo, que ya entonces ocupaba el solar de la calle 53B, números 46 a 25. Encontré una redacción patas arriba, el más bello suplemento literario y de pensamiento en leguas y, al mando, el correspondiente desbroce genealógico de los De la Rosa, Pumarejo y Fernández. Tercera y cuarta líneas sucesorias a partir de los fundadores, si las cuentas no me fallan. Un liazo. La presentación del proyecto tuvo lugar en la vieja casa de la calle Ancha. Arrebujados bajo el zumbido de los abanicos y el fuego cruzado de los herederos. Como la cola de puerco sólo aparece a la de siete, me tranquilicé. Di buena cuenta del agüita de limón. Respiré hondo y proseguí. Al final, Shakira saludó el rediseño con un bonito autógrafo. Muchos años después, frente al pelotón de críticos desmemoriados, Milan recordaría cuando su madre cantaba el waka-waka y hasta se envolvió en la senyera…
Después de aquello y de aplastar a Rusia en semifinales, mi regreso a España tocaba precisamente el 29 de junio de 2008. Ese día tomé el taxi temprano. Quería cruzar inmigración rápido, acomodarme delante de cualquier televisor en la terminal y ver la histórica final de la Euro. Incauto español. La aduana se abre dos horas antes del vuelo, señor. ¿Dónde hay un televisor en la zona de preembarque?, pregunto educado, pero con apremio. No hay televisores en el aeropuerto, señor, sólo en las cafeterías de la zona de embarque, pero ya le digo que no abren aún. Y yo: ¡pero es que tengo que ver la final!, ¿no lo entiende? Tiene que dejarme pasar. Ni entendían nada ni me dejaron pasar, claro. Aquella tarde recorrí incrédulo cada palmo del aeropuerto. Visité todos los cafés, todas las tienditas. Imploré. ¡Nanay! En el único aeropuerto de la Tierra sin un maldito televisor, a punto de arrojar la toalla, escucho un rumor de locución al otro lado de una puerta modesta que dice ‘Seguridad’. Toco con los nudillos. Tímido primero, sin dudas a continuación. Alguien masculla cualquier cosa. La puerta se entorna. Distingo al fondo una pantalla minúscula y, dentro, un césped verde deslumbrante. ¿Qué se le ofrece, señor? Mire, soy español… Y así, 75 años después de fundarse El Heraldo, Torres marca un gol que nos saca del hielo y yo me fundo en un abrazo macondiano con los dos guardias del aeropuerto. Les prometo que ni siete ni setenta veces siete generaciones de Errea olvidarán lo que ellos hicieron por mí. Recordarían.
Gabriel García Márquez se hizo periodista en El Heraldo de Barranquilla, cerca de Aracataca: del 5 de enero de 1950 al 27 de julio de 1951, en una primera etapa, y del 12 de marzo al 9 de diciembre de 1952, en una segunda. En su columna ‘La Jirafa’ intentaba “dar consistencia a las circunstancias virtuales y ocultas para explicar lo inexplicable de los hechos”. Firmaba no con su nombre sino con el seudónimo Séptimus, tomado de Septimus Warren Smith, el personaje alucinado de Virginia Woolf en ‘La señora Dalloway’. Era un espacio diferente. Paul Baudry, en su texto ‘Claves para una poética de lo anecdótico en La Jirafa’, lo explica así: “Donde terminaban encallando aquellas noticias que exceden lo catalogable, que se mofan de la gravitas periodística, a la espera de su transformación imaginaria cuando el columnista las reescriba”. ¿Cómo hubiera escrito Gabo la crónica anunciada de aquel 29 de junio de 2008?
En Libération proclaman —estos meses más que nunca— que ellos son un diario y que la información es un combate. The Guardian y The Washington Post ganan un Pulitzer para recordar ahora y siempre, delante de cualesquiera pelotones de pacotilla. Y un tal García Márquez no duda en señalar que el periodismo es la profesión que más se parece al boxeo: “Con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla: no hay opción de rendirse”.
PD. Las páginas que acompañan esta entrada corresponden al maravilloso especial que ayer publicó El Heraldo de Barranquilla, que generosamente comparte Fabián Cárdenas.
Impecable, como siempre.
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