sábado, 26 de octubre de 2013

Susana Etcétera y otras chicas del montón

:: LECTURAS ::

La poesía argentina


22-10-2013 | Silvia Baron Supervielle, Susana Thénon, Tamara Kamenszain


El escritor chileno Diego Zúñiga, autor de Camanchaca, propone una lista de grandes poetas para sortear el lugar común que dice: “Literatura argentina = narrativa”.

Por Diego Zúñiga.


Durante mucho tiempo pensé que Susana Thénon era el nombre de una poeta norteamericana. Es cierto que ese tilde arriba de la e podía confundir las cosas, pero no me parecía difícil imaginarla en una antología junto a autoras como Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Anne Sexton o Denise Levertov. Podía ser una más de ellas, vivir en algún pueblo americano, retirada de la vida, quizás, escribiendo pequeños y rotundos poemas, como eran los que había leído de ella en alguna columna, en algún ensayo, más o menos a la pasada, sólo unos versos, sin tener más referencias de su vida, de su obra.


Pero me equivocaba. Susana Thénon no era norteamericana, sino argentina, y lo supe cuando leí su poema “La antología”, en el que con una ironía feroz planteaba, justamente, una mirada crítica sobre cómo algunos académicos extranjeros se acercan a la poesía argentina, sudamericana, latinoamericana desde unos prejuicios que a veces dan risa, aunque casi siempre deberían causar indignación.

El poema dice:

¿tú eres
la gran poietisa
Susana Etcétera?
mucho gusto
me llamo Petrona Smith-Jones
soy profesora adjunta
de la Universidad de Poughkeepsie
que queda un poquipsi al sur de Vancouver
y estoy en la Argentina becada
por la Putifar Comissión
para hacer una antología
de escritoras en vías de desarrollo
desarrolladas y también menopáusicas
aunque es cosa sabida que sea como fuere
todas las que escribieron y escribirán en Argentina
ya pertenecen a la generación del 60
incluso las que están en guardería
e inclusísimamente las que están en geriátrico

pero lo que importa profundamente
de tu poesía y alrededores
es esa profesión –aaah ¿cómo se dice?–
profusión de íconos e índices
¿tú qué opinas del ícono?
¿lo usan todas las mujeres
o es también cosa del machismo?

porque tú sabes que en realidad
lo que a mí me interesa
es no sólo que escriban
sino que sean feministas
y si es posible alcohólicas
y si es posible anoréxicas
y si es posible violadas
y si es posible lesbianas
y si es posible muy muy desdichadas
es una antología democrática
pero por favor no me traigas
ni sanas ni independientes.

Susana Thénon publicó este poema en Ova completa, en 1987, el que sería su último libro. Cuatro años después moriría y veinticinco años más tarde recién se compilaría su obra completa en La morada imposible (Corregidor), a cargo de Ana M. Barrenechea y María Negroni, dos tomos en los que encontramos su poesía, pero también sus traducciones, algunas cartas, ensayos, reseñas, fotografías, poemas dispersos y muchos poemas inéditos, breves, que a ratos parecen las anotaciones de un pequeño y difuso diario de vida, sobre todo los que escribió en los 50 y 60.

Escribe en diciembre de 1952:

Yo creo que algún día
he de encontrar lo que busco,
en árbol, en mujer,
en rama, mesa, pájaro,
en ojos, en palabras.
Yo creo que viviré hasta ese día.

Y en junio de 1967:

He aprendido a valerme
como una especie próxima a morir.
Cavo más hondo.
A ras de tierra cruza lo inevitable.

Pienso en el error que da inicio a este texto y pienso, también, en ese lugar común que dice: “Literatura argentina = narrativa”. El desconocimiento es grande y la culpa es de uno, claro, que también viene de otro lugar común: “Literatura chilena = poesía”, lo que puede inducir al error: pensamos que la poesía chilena es la más importante, crecemos leyendo a Neruda y Parra, y nos olvidamos de los otros. Pero debemos asumir eso: el error y la negligencia, la pereza y la desidia con que algunos lectores actuamos a veces. Lo más importante debiera ser siempre la curiosidad, no ceder frente a los lugares comunes, porque detrás de eso podemos encontrarnos, por ejemplo, con la poesía de Susana Thénon, o con la obra de Joaquín Giannuzzi y Ricardo Zelarayán, que son poetas inmensos, pero que fuera de Argentina no han recibido toda la atención que se merecen. Quizás Giannuzzi un poco más: hay algunas ediciones en el extranjero –su Poesía completa, de hecho, se publicó en España, aunque ahora Ediciones del Dock prepara una nueva versión–, Sergio Chejfec le dedicó un ensayo inteligente y emotivo (Sobre Giannuzzi), y Fabián Casas escribió “El poeta maldito de la clase media”, uno de los mejores textos de Breves apuntes de autoayuda, pero la verdad es que con eso no basta. Tampoco con que en México y en España hayan editado la Obra completa de Héctor Viel Temperley, o que Adriana Hidalgo haya publicado la poesía reunida de Silvia Baron Supervielle y Tamara Kamenszain. Son pequeños gestos, los mínimos que en realidad se merece la poesía argentina contemporánea: más allá de Juan Gelman y de Alejandra Pizarnik están estos poetas que escribieron en silencio, sin ninguna mirada predecible, sin un referente particular, construyendo voces muy distintas entre sí, algunas más estridentes que otras, algunas más complejas que otras, pero todas realmente valiosas no sólo por esas diferencias, sino porque consiguen armar una obra realmente misteriosa, difícil de encasillar, difícil de asimilar en muchos casos, porque se resisten a las comparaciones, a lo obvio: la fugacidad de los poemas de Silvia Baron Supervielle no tiene mayor vínculo con el desparpajo de Osvaldo Lamborghini, por ejemplo, ni el lenguaje torcido de Zelarayán con las imágenes diáfanas y desconcertantes de Giannuzzi, ni la lucidez rotunda de Thénon con la respiración de los últimos poemas de Viel Temperley en Hospital Británico o con Tamara Kamenszain, que en 2010 publicó ese libro hermoso y demoledor que es El eco de mi madre, en el que escribe:

No puedo narrar.
¿Qué pretérito me serviría
si mi madre ya no me teje más?
Desmadrada entonces me detengo
ante un estado de cosas demasiado presente:
ser la descuidada que la cuida
mientras otros la descuidan por mí.
Son personas que me sobran
y la gramática se torna un escándalo
cuando ella que olvidó las palabras
adelanta su bebé furioso
con el fin de decirlo todo
aunque no se entienda nada.

Es tentador pensar que en ese primer verso del poema de Kamenszain se esconde una parte del misterio de la poesía argentina: “No puedo narrar”, escribe ella, entonces arma en El eco de mi madre una novela en verso, los fragmentos de una historia –la de una mujer que va perdiendo la memoria– que ella vincula, de hecho, con ese otro libro hermoso y demoledor que es Desarticulaciones, de Sylvia Molloy, una novela que a ratos también parece un libro de poesía, y entonces estamos aquí, en el final de todo, o en el origen: los géneros se difuminan, lo que importa son las palabras que construyen y destruyen, la respiración de una prosa que deviene poesía; podríamos pensar eso: lo narrativo que son estos poetas argentinos, pero la verdad es que el asunto es más complejo que esa imagen. Porque después viene la poesía de los 90 (Rubio, Casas, Gambarotta, Laguna, Raimondi) y las imágenes y los versos se fracturan, todo se vuelve más difuso y aquellas palabras de Kamenszain –“No puedo narrar”- se convierten en una sentencia mucho más ambigua, o la respuesta a ese no poder narrar se torna realmente enigmática.

Pero volvamos al inicio de todo esto, a ese error, a Susana Thénon, que en 1983 escribe en una carta: «Lo que está haciendo Olivero Girondo con las palabras yo estoy haciéndolo con la sintaxis. Yo estoy estirando el lenguaje, rompiéndolo, llevando al máximo todas las posibilidades que puede ofrecerme el español aun con incoherencias y estoy reflejando un estado de cosas al mismo tiempo con esas incoherencias y con esas sinrazones.»

Me atrevería a decir, con absoluta confianza, que la mayor parte de estos poetas argentinos y otros –como Mirta Rosenberg, Irene Gruss, Carrera y Perlongher– han hecho eso: estirar el lenguaje, romperlo, llevarlo al máximo de sus posibilidades. Incluso, cambiar de idioma y luego traducirse, como lo hizo Silvia Baron Supervielle, que pasa del francés al español, y que borra, en el fondo, la lengua, la nacionalidad, para dejar, al final de todo, al poema completamente solo, como debiéramos leer siempre la poesía, la literatura:

He abandonado
mi lengua
y andado mucho
tiempo

hasta el ritmo
de mi paso
he olvidado

hasta el sonido
de mi silencio
he perdido.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2013/31506#more-31506

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