domingo, 20 de enero de 2013

Lo que me interesa es recordar

Una polémica elegante

Publicada en Perfil el 20/2/13

por Quintín

Me voy a entrometer en una polémica entre escritores, aunque se trata menos de una polémica que de un intercambio de textos brillantes, más propio del ambiente literario de hace un siglo que del de estos días. Hace dos semanas, Guiilermo Piro escribió en Perfil una columna donde contaba que una vez se le ocurrió una idea genial para un libro, pero que demoró su escritura. Un día descubrió que otro escritor la había concretado en una obra perfecta. “Hagan de cuenta que está escrito por mí” termina diciendo Piro. La semana pasada, Daniel Guebel le contestó aquí mismo que estaba equivocado, que siempre hay una distancia enorme entre la concepción de un libro y el resultado, y que la ejecución es el verdadero momento de la literatura. Guebel termina con una frase no menos elegante que la de Piro: “A veces, cuando pienso en escribir algo completamente distinto, pienso reescribir el libro de otro. La diferencia puesta en acción por la escritura —sueño— va a convertir esa tarea en mi libro más personal.”

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Como para darle la razón a Guebel (ya veremos que no la tiene del todo), digamos que El discurso vacío es el libro más personal de Mario Levrero. Y sin embargo, ese libro ya se había escrito antes. Se llama El libro vacío y su autora es Josefina Vicens, una mexicana fascinante que vivió entre 1911 y 1988, fue feminista, periodista, guionista de cine, ¡cronista de toros! y publicó en su vida solo dos novelas muy refinadas (que el Fondo de Cultura Económica reunió en uno de sus breviarios). En El libro vacío, el narrador se llama José García y es un oficinista cincuentón con aspiraciones literarias que compra dos cuadernos con la idea de tomar apuntes en uno para luego pasar en limpio los pasajes “literarios” en el otro. Pero esa segunda etapa nunca ocurre y el segundo cuaderno permanece intocado. García lo explica así: “Cuando escribo, el deleite de lograr una frase, de encontrar un adjetivo, de redondear el párrafo, deforman la expresión de mis verdaderos sentimientos (…) No sé si realmente sufrí cuando nació mi primer hijo, o si fue algo que imaginé para escribirlo”. García no está dispuesto a ser Guebel y a entregarse a la redacción como a una alquimia.

Levrero, por su parte, arma El discurso vacío como una colección de ejercicios caligráficos a cargo de un cincuentón angustiado que se considera un escritor. Los ejercicios le sirven como terapia y purificación: “Cree la gente, de modo casi unánime, que lo que a mí me interesa es escribir. Lo que me interesa es recordar, en el antiguo sentido de la palabra (= despertar)”. La preocupación por la caligrafía no es más que un camino de acceso al alma y a sus momentos de autenticidad. Tanto Vicens como Levrero se alejan de la idea de la literatura como concreción de una idea pero también del momento de la escritura como instancia de la verdad literaria. Ambos comparten un misticismo cuya mejor formulación aparece en el pasaje de El libro vacío en el que García le pregunta a su mujer si pensó en su futuro hijo en el momento en el que lo estaban concibiendo. Ella lo niega y agrega esta frase: “Pobre niño si en esos momentos hubiéramos pensado en él, creo que jamás nos perdonaríamos la premeditación”. Y él se responde que no es la conciencia sino el olvido de la conciencia lo que abre la puerta a la inocencia y el milagro. Está hablando menos de su paternidad que de literatura. Los ejercicios de Levrero, la creencia en la ejecución de Guebel, la ilusión del libro escrito por otro de Piro, son todas formas de eludir la insufrible pastosidad la literatura entendida como taller literario y logro social.


Tomado de http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2013/01/20/una-polemica-elegante/#more-21616

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