Ansiedades mexicanas
Publicado en Perfil el 2/12/12
por Quintín
México me da miedo. Es un país demasiado grande, demasiado complejo, demasiado oscuro. Me dan miedo la multitud, la altura, los crímenes, los monumentos. Y más miedo me da la vida cultural mexicana, con sus tótems, sus secretos y sus intrincadas redes. Me da miedo viajar a México, pero si todo va bien, hoy estaré volviendo después de cuatro días en un lugar que suena particularmente elefantiásico: la Feria del libro de Guadalajara. Mi participación allí es notoriamente absurda: soy parte de la delegación chilena (este año Chile es el país invitado) para estar en una mesa redonda sobre cine. Espero que los amigos trasandinos eviten que me sienta totalmente perdido en Guadalajara, ciudad a la que nadie describe como bonita ni como amistosa.
Para no sentirme completamente fuera de lugar en esta excursión incierta, decidí leer algunos libros de autores mexicanos. Hace un par de meses, unos cuantos mexicanos vinieron a Buenos Aires en ocasión del FILBA. Al único que conocí fue a Leonardo Da Jandra sobre quien alguna vez publiqué una nota. El y su mujer, la pintora Agar García, me invitaron a almorzar y me hablaron de la movida cultural en Oaxaca, lugar en el que viven y al que describieron como bellísimo. En un momento, lo compararon con un horrible pueblo de la Argentina que sale en El premio, la película de Paula Markovitch. El pueblo resultó ser San Clemente del Tuyú, donde vivo yo, auque ellos no lo sabían.
Más que con sus proyectos de escritura, Da Jandra se entusiasma con Avispero, una revista literaria flamante y juvenil. En ella leí la mejor nota de periodismo literario que recuerdo en años. La firma Rodrigo Márquez Tizano y habla sobre Budd Schulberg y el boxeo. Da Jandra me habla también de su compadre, el exuberante y prolífico Guillermo Fadanelli, que también estuvo en Buenos Aires. Leo dos libros recientes de ambos, Insolencia de Fadanelli y Distopía de Da Jandra, ambos publicados por la fastuosa editorial Almadía de Oaxaca. Uno es un ensayo, el otro una alegoría orwelliana. Descubro que Fadanelli y Da Jandra creen que la literatura es una parte de la filosofía, que el mundo es un desastre y que las viejas recetas para salvarlo no sirven pero todavía se puede seguir intentándolo.
Esta concepción remotamente sartreana, veladamente pedagógica de la literatura contrasta con la que exhiben dos escritores más jóvenes. Julián Herbert y Valeria Luiselli tienen talento y poco les preocupa el apocalipsis que atormenta a Da Jandra y Fadanelli. Herbert es el autor de Canción de tumba, un libro en primera persona en el que el narrador cuenta la agonía de una madre que trabajó de prostituta en los siniestros lupanares del norte de México, pero de algún modo se las arregló para que su hijo fuera un escritor pequeñoburgués. La novela es un poco exhibicionista pero tiene momentos de incandescente brillo. Algo parecido se puede decir de Luiselli, aunque sus personajes no parecen un caso de ascenso social. La narradora de Papeles falsos vive entre los pliegos de la literatura, con un pie fuera de México y sin contacto con lo más pesado del horror contemporáneo. En algún momento, escribe que salvo excepciones, los libros están para ser ojeados distraídamente. Pero en Papeles falsos, elegante y artificiosamente ligero, tuve que llegar a la penúltima página para encontrar diez líneas increíbles, capaces de convencerme de que vale la pena seguir leyendo a Luiselli. Así llegué a Los ingrávidos, una novela llena de pasadizos falsos entre la autobiografía y la evocación, con cien páginas deslumbrantes. Herbert y Luselli, a su modo, también me dan miedo: son buenos escritores en un sentido demasiado ostensible, muy Oaxaca. Y a mí, como dije, me da miedo salir de San Clemente.
Este último tiempo veo que mucha gente del resto de latinoamérica se está viniendo a vivir a Buenos Aires. Tengo un amigo que vino de Guadalajara y se abrió un restaurante de comida mexicana en palermo, claro y eso pega como piña en el lugar en el que está. Está siempre lleno. La veradad que le va muy bien. También veo en los restaurantes de por ahí que hay muchos jóvenes de Venezuela o Colombia que trabajan de mozos.
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