domingo, 19 de agosto de 2012

La Musa es hoy tan extemporánea como las momias tibetanas

Óstraca (poesía reunida)

Teresa Arijón



-poemas seleccionados por la autora y una
Presentación de Bárbara Belloc-







Para la presentación de Óstraca, obra reunida de Teresa Arijón

Una de las primeras veces que nos vimos con Teresa, cuando recién nos habíamos conocido en persona, casi 20 años atrás, pasamos buena parte de la noche rodeadas de discusiones intelectuales (o algo parecido) y jugando felizmente entre nosotras al fideo-fino. Algunos de los presentes entonces se mostraron molestos, tal vez por nuestra conducta o por otros motivos, otras conversaciones paralelas; esa noche, como otras, el mundo no importaba, existía; el cielo primaveral estaba abierto como una boca; y la boca de Teresa me ayudaba a no perder el equilibrio después de tantos y tantos giros: yo miraba su boca, y en ella no veía un misterio, sino la evidencia de un misterio.

Se trata de la poesía

Como al genio de la lámpara, a la Poesía (con mayúscula y en letra impresa) pueden pedírsele viajes, realizaciones, la fama de ánimo ligero, o el oro al pie del arco iris. Pero a la Musa, ningún favor. Sin contar su talante legendario, la Musa es hoy tan extemporánea como las momias tibetanas que se convierten en polvo al tacto del aire, las ogresas del fondo del mar, los dragones; una criatura de bestiario, nada sagrada. Desde el momento en que las vanguardias históricas rasguñaron el aura del arte capitalista, a partir de allí leemos (y escribimos) una poesía cuyo cuerpo está cruzado de flechas. Poemas frágiles como organismos vivos, sin un correlato trascendental o socialmente viable.

Tiramos al blanco a nuestro propio riesgo. Y en el mejor de los casos, esa acción con la palabra hace su carne leve y rotunda, la voz, su mensaje, su ritmo: un poema. Paradojalmente, como al principio de todo. Pero distinto. Será que la lírica es interminable, y sus maneras, misteriosas. Sólo hay que encontrarlas. Como Teresa encuentra poemas en las palomas comunes de ojos rojos, los gestos de una mano, y los escribe para que a su vez los encontremos.

Se trata del Misterio.

El que sólo puede ser intuido, y así transfigurado, transportado (de los hechos al lenguaje, de la partitura al sonido), y acaso por eso mismo puede ser portátil: un verso aprendido de memoria, una estrofa que se crea cantando (o hablando para sí), un pensamiento claro que se expresa claro, y existe. Como los poemas existen cuando los leemos, y misteriosamente siguen existiendo a oscuras, en el libro cerrado y en los ojos cerrados, incluso en el olvido de ellos o en la oscuridad de una época que no tiene espacio para hacerlos sus soles. No por casualidad, mientras escribo esto leo en un libro de Wittgenstein: “Las obras de los grandes maestros son soles que se levantan y se ponen en torno a nosotros. Así, volverá el tiempo de cada gran obra que por ahora haya declinado”. La lección luminosa del maestro paralógico, como las del maestro de Cusa, Eckhardt y el zen: el círculo, el misterio del círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia está en ninguna.

El poema vivo.

¿Qué escribir sobre lo escrito, sobre lo que ha escrito quien firma los versos que componen el libro que se presenta ahora y tantos otros poemas inéditos y publicados de forma dispersa?

Desde ya, ninguna explicación. Ni precios, ni genealogías de papel y tinta. Sobre lo escrito por Teresa, necesariamente, la última palabra de Óstraca: “porvenir”. Sin los balbuceos de Blanchot ni alta costura mediante. O a lo sumo, alguna línea de san Antonio (se entiende que es Machado), o de aquel portugués exuberante y sobrio de los heterónimos, o del vidente militante Pier Paolo. Esa clase de porvenir oblicuo, como la veladura de una pintura que una vez descubierta permite ver un más allá del primer plano. El porvenir que cruza la frontera, el presente-limite, y enciende la línea de pólvora que anima el fuego inextinguible de las palabras que se requieren para nombrar, diría Ana Cristina Cesar, “...los límites del romance realista. / Los caminos del / conocer. / La imitación de la rosa...”.

Además de leerlos, muchas veces vi a Teresa escribir sus poemas. O notas. Páginas enteras. O raptos anotados con una letra rápida de reptil, de animal que trepa la roca en un solo impulso, natural, genuino. Teresa escribe sus poemas de esta manera, y vive de esta manera la mayor parte de los días, porque ya sabemos que días y noches tienen sus remansos, sus lunas, sus agujeros negros, y también sus horas mejores. Las horas en la escritura. El tiempo que se vive.

Llevada por el efecto de los poemas de Teresa, para esta presentación no me valgo del recurso más común, el de citarlos. Confío simplemente en que su lectura nos enseñe las palabras en su sitio. Pero no puedo dejar de invocar la fórmula que para mí cifra mejor su técnica, que es su ética, y que aparece en un poema que lleva el título “Amor”: “como escribir un poema en la mañana fría; / como no escribirlo y dejar que suceda”. Así es.

Como es sabido (o no), “óstraca”, plural del griego “óstrakon”, es el nombre que se daba en el mundo arcaico a las piezas calcáreas o los fragmentos de cerámica (restos de vasijas rotas) sobre los que se aprendía a escribir o pintar en las escuelas de poesía y pintura. A partir de este dato, propongo tres hipótesis. La primera: “escribir o pintar”, en el caso de Teresa, no son sinónimos, pero sí términos intercambiables, espontánea, fácilmente, pues así surge en ella el rasgo expresivo. La segunda: “aprender a escribir o pintar”, en el caso de Teresa, es el ejercicio propio de un poeta o un pintor, puesto que el verdadero maestro jamás olvida su calidad de aficionado.

La tercera: “escribir (o pintar)”, en soportes que reconocemos perecederos, versos fugaces o densos como líneas, colores rotos o plenos es, en el caso de Teresa, un acto coherente a una política. Y por ende, a cierta idea estética y poética. Por eso estas Óstraca reúnen, bajo el lema del fragmento, las piezas íntegras de sus libros anteriores más unos cuantos inéditos, como un manifiesto de improviso, juegos de palabras en la arena, arena que corre en el cuerpo del reloj.

En cuanto al tiempo, este libro alberga desde un poema de 1979 hasta otro prospectivamente fechado en 2012, en un orden cronológico fiel a la experiencia del tiempo mismo, valga la parábola. Un lapso de 33 años de escritura discontinua y continua que a partir de hoy, además de consolidar la fidelidad de sus lectores de siempre, dejará su huella en otros nuevos lectores, otros poemas por venir, y así sucesivamente. Años atrás, un poeta que nos une, Arturo Carrera, me habló de Mallarmé y del poema que al leerlo recrea la impresión de estar siendo escrito en ese mismo acto. El poema vivo. La palabra que religa actos dispersos y correspondidos. Esa pura libertad del azar que acontece en los poemas de Teresa. Como la libertad del mar.

¿Qué podría desear yo para poeta y libro? Desde siempre: un largo y venturoso porvenir.
Y también lo que pedía al animal del mar la griega Erina: “Pez piloto, tú, que envías a los navegantes/ en travesía una buena travesía, pez:/ no dejes de escoltar a mi amiga temeraria”.



Bárbara Belloc
Buenos Aires, 11 de noviembre de 2011

*

Óstraca (poesía reunida)

Selección de poemas por Teresa Arijón



De: Salvados por el fuego - tres inéditos

•)

axolótl estático /
no reveles tu secreto al que sujeta la rienda /
del caballo / no te dejes tocar por el dedo ocioso /
que agita el agua de tu estanque / sin hojas y sin viento /

axolótl muerto /
dame la fuerza de lo ilusoriamente inmóvil /
la aquiescencia de la piedra bajo el cielo.



•)

agua de rey /
agua bendita /
agua que bautiza los cabellos /
agua limpia de río en la pata del hurón salvaje /
agua mansa del cielo /
apartame de la cifra del veneno /
alejame del olor penetrante del veneno /
que hostiga y roe las entrañas de la rata /
apartame de su destino /
de flecha /
que no dará en el blanco /
porque nunca hubo blanco /

sólo henares cautivos del sol /
y galpones repletos /

de granos dorados después de la cosecha /
sólo el festín inocente de quien no pidió ni le fue concedido.




De: OS (Málaga, Puerta del Mar, 2008)

Parte I
La vida nueva



•)

si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme —
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.



Parte II
Escrito en Mojácar y Último poema de amor

i
dice que, ahora,
cuando el viento sacude las plantas
y hace caer hilillos de hojas
sobre las baldosas —
dice que ahora
su vocación es lavar ropa
de madrugada —
un concierto de baldes, agua y espuma de jabón,
telas varias y sus manos —
pequeñas como la menta
y perfumadas de un aire que ya no habito;
sus manos, digo,
en tareas rotundas, familiares
que aún se niegan al reparo del olvido.
de noche, no muy lejos
de la casa donde hoy vivo
ella lava su ropa como si soñara.
luego escribe — describe los colores
la selva de humo y silencio
el correr del agua por la rejilla
y las baldosas rojas —
mansas y delicadas como el viento
que noche a noche roza sus manos
como queriendo avivar el fuego
entre uno y otro corazón.



Parte III
tamborcito tacuarí

Para un poeta así, lo mejor sería hacerse soldado.
Marina Tsvietáieva



•)

contar la historia como quien cuenta
los hilos de un monograma bordado,
la embestida trapera del puñal,
la vaga exaltación del alma en su noche oscura —
promesa incumplida de un destino
que va del polvo al polvo.



•)

encendido está el viento — con paciencia
persistente lleva chispas furiosas
que formarán hogueras —
vueltos ríos de fuego arderán los pastizales,
entre los alaridos de los monos pequeños
y el vuelo de los loros en bandada.

como si cargara un costal de arena, una bolsa
que por su volumen esconde una trampa,
el no nacido llega al tope de las casas,
el límite furioso, el alambrado, el agua.

un animal en celo recorre los ijares del centauro
en el cielo profundo de la pampa —
revela en rebeldía los cascos orbitales
la ensoñada pasión de la flecha
que no dará en el blanco.



•)

enredado en los fueros de la patria,
cimarrón sin traílla, la pelambre salvaje
a manotazos —
el no nacido inicia su carrera sobre el llano.
siempre de cara al sol y a los salares,
a la extensión deseada donde luego habrá alambrados —
límites tendidos por los esclavos de la guarnición,
los rasos sin sosiego que empalman, pesarosos,
el via crucis del cuerpo.
como si fueran rutas, caminos
hacia nunca.
cabos sueltos.



•)

sabe que más al sur están los témpanos —
lo más blanco del blanco —

recorre paisajes dislocados —
trazados de rieles
veloces siempre vacíos.

solos, algunos árboles salvados de las tormentas
puntean el desierto negro
arrasado por vientos del oeste.



•)

el que no nació y empero
olfatea con saña, como perro o hurón
la historia de un país —
los hechos inasibles,
el cánon siempre inhóspito que cifra realidades
contenidas en voces, en cielos, en temblores —
itinerarios lanzados al pavor de la llanura,
la pampa bárbara de las múltiples conquistas,
del malón
y sus noches estrelladas.

(…)



De: POEMAS Y ANIMALES SUELTOS (Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2005)

•)

Siempre amé a los que amaban la tierra. Por ejemplo,
a los cazadores de jirafas del desierto de Kalahari, que ven
en las manchas del pelaje las de la luna, y en la carrera
atroz
frente a las lanzas la estampida de la propia muerte.
Siempre admiré las raíces de los árboles, pero más
admiré las ramas, y más aún las hojas y la flor perecedera.
Lo que se va y no queda
sino en el ojo de la mente,
o en el alma, según la religión.



•)

Todo fue escrito. En Singapur ofrecen
un banquete a los monos durante dos días;
el resto del año se ven obligados a mendigar
o a robar comida. Así, quisiera para mí el festín —
la gratuidad de la escena pública, ofrecida.



Lawrence Ferlinghetti

Dice que envejece y que percibe
que la vida se muerde la cola,
ouroboros en la frágil insistencia de la luz.
Dice que envejece y ya no compite
por el limbo inmortal de las palabras
y que ahora, bajo la piel rugosa y las alas
que el viento abrió en sus ojos,
el único desafío es el cielo.
Dice que envejece y que no ignora
que las puertas se cierran y se abren con rítmico abatimiento.
Que va a leer lo que no sabe en el caparazón de una tortuga,
en la constelación salvaje que alumbra la pampa salvaje,
en el sonido que el cielo se traga
y devuelve en ecos.

Dice que el poeta es un pescador
para quien el cielo está despejado
aun si está cubierto.



Gary Snyder

Rastro de conejos
rastro de ciervos ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos en la noche helada
bajo los pinos,
recitando el poema de Leopardi
con memoria vaga, viendo
las estrellas limpísimas que acaso
anuncian la aurora boreal?
Rastro de osos
rastro de linces ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando la nieve quieta cubre los vidrios
y sólo se oye el sonido del cielo, afuera, lejos?
Rastro de alces
rastro de nutrias ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos a la mañana siguiente, en cuclillas,
contemplando el lago donde el zorro se mojó la cola
sólo para demostrarnos que hay cierta verdad
en las palabras?



Amor

I
No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en su
alma cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como
el pelaje de una oveja descarriada. Como escribir un poema
en la mañana fría; como no escribirlo y dejar que suceda.



II
Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió
las tierras alambradas, buscó el néctar pasado entre el humo
y no encontró nada. Antes de irse, rompió el cántaro y selló
la fuente.



III
Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como
cartas marcadas, de Praga y de Lisboa y del tren que nos
llevaría a Cascais mientras leíamos como si fuéramos un
poeta cetrino y su fantasma. Como si fuéramos la piedra y
la honda. La taza de plata de la que bebe el ogro y la medalla
de oro que luce la ogresa. Lo que se oculta y nombra. Lo que
nombra y lleva.



IV
Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo
conocer el relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de
una gruta donde duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del
cielo. Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía
en la tormenta, el filo del cuchillo en la penumbra de una
casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura
del bosque vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su
clausura como quien congela el metal de un candado
y lo parte en dos.





(…)



Hasta que la muerte nos separe
de este cuerpo mortal, quedan un par de cosas por hacer.
Por ejemplo, dejar que la cigarra cante su canto
por enésima vez este verano
y no contrariarla. No leerle la fábula de la hormiga
precavida y rencorosa que, en vez de cantar,
eligió alzar un imperio.

Después, todo queda en la vidriera.
Hasta el sol de las mejores mañanas.

Después, no hay un mañana mejor.
Ni hay mañana.



Amor

¿Seré acaso la campana que soñaste,
ese fragmento de materia ciega
venido de otro tiempo para tañer despacio,
opacamente y solo —tal vez— para tu oído?

¿Seré ese caballo desbocado que sin freno
atravesó el paisaje en pleno mayo
para caer a tus pies?

¿Ese destino esquivo
de una campana antigua y su leyenda?

¿Un caballo en el fondo de un pozo
en la noche perfecta?



De: ALIBÍ (Buenos Aires, La Rara Argentina, 1995)
+ OTROS POEMAS DE LA ÉPOCA



•)

Ahora
queda, como un jirón de seda,
la gota en el fondo de la alberca,
las hojas
que dan rumor al viento,
el movimiento
en la estela, y las horas
de la abeja.



De: Ars poética



(2001)

Que el poema sea, como en el sutra, revelación de lo evidente:
“no hay luna en el agua; la luna que se ve reflejada
es creada por el agua”.
Como los budistas contemplan los mundos: llama vacilante,
sombra, eco, espantapájaros.
Como el espejo reluciente del zen,
que en ningún lugar resplandece.
Como el puente del koan, que fluye donde el agua no fluye.
Como el canto de las ranas y la luz de la luciérnaga.
Como la lluvia, como las primeras marcas
de las gotas en la tierra seca.
Como la hiedra falsamente infinita que desemboca en el
castillo del ogro. Como la ogresa medieval que amamanta
al lobo. Como el lobo feroz que lleva su corazón de tela
cosido en el pecho.
Como el regalo en la tradición japonesa — la caja que puede
contenerlo todo, es decir nada — “suspendido entre dos
desapariciones” (la de quien lee, la de quien escribe).



(2007)

la disciplina del campo,
el manso afán de quien excava y encuentra
tierra cada vez más fresca.

aprendices de la oscuridad, las liebres
roban lo que ha sido cultivado, desconocen
el principio de autoridad. Refractarias
anhelan el orden generoso que los cultivos proporcionan,
áspera luz que recorta o define el futuro.




Fresco de Akrotiri -Santorini- Grecia


De: Teresa Arijón
Óstraca (poesía reunida)
Buenos Aires, Curandera 2011
180 páginas
300 ejemplares

Tomado de http://www.con-versiones.com/

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