jueves, 5 de abril de 2012

Había hablado de hortalizas


"Tampoco había mencionado su concepto del amor ideal: un hombre encuentra a la mujer perfecta sólo una vez en la vida, y la muerte, siempre, sale al paso —como un Pandaro invisible— y atrae a ambos al predestinado abrazo. Esta fantasía, probablemente, era producto de las hipérboles de la música popular. Sin embargo, a lo largo de los años había tomado cuerpo en algún hueco de su mente, donde se había fundido con otros elementos: el alarido de alguna inmensa ola, la fuerza ineluctable de las altas mareas, el romper torrencial del oleaje sobre un bajío...
Había tenido la certeza de que aquella mujer que tenía ante sí era la mujer
de sus sueños. Si al menos hubiera encontrado las palabras para decírselo...
En el grandioso sueño que había atesorado en secreto durante tanto
tiempo, él era el paradigma de la hombría y ella la culminación de la
femineidad. Desde los extremos opuestos de la tierra llegaban a unirse en un
encuentro fruto del azar, y la muerte oficiaba su enlace. Entonces, superando los
exiguos adioses, con el ondear de las banderolas y a los acordes de Auld Lang
Syne2, lejos del voluble amor de los marinos, ellos descenderían hasta el fondo
de la gran profundidad del corazón, donde jamás estuvo humano alguno...
Pero no había sido capaz de lograr que ella compartiese siquiera un poco
de su loco sueño. En lugar de ello, había hablado de hortalizas.
—Cuando en una larga travesía pasas por la cocina, a veces, hasta tienes la
fortuna de echar una ojeada a un rábano o a unas hojas de nabo. Esas pequeñas
pinceladas de verde hacen que sientas un hormigueo por todo el cuerpo. Sientes
ganas de arrodillarte y de ponerte a adorarlas.
—Me lo imagino. Creo que entiendo cómo debes sentirte —convino
Fusako, voluntariosa. Y su voz rezumaba esa alegría que una mujer
experimenta al consolar a un hombre."


Yukio Mishima. El marino que perdió la gracia del mar

No hay comentarios:

Publicar un comentario