domingo, 18 de marzo de 2012

Cirqueros


:: Ficción ::
Fenómenos de circo
15-03-2012 | Ana María Shua, Hernán Ronsino

Para el tercer día de ficción del mes, Hernán Ronsino eligió cuentos brevísimos de Ana María Shua que hablan de trucos riesgosos. “Me gustan esos ingredientes para pensar la literatura: pensarla como un truco, un efecto de aventura que nos permite descubrir, desnudar el riesgo de la vida”, decía Ronsino. Los tres forman parte de Fenómenos de circo (Ed. Emecé).

Por Ana María Shua.



¿Quién es la víctima?

Los payasos actúan en parejas. Por lo general, uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas del otro: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector.



El trapecista original

Con los años, el trapecista no puede ignorar que se repite, que se plagia a sí mismo. Como a todo artista, esta certeza le duele. En busca de la originalidad se lanza por el aire sin red, sin cable de seguridad, y finalmente sin trapecio. Pero qué es un trapecista sin trapecio sino un montón informe, sanguinolento sobre el aserrín del circo y aún así, qué pena, nada original.



Desventura de los tragasables

A los tragasables se los menciona poco porque su nombre ambiguo los hace objeto de burla y de traición. Cicen en una constante desventura: el público sólo puede ver una parte de su número. Por eso la mitad de su actuación está destinada a probar que la otra mitad no es un truco. Muchos valientes han muerto en esas lides.

Signor Benedetti se tragaba objetos que le ofrecía el público. Según un periódico de La Habana de 1874, en una función se tragó la espada de un general y varios bastones, pero fracasó en el intento de tragarse un paraguas.

Maude Churchill le entregaba su espada al público para que la examinara. En 1926, acurando ante los Reyes de Inglaterra, uno de los espectadores dobló imperceptiblemente la hoja. Maude murió unos días después, equivocada, creyendo que había probado por fin la autenticidad de su número.

Tony Marino, en 1947, fue el primero en tragar un tubo de neón y encenderlo para demostrar que no era un truco. El circo estalló en aplausos. El artista, emocionado, hizo una reverencia. Lo salvaron en un hospital de Detroit.

En un pueblo de Hungría en 1952, el artista alemán Stephan Baum se tragó a un espectador escéptico. Al acercar un micrófono a la zona del esófago, se escuchó claramente una voz que repetía: «Enciendan la luz. Esto es un truco».


Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=20633#more-20633

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