Las sagas y yo: un camino de múltiples veredas. Fragmento
Por Márgara Averbach
Que alguien me pida que trate de pensar mi relación con las sagas tiene algo de mágico. Es una pregunta amplia y difícil que, según creo, debería empezar a resolver con un intento de definir a qué llamo “saga”.
Esa manía definitoria tiene que ver con el hecho de que yo escribo pero vivo de enseñar una literatura con muchas sagas, la estadounidense. Pero en realidad, yo no empecé con una definición y me parece que eso también es importante.
Cuando empecé a leer sagas, no las definía como un grupo claro. Leí muchas sin pensar en ellas como “sagas” y el proceso se repitió cuando empecé a escribir la mía: el primer tomo de la Historia de los Cuatro Rumbos lo escribí sin saber era el primer tomo de nada, sin pensar en él como parte de una “saga”. Creí que era una novela de esas que empiezan y terminan en un solo objeto libro. No supe que seguiría en otro tomo hasta que terminé el primero y, hasta que la mitad del segundo, no supe que serían cuatro.
Creo que las sagas me tomaron siempre por sorpresa, y sé que me puse a pensarlas hace muy poco y que, cuando empecé, lo que me salió primero fue compararlas con las series de televisión, con los folletines, con las películas en episodios como El señor de los anillos. Por otra parte, dentro de la escritura, yo escribí solamente una saga, siempre dentro del género que yo llamo “fantasía” (no quiero discutir la categoría, ese es otro capítulo apasionante y muy controvertido; para ser sencilla digamos que yo llamo “fantasía” solamente a esas historias en las que aparece la “magia”). Antes de Historia de los cuatro rumbos, escribí novelas mucho más realistas, con ambientaciones muy contemporáneas y cotidianas y después, volví a la magia pero nunca en varios tomos, nunca en una “saga”. Creo que mi “saga” vino sin que yo la llamara y hasta ahora, no me hizo una segunda visita. Y sobre todo, sé que nunca hubo en mí ninguna intención de escribirla…, que no me propuse una “saga”. Empecé a hablar de Alera y de pronto, Alera se había ensanchado y se había convertido en saga.
Por lo tanto, veo entonces dos problemas en mi relación personal con las “sagas”: el de las sagas en sí (lo que son para mí) por un lado y, por otro, el de la fantasía (que para mí es magia). Llegar a ambas, me llevó mucho tiempo. Ahora que miro hacia atrás, veo que recorrí varios caminos paralelos: el de la vida y la experiencia, el de las lecturas, el de los estudios académicos, el de la escritura. O tal vez, no fueron varios caminos paralelos sino uno solo, muy ancho, como una avenida con mucho más de dos veredas y sé que yo la recorrí cruzando de una vereda a otra, en zigzag.
Lecturas
Cada uno entra en los libros a su manera. Yo entré con la voz de mi madre, que nos leía en voz alta en el auto de los largos, maravillosos, viajes del verano.
Después, me largué sola por caminos que no eran ni los de ella ni los de papá pero que siempre, siempre fueron parte de mi herencia. Y cuando me largué sola, leí tanto, que ellos se asustaron y trataron de que me entusiasmara por otra cosa. No lo consiguieron.
¿Sagas?
Una definición: si por “saga” queremos decir libros que se continúan unos en otros, que instauran una serie narrativa, yo leí sagas sin darme cuenta y las leí desde la etapa de los libros para chicos. Uno de los libros que me marcaron fue la saga de Thowra, una serie de libros australianos de Elyne Mitchell. La leí traducida al español, sí, el de España, no al idioma que amo y trato de seguir llamando “castellano”. El primero de los tomos se llamaba Thowra, caballo salvaje (en inglés, The Silver Brumby ) y creo que a pesar de mi mala memoria, sería capaz de contar la historia ahora mismo, tantos años después, sin releerla. Me acuerdo de que lo terminé en un febrero, en Ezeiza (pasábamos, yo sigo pasando, todo ese mes allá, siempre, en medio del verde), volví a abrirlo y empecé de nuevo. Y mamá y papá, que venían con libros cada semana (yo pasaba esas vacaciones con mis abuelos y mi tía) me dijeron que si me gustaba, había otro sobre los mismos personajes. Kunama, hija de Thowra.
--¿Te lo traigo? –preguntó mamá.
Me acuerdo de la sensación de felicidad absoluta de ese momento. Me acuerdo de la espera.
Esa, creo, es la primera felicidad de la saga: si se ama el mundo al que se llega en el primer tomo, el segundo promete más, pero no lo mismo. Una lectora adolescente me dijo hace poco en la Feria del Libro que ella había sentido eso con mi Cuatro rumbos. Me conmovió que dijera que lloró cuando terminó el cuarto tomo porque no quería que terminara. Sí: la saga promete mismo lugar, mismos personajes, otras historias. Un reencuentro con alguien muy querido. Y cuando se vuelve a esos mundos conocidos, el libro (el segundo, el tercero, el décimo) empieza antes y sigue mucho más allá de la última página. Es, siempre, interminable, infinito.
Tomado de http://margaraaverbach.blogspot.com/
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