jueves, 17 de marzo de 2011

En ese mundo quieto y seguro fui curado para siempre

LA CURA



El cascarón liso del huevo

sostenido en el cuenco de la mano materna

resbalada por el cuerpo del hijo, allá en el norte.



Eso ví:

una mujer más elemental que tú

espantando a la muerte con ritos caseros, cantando

con un huevo en la mano, sacerdotisa

más modesta no he visto.

Yo la miraba desgranar sobre su regazo

los maíces de la comida

mientras el perro callejero se disolvía en el relente del sol

lamiendo

el dolor arrojado a la tierra

junto con el huevo del milagro.

Así era. La vida pasaba sin aspavientos

entre gente parca, padre y madre

que me preguntaban por mi alivio. El único valor

era vivir.

Las nubes pasaban por la claraboya

y las gallinas alineaban en su vientre sus santas ovas

y mi madre esperaba nuevamente el más fresco huevo

con un convencimiento:

la vida es física.

Y con ese convencimiento frotaba el huevo contra mi cuerpo

y así podía vencer.

En ese mundo quieto y seguro fui curado para siempre.

En mí se harán todos los milagros. Eso ví,

qué no habré visto.





José Watanabe, de su libro "Historia natural"

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