sábado, 15 de enero de 2011

María Elena por Angélica

Su voz que no muere

“No era de bronces patinados ni de ríspidos tratados. Era de carne suave y palabras adecuadamente dulces o adecuadamente duras”, recuerda Angélica Gorodischer a María Elena Walsh, una autora de poemas y canciones a quien atribuye la estatura de Géricault, Palladio, Boccherini y Borges.

POR ANGELICA GORODISCHER


Parece imposible. ¿Qué? ¿Cómo que se murió? No puede ser, si ha estado presente en esta casa, aquí, o en el living, o en el cuarto de los chicos, no sé, en todas partes desde hace años de años. Tanto que ya la dábamos por, no, no por visitante sino por habitante de la casa. No puede ser. Si mi nieta le mandó una carta el otro día, una carta que firmaron todos los chicos y las chicas del grado. Así que no me vengan con eso. Sigo oyendo su voz, su voz que no muere. Oigo su voz y tanto la oigo que me atraviesa y me encuentro canturreando esas canciones que ella compuso o que ella cantó, sola o con Leda Valladares o con una orquesta o guitarra o lo que fuera. Si tarareo ay qué vivos son los ejecutivos , me tiento y termino riéndome: la sartén por el mango y el mango también , es perfecto. ¿Y aquello de te acordás hermana cuando el que te dije salía al balcón? ¿Y cuando su voz arrebatada decía y sin embargo estoy aquí resucitando? Y todo eso para no hablar de los discos que tenían mis hijos y que ahora tienen mis nietos. Y de los libros.

Los libros de María Elena fueron fundamentales en esta casa, en esta familia. Lo fueron para mí en primer lugar, claro está.

Yo que no soy demasiado perceptiva para llegar a ser una buena lectora de poesía, sentí que había algo que me tocaba en eso de yo soy un sitio donde florecerá la muerte , y me dije que quizá habría ahí una gran poeta sólo que yo no sabía asirla como esa muchacha merecía. Era algo inquietante. Ella hablaba de lo que hablan todos los poetas. Los narradores también. Y los matemáticos y los filósofos y la gente que pasa por la calle. Hablaba de los tres temas fundamentales que nos preocupan a la mesa del café y en la escuela y en el diván del analista: hablaba del amor ( sólo quiero tu casa de ternura / vivir en su calor ), de la muerte ( soy lo que se me ocurre cuando canto / no tengo ganas de tener destino ) y del poder (en la “Canción de cuna para gobernante”: América te acuna como una madre / con un brazo de rabia y otro de sangre ).

Y hablaba, me hablaba con las palabras necesarias y el tono necesario para que yo, lectora, buscara en mí misma el eco de eso que ella decía y concluyera que había otro horizonte, secreto, invisible, más allá de lo que yo iba leyendo. En fin, que la señora de ojos vendados/ con la espada y la balanza, era algo más que una escultura, más que un símbolo, más que una enseñanza, más que una llamada: era eso intangible, puente de sonidos trasmutado en fuente, de donde se podía beber para después volver a las palabras propias.

Más allá de “Tutú Marambá”, del “Zoo loco”, de “Dailan Kifki”, de los “Cuentopos de Gulubú” (más allá o más acá o de algún otro lado, distintos pero enlazados) estaban sus textos para adultos, los que van a pasar al recuerdo y la nostalgia a medida que las generaciones de nuestros hijos y sus descendientes vayan creciendo y acercándose a los libros.

“Otoño imperdonable”, “Cancionero contra el mal de ojo”, “Juguemos en el mundo”, “Novios de antaño”, “País Jardín de infantes”, y los textos peleadores de “Sepa por qué usted es machista” o “Pena de muerte”, construyen una obra cimentada en un lenguaje muy propio. Así como su música se nutrió de lo popular latinoamericano y fue virando hasta constituir un concierto, sinfonía, ópera y vidalita de la tierra nuestra, así el lenguaje que utilizó María Elena Walsh para sus libros fue un compendio, un mapa fértil del idioma al que según don Borges estamos condenados y de lo que la fantasía, la imaginación, lo lírico que va entre cuatro paredes o en un patio con higuera y jazmín le iba dictando a medida que le hablaba a una infancia que la escuchó maravillada.

No, no se murió. Porque hay muertes que son tan injustas que dejan de ser muertes. Va a seguir estando aquí. Y en las casas de mis hijos. Y apuesto lo que sea a que cuando mis hijos tengan nietos y cuando mis nietos tengan hijos, va a estar también ahí y nadie se va a asombrar por eso, al contrario, lo va a tomar como lo más normal del mundo. Y, sí, van a sonar sus músicas, van a despertar eco las palabras que les puso a esas músicas, las va a cantar para ellos, los más chiquitos, y sus padres y sus madres van a sonreír de puro gusto nomás. Les sonrió desde sus libros y desde sus canciones y sus discos y sus piezas de teatro, a esos que eran más chiquitos y a los que ya no lo eran tanto. Mi amiga Hilda se iba a escondidas a ver sus obras de teatro; a escondidas porque le daba vergüenza, ¡una muchacha de quince años yendo a ver una obra para chicos! Pero, ¿son para chicos?, digo ¿son exclusivamente para chicos?, y concluyo que no. Esa cosa llamada literatura para niños contra la cual muchas de nosotras sentimos un profundo rechazo, esa cosa se ocupa de las abejitas hacendosas y las arañitas tejedoras y las maripositas multicolores. Ay, señora, cuidado con el prejuicio.

Sí, ya sé: hay maravillas escritas para chicos y yo me nutrí en la infancia de muchas de ellas con Hans Christian Andersen a la cabeza. Pero, qué cosa, María Elena Walsh estuvo desde el vamos alejada tanto de los bichitos del prejuicio como de las tristes sagas del dinamarqués. Lo que quiero es poder decir que la mirada de María Elena Walsh sobre el mundo era una mirada que veía lo inesperado. No tanto lo invisible de Magritte, no para nada lo absurdo o lo monstruoso, y sí lo que estaba allí y muchos habían visto y no habían dicho nada porque lo confundieron con alguna otra cosa, más cotidiana, más gris, más conocida. La malaquita de la caparazón de una tortuga enamorada. ¿Quiere alguien un sendero más noble, menos explícito que ése para conocer los cuadriláteros mágicos que cubren a Manuelita? Y bien, dichosa de ella que pudo mirar así y ver y hacernos ver que una vaca queda estupenda con guantes de tul. Y que, por supuesto, el trono de la reina Batata es de lata porque si hubiera sido de oro hubiéramos pensado en el trono de Isabel II y eso no tiene nada de gracia. Y Don Polillo, ya sabemos, es un pater familiae pendiente de lo que se va a comer mañana, por eso desenfunda la aguja y decide el destino de la naftalina mientras el doctor desciende del cuatrimotor.

Ella está detrás de todas sus palabras. Y yo la conocí en Buenos Aires cuando hubo una reunión acerca de cine de mujeres. No fuimos amigas, quiero decir que no nos frecuentábamos, no decíamos ché vamos a tomar un café y te cuento, no íbamos una a la casa de la otra porque su casa y mi casa estaban y están muy separadas por un montonazo de kilómetros. Pero nos veíamos porque aparte de que ella estaba presente en esta casa distante de la suya, también hay que ver que compartíamos la preocupación por la situación de las mujeres y conste que de eso no he oído hablar en ningún momento por tv o por radio y vamos a ver si los diarios dicen algo del asunto. Bueno, amigo mío, estimada señora, María Elena Walsh era feminista y estuvo presente cada vez que se hablaba del tema.

Y además me la leí toda, del derecho y del revés, como a Manuelita cuando la plancharon en francés. Leía sus libros para chicos cuando mis hijos eran bebés y un poco más y más todavía. Oía sus canciones, antes, antes de antes y ahora y seguiré oyéndola, cuando suenen cerca de mí, o cuando suenen dentro de mí. Estoy tratando de decir que fue, que es una persona sumamente importante; que es de la estatura de un Borges, de un Géricault, de un Palladio, de un Boccherini, sólo que ella no era de bronces patinados ni de ríspidos tratados: era de carne suave y palabras adecuadamente dulces o adecuadamente duras. Sólo que ella no está ni estará en los monumentos ni en los panegíricos que ni falta que le hacen, sino en los rincones de las habitaciones íntimas, en la cocina, en los umbrales, bajo las lamparitas que se encienden a la noche para que los críos no tengan miedo, junto a las camas y las cunas de cada casa, sonando y cantando, siempre.

Y yo la seguiré queriendo y con mi voz rasposa la seguiré canturreando y cuando caiga bajo mis ojos un texto sobre injusticia hacia las mujeres, pensaré: habrá que ver lo que opina María Elena Walsh de eso. Y mi nieta se enfrentará por primera vez con la muerte de alguien a quien ella ama. Coraje, muchachita, que María Elena no se ha ido. Oíla, oíla cómo canta.

1 comentario: