jueves, 2 de diciembre de 2010

Marcelo Silva y Luna Guerra

Ayer Silva contó que estaba escribiendo poemas con una voz femenina y no sabía qué título ponerle al libro. Qué en medio de su inspiración lo interrumpe un llamado telefónico que preguntaba (con voz femenina) si estaba Luna Guerra. No. Silva cortó enfadado. El llamado se repitió, el número era el correcto, Silva dijo "Equivocado" pero no. El libro se llama Luna Guerra.





Marcelo Silva nació en Paso de los Libres (Corrientes), en 1973. En 1991 se radicó en Buenos Aires, donde realizó estudios superiores de música y de portugués. Por su libro Barco de Condenados, la Secretaría de Cultura de la Nación le otorgó el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía, Bienio 96/97. En 2005 obtuvo segundo premio en el Premio Hispanoamericano de Poesía realizado por las revistas Vox (Argentina), Los amigos de lo ajeno (Costa Rica), Matadero (Chile) y Sala de Máquinas (Perú). En 2004 publicó Diario de un argentino (Ed. Patagonia). Actualmente reside en Brasil.

1. ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas hispanoamericanos?

Encuentro afinidad con los ya clásicos César Vallejo, Ernesto Cardenal, Nicanor Parra, Antonio Cisneros, Olga Orozco, Francisco Madariaga, César Fernández Moreno, Alejandra Pizarnick y Juan Gelman, así como con Leónidas Lamborghini, Roberto Echavarren, Wilson Bueno, Leonardo Padrón, Nestor Perlongher, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Leónidas Escudero, Susana Thenon y etc.

2. ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se hace en tu país que deberían tener repercusión o reconocimiento internacional?

Yo creo que en estos tiempos la poesía no puede tener “repercusión” o “reconocimiento internacional”. Creo que es un hecho íntimo y privado, frente a otras expresiones mediáticas y masivas. Sin embargo, en mi país tenemos grandes poetas como Juan Carlos Bustriazo Ortiz o Leónidas Escudero, que a mi modo de ver han casado la alta poesía con el habla rústica del hombre de campo (al modo Patativa do Assaré o Manoel de Barros) que por lo menos merecen edición. Apenas a modo de anécdota: Bustriazo ha escrito cerca de 72 libros, y apenas se han editado cinco.

3. ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos países que conforman Hispanoamérica?

Tal vez lo que impida relaciones más estrechas entre los países hispanoamericanos sean las políticas, así como son las políticas las que impiden que provincias de mi país tengan una relación más estrechas.

poemas



ÓLEO DE LUNA GUERRA EN LA BAÑERA

para Adriana Parra

Descabezo cornalitos en la bañera blanca llena de agua.

Dos kilos de manjar flotan aquí para mis gatos salvajes.

Philip, el francés del mercado, los ha escogido con delicadeza.



Yo bajé hasta La Rambla con ojos ávidos luego del porro.

(La luz del atardecer descompone nuestra percepción del viento.) [Bolaño]

La ciudad era un inmenso hormiguero, y yo, en la más absoluta soledad,

fui flotando sobre mí, asaltando cada rostro con un bisturí en la mirada.

En mi interior una voz cantaba: ¡vamos! ¡vamos! muéstrame tu alma.



Entré a una disquería y oí esa versión de Old devil moon.

Me fui con la voz de Cassandra vibrando entre mis piernas.

Afuera el mundo seguía girando y girando en la misma dirección.

Yo caminaba a la deriva, me extraviaba en Barcelona

buscando cualquier cosa que de súbito me iluminara.



Pero nada ocurrió. Y sepan que el orden continuo me desequilibra.

Me dan asco esas miradas huecas destilando hambre y lascivia,

esas bocas llenas de palabras sucias asordinadas por labios temerosos.

Busco lo inédito Sras. y Sres., lo que jamás brilló bajo el sol.

(La novela debe ser reinventada.) [Pierrot, el loco]

(La poesía debe ser reinventada.) [Rimbaud]

(La vida debe ser reinventada.) [Luna Guerra]



Esta tarde no hubo nada nuevo en un mundo viejo y cansado

mientras bajaba hacia el mercado, fumando y silbando

en el calor pegajoso de una ciudad delicuescente.

Nada hubo que me causara el asombro de nacer.

Algo que mereciera ser escrito en un poema. Nada.



Pero llegué al mercado de La Boquería y casi me desvanecí.

Allí estaban, brillando como alargadas monedas de plata,

solitarios sobre la mesa negra de Philip.

Dije dos kilos, au revoir, y me fui temblando.



Ahora descabezo cornalitos en la bañera blanca llena de agua.

Hago de esto un instante sagrado, en tiempos que la historia kaputt.

Preparo la apetitosa cena para mis gatos salvajes: Ámbar, Yuli y Sandokán:

mis bestias, que en el borde se relamen y cantan

mientras me desnudo/ y hundo mi cuerpo en el agua plateada.



LUNA GUERRA VIAJA EN TREN BALA

para Diana Bellesi

Ayer crucé un campo de sombras en un tren blanco.

Viajaba para perderme en el vacío. Pero no.

Deseaba deshacerme en un tren bala, a 2000 por hora,

desintegrarme a la velocidad de la luz. Pero no. No estaba en Japón.

Estaba en Zárate. Faltaban 32 horas para llegar al Paraguay.



Olor a saliva, tabaco, fiambres, naranjas, vómito, orín y sudor.

Todo mezclado con cumbias, chamamés, polcas y guaranias.

Entre la gritería de mercachifles y borrachines patibularios.

En un calor de 52 grados, el Gran Capitán subía el país.

Yo sudaba y temblaba como John Malcovich en Refugio para el amor.



Pero de pronto ¡cha-cha-cha-chan! un tipo apareció ante mí.

Era más feo que Bukowski, pero con rostro aindiado, eso sí.

Medía como dos metros y hablaba ronco en guaraní

Yo ni palabra entendía, pero le sonreí, ji ji ji.



La atmósfera se volvió bermellón. El aire, como cargado de pólvora.

Yo sonreía y sudaba y temblaba. Hasta me oriné encima de la emoción.

El indio sonrió y musitó unas palabritas que no comprendí.

Respondí que viajaba para perderme en el vacío. Llorando le dije:

pero en esta nave no llego ni hasta los límites del vacío sin límites. [Beckett]



El indio tomó mi mano, me miró y con voz dulce dijo teiquirisi.

Me condujo como una sonámbula a través de la turba alborotada.

Subimos al techo del tren grotesco que, a paso de hombre, subía el país.

(Afuera iban los palmares y los gauchos muertos que cantó Madariaga.

Pero lo mío era una versión fantasmagórica de su Tren casi fluvial.)



Bajo un cielo púrpura abracé a mi superindio que dijo itsoquei,

lo besé y la música tronó más fuerte, ¡cachácachacáchacachácachacá!

y el miedo ce finit, y el indio me tocó, y le dije porquerías poéticas al oído,

como ser que me desnudara, que me chupara hasta los huesitos,

que me tocara los pavores, que me clavara en el aire y etc. etc. etc..



El indio hizo todo eso y etc. etc., sobre el techo de un tren en llamas,

mientras al costado, a la velocidad de la luz, pasaba el vacío.




Tomado de http://www.revista.agulha.nom.br/bh26silva.htm

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