jueves, 17 de diciembre de 2009

Marosa, o el hímen que se disolvió

Marosa, o el hímen que se disolvió

Por María Victoria Dentice



Tomado de http://www.comolocamala.com.ar/







Sucede pocas veces, o muchas, en la vasta historia de la literatura toparse con un ser tan lúbrico y de tamaña extravagancia y delicadeza como la poetisa uruguaya Marosa Di Giorgio.

Quizás este artículo va en contra de los comentarios nada esclarecedores que le hacen a su obra y que figuran en la contratapa de sus libros como una suerte de prólogos mal hechos, firmados por autores que gozan de cierta clase de prestigio literario, aunque solo sean un renombre y sólo eso.

Para quien nunca la haya leído, le aconsejo adentrarse en esta cueva onírica, rosa como una vulva recién abierta, a través de “camino de las pedrerías” y la “flor de lis” ya que en estos dos libros se resume buena parte de sus mejores relatos, o debo decir, fragmentos, ya que la duración del todo es similar a la de un suspiro, no es la durabilidad el fuerte de la escritura Marosiana que prefiere dar paso a la intensidad.

En este particular universo uno encuentra niñas fantasmales de nombres exóticos que se dejan violar alegremente por toda clase de animales convenientemente antropologizados, que se regodean lamiéndoles y perforándoles los orificios, a veces con ternura, a veces con dolor, con la desesperación propia de los amantes.

A algunas de estas niñas intemporales los picaflores les perforan el tumultuoso clítoris y la madre corre, atiende y cura el sexo partido con un paño blanco y algodones. Si, han advertido bien, no se trata de un universo asexuado sino de un paraíso promiscuo y paralelo, el país de ahí al lado como lo refiere la autora, al que se desciende como al infierno, con el único requisito de tener la inocencia suficientemente intacta para llamar a sus puertas, el virgo listo para ser devorado por alguna boca infinita y hambrienta. Aquí el sexo no guarda en sí como un recuerdo la marca pecaminosa y oscura que el cristianismo supo imponerle, sino todo lo contrario, es luminoso y permite el encuentro de criaturas nacidas en la oposición. Por eso la niña puede fornicar tiernamente con el hurón. La adolescente alelada ser convocada para la cópula por el diablo, convocada a partir de sus nombres prohibidos: Mariposa Glicína. Glicina Mariposa. Esos que únicamente un diablo puede pronunciar. Y por eso, sin dudarlo acepta bajar al infierno con él, como si todo fuese cuestión de probar las alas sin mayor prejuicio, dejarse penetrar por su daga enorme y ser borrada del mapa entre las lunas como una mancha de tinta simplemente.

También los santos persiguen doncellas vestidas con leves túnicas que echan fragancia de sus pezones en época de celo para seducirlos. Y los santos caen sin más en las tentaciones, las hacen suya de un modo sacrílego varias veces de modo tan silencioso que ni su dios se entera, sólo la tierra recibe los coágulos que caen de los pezones significando glorias, desdichas.

Ah, pero hay nostalgia en el fondo de tanto erotismo, hay un porvenir que se abandona en favor de lo inevitable que tarde o temprano lucha por suceder, la madre convertida en mariposa de lo cotidiano, las flores de granada en cada sien se alimentan de las venas de Marosa, hasta las flores se confabulan contra este lis de mujer que comparte con ellas las raíces de su destino. De vez en cuando, impredecible y casi invisiblemente, se entierra Marosa a si misma y vuelve a crecer.

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