SEMANARIO
“Las luchas indígenas no son anacrónicas ni están en el pasado, son luchas del presente”
Entrevista con Gabriela Wiener
Gabriela Wiener presentó su nueva novela Atusparia (Penguin Random House) en Buenos Aires y conversamos con ella sobre literatura y política.
Atusparia lleva en su primera página cuatro epígrafes como una declaración de intenciones. Uno de ellos es de José Carlos Mariátegui, el revolucionario y pensador peruano que nutrirá una parte del ideario de la escuela donde late el primer corazón de la novela de Wiener. Le seguirán el barrio La Resi, la cárcel El Aire, entre otros destinos y líneas de tiempo. Para cada momento hay un género y para cada sentimiento una forma de contar el devenir de una militante que conocemos desde la infancia y a la que acompañamos durante muchos años.
Entre los personajes de la novela se reparten muchos de los debates que siguen agitando organizaciones y movimientos de izquierda. La violencia, la resistencia, la represión estatal; ¿reforma o revolución? ¿Violencia armada o política parlamentaria? La constante que acompaña todos los tiempos es la lucha indígena, también como declaración, lejos de un ejercicio exclusivamente de archivo y memoria. En Atusparia, la vigencia de las luchas indígenas se ve en las luchas por la tierra, en la resistencia de Puno al sur de Perú y sobre todo en las ideas que recupera, especialmente a través de Mariátegui y Manuel Scorza.
La pasión (amorosa y política) inunda cada página y cada historia de Atusparia. La lucha y la desobediencia tienen un motor en la pasión por transformar la vida. En sentido opuesto a muchos prejuicios, los debates políticos son parte de la creatividad y la vitalidad de los movimientos revolucionarios o emancipatorios, incluso cuando los personajes encarnan posturas muy diferentes. Se ve desde el principio en la propia escuela en las tensiones entre los profesores “rusos” y los peruanos (que recuerdan el “ni calco ni copia” de Mariátegui), se ve en el colectivo Las Ritas, en las discusiones entre Atusparia y Asunción Grass, entre los textos e informes.
En Huaco retrato, Wiener exploró el pasado colonial de Perú al escarbar en el pasado expoliador de su tatarabuelo. En Atusparia confirma la presencia de ese pasado, reciclado en políticas neoliberales y gobiernos represores, pero sobre todo pelea en el presente para volver a pensar en el futuro.
En el libro hay una variedad de voces y de géneros, que también habla bastante de vos, que incursionaste como escritora en diferentes formatos. ¿Con qué está conectada tu decisión de escribir Atusparia como novela?
Justamente porque la novela como que lo abarca todo, es un género que nació híbrido. Ha sido un espacio donde caben todas las voces, todos los formatos, todos los registros y también por el hecho de que sea una ficción, es una ficción declarada. La he construido de esta manera, pensando en la historia de una política de izquierda, de su evolución sentimental y política (...)
Quería experimentar, la verdad, yo vengo de una escritura que viene siendo una voz autobiográfica, desde la literatura personal como en Huaco retrato bastante fragmentaria, pero siempre la voz de la primera persona como que guía, integra todo el material narrativo. Y en este caso, yo quería que cada capítulo tuviera una atmósfera, un lenguaje propio. Es un territorio el que va reclamando como su propia voz y su propio tono y color, desde lo infantil, inocente pero también políticamente crítico del primer capítulo, la adolescencia “perestroika”, este lugar un poco de realismo sucio, un poco sórdido, pasando por la cárcel en un territorio como el amazónico, ayahuasquero entre las alucinaciones y la exuberancia de la selva, y finalmente el territorio en llamas, que es el territorio del amor y de la Revolución, donde estallan las chispas entre esas dos mujeres, maestra y alumna, y donde también aparece la lucha indígena como trasfondo histórico reivindicativo de una memoria de luchas que está tan negada. Y que además tiene ardiente vigencia en este momento, como las luchas que han ocurrido en el sur del Perú en el último año y medio, donde hubo una masacre en una zona con una historia de violencia política muy feroz, y que esas muertes reactivaron, como abriendo la herida, y lo hizo esta presidenta dictadora que tenemos, Dina Balearte [se refiere a la presidenta Dina Boluarte, que llegó al poder mediante un golpe parlamentario, NdR]. Qué pena que la mujer en el poder sea una “feminista de la guerra”, el “feminismo Dina” le llamo yo, militarizado, policial, asesino.
Dijiste que uno de los puntos de partida de Atusparia o uno de los disparadores se dio mientras cubrías las protestas en Perú contra Dina Boluarte.
La necropolítica se ejerce con muchísima más facilidad en el sur y en los pueblos indígenas. Esto tiene antecedentes, vienen desde las luchas anticoloniales de hace 500 años, las luchas de Tupac Amaru, la lucha de Pedro Pablo Atusparia que está referida en el colegio. Claramente lo que ha ocurrido en Puno y también las luchas por la defensa de la tierra está todo conectado, no son luchas anacrónicas, ni de indígenas remotos, que están ahí en el pasado, son luchas del presente. La frase del escritor Manuel Scorza es perfecta (“en los Andes hay cinco estaciones: primavera, verano, otoño, invierno y masacre”). Habla de lo fácil que es matar ahí [en el sur], de las vidas de segunda clase (...)
Atusparia empieza en una escuela y propone una reflexión alrededor de la educación, no como algo institucional o moral, mas conectado con una idea, con un carácter político fuerte, aparecen las ideas de José Carlos Mariátegui, también Manuel Scorza, ¿cuál era tu búsqueda?
El libro está dedicado a mi educación, no es una educación académica, es una educación política la que se agradece en ese momento. También el epígrafe de Daniela Catrileo, la escritora chilena mapuche, va en ese sentido (“No se puede huir de la forma en que se aprende a conocer el mundo”) … Allí donde me metieron mis padres, o a Atusparia, la escuela es esta mirada, de ponerte unos lentes y empezar a ver las desigualdades como en algún momento vimos la misoginia o el racismo, ya no se te quita nunca y siempre vas a verlo bajo este filtro. También hay quienes pueden escapar, que convirtieron su compromiso social y su conciencia de clase en algo efímero, que fue una moda o un momento de juventud para luego convertirse, no sé, en un Vargas Llosa o gente que fue alguna vez “roja” y después se vuelven unos conservas horribles y neoliberalismo puro. Yo lo pensé como uno de los temas de la novela, todas estas visiones de la educación que tiene Mariátegui, por ejemplo, que es materialismo puro, marxismo puro, no es como “la alfabetización del indio es lo que va a resolver”, como ahora que se habla tanto de lo único que nos hará libres será la educación o lo que finalmente hará avanzar a la sociedad será la educación, y esos proyectos que parecen tan a largo plazo, algo que nunca va a pasar. Y se resolvía con el pensamiento marxista, dale los medios de producción a la gente, la tierra es de quien la trabaja y ya verás cómo empiezan a cambiar las estructuras, las superestructuras o todo eso que se deja para “ya vendrá”.
En la novela hay un recorrido de varias corrientes políticas y de las ideas de movimientos emancipatorios, ¿cómo equilibrás ser frontal con tus ideas y no ser panfletaria?
La estrategia siempre es que no se den cuenta de lo que piensas en una ficción. A veces se me da por ser más Asunción Grass y querer tomar las armas, y en otros momentos soy re Atusparia y quiero que Indira Huilca sea la próxima candidata a la presidencia del Perú, y ojalá que gane y ojalá nos represente y me lleno de ilusión hasta que luego se la tiran con un lawfare o le hacen una campaña brutal, todo lo que le pasa a Atusparia (...) Voy distribuyendo, estoy contando una historia de la izquierda desde dentro de la izquierda, con humor y de manera risueña, incluso por momentos naif y en otros de manera desgarrada y apasionada también. Creo que el cambio de registros para mí ahí era básico, incluso las propias Ritas no están contándose ellas mismas, algo que podemos encontrar en cualquier colectivo de mujeres, cómo se autoidentifican y se autocelebran y hacen su épica desde ese discurso de ellas mismas. Me parecía algo muy visto y pensaba que en este caso no queda tanto ponerse la voz propia sino más bien cómo son miradas, por ejemplo por la Policía. Y cómo la Policía no entiende nada y el hecho de que no entienda nada es clave para que tú las entiendas por completo. Así podemos conocerlas y no conocerlas, también se mantienen en un lugar mítico, que las hace mucho más feroces, porque no las llegas a escuchar salvo en unas grabaciones donde se les escucha con unas voces mezcladas. Creo que ese misterio, ese no haber llegado a ellas porque precisamente viven en la clandestinidad o trabajan en la clandestinidad les da su potencia. O Atusparia que nunca habla de amor, nunca habla de su amante o de su pareja. Solamente habla mientras es una niña o mientras está en la cárcel y recuerda sus épocas de discípula, pero también hay que saber usar algunos silencios para no ser demasiado revelada o delatada, también ahí hay una clandestinidad en el caso de Atusparia, su amor es clandestino en muchos sentidos. Quizás porque ahí estaba su debilidad.
El humor es otra buena estrategia para no parecer panfletaria o la ironía, son recursos que apelan a la inteligencia porque ahí ya no ves dogma sino a una persona que está dentro pero no o está dentro y es capaz de mirar lo que pasa, los problemas que tienen, las limitaciones, las contradicciones se muestran así a través de estas miradas un poco risueñas y luego qué parcial también es la pasión con la con la que puede estar escrita, el reproche, el momento Shakira-Piqué de Asunción Grass. Porque mi novela también es un poco a lo Shakira, está todo mezclado ahí la pasión amorosa y la pasión política.
En la novela aparece el tema de la violencia política, es parte de varios debates dentro de los movimientos que recorre la historia de Atusparia, ¿con qué reacciones te encontraste?
Vengo de Arequipa, estuve en el Hay Festival, estábamos en el Colegio de Abogados presentando la novela y en el momento de las preguntas el primero que se levanta es un señor con traje y dice “Soy el decano del Colegio de Abogados de Arequipa, ¿se han dado cuenta que han estado hablando de esta ideología de la izquierda maoísta marxista leninista que asesinó a miles de peruanos?” Nos terruqueó ahí en vivo… Estoy como a la espera, a la expectativa (...) Si todo se ha desplazado hacia la ultraderecha, ¿qué te puedes esperar de todas maneras? No es un manifiesto político en el que defiendo la violencia política, hay un personaje que encarna eso [y otro, lo opuesto], y ambas explican sus bases teóricas para justificarlo. Y parecen convincentes, a mí por lo menos me convenció. Dije, “oye, Asunción tiene razón y la cosa está demasiado jodida” (...) Yo obviamente estoy por la provocación, porque me creo impune, porque vivo fuera, voy y vengo, hago chistes, en cualquier momento me puede caer pero no me ha caído. No soy la más vulnerable, entonces aprovecho ese lugar de la literatura también para decirle al decano, tratando de decir “ya se acabó el terruqueo, ya se acabó el miedo”, decirlo así porque si gente como nosotras que tenemos altavoces y más visibilidad no lo aprovechamos para empezar a cambiar las cosas, hasta cuándo vamos a estar así.
En la novela está presente el tema de las mujeres y el poder, las de la ficción y también las reales como Dina Boluarte, sobre la que un una de las protagonistas en un pasaje dice “a mí ya no me alcanza una mujer en el poder”, algo que es parte de varios debates en los feminismos, ¿te interesan debates o corrientes hoy?
Los feminismos populares básicamente, feminismos comunitarios también, luchas antipatriarcales, indígenas, el de las putas, las travas. Mucho de lo que viene, teoría y pensamiento que surge de ahí, de las luchas ecofeministas, lo que viene de la tierra y de un conocimiento ancestral, me interesa también. Las luchas zapatistas me han conmovido, tienen sus derivas y son demasiados años de resistencia para ser perfectas (...) Y tal vez porque estoy muy cerca, creo que el movimiento migrante sería ahora una voz muy legítima y muy importante en la conversación pública.
En la novela, el colectivo Las Ritas hace un recorrido de grupo no mixto a confluir en luchas con hombres y militar juntos. ¿Es parte de tus reflexiones sobre los feminismos?
Sí, claro que sí, desde luego vas dejando ahí tus pequeñas señales, pequeños rastros. Es la mejor manera de hacer bandera. Ahí nomás estoy contando por lo menos mi evolución. Creo que muchas que empezamos a hacer un feminismo antirracista, nos vimos en esas… No es lo mismo un hombre blanco que un hombre negro, un hombre marrón, o que es mi compañero de vida o no, y los asuntos con ellos se resuelven ahí comunitariamente también. Y eso lo aprendes básicamente de la vida, de la experiencia comunitaria y más si eres migrante…
¿Qué pensás cuando mencionan tu nombre o tus libros en el marco de lo que llaman boom de literatura femenina o etiquetas similares? ¿Hay algo de esa conversación que te interese?
Me interesaría que pasemos a la historia de una manera distinta a cómo pasó a la historia el boom de hombres del siglo XX. No con cinco mujeres viviendo como ricas, siendo hiper traducidas y con la posibilidad de comprarse una casa en cinco capitales del mundo, como [Carlos] Fuentes o [Mario] Vargas Llosa, sino que haya algo más, no solamente un puñado de libros maravillosos que queden para la historia sino que se haga algo con ese poder, que se haga algo con ese altavoz y esa visibilidad. Pienso en lo que te digo, en cambiar cosas del mundo del libro, que es también un sistema, como todos, mercantilizado totalmente, las escritoras como siempre se trata de una elite y son muy pocas las privilegiadas donde llega el dinero (...) Entonces redistribución, no concentración de la riqueza, del prestigio, del mérito siempre en cuatro blancas, como antes han sido cuatro señoros. Me encantaría que esto cambiara, que se lograra a través de políticas reales, no solamente con golpes de efecto. Estoy esperando ver iniciativas de parte de mis compañeras, a quienes quiero y admiro, en ese sentido más comunitario. Finalmente ellas, nosotras, estamos donde estamos por esas luchas colectivas. Un libro como el de Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana, que ella misma dice que no lo escribió sola sino que esta ola del feminismo hizo que por fin pudiera tener una solución el proyecto de escribir sobre su hermana asesinada por un feminicida, venga con una devolución también hacia lo colectivo. No solamente creo que debemos dar libros al mundo, ni discursos, ni entrevistas. Creo que hay que tratar de cambiar la estructura del mundo cultural, para empezar, tan absolutamente elitista. Y si eso supone callarnos la boca o tener menos protagonismo, sí; si eso supone donar tus premios, por qué no, si eso supone expandir tus conocimientos y tus saberes gratis, ¿por qué no? Si eso supone sindicalizarnos y plantarle cara a la industria del libro, oye, ¿por qué no? Cositas así que vienen más de las luchas que del patriarcado literario y sus elegancias de salones.
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