El día en que Siri conoció a Paul:
«23 de febrero de 1981. Estoy saliendo con J. del recital de poesía y nos detenemos en el vestíbulo de la 92nd Street Y para hablar de los poemas que acabamos de escuchar. Desde donde estoy me fijo en un hombre atractivo que está parado frente a la puerta. Tiene la cara delgada, los ojos enormes y la boca pequeña y delicada; el pelo casi negro y la piel morena clara. Fuma un puro pequeño, y se encorva dentro de su cazadora de cuero y de sus tejanos azules cada vez que se lo lleva a los labios. Me fijo en que tiene los pies bastante grandes, y también me gustan esos pies. En cuestión de segundos lo he abarcado con la mirada y me siento mareada por la atracción. No recuerdo si J. me ve comérmelo con los ojos y me dice que lo conoce, o si yo le pregunto si tiene alguna idea de quién es. «Es Paul Auster –dice–, el poeta». Nos presenta y los tres vamos en taxi al centro. En el asiento trasero Paul habla de George Oppen, el poeta al que acaba de visitar en California. Me gusta su voz, y me gusta la calidez y la ternura que percibo en ella cuando habla de «George». Entonces no lo sabía, pero ahora me pregunto si no me resultaba familiar lo que oía. Mi padre tenía esa cualidad cuando estaba vivo, y entonces lo estaba. Su voz cambiaba de inflexión cuando hablaba de alguien a quien apreciaba. En el taxi ya estoy enamorada, delirante, embelesada, arrebatada, y estoy tratando de disimular. El hombre que tengo al lado no lo está. Lo veo en sus ojos velados, pensativos.
»No le dejo solo ni un instante. En la fiesta solo hablo con él. Hablamos. Hablamos. Paseamos por la calle y hablamos. Nos sentamos en un bar y hablamos. Los ojos hermosos empiezan a enfocar. Me está mirando, me está escuchando. Noto que le gusto.
»Son las primeras horas de la mañana y estamos juntos en West Broadway. Estoy muy cerca de él, mirándolo a la cara, pero ahora, después de horas y horas de hablar, no tengo nada que decir. Es tarde. La velada se ha acabado, y volveré a casa y pensaré en él. De pronto él me besa, y es el mejor beso del mundo. Un taxi se para y nos subimos juntos a él.
»Poco después leí sus poemas, sus ensayos y finalmente la primera mitad de La invención de la soledad, «Retrato de un hombre invisible». Para entonces ya había muchos libros dentro de mí, pero estos me sorprendieron por su originalidad. Conocí al hombre antes de leer lo que había escrito, pero si no me hubiera entusiasmado su obra como me entusiasmó, o si él no hubiera admirado mi forma de escribir, las cosas habrían cambiado. Nuestro trabajo ha constituido un componente íntimo de nuestra relación amorosa y de nuestros veintitrés años de matrimonio, pero lo que leí no fue entonces, ni lo es ahora, lo que sé cuando estoy con él. Su obra proviene de ese lugar en su interior que nunca llegaré a conocer».
—Siri Hustvedt
«Extractos de una historia sobre el yo herido» (2004).
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