martes, 9 de abril de 2024

Más hijos de Bolaño que de García Márquez

 

“Quienes ahora escribimos somos más hijos de Bolaño que de García Márquez”: Mariana Enríquez

La narradora argentina publica ‘Un lugar soleado para gente sombría’, su cuarto libro de cuentos y el cual tiene como hilo conductor la presencia de fantasmas ligados a la memoria.

  • Redacción AN / HG
07 Apr, 2024 05:54
“Quienes ahora escribimos somos más hijos de Bolaño que de García Márquez”: Mariana Enríquez

Por Héctor González

“El terror es algo con lo que convivimos, como convivimos con el amor, la soledad y un montón de emociones”, dice Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973). Considerada una de las mayores exponentes del género en nuestro idioma, la narradora escogió dedicarse a este tipo de literatura desde hace más de veinte años, tras un breve paso por el realismo.

Títulos como Nuestra parte de noche y Los peligros de fumar en la cama, la han convertido en una autora leída por cientos de personas y respetada por la crítica, al punto que su nuevo libro Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), era de los más esperados del año.

A través de doce cuentos Enríquez explora traumas, fobias y memoria de una sociedad aún con heridas abiertas, y lo hace por medio de los fantasmas, seres que como ella misma reconoce sirven para reflexionar sobre el pasado irresuelto.

Un lugar soleado para gente sombría tiene algo de Argentina y en particular de Buenos Aires, ¿no?

Siempre pienso o escribo sobre Argentina porque es el lugar donde nací, donde vivo y donde ocurren las cosas que me preocupan de la vida cotidiana, y que finalmente son las que disparan el terror en mis historias.

Este libro está habitado por fantasmas y recuerdos, ¿por qué usar al fantasma como metáfora de la memoria?

El fantasma como tema es el personaje más específico sobre la memoria, incluso se habla de fantasmas, sin carga sobrenatural, para referirse recuerdos que no podemos sacarnos de encima. La memoria, un trauma o la culpa, son fantasmas que a veces no se pueden resolver. No sabría decir porqué escribí sobre esto, simplemente estaba leyendo mucho al respecto; siendo argentina, tenía en mente también la idea de la generación de mis padres, que es la de los desaparecidos; y quizá, había un interés por hacer cuentos un poco más tradicionales o clásicos, aunque tienen cosas muy locas, porque notaba mucha ficción de horror asociado a lo tecnológico, a la distopía y a la ultraviolencia.

Este es tu cuarto libro de cuentos, has comentado que en el relato te sientes más suelta, ¿por qué cuando el relato suele tener reglas más estrictas?

La novela es una larga carrera de obstáculos por eso me parece difícil, aunque sé que para otros escritores sucede lo contrario. Una novela puede tomar años, yo soy muy lenta de ejecución, cosa que no me sucede con el cuento. Supongo que esto tiene que ver con una formación lectora y diría, sensible, que consiste en haber leído cuento desde el colegio. Todo escritor argentino leyó a Borges, Cortázar, Horacio Quiroga o Silvina Ocampo, es decir, al educarme de esta forma me cuesta menos. Ambos géneros son arquitecturas y yo tengo muy clara la forma como se arma esa casita que es el cuento, pero novela me cuesta un poco más.

¿Tienes alguna teoría del cuento?

En general se el final. No me gusta que mis cuentos de terror se cierren o tengan una explicación completa. El cuento fantástico o de terror contemporáneo tiene que provocar inquietud y tal vez la forma más honesta de hacerlo es no explicándolo, no porque no lo sepa sino porque en general no hay nada más allá de eso, muchas cosas de la vida no tienen sentido. Otra cosa que tengo bastante clara es que en el cuento lo importante es la idea o de qué se trata, y no los personajes, ellos son secundarios o están en función de lo otro. En la novela en cambio, lo importante es la vida de los personajes y lo que piensan.

El terror latinoamericano atraviesa un buen momento, ¿a qué se debe, a la realidad, a los traumas de violencia o políticos con que cargamos?

A lo que mencionas sin duda, incluyendo a quienes no hacen terror explícito. Leo Páradais, de Fernanda Melchor y me parece una novela de terror total, ni ella ni María Fernanda Ampuero usan elementos sobrenaturales, pero yo sí, Mónica Ojeda también, Samanta Schweblin no siempre usa terror, pero cuando lo hace usa elementos sobrenaturales. Hay muchos varones magníficos, Maxi Barrientos en Bolivia; Diego Muzzio y Luciano Lamberti en Argentina; Ramiro Sanchiz en Uruguay; Mike Wilson en Chile; me gusta nombrarlos porque a veces los olvidamos. Me parece justo el aluvión de escritoras, pero al mismo tiempo injusto que en un gran momento de la literatura latinoamericana el ojo esté más puesto en nosotras y se haga a un lado a chicos que son notables. Por otro lado, me parece que el buen momento que vive el terror se debe a la educación pop de mi generación. En los ochenta todos escuchábamos “Thriller”, de Michael Jackson; vimos Viernes 13, a Freddy Krueger, La casa cercana al cementerio de Lucio Fulci; nos tocó leer el gran momento de Stephen King, estaba Spielberg, quien no es necesariamente terror pero participó en Poltergeist; vimos Twin Peaks en la tele, las tres Profecías; y a eso le agreguemos la mitología de cada país. Mónica Ojea y María Fernanda insertan la parte más oscura de la cultura andina y en mi caso siempre me han impresionado las mitologías del litoral.

En tu caso está también una curiosidad por el gótico, ¿de dónde viene?

Leí mucho gótico clásico, incluyendo Frankenstein, una obra super actual sobre Inteligencia Artificial. El gótico sureño de Estados Unidos me impresionó porque habla de una tierra maldita, no solo por el crimen sino por la nostalgia lánguida por un tiempo pasado en el que sufrió mucha gente, es decir tiene una ambigüedad moral, muestra escenarios y una prosa de una enorme belleza, aunque por abajo está carcomido por el mal y la tristeza. Y no solo lo hacen escritores sureños como Faulkner o Cormac McCarthy, sino también autores que no necesariamente tienen que ver con eso como Carson McCullers o Capote, creo que el peso de la historia que llevan es muy latinoamericano. En muchos sentidos Estados Unidos me parece cada vez más latinoamericano. Me siento más cercano a esto que al realismo mágico. En Argentina el realismo mágico no es nuestro color por eso nuestros narradores de esa época son super deprimentes y aquí incluyo a Donoso (chileno) y a Onetti (uruguayo), pero Sábato es deprimente, incluso Cortázar, Rayuela no es Cien años de soledad.

Es curioso porque García Márquez, el gran maestro del realismo mágico, tenía como referencia a Faulkner.

Claro y eso se nota, pero al mismo tiempo escribe en otra época. García Márquez fue una persona comprometida y socialista hasta el fin; creía que, políticamente, Latinoamérica era el continente del futuro, pero eso se terminó. Sus libros me parecen bellísimos y con cierta esperanza, leo Cien años de soledad y me da cierta alegría, pero después vino el fracaso y el continente se convirtió en un lugar de desesperanza, algo que se ve en Roberto Bolaño, el gran escritor conjura de nueva cuenta la noción de América Latina en un solo autor. Quienes ahora escribimos somos más hijos de Bolaño que de García Márquez.

¿Te consideras una autora desesperanzada?

En general sí, aunque no personalmente, pero es verdad que percibo cierta resignación en América Latina y no una idea romántica. Hoy tratamos de pasarla lo mejor posible, aunque no siempre funcione.

¿Sientes resignación frente al momento político de Argentina con Milei?

Para mucha gente el gobierno de Milei es una esperanza, aunque yo lo veo con resignación. No me gustan sus formas ni sus ideas, pero a la mayoría mis compatriotas sí. Intento manifestarme en lo que no estoy a favor, en particular sus políticas culturales que me parecen equivocadas, pero intento ser respetuosa con la gente que lo votó. Hay cosas que me parecen difíciles de digerir como que se pelee con presidentes por Twitter, eso es una barbaridad. Creo mucha gente lo eligió por motivos que trascienden al propio Milei y que tienen que ver con que la gente siente que no tiene futuro.

 

Volvamos a Stephen King, alguna vez César Aira, quien fue su traductor, me comentó que lo detestaba, no sé si porque lo tradujo o porque no le gustaban sus libros, pero lo cierto es que hoy veo una reivindicación de su trabajo.

Hubo un cambio generacional. Se fue el desprecio por lo popular y se entendió que la literatura no necesariamente es libresca y puede ir por otros senderos. Hay algo de prepotencia en el propio King, quien sigue escribiendo con libros buenos y malos, me gusta verlo como los Rolling Stones, tiene una persistencia y amor la literatura que incluso sus críticos le reconocen. A la vez es muy generoso, sigue leyendo jóvenes y los recomienda, está mucho más activo que muchos de sus críticos que escriben en retiros. King como García Márquez se convirtieron en creadores de mitos que exceden a sus libros.

También ahora hay más apertura al género de terror.

Sí, pero yo empecé escribiendo realismo, que era el género respetable, fue por ahí de los 30 años cambié por el terror.

¿Qué es el terror? ¿Qué es el mal?

El terror es algo con lo que convivimos, como convivimos con el amor, la soledad y un montón de emociones, pero es la que a mí me interesa explorar. El mal es más complejo porque depende si lo piensas desde un punto de vista teológico o laico; el mal es una capacidad que tenemos todos los seres humanos y hacerlo o no, es una decisión. El misterio en todo caso es: ¿por qué se hace? Ahí esta su atractivo, también me interesa el mal desde un punto de vista teológico, relacionado incluso con la desobediencia de la norma.

¿Eres una escritora desobediente?

Escritora no, persona sí. Todos los escritores contamos lo que nos gusta y podemos. La literatura no está en altísima demanda, de modo que quienes nos dedicamos a esto hacemos lo que queremos, en ese sentido me siento libre. Pero en la vida sí soy un poco desobediente.

¿Desde pequeña?

Era peor, ahora soy tranquila, pero antes era bastante salvaje.

Tras el éxito de tus libros, ¿piensas en tus lectores cuando escribes?

Cuando escribo no, por suerte. Por supuesto que inconscientemente en algún lado sí, pero creo que si pensara en los lectores ahora habría publicado una novela que es de lo que más ganas tenía la gente. Ahora estoy trabajando una, pero quién sabe cuando la termine. Escribo para mí y ya después intento compartirlo con la suficiente calidad, con los demás, ahí está lo placentero.

 

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