Veinte días después de que yo haya traído a paso de hormiga mis 25 carretillas para llenar el pozo derrumbado, les vecines (no me sé el cuento de sus causas y efectos) están llevando el cascote que quedó (ni una décima parte me llevé yo) con pala y camión.
Me gusta ser la vieja que mira en la vereda. Me gusta haber usado mi fuerza chiquitita para modificar esa montaña de materia descargada.
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