martes, 12 de marzo de 2024

Furia de Clyo Mendoza

 

Clyo Mendoza: “Me salvaguardé en el erotismo a pesar de lo abusivo que es el mundo con el cuerpo”

La escritora mexicana Clyo Mendoza, autora de Furia, novela editada por Sigilo en Argentina, pasó por Buenos Aires invitada por el FILBA y aprovechamos para conversar con ella sobre su reciente novela, el erotismo, las guerras, la neurodivergencia, la sexualidad y la escritura. Imperdible diálogo entre las sombras.

Me encontré con la autora de Furia en Recoleta, ella venía de comprar un café junto a Sofía de la Vega, agente de prensa de la editorial que publicó la novela en Argentina, Sigilo. No es que me imaginara algo diferente a la mujer joven que apareció con un vaso descartable en la mano, porque había leído que nació en México hace cerca de 30 años, pero como la novela podría haber sido escrita por alguien de 200 años me incomodó que fuera así de real, tanto como para tomarse un avión y venir al Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires.

Clyo Mendoza, así se llama, no se va a sacar los anteojos de sol en toda la entrevista, lleva un collar de metal pesado colgado del cuello y otro de espinas tatuadas. Un tapado y botas tejanas, Clyo parece sacada de una distopía. Entonces es exactamente lo que esperaba que fuera la escritora de esta novela que no se parece a las novelas de lxs autorxs contemporáneos de 30 años. Furia está situada en un territorio deslocalizado, en un tiempo indescifrable, con personajes muertos y vivos que se transmutan unos a otros y cuya intimidad y gestualidad política están fuera del tema, es decir son el continuo problema donde toda la historia ocurre.

Durante mucho tiempo Furia tuvo otro título: “¿Qué se dan las sombras entre sí?”. Una frase que remite a un verso de Alejandra Pizarnik, la poeta de la muñeca sangrienta, el inconfesable de lxs contemporáneos educados en la poesía post noventista. Pero un día mientras Clyo tomaba cerveza con un amigo se les apareció como evidente que Furia era un título que encajaba mucho mejor con el ánimo del momento, tomado por la estructura sentimental de una época revoltosa, furiosa. 

Clyo es poeta, publicó Anamnesis (Cuadrivio, 2016) y Silencio (Fondo editorial del Estado de México, 2018), libro por el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Sor Juan Inés de la Cruz en 2017. De hecho, Furia comenzó como libro de poesía. El salto al género narrativo incluyó al libro en otro sistema de expectativas, dice ella, “me di cuenta de que escribir forma parte de una industria, hubo cierta pérdida de la inocencia”.

—Además de con Alejandra, ¿con qué otras escritoras dialoga Furia?

—Cuando escribía, estaba pensando mucho en Unica Zurn, que es una escritora alemana. Ella fue más conocida por ser la pareja de Hans Bellmer, un escultor que hizo La Poupée, una muñeca muy exitosa para los surrealistas. La Poupée era una muñeca de partes intercambiables y su sexo era prominente. Esa muñeca era producto de la relación sádica que tenía Bellmer con Unica. La amarraba y la exponía durante mucho tiempo como un sujeto para hacer moldes, un sujeto objeto. Y además, ella era una mujer esquizofrénica. Me imagino el trauma de verte replicada en una muñeca, que además es una muñeca sexualizada y que está invadiendo toda tu casa. Es como una doble tuya o un maniquí que está invadiendo tu espacio doméstico, el espacio más íntimo. Para una mujer esquizofrénica eso debe haber sido contundente y también definitorio en su locura (su locura entre comillas). 

Así, la morra feminista tatuada que tiene un vaso de La Panera Rosa en la mano se fue convirtiendo en la narradora de Furia, mientras me contaba la historia de Unica Zurn. Dejo aquí que siga la historia por si lxs lectores de esta nota no la conocen, como yo:

—Unica fue una mujer muy lúcida pero nació en un contexto terrible. Su padre fue nazi, ella huyó de su hogar. Lo que me interesaba es cómo las guerras nos afectan incluso en nuestras relaciones afectivas, amorosas, románticas y demás. Unica terminó saliendo con un polaco, que era este Hans Bellmer. Esta irrupción de la violencia en su relación tenía que ver también con un contexto político. Un hombre polaco al que habían violentado los nazis terminaba desquitándose con el cuerpo de una mujer hija de un nazi. No hay mucho estudio alrededor de este tema o las cuestiones biográficas de Unica se enfocan solamente en su esquizofrenia, y me parecía que había mucho más que desmenuzar pero yo no podía hablar de la Segunda Guerra Mundial, ni del Holocausto judío ni nada de esto, porque yo no lo viví en carne propia. En cambio, viví otros procesos históricos que igual repercuten en cómo me vinculo yo con las personas a mi alrededor. Y eso es un poco lo que deposité en este libro, en Furia

—Y ahí aparece el desierto, que es todo un personaje en Furia. ¿Cuál es tu relación con ese territorio? 

—El desierto es un espacio mitológico. Como fui educada por una familia católica me enseñaron que Cristo falleció en el desierto y yo no sé si por eso empecé a ir al desierto, primero por coincidencia y luego por convicción. Desde que tengo 20 años voy al desierto, ahí encontré muchas de las cosas que estaba buscando para mí misma. Se volvió un espacio de meditación profunda, de aventura y de riesgo. Y, sobre todo, de estar presente todo el tiempo en un espacio árido, donde no hay mucha comida, no hay agua. Tienes que racionarlo todo. Tienes que estar observando, no pisar una serpiente, cosas muy básicas que al final creo que ayudan mucho para el proceso escritural. Hay pueblos muy vacíos en el desierto, como no hay un mundo cotidiano sucediendo (como en las ciudades) se le da mucha importancia al mundo onírico. Entonces, muchas de las conversaciones que tienes con las viejitas, por ejemplo, son sobre los que soñaste, porque eso es lo único nuevo que te ha sucedido. 

Una maldición se cierne sobre el linaje de Vicente Barrera. Trashumante vendedor de hilos, Barrera recorre un desierto salpicado de poblados asolados por una guerra cuyo tiempo y motivos no son claros. En cada lugar, una mujer; por cada mujer, un hijo. Esta novela, tan seductora como inquietante, cuenta la historia de esos hijos, la de sus cuerpos y afectos. Pero, también, la de las mujeres que los rodean: madres, parejas, compañeras. En medio de esta urdimbre de infortunios, tiene lugar la búsqueda del padre, una apremiante exploración de la masculinidad y la puesta en crisis de la matriz bestial de su deseo. 

Me encontré gritando “ay dios” varias veces cuando leía Furia, venía mi novio desde la otra sala a preguntarme qué me pasaba. Es raro que grite cuando leo, y soy bien atea, pero este libro está lleno de demonios.

—Y en ese desierto también hay restos humanos. Los restos de las víctimas de feminicidio, los restos de los hombres que son víctimas de diferentes tipos de guerras. Esos restos que son descarte de las ciudades.¿En qué pensás cuando pensás en estos restos? 

—Creo que hay una proximidad con la muerte en México, que es muy evidente, también por cómo se ha enunciado México hacia el exterior. Pero mucho más allá de esta cuestión de la muerte, que es más estética, y también más festiva, hay un vínculo con los muertos que yo reconocí, no en México, sino quizás más en Cuba. Fui conociendo ciertas historias por coincidencia, que es un poco como trabajo, trenzando coincidencias. Yo soy afrodescendiente —también hay un personaje afrodescendiente en el libro— y en Cuba volví a conectar con esas raíces más primigenias que son las raíces compartidas, los ancestros de mis ancestros, mis más verdaderos ancestros. Y tenía al mismo tiempo conversaciones con amigas, por ejemplo mexicanas que han migrado a Estados Unidos, y cómo estos procesos migratorios las han hecho perder también contacto con los muertos. Dice Pascal Quignard que el sedentarismo tenía mucho que ver con los cementerios. Elegimos estar cerca de nuestros muertos. Y eso fue definitorio de cómo se construyó nuestra sociedad, que es algo que muy poca gente se cuestiona. Se habla poco porque es un tema muy ominoso y que implica mucho dolor. Lo que hablábamos con mis amigas es que entre esos ancestros y ancestras que buscamos podemos tenemos ancestros terribles y gente que fue brutal con otras personas y que hizo cosas que uno no haría jamás. Y pues esos son los cadáveres que creo que yo cargo, que cargamos todos de alguna forma y ese es mi vínculo más cercano con la muerte también. Además, en México, a pesar de lo festivo, es también un tema difícil, como dices. La diferencia es que se socializa. Hay relatos de que previo a los funerales hay que hablarle a los cadáveres para poder vestirlos. Estos son cosas que han sucedido, que suceden en México, que se cuentan entre personas que trabajan en las morgues, que son como tips que se dan, pero que también reflejan un contexto político muy complejo, porque estas cosas se van descubriendo también a raíz de las muchas desapariciones forzadas y los cuerpos sin nombre que se han encontrado en mi país.

—Recién hablabas de los ancestros terribles, hay un personaje que es la representación de un macho voraz y violento, una masculinidad exacerbada, como es Vicente. Pero a la vez hay personajes masculinos afectuosos, tiernos, conocemos la relación erótica entre Juan y Lázaro. Se manifiestan diversas masculinidades, ¿cómo es que llegás a esta idea? 

—Pues creo que es un diálogo que sostuve con mucha gente a mi alrededor, entre ellos este amigo mío con quién descubrimos que este libro se llamaría Furia. Mi hermana estaba atravesando un proceso de transexualidad, ella está en constante proceso de saber qué mujer quiere ser también y qué hombre fue. La transexualidad es un rechazo también a los hombres más violentos, ¿no? Y mi hermana se radicalizó totalmente como una mujer sumamente feminista, como anti macho, y es curioso porque al final ella tiene un pasado de hombre por educación o por lo que quieras, y aunque no haya sido su verdadero ser, igual bebió de eso, ¿no? A la vez hay muchos hombres que están haciendo ese esfuerzo también, y creo que yo tengo la fortuna de tener amigos con los que puedo dialogar sobre esto y también he tenido experiencias terribles con los hombres. Entonces tengo un parámetro y también una inevitable, permanente desconfianza por el género. 

La poeta y narradora nació en México en 1993.

—En Furia los personajes parece que recordaran las vidas pasadas o a sus ancestros a través de prácticas corporales. ¿Los cuerpos tienen memoria? 

—Cuando era niña se murió un tío y yo le pregunté a mi mamá a dónde se fue, pero porque me daba un poco de vértigo.Y ella me dijo pues hija, está aquí, entre nosotros todavía ¡Y qué horror, qué miedo, qué espanto! Le dije, ¿entonces cuando voy al baño él me está viendo? ¿Me está viendo mientras estoy haciendo todo lo que hago?. Y mi mamá ya no sabía qué decirme, o sea, es un pensamiento un poco paranoico también, pero así es como le explican la muerte a un niño, y así me empecé a vincular con los muertos. Y tal vez también en Cuba trabajé un poco más esta idea, porque las religiones africanas trabajan con los muertos todo el tiempo. Es una interlocución entre los vivos y los muertos. Los muertos saben el pasado, el presente y el futuro. El narrador de este libro podría ser una persona que ya murió. Yo lo quería construir de esa forma, que ya sabe todo, está fuera y está dentro de la narración. 

—En esto de recordar y revisitar las vidas de ancestros y transmutarse, desde una lectura muy occidental y muy moderna, alguien podría decir que algunos de los personajes son efectivamente esquizofrénicos.

— Sí, sí, sí, sí, totalmente. También leí mucho sobre trastornos mentales y neuro divergencias y pues he estado cerca de personas con neuro divergencias. Entonces hay una delicada línea que distingue el pensamiento esquizofrénico, el pensamiento mágico, el pensamiento de los pueblos originarios. Y además son pensamientos muy menospreciados por la sociedad occidentalizada, ultra racionalista, lógica y demás. Las primeras personas que se conocen esquizofrénicas fueron reyes, fueron personas que eran consejeras, que tenían una visión (un poco como los muertos) del pasado, el presente y el futuro, eran como videntes. Y de pronto socialmente se les empezó a marginar por miedo también. 

—En estos juegos de la percepción, los fantasmas que aparecen, y las transformaciones de los cuerpos, aparece además un elemento particular que es muy interesante, el pasaje entre humano animal y como aparece la animalidad en continuidad con lo humano…

—Creo que esto que dices en relación a cómo se construye la animalidad dentro del ser es también porque la razón por la que nos asusta tanto la gente “enloquecida”, divergente —me gusta más ese término—. Es porque han vuelto a una especie de estado salvaje, aparentemente primitivo, ya no lúcido. No es que las personas han abierto las puertas de la percepción, sino que más bien son personas sentenciadas a perder la razón. 

—¿Y ahí aparece la furia? En la novela surge el erotismo como asociado a las situaciones de conflicto, además.

—Sí. El erotismo ha sido un lugar en el que me he salvaguardado a pesar de lo abusivo que es el mundo con el cuerpo. Mantener el erotismo en un lugar primordial es importantísimo para mí a nivel personal. Y darle un sentido distinto a toda esta enorme confusión, porque OK la liberación sexual, qué bien, qué lindo… pero no nos han enseñado a llevar una sexualidad que tenga que ver con otros niveles extáticos o vinculada a la espiritualidad. Algo que otras culturas tienen: las mujeres mapuche, los taoístas. Y en esta moralización del erotismo, pues se ha oscurecido un poco su significado y se nos ha quitado un poder importantísimo, y sobre todo como mujeres, porque somos los cuerpos que parimos. 

—Hay cierta tendencia en algún feminismo a moralizar la sexualidad, a pensar a las mujeres en una situación defensiva respecto al deseo sexual de los demás y a no a hacerse cargo del propio deseo o incluso de la propia violencia que a veces tiene lo erótico. 

—Sí. Como persona que ha sufrido abuso sexual, mantener el erotirmo en un espacio vinculado con algo sagrado y no con una moralización del cuerpo y del deseo ha sido fundamental para sobreponerme a este trauma. 

Clyo Mendoza terminó su café y salimos a la puerta del Centro Cultural, ubicado junto al primer cementerio público de la ciudad. El día anterior había estado hablando sobre la furia con pibes de una comunidad terapéutica. Los días siguientes daría talleres y leería en la agenda del FILBA. Pidió una recomendación de autoras mapuche y se perdió entre los árboles de Recoleta.

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