martes, 13 de febrero de 2024

Carnavaleando

 

Carnaval Popular: desnudarse el alma


10 de febrero de 2024

Comienza el feriado de carnaval y aunque estemos inmersos en una gran crisis social y política, la fuerza de los cuerpos en las calles vuelve a mostrar que es la potencia y la clave de todas nuestras preguntas.

Frida Jazmín Vigliecca

Foto: archivo municipalidad de Goya

La palabra carnaval procede del italiano carnevale y este del antiguo carnelevare, compuesto de “carne” (carne) y “levare” (quitar). [1]

Quitarse la carne descarnarse/sacarse los trozos de carne/despojarse/desarmarse

Hay en el carnaval una serie de afecciones corporales relacionadas con la alegría, el desparpajo, la diversión, la fiesta, la celebración social al servicio de todos y todas, se presenta como un ritual lúdico, colorido, lleno de música, baile y ornamentos que se sale de la reglamentación de la vida cotidiana y de las formalidades conservadoras.

El carnaval no posee fronteras y está siempre yendo a los límites, a los bordes de lo convencional. Es una fiesta donde manda la libertad, por eso también juega con la vida, la muerte y la peligrosidad que esconde no tener leyes. Es, sin duda alguna, una resistencia al mandato, a la hegemonía sociocultural y a los mecanismos de disciplinamiento.

Mijail Bajtin en su libro La cultura popular en la Edad Media y en El Renacimiento[2] comenta que esta dualidad que presenta la manifestación del carnaval ya existía antes de de la civilización primitiva y que estos estaban establecidos por cultos cómicos donde transformaban a las divinidades en objetos de burla, a lo que el autor denomina risa ritual. Es por esto que los ornamentos y vestuarios que se utilizan en el carnaval son la clave textil de la transformación: una prenda pensada, diseñada y creada artesanalmente con carácter sensible y concreto destinada para el juego.

El carnaval se asemeja a la forma artística teatral, mediante el uso de las imágenes y la representación de roles pero no deja de ser un ritual. Se sitúa en las fronteras del arte, la artesanía y la vida cotidiana.

Además, podríamos decir que esa ritualidad deviene en escena performática. Como el desprendimiento teatral que también parte de una festividad: la celebración del Dios Baco en la Grecia antigua, es relatado por Nietzsche en El origen de la tragedia como la celebración de las pasiones orgiásticas en contraposición a Apolo el Dios de la belleza, la luz y las artes figurativas.[3]

Foto: Frida Jazmín Vigliecca

Es asombroso cómo el carnaval, aun en esta contemporaneidad llena de superficialidades, redes sociales y virtualidades sigue convocando al pueblo para generar ficción de vidas posibles con el cuerpo en acción, siempre el cuerpo en acción ya que el carnaval no es posible sin lxs cuerpxs y su poder irreverente y revolucionario, germen en expansión.

Tomo las palaras de Nietzsche al concebir a la tragedia como “un coro dionisíaco que se descarga en un mundo apolíneo de imágenes”, para pensar la práctica carnavalera actual como la expresión sucia y desgarrada, que a la vez también es cómica porque la tragedia no existe sin la comedia y viceversa.

¿Puede ser entonces el carnaval una pulsión vital que nos vuelva a reunión en las calles para sabernos vivos y con fuerza para enfrentar lo que se venga?

 

Carnaval NO cate (buen gusto, refinamiento en guaraní)

“Una parte del pueblo correntino desfilaba sin embargo en las comparsas menores, donde muchachas morenas que acababan de dejar el servicio o la fábrica arrastraban sobre el pavimento los zapatos del domingo; en las carrozas de barrio, con sus reinitas calladas, sentadas, humildes; en las murgas que a veces parodiaban ferozmente el esplendor de los ricos; en las mascaritas sueltas que solemnizaban el disparate y en los vergonzantes "travestis".” (Rodolfo Walsh Rodolfo. El violento oficio de escribir. 1966).

El carnaval en los pueblos del interior del país y específicamente en mi provincia Corrientes, se establece como un momento paréntesis dentro del año, febrero se viste de gala y en lxs ciudadanxs se vive una exultante alegría.

Las familias más humildes se organizan como clan para bordar los trajes más espectaculares de sus hijas, hijos, sobrinos, sobrinas, primas y primos. Entre nueve, seis o tres meses antes de los corsos se comienza con la artesanía del bordado y es en esas mesas largas debajo de una parra o en las largas madrugadas cuando no azota el calor mateando donde lentejuela a lentejuela y palabra a palabra se hilan largas charlas que van configurando los radiantes trajes.

Foto: archivo de la memoria trans

El carnaval es una expresión cultural, y es cada localidad un muestrario de las costumbres de su territorio, de su paisaje y su tonada, de lo que ellos valoran y ellos escuchan, la musicalidad que compone el desfile danza junto a los modos de expresión de cada sitio. Por eso digo que no hay nada mejor para unx carnavalerx que otro carnavalerx. Una práctica ancestral de vivir la fiesta, una tradición que pasa de generación en generación y que enseña a unx a involucrarse con la comunidad, a organizarse para el disfrute y para el desborde.

Pienso que en la actualidad existe una demanda por la irreverencia, o como dirá la psicoterapeuta brasileña Suely Rolnik[4] descolonizar y desneoliberalizar el inconsciente. Lo que me lleva a entender al carnaval como una propuesta para trabajar desde las micropoliticas subjetivas que intenten zafarse de las estructuras del capitalismo.

Lo que quiero decir es que asumamos la potencia de estas prácticas culturales singulares como una forma de arte no complaciente que permita la reflexión, la pregunta desde la incomodidad de los cuerpos en acción: travestis, negrxs, gordxs, viejxs, neurodivergentes enmascarados viviendo su erótica en la calle pública son aplaudidos por toda una sociedad que fuera de esa escena les ignora.

Los carnavales funcionan como una vidriera contemporánea, pero ese vidrio está roto y son muchos sus pedazos: diversos y singulares. Visibilizar las historias alternativas, las historias no contadas, la que no está en los museos, ni en los teatros nacionales, ni pertenece a la hegemonía de la práctica cultural es un derecho humano y una manifestación que le pertenece a cada pueblo. Un pueblo que festeja el carnaval en plena crisis economía cuenta con su propia acción, la decisión por el afecto: sus propias pasiones.

La historia de los pueblos es la historia de los pueblos contada por sus habitantes, sus muertos, sus ecosistemas, sus vestuarios, sus pequeñas piezas de un momento singular.

Conjurar con rituales como el carnaval la sociedad neoliberal que se alimenta no solo de la plusvalía sino de la pulsión vital es nuestro deber. Desencadenar el movimiento nuestra pulsión: primero subjetiva y después colectiva, para que sea finalmente esa dinámica de existencia –irreverente y original- la que organice las fuerzas creadoras de un mundo nuevo.

 

[1] Origen etimológico de la palabra.

[2] Bajtin, Mijail: La cultura popular en la edad media y en el renacimiento, Madrid: Alianza 2005.

[3] Nietzsche, Friedrich: El nacimiento de la Tragedia, Madrid. Alianza, 1973.

[4]  Rolnik, SuelyApuntes para descolonizar el subconsciente, Bs. As. Tinta y Limón, 2019.

Frida Jazmín Vigliecca

Frida Jazmín Vigliecca es trabajadora de las artes transdisciplinar, docente y arteterapeuta.

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