Premio Futurock: “Mundo Orco”, la novela experimental que quiere hacer estallar la literatura
Escrita por Jimena Néspolo, obtuvo la primera mención del galardón cuyo jurado estuvo compuesto por Martín Kohan, María Moreno y Luis Chitarroni.
Que la novela anterior de Jimena Néspolo se llame Vértigo de mí anticipa el vértigo en el que se sumerge el lector de Mundo Orco. Los procedimientos que la autora despliega son distintos en las dos novelas. Sin embargo, hay algo que permite hermanarlas. Ambas narraciones se sumergen en la experimentación.
De entrada, en Mundo Orco llama la atención la palabra “pastisero”, para que luego aparezca “kópecs” y en seguida “mozo de cuerda” y “maese”. ¿Dónde estamos?, nos preguntamos como lectores. ¿Y en qué época?
En la segunda página aparecen “alucinadas conversaciones entre muertos vivos y zombies”. Pero, la advertencia para esta experiencia de lectura está en la primera página: “Porque entre las cosas en las que he dejado de creer, … , están las palabras. Ya no creo en su eficacia comunicativa. Las palabras no dicen nada. Al contrario: ocultan todo”.
Lo sabemos: todo texto literario debe crear un verosímil. Mundo Orco lo crea a través de la ficción en una cruza de registros y de géneros literarios. Por ejemplo, se podría decir que la tercera parte, cuyo título es el título de la novela, son breves párrafos que combinan el ensayo (manual de instrucciones) con la poesía: “XLVII. Todos los mitos y discursos de Mundo Orco cuelgan de esa página blanca. La arborescencia frondosa de un árbol que echa raíces en la duda: jugar o no jugar, that is the question…”. Nosotros, los lectores, elegimos jugar. Ya venimos jugando hace rato.
En la cuarta parte (”Alga brava -aliteración para que cantemos-”) nos encontramos con un epígrafe de Terry Eagleton: “Utiliza lo que puedas es un lema que suena suficientemente brechtiano, eso sí, con el corolario implícito de que lo que se ha vuelto inservible en dichas tradiciones debe echarse por la borda sin atisbo alguno de nostalgia”.
¿Y qué es lo que echa por la borda esta novela? Porque parece elegir abarcarlo todo y se intuye en el comienzo de esta cuarta parte: “Es el mar porque se manifiesta con la autoridad que solo ofrece el conocimiento del infinito, sin dar lugar a dudas, porque el cielo lo repite afirmándolo”. Y luego aparece la “blancura litúrgica” y los “espejismos de sublime intensidad”.
En su ensayo “La ex-tradición”, Ricardo Piglia dice: “La esencia de la literatura consiste en la ilusión de convertir el lenguaje en un bien personal”. En la originalidad y extravagancia narrativa de Mundo Orco este postulado está presente. Jimena Néspolo sabe que puede crear la ilusión de que el lenguaje le pertenece.
En ese mismo ensayo, Piglia dice: “Existe una red de narraciones básicas, de relaciones sociales, que la novela actual reconstruye: su tema central es, diría yo, la tensión entre cultura mundial y tradiciones locales. Entre la tendencia generalizada de uniformar la experiencia y construir grandes núcleos de memoria común y las resistencias parciales, la cultura situada, la voz particular”. Y acá también podemos encontrar una clave para leer Mundo Orco.
Hay un postulado o una tesis en esta novela. Y sería: la literatura es un espacio que debe estallar.
“Mundo Orco” (fragmento)
Sólo quienes ya están adentro del juego perciben que el Mundo es Orco. Para los no-jugadores el mundo no es más que su mundo.
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Todas las bestias habitan la cadena rota de este clan: cabeza de caballo y cuerno de unicornio, aquel que desenrolla su lengua de sapo para comerse prolijamente el currículum, la princesa drag queen que calza escarpines y collar de cuero, la amazona que dispara contra la ciudad de los malvados... Mundo Orco es la ballena loca donde Jonás inicia su travesía.
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Si usted ya ha observado en algún momento de su rutina esa cuadrícula que acompasa su horario, ahí agazapada, el atisbo del absurdo, en la esquina desquiciante de la pantalla donde recibe las diarias instrucciones: usted está a punto de habitar su máscara y comenzar el viaje por los círculos del infierno.
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Contemplar el tablero completo es morir. ¿Quién quiere morir? Yo, tú, él, nosotros queremos jugar. ¿Jugar? Una vez saciada la urgencia del hambre, arremete el vacío. Por eso Orco ha inventado el juego. Comencemos pues.
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De la escotilla circular, única fuente de luz de su cubículo, mientras habitó en La Comarca, colgaba el cuerpo muerto de una joven. Estaba la escotilla y un pequeño balcón que Artemisa podía ahora observar desde abajo de la construcción tal si fuera, ese edificio y todos los del complejo, con el predio verde, los árboles y el cielo encapotado, un antiguo panorama. En el pequeño balcón había un alto mástil y de él flameaba la joven muerta como una bandera leve al ritmo de la fría brisa de agosto. El sueño corregía a la vigilia. ¿Estaba aún viva? ¿No era acaso la muerta, desde esa otra realidad, quien la estaba pensando? ¿Y si aún estaba en La Comarca, y su estadía en La Fortaleza, los largos días del proceso y su posterior reubicación sólo eran una pesadilla de la que en cualquier momento habría de despertarse?
Con los párpados levantados como pesados telones, quizá estuviera viendo esta nueva opereta junto a sus hermanas, en el Salón de Oraciones, como si fuera una de esas representaciones teatrales que Maese Loreto solía desplegar “para inspirarlas en la lucha” —como solía decir—, antes de cada operativo. Pero no… el accionar de guerrillas había finalizado, y los párpados sólo levantaban ahora escenas del recuerdo. La revolución no había sido, quizá no sería nunca. Más le valía adoptar el nuevo credo de la aldea, si quería que en algún momento el Consejo de Naciones diera por finalizada su condena. Porque además del período de reclusión y de trabajos forzados que debía cumplir durante diez años, tenía luego que atravesar un período de reseteo a través del cual se evaluaría si estaba apta o no para volver a formar parte de la comunidad del orbe. Eso se le había informado al finalizar el juicio.
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Los mutantes tenían algunos privilegios por sobre los demás reos. Tenían a otros presos de siervos, por ejemplo, con los que hacían lo que se les daba la gana en cualquier escondrijo de La Fortaleza, desde donde se escuchaban sus aullidos bestiales. Los guardianes les temían, porque todo mutante aún encadenado era imprevisible. Cabeza de Caballo, por ejemplo, un día apareció con un cuerno azul de unicornio en el medio de la frente que luego de causar sorna, fue a clavarse directamente en el estómago de uno que expandió una carcajada antes de encontrar la muerte. Había otro al que llamaban El Sapo, que era gordo y verde y usaba la lengua diamantina para sacarse los mocos y arrojárselos a los demás reos.
Artemisa sentía por él una extraordinaria repulsión pero, apenas se lo cruzaba imantaba su visión de un modo salvaje, irresistible. No podía dejar de observarlo y calibrar cada una de sus costumbres y viscosidades. ¿Pero era cierto ese ser o era una alucinación más fabricada por este lupanar del infierno? El Negro Ramí, ojos amarillos, rostro y lengua de víbora, era otro de esos seres monstruosos que habitaban La Fortaleza. Llevaba a una sierva, que solía sujetar del cogote a través de su lengua o de una correa de cuero. Cuando no estaba en la gruta, la sodomizaba a la vista de todos los presos, mientras la joven rechinaba sus dientes de tiburón en medio de atroces gritos.
Quién es Jimena Néspolo
♦ Es escritora.
♦ Dirige la revista “Boca de Sapo. Arte, literatura y pensamiento” y codirige el programa de posgrado Maestría en Humanidades Aumentadas en la Universidad Nacional de Rosario.
♦ Junto a su hermano, Matías Néspolo, compiló el volumen La erótica del relato. Escritores de la nueva literatura argentina (2009).
♦ Publicó las novelas El pozo y las ruinas (2011) y Vértigo de mí (2020). Su libro de cuentos Las cuatro patas del amor (2018) fue galardonado en la 59° edición del Premio Casa de las Américas en Cuba.
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