miércoles, 3 de mayo de 2023

A raíz de mi limonero caído

 

LOS ÁRBOLES CAIDOS TAMBIÉN SON EL BOSQUE


Por Claudia Lucero y Laura Tundidor


Kamiya, Alejandra. Los árboles caídos también son el bosque – Bajo la Luna, 2015.



En nuestra zigzagueante trayectoria, regresamos a Argentina e incursionamos en la obra de Alejandra Kamiya. Navegamos por el río de una obra que se despliega en múltiples afluentes, como un calibrado sextante.

Esta antología reúne algunos de sus cuentos más premiados. Proponemos transitarla con el hilo conductor de la revista en esta entrega, ya que puede pensarse cada relato como una forma de exilio. ¿Doce formas de exilio?

El primer cuento con el que iniciamos el derrotero es “Desayuno perfecto”, narrado en segunda persona, en un futuro inquietante que nos llena de preguntas. ¿Exilio existencial?

Leer a Kamiya es sorprenderse todo el tiempo saboreando detalles, con su manera  delicada y minuciosa que muestra sin necesidad de explicar, donde la revelación está a cada paso. Una forma de presentar el mundo a través de una aguda percepción que nos hace redescubrir lo cotidiano. Descorre los velos y entendemos. Oraciones breves y una respiración calma late en cada historia. 

“Los restos del secreto” nos conduce, con el rítmico fluir de las mareas, a un recorrido por los acontecimientos que marcan las vidas de dos niñas obligadas a separarse; las acompañamos en el tránsito hacia sus vidas adultas a través de sus juegos, los secretos y la separación. Nos convertimos en testigos de la vida como un exilio del otro.  

“Arroz” indaga en la potencia de los gestos. Las manos de un padre abren la ventana hacia lo no sabido, lo que falta narrar en la propia historia. ¿Cuánto pesa el exilio? ¿Dónde se arraiga el profundo sentido de ser? 

En “Los nombres”, seguimos a la protagonista en su viaje  por el exilio del recuerdo, porque como nos dice la autora: “…así como las sombras tienen la forma de aquello a lo que están encadenadas, el olvido no tiene otra forma más que la de aquello que cubre”. La espera del recuerdo latente que se actualiza a partir de un sentido porque “después de todo la espera no es más que un lugar como cualquier otro: uno puede acomodarse en ella y hacerla su lugar en el mundo.” Hasta que sobreviene lo inevitable de la búsqueda, el encuentro.

“Tres sillas” de algún modo también nos habla del exilio de la memoria que se recupera a partir de objetos-símbolos, retomado en otro de los cuentos “La oscuridad es una intemperie”

“Fragmentos de una conversación” se trata de restos de diálogos donde se hacen visibles las limitaciones, los desafíos y la posibilidad de recobrar una vida.

“Las botas” es un relato de confesiones donde también aparece un exilio persistente: “Su mamá decía que eso era la naturaleza, que así como algunos animales migran buscando mejor clima, ellos habían venido a la Patagonia persiguiendo el trabajo”.

En “El pozo”, uno de los cuentos más extensos, el tiempo transcurre de un modo velado, nos pesa. Un hombre y una misión que debe reinterpretar. Podríamos aventurarnos a decir que hay un exilio de la infancia, por lo que el relato se convierte también en una profunda metáfora acerca de la existencia, el madurar e ir apartándose poco a poco de lo que alguna vez fuimos. “Los recuerdos desfilan y él no los mira” y las consecuencias que conlleva porque “un hombre sin patria es un eslabón sin cadena, una pieza suelta, una gota solo que no moja nada”, cualquiera sea esa “Patria” de la que nos hemos apartado.

“La oscuridad es una intemperie”, uno de los relatos más poéticos por la potencia metafórica de las imágenes que convoca, nos habla del exilio de la luz, recobrada a través de las palabras.

En “El pañuelo y el viento” vuelve el tema al viaje a través de los recuerdos, la añoranza, la voluntad de recuperar lo perdido en una última experiencia.

“Partir” también se trata de recuerdos, de las marcas de un exilio familiar, en el no reconocimiento de una patria: “Soy japonesa en Argentina y argentina en Japón”. De este relato surge el título que da nombre al libro: “Una vez me dijo que se había quedado –su padre- por el puente que está frente a la Facultad de Derecho de la avenida Figueroa Alcorta, y porque en un bosque del sur (creo que en Bariloche) los árboles que se caen no son retirados sino que se dejan para que formen parte del paisaje.” Porque quién ha sufrido las heridas del desarraigo tiene el derecho a reclamar un lugar como propio. 

Cierra la antología, la poética, clara y firme declaración de formar parte de algo aunque seamos “Tan breves como un trébol”.

Leer a Kamiya es aventurarse en aguas profundas para refrescarnos y descubrir los maravillosos misterios del lenguaje que reinaugura el mundo.

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