jueves, 23 de febrero de 2023

Jesse Ball: buscado

  Toque de queda

                                                        Jesse Ball
                                                        La Bestia Equilátera (2014)

                                                        224 páginas

 

 

 

 

Los músicos más experimentados descubren con el tiempo que tan importantes como las notas son los silencios. 

 

Toque de queda es una novela sobre la música, pero también sobre el silencio. Es una obra sutil que habla de la opresión, pero que jamás la muestra. En esta novela todo sucede en leves matices, sin estridencias. Y aun así, todo sucede con la vehemencia de una tormenta que se avecina irremediable. Es una cuerda en constante tensión, una nota inaudible, construida a partir de pequeños rastros, como los juegos de enigmas que juega William Drysdale, el protagonista de esta obra, con su hija Molly, una chiquita muy vivaz y atenta con quien mantiene diálogos por señas, al ser ella muda. Elemento nada menor, no solo porque da cuenta de la intimidad y la complicidad entre el padre y la hija en un mundo que solo ellos comparten, sino que en ese mismo acto y de manera premonitoria, Ball establece la lógica del mundo dentro del mundo que articulará la novela al final, con la obra de teatro para títeres ideada por Molly.

De manera suave pero implacable, en la quietud de esa obra de teatro, en ese tercer movimiento de la novela, se construirán los cimientos de la memoria de un pueblo que ha callado hasta olvidar por qué quería gritar.

 
La tensión de una tormenta que amenaza con llegar es la clave con la que entiendo Toque de queda. Ésta novela se construye a partir de las cosas que no son, las que no vemos y las que quedan en silencio. Un bello fragmento en el que William habla de su profesora de violín podría explicarlo: “una sonata no es el vuelo de los gansos, no es el ruido de un arroyo, no es el canto de un ruiseñor. Un violín no habla, no parlotea. La catástrofe del final desenfrenado de una sinfonía no es una tormenta descargándose sobre la tierra. No es el temblor y el estremecimiento de una casa. Pero en parte, decía ella, es la comprensión de todas estas cosas. Debes ser brutal, terrible, pero tener gran empatía, empatía por todas las cosas, pero sin misericordia”.


William era uno de los mayores violinistas de su tiempo, hasta que desaparecieron a su mujer y se vio obligado a ganarse la vida escribiendo epitafios. La música se había prohibido, cómo se puede prohibir una idea, una palabra, un color o cualquier manifestación de vida.

Cuando el señor Gibson, creador de títeres y vecino de los Drysdale, decide armar una obra de teatro junto con Molly para distraerla mientras esperan la llegada de su padre y le explica los elementos que componen la obra, lo que en realidad hace, en un logrado juego de espejos, es contarnos de forma vicaria la receta de Ball sobre su propia novela. Es, a la vez Sherezade, y a la vez no lo es; lo es porque cumple en un plano la función de distraer a una niña que espera a su padre, pero al mismo tiempo no lo es, porque Molly decide narrar con los títeres aquello que ocurre en aquella ciudad subyugada bajo un régimen totalitario que, desde su invisibilidad, se vuelve omnisciente.
Ball hace en ese sentido una inteligente lectura de la sociedad y por lo tanto el que propone es un futuro plausible. El statu quo no requiere de grandes demostraciones de poder para controlar a una sociedad, sino que lo hace de manera invisible, como sucede en la actualidad con las redes sociales, los mails, el control de los hábitos de consumo. Es una propuesta similar a la que hiciera George Lucas cuando ideó Star Wars, donde se mostró por primera vez un “futuro viejo”, rompiendo el imaginario de las naves relucientes y las sociedades organizadas que imperaba en la filmografía de ciencia ficción. De la misma manera, Ball se aleja de la tradición de Farenheit, de 1984 (novela a la cual rinde un explícito homenaje), y otras distopías, y propone en su lugar un gobierno que ya mutó y, como un virus, encontró la mejor manera de perpetuarse en el poder. Ball responde en este sentido a la idea foucaulteana de que no hay un "gran Poder", o un "gran Rechazo". En esas zonas grises está gran parte del mérito de la poética de Ball.

No quiero dejar de hacer una nota al pie acerca de la tapa, porque me parece un gran hallazgo al que La Bestia Equilátera nos tiene acostumbrados. La versión original del libro tenía la ilustración de una silueta de una persona recortada con un violín y unos hilos, que reunían los tres elementos que componen la novela: la música (prohibida), los títeres (como reconstrucción de la memoria y acto de íntima rebelión), y el protagonista, William (que articula la acción del relato, en contrapunto con su hija Molly). Pero La Bestia Equilátera eligió otra, tomando uno de los dibujos del blog Ball y colocándolo en un fondo blanco. Esa composición conjuga diversos elementos de la obra. El trazo austero, similar a la prosa despojada que elige el autor para contar esta historia; la figura de la madre, que cobra una nueva relevancia desde lo ausente; y la fragilidad de la pequeña Molly.

Esta historia se teje sobre la sombra y espera en silencio a que algo grande ocurra. En ese instante previo al grito, en ese momento que precede al cambio es donde se revela la pequeña grandeza del silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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