martes, 3 de enero de 2023

Su rugosidad plateada

 SHARON OLDS

MÁS VIEJA


Cuanto más vieja me pongo, más me siento

casi hermosa- no mi cara, una cara común,

puritana, sino mi cuerpo. Y tendré

cincuenta, pronto, mi cuerpo

se marchita, huesudo, y me gusta su

rugosidad plateada, la piel que se afina,

la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro

arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo

cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,

cosas que, si las viera una mujer joven, la harían

gritar como en una película de terror,

quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino

lo suficiente, puedo ver la piel fina

de mi estómago frunciéndose

y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.

Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha

enteramente, por fuera, de eso,

y haciendo el amor con la misma dignidad

animal, el túnel todavía igual

al interior de una bráctea color frambuesa.

De pronto me veo joven a mí misma

al lado de esa octogenaria, me veo

como su hija, mi carne suelta y drapeada

muestra los ángulos largos de estos extraños

huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.

Cuando era más joven, me veía a mí misma,

a veces, como el tosco dibujo de una hembra—

los pechos, el destello de las caderas de los años 40—

pero este grisáceo ser abollado es confortable como

una vieja prenda favorita, es casi

amable, ahora, para mí. Por supuesto, es

el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar

sobre este centavo de la suerte —cinco veces

cinco años en su bolsillo. Quizás

aún si me muriera, él no me vería fea.

A veces, ahora, bailo

como humo chato sobre una chimenea.

A veces, ahora, creo que vivo

en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje

de acabar, no estoy todo el día acabando,

pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.


SHARON OLDS en "La materia de este mundo", Gog & Magog, 2015.

(Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio).

Imagen Ruven Afanador para The New York Times.

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