jueves, 10 de marzo de 2022

Solíamos hablar de las poetas de la birra y las del tecito

 

Jueves de bullying a poetas: Especial Guillermo Saccomano.
Ayer con Lao, en un festival de poesía en San Telmo, lecturas de cierre. Looks y elegancias demodés. Los perfumes no logran aplacar la naftalina. ¿Por qué estos jóvenes y no tanto necesitan tunearse de artistas? ¿Por qué leer poesía puede envenenar de afectación? Cuando leen sus textos, declaman: remembranza de los acentos radiales de mi infancia: Pedro López Lagar, Berta Singerman, Lola Membrives. Hay un poeta ampuloso, melena de pelo negro largo, bigotes y barba, camisa entreabierta y exhibición de colgante. Camina sacando pecho, arrogante. Se exalta con sus propios versos. Están los poetas del vino y las poetas de la melancolía prestada. Escriben para mostrarse. Por otro lado, quienes tienen algo interesante que decir, leen calmos, menos presuntuosos, también menos esperanzados y, por tanto, más sinceros. Un flaquito de anteojos lee unos poemas entre existenciales y domésticos, en su sencillez hay una búsqueda ajena a los espasmos de sus compañeros de mesa. La sinceridad no es siempre un valor poético: está visto, no es lo único, tampoco alcanza. Infaltable: una poeta veterana con boina roja, rouge corrido, un saquito de cordero sobre tricota verde, intercepta desprevenidos con sus ediciones de autora. También están las adolescentes enclenques de expresión sensible. La palidez, como la flacura es otro valor a considerar. Patetismo, afectación. Celan se aparta de todos, camina hacia el Riachuelo y se tira.

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