sábado, 2 de octubre de 2021

Tarea utópica: Leer

 

Nuevas distopías: tal vez el futuro tenga solución

CULTURA/S

La narrativa que anticipa el mañana es cada día más numerosa y diversa, y no necesariamente apocalíptica

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 Ilustración: Edmon de Haro

Ya lo dijo Ursula K. Le Guin: “Los géneros literarios no son un punto de partida, sino de llegada”. La autora estadounidense hacía este comentario pensando en la ficción especulativa, pero sus palabras sirven perfectamente para explicar lo que está pasando con esa subcategoría de la ciencia ficción llamada distopía. Porque la narrativa enfocada a anticipar las derivas más alienantes de la sociedad no sólo ha llegado a nuestras librerías de un modo masivo, sino que ya empieza a desbordar las estanterías. De hecho, ahora mismo hay tantos títulos en las mesas de novedades que es literalmente imposible citarlos todos incluso en un reportaje tan extenso como éste.

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Barcelona distópica en la película 'Los últimos días' (2013) de los hermanos Àlex y David Pastor 

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Sí, las distopías están de moda. Y mucho. Las crisis que se ciñen sobre nuestra sociedad, desde la sanitaria hasta la climática, pasando por la económica, la democrática e incluso la identitaria, han despertado la curiosidad de los lectores respecto al futuro que nos espera, y los autores han respondido a esta demanda con una celeridad sorprendente. Pero hay una diferencia sustancial entre los clásicos del siglo XX –Aldous Huxley, George Orwell, Ray Bradbury– y las novelas que hoy se están publicando. Y es que, si en el pasado los argumentos estaban ambientados en futuros lejanos, hoy lo están en mañana mismo. Las nuevas hornadas de escritores, conscientes del colapso al que la civilización se enfrenta de un modo inminente, no sienten la necesidad de mirar más allá del horizonte para imaginar el cambio de paradigma que se avecina. De ahí que estén publicando lo que podríamos llamar distopías inmediatas , que es el equivalente literario a lo que llevan años haciendo los guionistas de la popular serie británica Black Mirror , cuyos capítulos muestran realidades que parecen estar ocurriendo ahora mismo. “En las décadas de los 30, 40 y 50, los autores advertían sobre los peligros del totalitarismo y del capitalismo, pero ninguno de ellos tenía la sensación de que los recursos fueran a acabarse absolutamente y, por tanto, creían que el progreso estaba asegurado –comenta Sergio Pérez, director de Mai Més, sin duda una de las editoriales catalanas que más atención está prestando al fenómeno–. Pero ahora los escritores saben que todo, absolutamente todo, se está desmoronando y ya no sienten la necesidad de ambientar sus historias en un futuro demasiado lejano”.

Los escritores, conscientes del colapso inminente, no necesitan de mirar más allá 
del horizonte para imaginar el cambio 
de paradigma

El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la crisis sanitaria. Al margen de la guerra que se libra ahora mismo en el mundillo editorial para decidir qué autor predijo con más acierto la pandemia del coronavirus –destacando las candidaturas de Ling Ma con Liquidación (Temas de Hoy) y de Fernanda García Lao con Nación vacuna (Candaya )–, salta a la vista que ya nadie podrá escribir una distopía sobre una epidemia mundial sin que los lectores piensen que eso puede (volver a) ocurrir mañana mismo. Así pues, este tipo de distopías no sólo han perdido su aspecto futurible, sino que incluso han alcanzado cierta condición pretérita. “Estamos viviendo un momento bisagra, que es el que se da cuando se produce un cambio de paradigma que hace que todo empiece a parecer antiguo y que haya cierta incertidumbre respecto al mundo que se avecina –comenta Susana Vallejo, autora de Switch in the Red (Edebé )–. Cuando nos vemos a nosotros mismos en un supermercado, con una mascarilla y tres paquetes de papel higiénico en el carrito, o cuando nos ponemos nerviosos porque hemos olvidado en casa ese dispositivo móvil que condiciona nuestras decisiones, comprendemos que el futuro ya ha llegado”.


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'Los últimos días' 

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Algo similar ocurre con las distopías de carácter ecologista. Resulta imposible leer la trilogía de Margaret Atwood, compuesta por los títulos Oryx y ClarkeEl año del diluvio y la inminente Mad­daddam (Salamandra), o las novelas de Fernanda Trías (Mugre rosa, Literatura Random House ) o Marta Carnicero (Coníferas Coníferes, Acantilado / Quaderns Crema ), sin tener la sensación de que la destrucción del medio ambiente de la que todas hablan no es más que la prolongación de lo que ya ha se está gestando. “Todos sabemos que el cambio climático ya ha llegado y que, en este sentido, las distopías ya son presente –explica Emiliano Monge, que acaba de publicar Tejer la oscuridad (Literatura Random House )–. Pero no tengo tan claro que la gente sepa cuáles son las consecuencias de todo eso. Por ejemplo, en mi novela planteo la posibilidad de que el futuro no se quede en distopía, sino que el desastre climático sirva de acicate para crear una utopía”.

Las distopías feministas sólo tienen que añadir un elemento hiperbólico al presente para construir sus escenarios

Las distopías feministas también tienen un pie en la realidad y sólo tienen que añadir un elemento hiperbólico al presente para construir sus escenarios. Los argumentos de Afterland (RBA ) de Lauren BeukesHijas del norte (Alianza ) de Sarah HallYo que nunca supe de hombres Jo, que no he conegut els homes (Alianza / Periscopi ) de Jacqueline HarpmanHorizonte de eventos (Temas de Hoy ) de Balsam KaramQuien esté libre de culpa (Dos Bigotes ) de Gema Nieto o El año de gracia (Salamandra ) de Kim Ligget describen sociedades que han reducido hasta la nada los derechos de la mujer y remiten a situaciones tan cotidianas como la violencia de género, las dificultades de acceso al mundo laboral e incluso la opresión de carácter teocrático. A este respecto, conviene destacar la reciente publicación de Hijas del futuro (Consonni), una antología de ensayos sobre la ciencia ficción desde la perspectiva femenina coordinada por Lola Robles y Cristina Jurado, escritora esta última que reflexiona sobre la ausencia de literatura femenina en el género de este modo: “La ciencia ficción ha sido tradicionalmente escrita por hombres heterosexuales, blancos y ricos. Pero ahora ha llegado el momento de las mujeres”.

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'Los últimos días' 

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Por otra parte, aunque en España también se estén escribiendo distopías sanitarias, ecologistas y feministas, sólo hay que echar un vistazo a las novedades para reparar en que lo que aquí más preocupa es la política. El ejemplo más evidente de esto lo encontramos en LUX (Seix Barral ), novela en la que Mario Cuenca Sandoval imagina un mañana en el que una formación de ultraderecha gana las elecciones y, como era de esperar, convierte el país en una especie de dictadura. Pero hay otros títulos que apuntan hacia ideas parecidas: Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) (Acantilado) de Pablo Martín SánchezLa razón del mal (Acantilado ) de Rafael ArgullolFactbook. El libro de los hechos (Candaya ), de Diego Sánchez AguilarLa capacidad de amar del señor Königsberg (AdN ) de Juan Jacinto MuñozTan a prop de la vida (Raig Verd ) de Santiago López PetitEl ministerio de la verdad (Ediciones B ) de Carlos Augusto Casas… De manera que, más que el medioambiente o la tecnología, lo que aterroriza a los españoles es lo que ocurre en el Parlamento. Y eso da que pensar.

Ya nadie podrá escribir sobre una pandemia sin que los lectores piensen que puede (volver a) ocurrir mañana

Las categorías expuestas hasta el momento –crisis sanitaria, cambio climático, feminismo y ocaso de la democracia– sirven también para ejemplificar otra de las características de la literatura distópica contemporánea: la hibridez. Si nos fijamos en la antología de textos clásicos recientemente editada por María Casas RoblaHe visto cosas que no creeríais (Siruela ), detectamos con facilidad que, durante todo el siglo XX, las distopías han tenido siempre un argumento parecido: una sociedad está controlada por una minoría a la que hay que enfrentarse de un modo individual. Eran, por tanto, novelas con un marcado carácter sociológico que trataban de responder a una de las tres preguntas fundamentales de la filosofía: ¿hacia dónde vamos? Sin embargo, los autores actuales están alejándose de esa forma de mirar el futuro para acercarse a un tipo de novela donde el entretenimiento supera a la reflexión. Son las llamadas distopías sucias , es decir, historias prospectivas hibridadas con otros géneros, los más habituales de los cuales son el apocalíptico, el postapocalíptico y el policíaco. “Ya no se publican distopías clásicas porque el género se ha ramificado en mil subcategorías –comenta Ramon Mas, editor del sello Males Herbes, otro de los más destacados en el ámbito catalán–. En el cine, esta hibridación ya estaba presente desde hace muchísimos años, pero ahora ha llegado a la literatura”.

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'Los últimos días' 

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Ejemplos de esta hibridación no faltan: Qualityland ( Tusquets / Periscopi ) de Marc-Uwe KlingDejar el mundo atrás Deixar el món enrere (Salamandra / Columna ) de Rumaan AlamGRM Brainfuck (AdN ) de Sibylle Berg, la saga Carbono modificado (Gigamesh) de Richard MorganL’estrany miratge (Males Herbes ) de Enric Herce… Todas estas ficciones introducen la intriga en el argumento y, en algunos casos, también introducen otro elemento en gran medida novedoso: la calidad literaria. Porque es evidente que la aproximación de ciertos escritores al género ha elevado el nivel del mismo: Ricardo Menéndez Salmón (Horda, Seix Barral ), Elisabet Riera (Efendi, Males Herbes ), Pol Guasch (Napalm al cor Napalm en el corazón, Anagrama ), Don ­DeLillo (El silencio El silenci, Seix Barral / Edicions 62), Hervé Le Tellier (La anomalía L’anomalia, Seix Barral / Edicions 62 )… 

No estamos aquí diciendo que anteriormente el género no tuviera representantes dignos de mención, pero conviene recordar que, hasta la fecha, cuando un autor de los considerados literarios se acercaba a la ciencia-ficción, la crítica tendía a aplaudirle diciendo que su novela ‘trasciende el género’, lo cual no dejaba de indicar un menosprecio hacia el mismo que hoy, y por suerte, ha desaparecido. “Las cosas han cambiado muchísimo en los últimos años –comenta Ricard Ruiz Garzón, director del Festival 42 (ver despiece)–. Hace poco no había ni tradición ni lectores, y la crítica no se tomaba en serio el género. Pero hoy ya nadie puede decir que no le gusta la ciencia ficción, porque hay tanta variedad de temas y autores que es imposible rechazarla en su totalidad”.

Así las cosas, y como suele ocurrir con todas las temáticas sobreexplotadas por culpa de las modas, las distopías empiezan a dar muestras de agotamiento. De ahí que ya se detecte un nuevo tipo de novela que no busca tanto advertir sobre los peligros que el futuro nos depara como mostrar soluciones a los problemas que amenazan la paz social en la que todavía vivimos. A este tipo de obras se las engloba en la etiqueta hopepunk o solarpunk, y sus autores son personas que quieren poner su inteligencia no al servicio del pesimismo, sino de la esperanza. “La gente empieza a demandar horizontes pospandémicos más humanistas y éticos que nos enseñen, entre otras cosas, a convivir con la tecnología –señala Jorge Carrión, que acaba de publicar la distopía Membrana (Galaxia Gutenberg), en la que se muestra un futuro habitado por seres híbridos y dominado por conciencias algorítmicas–. Por eso me atrevería a decir que, en los próximos años, van a decrecer las distopías y a multiplicarse las utopías”. La opinión de Carrión es unánime entre los otros entrevistados, que también destacan una idea que no conviene olvidar: el pesimismo ya cansa. Ahora toca mirar hacia el futuro con la seguridad de que, entre todos, conseguiremos superar los retos a los que nos enfrentamos. Y es que, como anunció Ursula K. Le Guin en uno de sus últimos discursos, ha llegado el momento de que los escritores ofrezcan futuros alternativos, de que propongan soluciones, de que muestren al mundo que hay esperanza.

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La escritora madrileña Cristina Jurado 

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