domingo, 24 de octubre de 2021

Me enamoré cuando la escuché decir: "Nada más queer que la naturaleza"

 Hay que darle la bienvenida a lo extraño’: Brigitte Baptiste

 

La bióloga y rectora de la Universidad EAN habló sin temas vedados en la franja ‘El cine y yo’.

SJ
JULIO CÉSAR GUZMÁN27 de septiembre 2021, 07:50 P. M.

Quien habla con tal tranquilidad es la bióloga, magíster en Conservación y Desarrollo Tropical de la Universidad de la Florida y rectora de la Universidad EAN, Brigitte Baptiste. Más allá de su Ph. D. en Gestión Ambiental o sus diez años como directora del Instituto Humboldt, se ha convertido en una de las voces más escuchadas de la comunidad LGBTI, por la altura intelectual con la cual se asume como mujer trans.

Y Brigitte habla de Adriana, su esposa, otra mujer admirable con quien comparte su vida desde hace más de dos décadas, durante las cuales no les han faltado las preguntas incómodas de los periodistas, como: ¿cuál ha sido el momento más difícil de su relación?

Brigitte calla. Piensa y responde con serenidad, durante la sesión de ‘El cine y yo’: “El momento más difícil con Adriana fue cuando decidí ponerme implantes de seno, porque ya era claro que el cuerpo que yo quería no iba a crecer de manera espontánea o mágica. Y yo quería lucir esa cualidad. Me sigue encantando. Esa era una prueba de fuego sobre la convivencia de los cuerpos. Alcanzamos a estar 72 horas separadas: durmiendo yo en el sofá. Ella me reclamó: “Esto me supera, es muy complicado”. Pero dos días después, simplemente me dijo: ‘Miremos a ver cómo es la cosa’. Y la cosa es que aquí estamos, después de 23 años. No voy a dar detalles de cómo nos reconciliamos”.

Brigitte brilla. A su entrada a la Sala Capital, la sede de su charla en la Cinemateca de Bogotá, era imposible ignorarla. Cada asistente quería una foto al lado de su cabello color violeta y su blusa escotada sin mangas, que dejaba ver sus brazos tatuados, el izquierdo con una sirena desnuda y el derecho con una guerrera inconclusa, que clava una espada en la piedra. Otra joven mujer trans se saltó el protocolo y subió a la tarima para abrazarla, al borde de las lágrimas.

Atracción por los bichos

Cuando Brigitte no era aún Brigitte, tenía gestos de rebeldía y de afición por los temas tecnológicos, futuristas. Siendo adolescente, vio 'Star Trek', que todavía se titulaba 'Viaje a las estrellas', y quedó obnubilado (todavía se llamaba Luis Guillermo): decidió pintar de negro una pared de su cuarto, a manera de telón galáctico para una nave Enterprise, chorreada de pintura fluorescente. Casi la botan de la casa.

“Después vi una película llamada 'Heavy Metal' y tuve la bonita idea de pintar un mural en la misma casa, con la heroína de la película sin mucha ropa. Por supuesto, el mural duró apenas 24 horas”.

¿Cómo se inició su vida académica?

Yo estudié en el Colegio Refous, en Suba, a hora y media de donde vivíamos. Siempre tenía una ‘gallada’ de amistad en la ruta. Había una jerarquía en el bus: los grandes se hacían en los puestos importantes atrás, y los chiquiticos se distribuían de atrás para adelante. En esa época vivía con mi papá, mi mamá y mi hermana, que era un año menor que yo. Vivíamos también con una tía que acaba de cumplir 90 años, con unos primos y dos tías más.

Su abuela tuvo una gran influencia en usted...

Todos los abuelos fueron muy importantes, pero sobre todo los papás de mi mamá, que eran catalanes, refugiados de la Guerra Civil española y entraron al país por Barranquilla, en el año 1940, con mi tía mayor recién nacida. Llegaron a Bogotá, se instalaron y luego estuvieron en Florencia, Caquetá, trabajando como comerciantes de caucho y de pieles, en el año 43. Originalmente, ellos eran profesores en España, pero durante la dictadura franquista tuvieron que adaptarse a unas condiciones de vida muy diferentes. Tenían una biblioteca impresionante, de arte, enciclopédica, a raíz de su tarea como maestros. Les encantaba viajar y siempre contaban historias de viajes.

¿Dónde vivió su infancia?

Yo soy rolísima, ‘chapinerísima’. Mi abuelita vivía detrás de la plaza de Lourdes. Yo me quedaba en su casa para acompañarla a misa (a regañadientes), a comer helado en Robin Hood, a tomar onces en Yanuba y, si estaban los amigos, a ver cine en teatros grandes como el Metro Riviera, el Trevi, el Palermo, el Metropol, y yo vivía a una cuadra del Arlequín. Cuando éramos chiquitas, con mi hermana, nos dejaban ir solas al Arlequín, porque no era ningún problema: nos daban un peso para la boleta y la colombina. Era 1970 y podíamos salir a la calle, apenas con 7 u 8 años. Gran parte de mi vida transcurrió en ese sector, luego estudié en la Javeriana y trabajé en el Instituto Humboldt, cuya sede quedaba en la antigua Embajada de Estados Unidos, así que tengo un hábitat bien definido, entre Chapinero, Teusaquillo y La Soledad.

¿Cuándo nació su interés por la biología?

Yo me imagino que en los viajes que hacíamos por Colombia, en los cuales yo me pasaba horas enteras llevándoles el pan del desayuno a las hormiguitas, para hacerles seguimiento adónde lo llevaban. Observaba también las cuchas (pescaditos), en los afluentes del Magdalena. Yo levantaba las piedras y salían nadando, yo prefería mirar esas cuchas que dedicarme a la piscina. En general, los bichos siempre me atrajeron muchísimo, mi mamá nos llevaba a la casa –cuando era legal– periquitos, tortuguitas. En una matera grande teníamos hicoteas. Siempre hubo mucha disposición a compartir el espacio con perros, gatos y otras especies animales.

Luego tuvimos un jardín muy grande, y ese fue un centro de experimentos maravilloso para mí. Tanto que yo pensé en algún momento en ser agrónoma, más que bióloga. No conocía nada de ecología ni historia natural, y pensaba más en que era importante la producción de comida, el cultivo, y eso me apasionaba.

En el colegio tenía un muy buen amigo, con quien teníamos una sociedad de ‘acuariólogos’: nos íbamos a limpiar acuarios a las casas, ese fue mi primer trabajo. Comprábamos pececitos y plantas en ciertos sitios y luego nos íbamos a las casas a arreglarles el acuario. Con lo que les cobrábamos pasábamos las vacaciones.

(Otra charla inspiradora de 'El cine y yo': Adriana Lucía, su música y su labor social)

Una nueva identidad

A finales del siglo pasado, Brigitte se apropió del alma de Luis Guillermo, mientras hacía la carrera de Biología en la Universidad Javeriana. Allí conoció en 1998 a Adriana Vásquez, quien cursaba Literatura y antes había estudiado Sociología en la Universidad Nacional.

“Nos encarretamos mucho en esa conversación sobre lo femenino, lo masculino, lo que yo estaba buscando. Con muchas dudas sobre el futuro y sobre ‘qué va a pasar con nosotras’, finalmente ella me dijo: ‘Hagamos como todo el mundo: un día a la vez’. Y un día a la vez, desde entonces estamos juntas, con dos hijas y tres gatos. Brigitte está cumpliendo 23 años, quizás por eso soy un poquito casquivana”.

¿Tuvo algún referente en su transición?

Era muy difícil, porque en los años 80 no había palabras para hablar de transgenerismo. Roberta Close aparecía en las portadas de El Espacio, no en las de EL TIEMPO. Y siempre en tono de burla, con ironía, con mucho morbo asociado. Para todas las personas trans de la época, la situación era muy complicada y la vida era muy 'underground'. Recuerdo una película de Tim Burton, 'Ed Wood', quien en sus momentos de paroxismo tenía un fetichismo por el terciopelo. Se ponía el saco de su compañera y era como entrar a otro mundo. Eso era un poco lo que me pasaba a mí.

¿Por eso terminó viajando a Europa?

Con Adriana nos fuimos a España en el año 2000, a conocernos mejor y en paz. Fue un pacto y una búsqueda, ambas queríamos estudiar nuestros doctorados, hacer algo adicional y recorrer juntas el mundo. Llegamos a Barcelona, en parte porque soy catalana y en parte por la imagen que uno tiene de esa ciudad, donde todo puede pasar. Para las mujeres trans, Barcelona y Milán han sido una meca. Empezamos a estudiar, pero como la vida en Barcelona es tan sabrosa, al mes quedamos embarazadas.

¿Encontró menos discriminación sexual en España?

Yo creo que no. Llegué frustrada, porque uno puede ‘vivir la vida loca’ o tener derechos solo si se mantiene en los barrios y las fronteras donde la intelectualidad o el arte o la academia lo permiten. Pero otra cosa es la cotidianidad: tratar de compartir el espacio con el resto de la sociedad. Todas las ciudades europeas tienen mapas muy concretos al respecto, donde claramente te hacen saber que no eres la clase de persona que quieren que ande por la calle. Para eso, mejor nos devolvemos a Colombia, donde finalmente, y pese a lo conservadores que somos, podemos conversar de todo, porque tenemos un sentido del humor particular. Aquí, al menos uno les puede tomar el pelo a las personas. Y eso crea diálogo.

¿Es importante el humor?

No se entienden la diversidad sexual y la diversidad de género si uno no tiene sentido del humor (...), La vida en Colombia, en medio de las circunstancias históricas que hemos vivido, es muy dura. O uno se la toma con ironía o es muy complicado sobrevivirla.

¿Cómo fue el regreso?

Cuando volvimos, llenas de deudas, Brigitte cambió de documentos y empezó su transición pública más abierta. Como profesora de la Javeriana, entre 2002 y 2006, Brigitte se manifestó en pleno frente a todos sus estudiantes. Ellos siempre fueron espléndidos conmigo, nunca tuve un desplante ni por estudiantes, ni por maestros ni por directivos. Siempre hubo un respeto profundo hacia mí. Viajé por Colombia y tenía un anillo de seguridad, que eran mis estudiantes. Siempre estaban atentos a lo que la gente decía, porque no en todas partes la receptividad era positiva.

¿Sus hijas entendieron su identidad de género?

Es que ellas crecieron conmigo ya instalada (risas). Han notado el envejecimiento de Brigitte, las mañas crecientes de Brigitte, pero siempre han sido adorables y cómplices. Se formaron con la idea de que cada quien construye su identidad. Tienen la certeza de que pueden ser quienes quieran ser y siempre las vamos a querer en cualquier circunstancia.

¿Qué les dice a quienes tienen inquietudes sobre la identidad de género?

Si creen que lo que hemos vivido hasta ahora es extraño, es porque no han empezado a ver lo extraño. Y eso es bueno: el futuro nos depara muchas sorpresas, y tenemos que estar atentas y atentos a esa multiplicidad de opciones de habitar el mundo y habitarnos nosotros mismos. Hay que darle la bienvenida a lo extraño.

JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor de El Tiempo (en Twitter: @julguz)

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