sábado, 6 de febrero de 2021

El maldito lee para sentir el palpitar del mundo bajo sus sátiros pies de cabra

 (Qué pena que el lenguaje sexista arruine este texto genial)


ROSARIO12

La máquina de hacer lectores malditos

Imagen: Andres Macera

El lector maldito no es una figura corriente y por ello está al margen de los catálogos y las lecturas recomendadas. Su acto de lectura suele ser un alegato contra el exceso de evidencia de las categorías dominantes, aunque admite que su sistema perceptivo le permite asir al mundo real en sus imposibles y al mundo no real en sus posibles. Desde esta conciencia, el lector maldito tiene tanto interés por los pulmones ardientes del sol como por el pathos de verdad que aqueja a ciertos géneros. Si bien le provoca un vértigo alucinado la mordedura lasciva del misterio también es capaz de ver lo no dicho en la más flagrante descripción decimonónica. En fin, el maldito lee para sentir el palpitar del mundo bajo sus sátiros pies de cabra.


Algo que me resulta necesario resaltar es la forma en que el lector maldito coincide con el rayo súbito de la primera belleza. En ocasiones, al lector se le da por pensar que hay géneros demasiado vulgarizados y que parte de su responsabilidad es descubrir la embriagadora melodía de los textos menos difundidos. Con sus sátiros pies de cabra y con el auxilio de alguna divinidad excéntrica o maltratada, sale a buscar lecturas fuera de molde en las librerías donde no se come, no se bebe, no se hace show. La aventura del lector maldito debe ubicarse dentro de las tentativas de fuga. Va hacia adentro de la otra literatura para acercarse un poco más a sí mismo, así como la buena prosa va hacia el lenguaje iniciático de la poesía para encontrar lo mejor de sí. Y todo tiene una explicación sencilla: el alma es un nudo rítmico, según Mallarmé.
Hay un tiempo enredado a un criterio que nunca desaparece y hace prevalecer en los estantes de las librerías, o en las recomendaciones de los claustros formativos, aquellos relatos que ostentan veracidad histórica apenas ficcionada, siempre con miriñaque moral, con obedientes enaguas narrativas y sin descuidar las justas osadías encorsetadas. El maldito que recorre las librerías, a veces logra rescatar una antología de Girri, para ser espectador, al menos, de aquella lucha contra el lenguaje en su funcionalidad y contra la realidad en supuesta manifestación. Cuando es posible ira al bar, se reúne con algún camarada endemoniado e intercambia hallazgos que lo libera de las tramas dominantes. Cuando los cafés están cerrados, habita plataformas informáticas, cada jueves, para ensayar una vanguardia de lectura que hace salir de sus casillas las tramas anquilosadas en las estructuras del establishment.

El lector maldito, como sabueso de posibilidades, muchas veces no encuentra el paraíso de la lectura sino el purgatorio de los libros de catálogo. Preso de las ideas encasilladas y el exceso de moderación, sueña una lectura por donde se escape el chorro divino de su raza lúbrica. El maldito sabe que en las librerías no hay fronteras netas entre los libros innecesarios y la lectura imprescindible. Es obvio que unos y otra tienen exactamente la misma fuente: la escritura, pero al desarrollarse, se vuelven enemigos unos de otra. Con su olfato bestial, el maldito rastrea. Con sus sátiros pies de cabra, recorre el espacio y presta atención porque es muy difícil saber en qué momento el orden alfabético de los estantes o las novedades de mostrador lo premian con la palabra vital o lo hacen caer en el pantano del verbo insípido. Requiere un gran entrenamiento la destreza atlética de salvar el alma de la asadura verbal.

El maldito no anda por la vida con los ojos cerrados y las orejas tapadas cuando cabalga sobre un caballo de ébano. Para él, así como un átomo es una constelación de partículas, los libros que lee son una constelación de miradas que abrillantan el tremolante casco del mundo. Además, el maldito baraja teorías indemostrables. Sostiene que no sólo el escritor está en la escritura sino que la escritura está en el lector. Como en un ADN alquímico de ramificaciones esotéricas que no necesita de fluidos excretados, cada palabra escrita tiene alucinada información genética sobre el lector. Ambos son apertura y cierre de un paréntesis que se llena de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera chorreando por doquier una sustancia suprarreal que hace temblar las estanterías.


En el maldito, el salto libre de la lectura tiene el sentido de una rebelión. Desde la infancia, los libros le han ayudado a olvidar los castigos que se merecía y las prohibiciones que lo educaban.
Puesto que las cosas requieren mucho tiempo para el cambio, el lector maldito prescinde de las cosas y crea su propia novedad. Propicia una ruptura en el cuerpo del análisis y rechaza las ideas rectilíneas que se conducen hacia un único objetivo de interpretación con intenciones castradoras y ritmo castrense.

Aún hoy, los libros sin promoción y los escritores no reeditados, lo siguen salvando de ser una imitación inexpresiva de la sociedad que lentamente se momifica. Y esto también tiene una explicación sencilla: ciertos libros y algunas páginas de diario ponen en riesgo la taxidermia literaria.

cairo367@yahoo.com.ar

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