sábado, 12 de septiembre de 2020

Impresionante lo que hace con las manos (y el resto de todo también, obvio)

 BIENAL DE FLAMENCO

El baile y la guitarra de una generación que vuela alto

Rocío Molina completa su maratón en el Central con la obra «Al Fondo Riela (Lo otro de Uno)» con Trassierra y Cortés

Ha escogido para este viaje lleno de luz musical, a dos guitarristas de generaciones actuales: Eduardo Trassierra, uno de los músicos más compenetrados con la bailaora, y al flamenquísimo Yerai Cortés, dos guitarristas de una misma generacion que Rocío Molina. Tres jóvenes nacidos en los felices ochenta y forjados en el flamenco que empezaba a descubrir otras músicas.Si a la una de la tarde Rocío Molina nos había llevado de la mano de Rafael Riqueni por la luz y el agua del Parque de María Luisa en la pieza «Inicio (Uno)», al anochecer quiso ir hacia «Al Fondo Riela (Lo otro de Uno)», título de su segunda propuesta en un sólo día en el Teatro Central.

En este anochecer la bailaora viste de negro. La escena también es negra con un tapiz acharolado, y al fondo del escenario imágenes de aguas de mares grises y lunares creando una visión escenográfica de brumas becquerianas.

Trémolo de la guitarra de Eduardo Trassierra que va esbozando el compás para que salga la bailaora. y poco a poco y ella surge con sus manos, como si fuera una diagonal dancística a lo Carolyn Carlson, y se para en medio del escenario. Sólo se vislumbran sus manos y sus brazos con los que forma imágenes geométricas sin cesar. Y al final los compases de «Amargura». Se dirige hacia el fondo, se sienta y se coloca un curioso sombrero acharolado en forma de plato que le oculta el rostro. Suena el compás por farruca, para que la bailaora comience su trepidante zapateado con el que recorre esquina a esquina el escenario. Y entonces se nota, es sin duda Trassierra su guitarrista, ése que tan bien se compenetra con el baile de la malagueña y que le ayuda a recorrer desde la lentitud a la velocidad un universo de gestos incontables.

Los palos flamencos protagonizan esta ceremonia de guitarra y baile. Seguiriya, bulerías para enlazar con romance y culminar por soleá, en un trío al que ya se ha unido Yerai Cortés. Suenan las guitarras por soleá, una larga versión del palo flamenco con el que Rocío Molina se siente tan identificada. Versiona el baile y de nuevo su trepidante zapateado, ése que hizo hincar la rodilla a Baryshnikov en la Gran Manzana.

Dúo de Trassierra y Cortés, guitarras contemporáneas para toques viejos, vuelve a salir Rocío Molina con la guitarra de Cortés para bailar a gusto, y le jalea el guitarrista en un paso a dos que hace las delicias del respetable ya rendido a los artistas. Y vuelven a sonar los compases de «Amargura» como remate.

Para su final la bailaora ha elegido a conciencia su atuendo, en sus montajes no hay nada casual ni poco estudiado. Hay que dar un atisbo de esperanza ante tanta negritud, y lo hace vestida con un mono de flores rosas y una máscara de la misma tela que le cubre el rostro. Baila Rocío, mueve sus manos, las plataformas de sus pies no le permite zapatear. No hace falta, sus manos y sus brazos hablan sólos, eso sí, siempre lo hacen a la guitarra, y se aleja riendo cruzando el charol del escenario hasta perderse.

Dos obras, tres guitarras, una bailaora, una jornada inolvidable de baile dedicada a la guitarra por una generación que vuelta alto y no quiere parar.

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