domingo, 12 de julio de 2020

Madrealambre, madrebuitre, madredrácula

Una hija es un ojo que muerde

de Mónica Ojeda | Inéditos
1
Papá, tú querías un hijo y
   en cambio
te nació esta cabeza.
Una planta que crece hacia adentro.
   Una uña.
   Un estanque.
Por eso dijiste
callado a la placenta: “UN HIJO ES UN HOMBRE”.
Creías que serlo era irse callado de pesca
   pescar la vida
       sacarla del agua
y me llevas a pescar para que aprenda a ser un hombre
para que saque de la vida algo tibio que matar.
   “Matar te hace hombre”, me dijiste.
Creías que serlo era irse risueño de caza
empuñar un rifle a un corazón con astas
   reventarle el cráneo a la vida
tú piensas que eso que se inventa el bosque es un hombre
y me llevas a cazar contigo para que lo vea
me enseñas a dispararle a un árbol
a una nube todavía niña en mi cerebro
   porque pienso demasiado fácil, dices
       porque pienso cosas que se atraviesan
Y en cambio un hombre no arde de útero
         dice la-madre-coja-de-las-axilas
ni sangra en los pasillos
ni riega su leche sobre las ecografías abiertas
ni se mete el dedo índice
   para tocar a Dios
en un volcán de pelvis.
Una hija mata
pero como un hombre respirando al revés
en mitad del bosque.
Un amor umbilical rodeándote la manzana:
   una hija es un ojo que muerde
   —una mandíbula de leche—
   un anzuelo al cielo de los cabellos
Por eso “pesca la muerte”, dice mamá lamiendo la escopeta
   “caza la vida”
como una hija que es un hombre y una cabeza
como un río en una sábana de dientes mastodónticos
y el sexo abierto de las balas
goteando sobre la encimera.

2
Hora de huir
de la madre.
El origen es una aguja
escribiendo los nombres de los muertos
en las pupilas de los peces.
   Ceguera oceánica.
Sin imagen sólo queda el sentido de lo invisible
y una punta sangrienta como línea de salida a la superficie.
Mientras tomas aire
la escritura se humedece de futuro.


Persecución
Repto lo oscuro de la aorta de un bisonte atravesado por el mar
en medio de la teoría humana más violenta del poema.
Tus brazos umbilicales
   madrezebra en las llanuras
ahorcan la prehistoria de la leche de montaña
   leche de cal apagada,
   leche de higo en cristal,
   leche en la roca de la pintura sagrada del calavera poem
gruta de naturaleza táctil al Amazonas de tus glándulas rellenas de humores:
   Big Bang de Dios por siempre muerto en los maremotos amén.
Palpo la atmósfera que humedece su atlas de la ira,
escarabajo mutante rodando las escaleras del magma de tu vientre,
¿me romperás contra la musculatura de los cetáceos axiales?
madretundra de las orcas
¿abrirás las cejas al frío goce de los volcanes?
Ellos se sueñan en la blancura de los fermentos de la noche en torrente.
Pliego mi ala junto a una noria de eterna venganza,
   madrepiedra de los pálidos trasmundos
   madrecidra constelando un infierno de intestinos que doran los rosales.
Tu baba salpica en todas las direcciones de los paisajes algebraicos:
CRÁNEO – CALAVERA = X
Incógnita en la lengua de los muertos.
Poema cero.
He oído que montas sobre las cabezas de las Furias
y te desbocas
y manchas los eriales de leche cuajada
   leche mía coagulada
y ellas te la beben y te alumbran
un cráneo con cañones de plata apuntando hacia mi pecho
suite de estelas eléctricas y membranas saladas
   madrealambre de las navajas
   madrebuitre de los cinerarios
las tres se relamen las encías bajo el umbral tibio de tus riñones en flor:
tienen pezuñas y desgarran el camino de los ríos gástricos a los maizales.
Se derraman sobre la vía láctea cabalgándote.
Se orinan sobre las mazorcas de dientes pelándose al poniente.
“Madre e hija es una antinomia”,
te canta la clarividencia subacuática de tu trinomio de canes perfecto
y repites al sur de su estampida:
“Madre e hija es una antinomia
con patas y pelos de tarántula
en una jaula para peces”.
Arden tus cabellos de elefantes marciales cruzando los desiertos
   madremandril de sable
   madreladrido de pez aéreo.
Quieres mi carne en tu leche terrible
cociéndose a la alta temperatura de los huracanes
(cardúmenes de esperma del dios muerto
pueblan encima de las aguas galácticas del norte).
Tiemblo en los refugios colapsados por tu vientre de ballena en histeria
   Madremendrugo de la explanada
   Madredrácula de los mausoleos
Las cabezas de las Furias sonríen torcidas a la sangre,
ateridas bajo muslos galgos y la perfecta escultura del tórax;
quieren cocinarme en tu néctar vencido de yedra,
forzarme la leche de hígados por la ranura celeste de sus madrugadas.
   Mazorcas de dientes se pelan y muerden mis escombros quietos al pasar.
Me oculto entre las pieles de los vertebrados
y convierto mi cuerpo en un saco de plumas
que emerge fresco entre los fémures silvestres.
Madre e hija es una antinomia.
Un cráneo gastado vigila mi señal desnuda:
toda suerte de escape termina
en las profundas cavidades
de un animal muerto

Mónica Ojeda Guayaquil, Ecuador, 1988. Es narradora y poeta. Ha publicado las novelas La desfiguración Silva (2015), Nefando (2016) y Mandíbula (2018), así como el libro de poemas El ciclo de las piedras (2015) y el volumen de cuentos Caninos (2017). En 2017 fue incluida por el Hay Festival en la lista Bogotá39 de los mejores escritores de América Latina menores de cuarenta años.

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